Por: Vladimir Kislinger
Mucho hemos hablado de los enchufados y sus grandes fortunas en todas partes del mundo. Lujos, carros deportivos y una opulencia que, lejos de ser ocultada por necesidad, ha sido dada a conocer a los cuatro vientos, amparados por ese gran axioma venezolano que es la impunidad. Y es que no necesitaron ni las empresas offshore para ocultar sus fortunas. La corrupción nos ha pegado una cachetada en la cara, a plena luz del día, para luego dejarnos en penumbra.
Esta es una diplomacia de mafiosos. “Usted roba, váyase con sus millones a un consulado”. “Usted es ineficiente, tome esta embajada y viva tranquilo por unos cuantos años”. “Usted es profundamente patriota-revolucionario y además sostiene un cargo público, pues es el momento preciso para montar una estética en Miami, por ejemplo”. Ni hablar de los ministros “quita y pon”, que van dejando una estela de pobreza, corrupción, hambre y miseria sólo superada por el nepotismo y la negación.
Mientras tanto, Venezuela vive una de sus peores épocas en toda su historia. En un país dividido en dos, el mediático-gubernamental que hace de todo una novela, una dramatización en los géneros de ficción, suspenso y drama, y otro país más terrenal, aterrizado, ese que se despierta con el corte de luz y que llega a casa siempre y cuando la “buena voluntad” del malandro así lo quiera.
Son horas, días, años y generaciones perdidas. Nos desenchufaron, cual paciente terminal. Las raciones de agua y comida fueron reducidas hasta el mínimo posible, así como las de medicinas y la atención de los servicios públicos. Dejamos de trabajar, de producir, de soñar.
La institucionalización de lo improvisado trastocó nuestros esquemas, nuestra cultura y la planificación a futuro. El futuro es ahora, es el empaque de harina Pan que espero conseguir en el mercado de los chinos, es el jabón y el shampoo que le compraré al bachaquero en la noche al salir a casa, es el pote de agua que llenaré para lavar los corotos y poder bañarme cada dos días, en el mejor de los casos.
Los enchufados nos desenchufaron. No es la guerra económica, no es el imperio, ni Álvaro Uribe. Son los corruptos boina rojas que se valieron del mayor capital de la historia de Venezuela para, embelesados por el poder y la fortuna, dejarnos el cascarón vacío, la casa sin luz, el estante sin comida.
Paradójico es el simple hecho de saber que luego de tantos años lo re-estatizado volvió a manos de inversionistas privados y extranjeros, con muchos más cuestionamientos que los que les precedieron, que, a pesar de haber “invertido” más de sesenta mil millones de dólares en el sector energético, hoy día se viva uno de los racionamientos eléctricos más cruentos de la historia nacional. Y ni hablar del paro gubernamental que llevó a la administración pública a trabajar solamente ocho horas a la semana, para luego detener el país otros cinco días sin justificación real ni coherente.
Nos desenchufaron, esa es la realidad. Jugaron sistemáticamente con la paciencia del pueblo, con el hambre de la gente. Pero como todo tiene un límite, los últimos acontecimientos han demostrado que cuando la gente se cansa y se obstina, el cortocircuito llega. Y como los enchufados no son electricistas de verdad, pues el chispazo los sorprenderá en el momento más inesperado.