Mucho hemos hablado de los enchufados y sus grandes fortunas en todas partes del mundo. Lujos, carros deportivos y una opulencia que, lejos de ser ocultada por necesidad, ha sido dada a conocer a los cuatro vientos, amparados por ese gran axioma venezolano que es la impunidad. Y es que no necesitaron ni las empresas offshore para ocultar sus fortunas. La corrupción nos ha pegado una cachetada en la cara, a plena luz del día, para luego dejarnos en penumbra.
Esta es una diplomacia de mafiosos. “Usted roba, váyase con sus millones a un consulado”. “Usted es ineficiente, tome esta embajada y viva tranquilo por unos cuantos años”. “Usted es profundamente patriota-revolucionario y además sostiene un cargo público, pues es el momento preciso para montar una estética en Miami, por ejemplo”. Ni hablar de los ministros “quita y pon”, que van dejando una estela de pobreza, corrupción, hambre y miseria sólo superada por el nepotismo y la negación.
Mientras tanto, Venezuela vive una de sus peores épocas en toda su historia. En un país dividido en dos, el mediático-gubernamental que hace de todo una novela, una dramatización en los géneros de ficción, suspenso y drama, y otro país más terrenal, aterrizado, ese que se despierta con el corte de luz y que llega a casa siempre y cuando la “buena voluntad” del malandro así lo quiera. Continuar leyendo