Por: Vladimir Kislinger
El Gobierno venezolano se ha encargado de romper sus propios récords. Sólo en lo que va de este año destituyó a una ministra con apenas 15 días en funciones, desconoció a la Asamblea Nacional en dos oportunidades, en plena declaración de Memoria y Cuenta el presidente Nicolás Maduro obvió mencionar la cifra oficial de fallecidos a causa de la violencia que según el Observatorio Venezolano de Violencia asciende a 28 mil muertos únicamente en el 2015. Además, se destapó el escándalo de los trescientos mil dólares que presuntamente fueron sustraídos en una de las residencias del presidente del Banco Central, Nelson Merentes, ministros no asistieron a comparecencia ordenada por el propio Poder Legislativo y se generaron decenas de declaraciones donde se desconoció completamente la realidad del país o, peor aún, se desestimó la responsabilidad de la máxima dirigencia nacional.
Un capítulo aparte podríamos dedicar al ataque frontal hacia la Asamblea Nacional, uno de los cinco poderes nacionales, que, a la fecha, sigue siendo blanco de toda la artillería chavista, que sin temor ha forzado la barrera en múltiples oportunidades, hasta llevarnos a un peligroso estado de ingobernabilidad. Es cierto, parecería que esta inflexión no es nueva y que, en todo caso, se agrava según pasan los días; aun cuando se supone que las autoridades venezolanas deberían estimar todos los esfuerzos para fomentar la paz, el entendimiento y el consenso.
El modelaje de esta forma de gobernar no es nueva, vino con Hugo Chávez e incluso mucho antes de él. El excesivo personalismo impreso en cada cargo desvirtuó sus funciones y sus finalidades, lo que dio como resultado un sistema de gobierno débil y disfuncional, tan débil como el más desvalido de sus miembros.
Los poderosos, sus familiares y sus amigos, por cierto gobernantes de una parte considerable del país, se encontraron con una carretera despejada, con la luz verde del semáforo por muchos años, tantos que olvidaron que en toda democracia el disenso, la pluralidad y las visiones encontradas tienen espacio, son críticamente necesarias para poder avanzar. Esto no lo han entendido, por eso al perder cualquier espacio de poder han optado por generar microgolpes de Estado, quitar competencias y asignárselas a institutos y cargos improvisados, fiel reflejo de la verdadera política de coyuntura impulsada sistemáticamente.
La malcriadez es evidente. En cada discurso, en cada decreto, en cada retaliación se dejan a un lado las prioridades nacionales con tal de dañar al otro, al “enemigo”. Por ello mantenemos un control de cambio aberrante, por ello más de mil empresas han sido expropiadas, destruidas e incluso así la idea persiste, por ello las políticas de Estado no han cambiado ni un ápice, dejaron lo peor al pueblo, quien es el receptor, en última instancia, de los desaciertos de un sistema contaminado. Aquí las responsabilidades terminan endosándose a la gente. Para ilustrar mejor el argumento cito a la ministra de Salud, Luisana Melo, quien en días pasados afirmó desafortunadamente que el “uso irracional de medicamentos” era la causa del desabastecimiento en las farmacias. Como este, podemos hacer una enciclopedia de afirmaciones increíbles, inverosímiles.
Nos acostumbramos a las pataletas de los altos funcionarios del Gobierno. También a la de los gerentes, directores y jefes a dedo, esos que escogió el nepotismo y que han sido parte fundamental de la destrucción sistemática del país. Pero citando al presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup: “Aquí cambiaron las cosas” y todo indica que esta tendencia continuará repitiéndose progresivamente en toda la administración pública nacional.