Por: Vladimir Kislinger
Un axioma que se ha hecho costumbre en el estamento político del Gobierno venezolano es el silencio. Las autoridades “revolucionarias”, muy a su estilo, se acostumbraron a esquivar la mirada, a evadir las preguntas y a callar las respuestas.
Esa palabra extraoficial que molesta tanto a lectores como a periodistas fue reemplazada progresivamente por una frase aún peor: “No negó ni confirmó la información”, por lo tanto desconocemos si el año pasado murieron dieciocho mil o veintiocho mil venezolanos. Tampoco sabemos si la inflación acumulada llegó a los cuatro dígitos, si el desabastecimiento ronda el 80% de los productos, o cómo los sobrinos de Cilia Flores obtuvieron los pasaportes diplomáticos a los que hace referencia Estados Unidos.
Junto a tal silencio, falaz es el único y desgastado argumento que sostiene el régimen: la culpa externa, la crisis inducida, la quinta columna en el mejor de los casos. Tan falso como aquella afirmación relativa a que gracias a Hugo Chávez el precio del petróleo pasó de siete dólares el barril a más de cien dólares. Es increíble la capacidad para crear amenazas, para afirmar que todo, absolutamente todo es culpa de factores externos, casi asumiendo como un karma que sólo el Gobierno rojo podría haber soportado, por su alto grado de humanismo socialista, ese que construyó la plataforma para que luego de recibir más de novecientos mil millones de dólares en diecisiete años no se encuentre ni papel de baño, ni una aspirina para el dolor de cabeza.
Además del silencio y el argumento falaz, hay que considerar un tercer elemento que es otro factor común para la clase gobernante. El escándalo diario, que llega a niveles inimaginables. Para muestra un botón: las hijas del finado. Rosa Virginia viviendo en la casa presidencial, La Casona, aún y cuando le corresponde a la familia Maduro. María Gabriela como segundo a bordo de la representación venezolana en la Organización de Naciones Unidas en Nueva York, y la menor, Rosinés, con su “legítimo derecho a educarse”, ese que se le ha vulnerado a decenas de miles de jóvenes venezolanos, mientras disfruta de la seguridad, la gastronomía y la vista espectacular que le brinda nada más y nada menos que la ciudad luz, París. Pero claro, es que le debemos tanto a Chávez.
Por su parte, el vínculo Maduro-Flores no se queda atrás. Tal vez por encima de los Chávez y Cabello, es, por mucho, la familia que más nepotismo ha aplicado a su favor, con mayor peso en el linaje de la “primera combatiente” o lo que llamamos en democracia “primera dama”. Se calcula que dos decenas de (ex) empleados han hecho vida en la Asamblea Nacional, en ministerios y en instituciones públicas. También se vincula con dos sobrinos cercanos con el narcotráfico, quienes al cierre de este artículo se mantenían detenidos y con juicio en curso en la ciudad de Nueva York. Meses pasaron para que finalmente Flores afirmara que se trataba de sus familiares, asediada por los periodistas.
Rafael Isea, el magistrado Eladio Aponte Aponte, el caso del Pollo Carvajal, Arné Chacón, los asesinatos de Danilo Anderson y de Robert Serra, entre otros casos sonados, engrosan la ya gorda lista de escándalos que también incluyen los hechos de corrupción en el mercado cambiario venezolano, el contrabando de alimentos y de medicinas, y el tráfico de influencias que, junto con el 97% de impunidad judicial, se suman como ingredientes de un sistema hinchado y ralentizado por su propia burocracia e ineficiencia, por un ideal que no concuerda para nada con los hechos, mucho menos con los resultados.