Por: Nicolás Tereschuk
El precandidato presidencial y líder del Frente Renovador, Sergio Massa, busca expresar un cierto “relato”. Y eso no está mal, no me resulta para nada condenable. Toda fuerza política con algún tipo de vocación de poder debe lograr la construcción de una “narrativa”, una explicación que señale de dónde viene, hacia dónde va y que dé un sentido amplio a las decisiones que adopta. Las fuerzas políticas con mayor alcance, con mayores horizontes, pueden, incluso, vincular su presente con distintos puntos de la Historia pasada y generar además ciertas imágenes de futuro que le permitan seguir captando adhesiones.
Claro que así como algunos sectores rechazan por completo el “relato” que hace de sí mismo el oficialismo, el “relato” del ex intendente de Tigre bien puede ser a su vez cuestionado o analizado de manera crítica.
Massa pone ahora sobre la mesa -lo hizo esta semana, al ratificar su precandidatura presidencial- dos ideas que son, en principio, discutibles:
-
La primera es que su fuerza política surgió para “poner límites” a una nueva reelección de Cristina Kirchner. En un país en el que se necesitan dos tercios de los votos de ambas cámaras del Congreso para comenzar a hablar de una reforma constitucional, la interpretación parece exagerada. Massa lanzó un partido propio en 2013 en la provincia de Buenos Aires para salir a disputarle una porción del poder al liderazgo de la Presidenta, en un momento en que algunos sectores del peronismo estaban disconformes con el rumbo de su gobierno. La jugada fue exitosa para Massa. Se impuso en las elecciones legislativas y comenzó a contar con un bloque propio en la Cámara de Diputados. Además, enseguida comenzó a dejar volar sus aspiraciones presidenciales ¿El “peligro” de una reforma constitucional? En concreto, en el Congreso nunca estuvo y ningún dirigente de primera línea del Gobierno nacional la planteó con seriedad.
-
El otro elemento que plantea Massa es que desde 2013 cometió “errores” por “entrar en el barro de la política” y que eso lo hizo “desviar del eje central que es la gente”.
Sobre este último punto, más allá de algunas debilidades y oscilaciones -a veces demasiado bruscas- en cuanto a su posicionamiento discursivo, Massa no cometió ningún error serio de por sí, luego de su triunfo en la Provincia en 2013. El líder del Frente Renovador apostó, sobre todo, a un tipo de escenario que venía ocurriendo desde 1983 a esta parte: que un presidente sin reelección viera licuada su capacidad de incidencia sobre la realidad y que, además, eso derivase en problemas políticos y económicos que hicieran empeorar la consideración que de su gestión tiene la sociedad.
Como indicamos aquí, en la Argentina no parece existir un “efecto Bachelet” que haga que el presidente que está por dejar la Casa Rosada mejore en la consideración pública, sino todo lo contrario. Raúl Alfonsín dejó el poder con un nivel de imagen menguante y lo mismo le ocurrió a Carlos Menem. Ninguno de ellos fue sucedido por un jefe de Estado de su mismo partido.
El cálculo de Massa no parecía entonces, en sí, mal realizado. Si se mostraba como una opción de poder posible por fuera del PJ pero como parte del peronismo, los demás peronistas recorrerían el camino que se dirige a Tigre para ir a sumarse a su propuesta. Y así podría convertirse en un próximo presidenciable con serias aspiraciones.
Sin embargo, por el momento, lo que ocurre es que la gestión de la presidenta Cristina Kirchner mantuvo las principales variables económicas bajo control y su capacidad de liderazgo del oficialismo muy en primer plano. A diferencia de lo que está ocurriendo con otros presidentes del Cono sur, sus niveles de aprobación son relativamente elevados. Se trata de algo que, como señalamos, antecesores como Alfonsín o Menem no lograron hacer con este nivel de eficacia.
Así, sobre Massa empezaron a pesar otros factores estructurales de la política argentina. Por un lado, lo que -insisto, hasta ahora- parece como una maldición que sigue a las grandes estrellas de las elecciones de mitad de término, como repasó aquí en 2013 el politólogo Mariano Fraschini. Ni Antonio Cafiero (1987), ni Graciela Fernández Meijide (1997), ni Francisco De Narváez (2009), lograron hacer el pasaje de lo provincial a lo nacional, de ser grandes estrellas de elecciones de medio término a estrellas en elecciones nacionales. Massa, por el momento, tampoco lo ha logrado.
Como argumentan los politólogos María Esperanza Casullo y Santiago A. Rodríguez aquí, otro factor estructural de la política ha venido jugando en contra de Massa: su idea de que se podía construir una opción nacional a partir del poder de los intendentes, desafiando a los gobernadores, tampoco se ha probado como válida.
Además, en la actual coyuntura, el oficialismo -este elemento vale también como preocupación para el líder del PRO, Mauricio Macri- cuenta con alguna ventaja extra dada por el diseño de la Constitución. La posibilidad de acceder a la Presidencia en primera vuelta con poco más del 40 o poco más del 45 por ciento de los votos, pactada por Carlos Menem y Raúl Alfonsín en 1993, le da alguna ventaja a un partido con un piso de votos relativamente alto, sobre todo si sus principales dirigentes se ponen de acuerdo en una estrategia y si las variables económicas están bajo control.
Quedan así preguntas de difícil respuesta. ¿Si Massa no hubiera optado por construir un liderazgo peronista alternativo por fuera del Frente para la Victoria en 2013, hoy sería un dirigente con más relevancia e incluso mejor posicionado en las encuestas de lo que está en este momento? ¿Podría estar participando de las primarias del Frente para la Victoria como precandidato a presidente o vicepresidente? ¿Podría ser un dirigente de primerísimo nivel en el poderoso PJ de la provincia de Buenos Aires?
Como él propio Massa lo dijo de sí mismo, es un dirigente dirigente joven que ha logrado varios objetivos en su carrera política. La última palabra de Massa no está dicha. Pero de cara a octubre de 2015 la situación que enfrenta no debe ser la que él mismo esperaba dos años atrás.