Cristina nunca quiso que Scioli gane

Corre el mes de mayo de 2015. La Presidenta convoca a Daniel Scioli a la residencia de Olivos.

- CFK: Daniel, quiero que seas mi candidato porque sos el que mejor mide. Quiero que nos reunamos con los equipos para trabajar y diseñar la estrategia de campaña. Tenemos que ganar las elecciones y yo voy a ocupar el rol que mas te favorezca. Yo bajo la línea para que todos se encolumnen detrás  de tu candidatura, lo único que te pido es que conserves algunos de mis colaboradores en el gabinete y en distintos lugares de tu gobierno, cuando ganes.

- DS: Gracias Cristina. Quedate tranquila, juntos vamos a ganar.

Obviamente esta escena es pura ficción, jamás sucedió. Ocurre que, como la prensa y la historia de la relación entre ambos lo refleja, Cristina Fernández nunca quiso a Scioli y, mucho menos, ponerle la banda presidencial el 10 de diciembre de 2015.

Si Scioli vence en el ballotage del 22 de Noviembre, será por exclusivo mérito propio.

Cuatro factores manipulados por la Presidenta, serían los motivos de la derrota electoral de Scioli, en caso que así se produzca:

1) En el afán de conservar el poder hasta el último minuto, a la Presidenta no le importó los niveles de rechazo a su gestión y, en particular, a su estilo desgastado de conducir, bajo la lógica amigo-enemigo, negando la realidad, disfrazando estadísticas y ninguneando a las críticas.

¿Qué habría sido mejor para Scioli? Que la mandataria lo designara a comienzos de año como su sucesor, que bajara inmediatamente su perfil y que evaluara junto al candidato, qué decisiones de gobierno podían perjudicar o beneficiar la campaña. ¿Cuál hubiese sido el problema de perder poder al designar un delfín, si Cristina suele repetir hasta el hartazgo que esto no es cuestión de nombres sino de un proyecto?

2) La designación de Aníbal Fernández como precandidato a gobernador, a diferencia de la designación a dedo como hizo con Scioli, fue un golpe cuasi letal para las aspiraciones del oficialismo. Mas allá de la interna con la dupla Julián Domínguez-Fernando Espinoza, claramente Cristina Fernández no designó al candidato que mejor medía o que era más potable, sino todo lo contrario. De repente, cuando estaba totalmente afuera de las grandes ligas, la Presidenta subió a la competencia bonaerense a Aníbal. Ella perdió la provincia de Buenos Aires, principal bastión peronista, no Aníbal Fernández.

¿Qué hubiese sido mejor para Scioli? Que Cristina designara a Julián Domínguez o a Diego Bossio, que si bien no medían mas que Scioli, tenían una imagen de desconocimiento que podía trabajarse porque la imagen negativa era bajísima. Incluso analizar la posibilidad de Martín Insaurralde, si era necesario. Pero los “mejores” candidatos fueron presa del desinterés de la Jefa de Estado por triunfar.

3) Las peleas internas en el oficialismo. La intención de la Presidenta de no ayudar a Scioli para que gane quedó evidenciada en la feroz interna que se desató tras los magros resultados electorales del 25 de octubre, pero que en realidad, en un tono mas bajo, venían de antes.

La agrupación La Campora, ya en las PASO, se ausentó del bunker de Scioli y en la campaña en la Ciudad, hacía proselitismo por la candidatura a diputado de Axel Kicillof, no de la presidencial de Scioli. ¿A quien responde La Campora?¿No la conduce Máximo Kirchner o la propia Cristina? Por eso, La Cámpora jugó a que Scioli no gane.

Luego las declaraciones casi cotidianas surgieron de una “zona liberada” que dictaminó la Presidenta. En un gobierno que se jactó de su personalismo, Cristina no hizo nada por unificar las voces en apoyo a Scioli y dejó que cada uno dijera lo que pensaba. ¿Si ella no baja la línea para que no haya grietas, no quiere que no le importa el triunfo de su candidato? Así es.

¿Qué hubiera sido mejor para Scioli? Que la Presidenta ordenara a la agrupación La Campora, al kirchnerismo de paladar negro y a todos los funcionarios de gobierno, encolumnarse detrás de la candidatura de Scioli. Llamando a votar por él, sin matices,  en cada rincón.

4) La gestión y los discursos. Cristina Fernández continuó con su gestión de gobierno como si le quedaran por delante cuatro años más de mandato, pero nunca gestionó, al menos en 2015, en función de las elecciones presidenciales y con el objetivo de que el “proyecto” continuara. Las decisiones en torno al cepo cambiario, las designaciones interesadas en el Poder Judicial con la idea de blindar futuras denuncias por corrupción en su contra y en contra de su gabinete, así como el penoso escándalo en Diputados de hace unos días por la designación de miembros de la Auditoría General de la Nación, no hacen mas que reflejar que a Fernández de Kirchner poco le importaba cómo afectaría todo ello en la campaña de su candidato.

Los discursos tienen un capítulo aparte. No mencionar una sola vez por el apellido a Scioli pero tampoco nombrar a Mauricio Macri, su principal rival, no hace mas que perjudicar al primero y beneficiar al segundo. Suena algo ridículo que Cristina Fernández quiera darse un baño de institucionalidad en el último tramo de la campaña electoral, cuando Scioli viene de atrás, y así no mencionar ni agraviar a Macri, cuando durante años se caracterizó por confrontar con nombre y apellido simplemente, con quien pensaba distinto u osaba a cuestionarla. Muy raro.

Queda claro, entonces, que Cristina Fernández nunca quiso que Daniel Scioli gane la elección presidencial. Y tiene posibilidades de irse a El Calafate “con el deber cumplido”.

Problemas y esperanzas de Macri y Scioli

En apenas tres semanas, la Argentina tomara un nuevo rumbo político, económico y social, marcando el fin de una época. Desde el retorno a la Democracia (1983) está es la segunda oportunidad en la cual el país vive un fin de ciclo. En 1999 se despedía el menemismo, una década de gobierno que marcó la ola privatizadora en la Argentina, a tono con el Consenso de Washington y la década de los ’90, mezcla de neoliberalismo y populismo. El 2015 será el fin del kirchnerismo, doce años de gobierno marcados por un auge del progresismo mezclado nuevamente con el populismo.

Las elecciones del 25 de octubre de 2015 significaron una clara derrota para el peronismo, mas allá de que su candidato, Daniel Scioli, aventajó por 2,5 puntos a su rival del frente Cambiemos, Mauricio Macri y de que ambos disputarán por primera vez en la historia argentina, un ballotage.

La figura de un gobierno que intenta ocultar bajo la alfombra hasta el 10 de diciembre –cuando termina su mandato- una delicada situación económica y fiscal, sumado al estilo pseudoautoritario de Cristina Fernández “ayudaron” a que ese resultado se viviera como una derrota, habida cuenta que la sensación en la opinión pública, alimentada por los cuestionados encuestadores, era que Scioli estaba a muy poco de ganar en primera vuelta. ¿Qué tan bueno y revolucionario fue el gobierno kirchnerista que Mauricio Macri, supuestamente en las antípodas, tiene chances de suceder a Cristina?

Los discursos en cadena nacional de la Presidenta, la omnipresencia en el Estado y en la mesa de decisiones de los jóvenes de la agrupación La Cámpora y un candidato a gobernador bonaerense como Aníbal Fernández, que no sumaba sino que le restaba votos a Scioli, provocaron que Macri, pese a quedar abajo, se subiera a una ola triunfalista que durante una semana pobló los medios de comunicaciones como si se tratara de un Presidente electo.

En verdad, la sorpresa fue la de María Eugenia Vidal, acólita de Macri, que venció al otrora todopoderoso aparato peronista de la provincia de Buenos Aires, le ganó a Aníbal Fernández y se convirtió en la primera mujer en ocupar el cargo de gobernadora de esa provincia que equivale al 40 por ciento del electorado nacional.

Ante ese panorama, la tercera fuerza en discordia, el Frente Renovador de Sergio Massa, decidió capitalizar los 5 millones de votos que obtuvo a la hora de decidir a quién apoyar –Scioli o Macri- en el ballottage. Pese a dar un mensaje encriptado, intentando no optar por uno u otro, Massa no pudo contener su parecer: “No quiero que gane Scioli”, aseveró.

Los problemas de Scioli son: el 64% por ciento no lo votó y puede deducirse que una amplia mayoría de esos votantes lo hizo contra el gobierno al que él representa, lo que implicaría que tiene un techo de votos muy cercano; la presidenta Cristina Fernández ni lo menciona en sus discursos y alimenta la confrontación, por ejemplo, oponiéndose al 82 por ciento móvil cuando su candidato acaba de prometerlo, para ponerse a tono con las promesas que votó el público massista.

La esperanzas de Scioli residen en:  considerar que muchos bonaerenses fueron a votar en contra de Aníbal Fernández, que ya no está en la lista, y que no tuvieron en cuenta al candidato presidencial. Ahora es él o Macri; también considera el postulante oficialista que Macri es una figura rechazada por muchos sectores que incluso no son oficialistas, por lo que peronistas disidentes e incluso votantes de izquierda no acompañarían al candidato del frente Cambiemos.

Los problemas de Macri son: su figura, ya que. María Eugenia Vidal sacó mas votos que él en la Provincia y necesita equiparar ese voto para que no vaya a Scioli; también necesita hacerse de los votos de Felipe Solá, en los que también hay mucho peronismo que podría tener cierta resistencia a ir con Macri.

Las ventajas de Macri: sale a hacer campaña como un triunfador junto a María Eugenia Vidal, la estrella política del momento que lo primero que argumenta es que necesita que Macri sea presidente, para poder trabajar de la mejor manera desde la provincia con la Nación; cuenta con el acompañamiento de los intendentes electos de varios municipios bonaerenses, que por primera vez vencieron y desalojaron del poder a los “Barones del Conurbano”, los viejos intendentes peronistas acostumbrados a las mas oscuras prácticas políticas; Macri logró entusiasmar a sus socios del radicalismo –Ernesto Sanz- y de la Coalición Cívica –Elisa Carrió- que por primera vez en mucho tiempo se ven con posibilidades de llegar a la Casa Rosada, aunque sea como parte de un gobierno de Macri.

En tres semanas, Scioli y Macri deberán ir por quienes no los votaron. El voto blanco, al que convocó la izquierda, no hace mas que favorecer a quien ganó, aunque ajustadamente, los comicios. Los votos en blanco no se cuentan en el ballotage.

Atención. Una teoría esgrimida en los últimos días, cambiaría el panorama electoral y los vientos de cambio macrista. Si los 24 millones de votos que se emitieron el domingo 25 de octubre se redujeran a 20 millones, producto del voto en blanco, Scioli necesitaría apenas, poco mas de un millón de votos –un 20 por ciento de quienes votaron a Massa- para ser Presidente. Todavía falta mucho y el final es abierto. Por eso ninguno de los candidatos debe darse por triunfador o por vencido.

La decisión

El electorado argentino está bajo la lupa. Mucho se dice de la ciudadanía a la hora de votar por un nuevo presidente de la nación, lo que sucederá el domingo que viene.

Para algunos, el promedio de los argentinos no son exigentes ni mucho menos. Votan a un candidato por su imagen, discurso, entorno familiar, trayectoria y apenas manejan una o dos variables a la hora de elegir a un candidato por sus propuestas o por la expectativa que le genera: la promesa de resolución de sus problemas económicos (empleo, precios, crédito) o bien la realización o promesa de realización de alguna obra que beneficie al votante directamente (una ruta, un puente, un asfalto, el acceso a servicios públicos). No mucho más.

Nada de instituciones, división de poderes, una educación de calidad, mejora de hospitales y centros asistenciales, lucha contra la corrupción. Algunos consultores sostienen, incluso, que ni siquiera la inseguridad y la lucha contra el narcotráfico pesan por sí mismo a la hora del sufragio. Es la visión del “argentino” promedio, acostumbrado al empeoramiento de su calidad de vida y la calidad del Estado que debe cobijarlo.

Los defensores de la mirada del electorado consideran que los ciudadanos de este país son pragmáticos, inteligentes y que ya no compran falsas promesas sino que privilegian los hechos. Que privilegian la estructura (fortaleza del partido que lo sostiene, relaciones con el movimiento sindical y contactos internacionales) y capacidad de un candidato. Que comprenden, por la historia desde el retorno de la democracia hasta hoy que el peronismo es clave para gobernar. Y que está fresca en su memoria la experiencia de Fernando De la Rúa y “Chacho “Alvarez.

Quienes revalidan el voto argentino, admiten que el electorado, por lo general, no creen en los políticos.

Hay sobrados motivos. Primero creían en la plataforma política de un partido, donde accedían al programa de gobierno del candidato. Pero como los políticos no cumplieron (Raúl Alfonsin) con lo que decía la plataforma, dejaron de creer en ella. Después creyeron en los discursos y en la promesa del candidato. Pero como después no la cumplieron, e incluso se jactaron de no haber dicho lo que iban a hacer, sino nadie los votaba (Carlos Menem), dejaron de creerle. Mas tarde creyeron en el mensaje de los políticos a través de los medios y la sociedad decidió depositar en ellos sus esperanzas (la alianza UCR-Frepaso). Pero al ver que sólo era una construcción mediática que en la realidad era totalmente heterogénea y terminó rompiéndose, dejaron de creer en esas campañas en los medios.

Al final, ya no creen ni en las promesas escritas ni en las orales ni en los antecedentes de los políticos ni en las campañas o slogans. Se basan en los hechos y en un pragmatismo extremo: “¿Estoy mejor o peor con este gobierno?¿Puedo estar mejor o peor con este candidato opositor?

El argentino es por sobre todo conservador. ¿Por qué habría de cambiar el color político del gobierno? Ese es el dilema entre los principales candidatos a suceder a Cristina Fernández de Kirchner en la Casa Rosada. Mientras Daniel Scioli (FPV) dice “para qué cambiar, mejor retoquemos lo que está”, Mauricio Macri (Cambiemos) propone “cambio”, manteniendo algunas conquistas, pero cambio al fin.

Podríamos estar meses debatiendo acerca de lo que es y lo que debería ser la Argentina. Pero la propuesta tiene que ver más con qué parámetros tienen los argentinos hoy a la hora de votar.

En enero de 2015, cuando apareció muerto el fiscal Alberto Nisman, parecía la antesala del fin del kirchnerismo y de todo lo que fuera etiquetado con esa corriente política. Nada de eso ocurrió.

Los argentinos en nombre de los cuales se cuestiona el estado de la República, la instituciones, la falta de ética y transparencia en el Estado, el enriquecimiento ilícito, la falta de división de poderes, el contubernio entre la corporación política y la judicial, la escribanía del Estado en que muchas veces se convierte el Congreso de la Nación, la ausencia adrede de organismos de control fuertes que respiren en la nuca de los funcionarios corruptos, un plan de lucha integral contra el narcotráfico, y un largo etcétera, son los mismos que votaron con un 54% a Cristina Fernández en 2011.

Yendo mas atrás en el tiempo, esos argentinos son los mismos que votaron la reelección de Carlos Menem en 1995 y gozaron de las mieles de la Convertibillidad (1 peso = 1 dólar) viajando por el mundo hasta que el carruaje volvió a convertirse en calabaza

A menos de dos meses del fin del gobierno kirchnerista, no existe un clamor popular contra Cristina Fernández ni mucho menos. Un 30 por ciento del electorado aprueba su gestión.

De la década K, otro tercio totalmente en contra y un tercer tercio que observa cosas buenas y malas.

La oposición, en tanto, encarna no un modelo político-económico y social diferente, sino que a grandes rasgos, propone cambiar el estilo de gobierno y el modo de administrar el tesoro. Scioli y Macri tienen en su mente planes ambiciosos de infraestructura y la idea de atraer inversiones a partir de un nuevo reracionamiento con el mundo y con los organismos financieros de crédito. No hay grandes diferencias.

En ese esquema, el próximo domingo quedará reflejado si el argentino vota con el bolsillo únicamente. Esto es, oficialismo si cree que no hay crisis económica y oposición si percibe que hay en ciernes una crisis. O si por primera vez en mucho tiempo, el argentino decide darle la oportunidad a otra opción política, arriesgar.

La Argentina paralizada

La dirigencia política oficialista y opositora ha desvirtuado el espíritu del proceso electoral en la Argentina y, lejos de desarrollarlo como una expresión de la democracia, lo ha convertido en un salvavidas de plomo que, durante el 2015, no hizo más que paralizar a un país que tiene muchos problemas aún por resolver.

Los argentinos han quedado presos de una contienda electoral necesaria -porque está en juego no sólo la Presidencia de la Nación sino las autoridades provinciales, la mitad del Congreso Nacional, además de las Legislaturas provinciales- pero totalmente innecesaria de la manera en que se lleva a cabo: una campaña interminable que ocupa las tres cuartas partes del año mientras que, el resto de lo que queda del 2015, se irá con la asunción de los nuevos funcionarios.

Oficialistas y opositores han diseñado las elecciones nacionales y distritales según su conveniencia política, sin tener en cuenta a los ciudadanos.

Planteada a los largo de todo el 2015, con inicio formal en abril con las PASO en la provincia de Salta y con elecciones desdobladas en distritos importantes como Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Ciudad de Buenos Aires, hace siete meses que de lo único que se habla es de la campaña, elecciones y candidatos.

El problema reside en que sólo el “micromundo” de la política y de la prensa especializada se alimenta de cada palabra y de cada paso que dan los candidatos. “La gente”, entiéndase como la gran mayoría de la sociedad, no sigue el minuto a minuto de las actividades proselitistas y, por el contrario, observa cómo sus problemas no son solucionados por nadie.

No es ninguna revelación señalar que el Congreso de la Nación está prácticamente paralizado este año porque sus integrantes, muchos de ellos candidatos, han estado haciendo proselitismo en sus respectivas provincias. Si hubo alguna sesión, en modo alguno tuvo que ver con resolver algún problema de fondo que aqueja a la sociedad.

En campaña, los políticos -sean autoridades del gobierno nacional, de las administraciones provinciales o dirigentes opositores- no quieren dar ningún paso en falso que termine afectando el resultado electoral. En esa lógica, es “mejor no hacer nada” o “hacer lo que no tenga ningún riesgo de un efecto negativo” en la imagen de un candidato presidencial o de una fuerza política.

¿Qué consenso puede haber entre fuerzas políticas en medio de una campaña donde debe haber confrontación? ¿Un año no es mucho tiempo para congelar decisiones y soluciones en un país como la Argentina?¿No hay problemas económicos, de salud, educación, inseguridad, medio ambiente, institucionales que solucionar de manera urgente? El país está parado.

Realmente, los representantes del Gobierno nacional, los mandatarios provinciales, oficialistas y opositores congregados en las Legislaturas provinciales y en el Congreso Nacional debieran hacer una fuerte autocrítica acerca del desdoblamiento de las elecciones, motivados en todos los casos por intereses partidarios y sectoriales pero no en el interés de la comunidad.

¿Cuántos millones de pesos le hubiera ahorrado la política a la gente si se unificaban todas las elecciones?¿Cuántas cosas se podría haber hecho con ese dinero? Pero la fiesta sigue.

Y como si la campaña no fuera exageradamente extensa, los dirigentes de todos los colores políticos violan las normas que no permiten mezclar gestión con proselitismo, mientras que los plazos que fija la ley electoral acerca de cuándo empieza la campaña y cuándo termina no los cumple nadie.

Ejemplo. Formalmente, la campaña presidencial luego de la supuesta interrupción desde el 9 de agosto –día de las PASO- se reinició el 20 de setiembre. Falso. En verdad, la campaña nunca se detuvo.

Por si algo faltara, luego que el 25 de octubre en primera vuelta o el 25 de noviembre en ballottage se elija al próximo Presidente, el país continuará paralizado porque comienza el periodo de transición, de traspaso de mando que se concreta el 10 de diciembre.

Claro, y el 10 de diciembre, el nuevo gobierno tiene que tomar funciones, acomodarse, designar a los funcionarios del gabinete nacional pero también a los de segunda, tercera y séptima línea.

Y el 2015 concluirá como el año en que un país fue vaciado de decisiones, carente de alguna de las tantas soluciones que se requieren y, literalmente, inactivo, por la campaña electoral. Eso sí, con gobierno nuevo.

El pasado de los candidatos

Mas allá de que algunos de los candidatos presidenciales estén mejor posicionados que otros, o que las chances parezcan polarizarse entre Daniel Scioli (FPV) y Mauricio Macri (Cambiemos), con un Sergio Massa (UNA) creciendo e intentando acercarse a la ubicación del dirigente del PRO, lo cierto es que todos los postulantes llegan a estas elecciones del 25 de octubre con un pasado, una vida política.

De los seis, tres de ellos ejercieron, en momentos a veces coincidentes en tiempo y espacio, una función ejecutiva a nivel del gobierno nacional: Adolfo Rodríguez Saá, Daniel Scioli y Sergio Massa.

Rodríguez Saá fue Presidente de la Nación en 2001, por una semana. Dentro de su gabinete nacional, la secretaría de Turismo la ocupó Scioli.

Massa fue funcionario del Ministerio del Interior y asesor del Ministerio de Desarrollo Social durante el gobierno de Carlos Menem.

Scioli y Massa fueron funcionarios de Eduardo Duhalde en 2002, el primero como Secretario de Turismo y Cultura y el segundo como titular de Anses.

Scioli y Massa también fueron funcionarios de Néstor Kirchner; el primero como vicepresidente de la Nación y el segundo como titular de Anses.

En tanto Massa, se desempeñó como Jefe de Gabinete de Cristina Fernández entre 2008 y 2009.

Quien también ocupó cargos ejecutivos pero a nivel distrital, no nacional, es Macri, como jefe de Gobierno porteño desde el 2007 hasta diciembre de 2015.

Los postulantes que nunca ocuparon un cargo ejecutivo de relevancia son Margarita Stolbizer (Progresistas) que lo más cercano fue su desempeño como Directora de Acción Social y Minoridad de la Municipalidad de Morón y Nicolás del Caño (FIT).

De los seis candidatos, tres son peronistas: Scioli, Rodríguez Saá y Massa, aunque este útlimo, primero militó en la Ucedé que lideraba Alvaro Alsogaray. Macri, nacido bajo la centroderecha, actualmente tiene un perfil independiente, de centro. Stolbizer es la candidata de centroizquierda con origen radical y Del Caño es un dirigente de izquierda.

De los seis candidatos, son abogados Rodríguez Saá, Stolbizer y Massa (recién recibido).  Macri es ingeniero civil. Mientras que Scioli y Del Caño no tienen título universitario, aunque el candidato del kirchnerismo se recibirá en estos días de Licenciado en Comercio Internacional y Marketing en la UADE.

Los seis candidatos se desempeñaron como diputados nacionales.

Daniel Scioli (1997-2002) lo hizo primero por el menemismo y luego, en una alianza entre el menemismo y Domingo Cavallo, por entonces ministro de Economía, lo que significaba una alianza de un sector del peronismo con el gobierno de Fernando de la Rúa.

Mauricio Macri fue diputado nacional (2005-2007) por Propuesta Republicana, un espacio político cofundado junto a Ricardo López Murphy.

Sergio Massa fue elegido diputado nacional en tres oportunidades aunque sólo asumió su banca en la última ocasión. Fue electo diputado nacional en el 2005 bajo el gobierno de Néstor Kirchner pero continuó en Anses; también fue electo en 2009 por el kirchnerismo, aunque no asumió para permanecer como intendente de Tigre; y finalmente fue electo en 2013 por el Frente Renovador, banca en la que se desempeña hasta hoy.

Margarita Stolbizer es la que mas tiempo se desempeñó como diputada nacional, Actualmente cumple con su cuarto periodo ya que se desempeñó por la Alianza UCR-Frepaso (1997-2001), por el radicalismo (2001-2005), por su partido GEN (2009-2013) y por el Frente Progresista Cívico y Social, junto a radicales y socialistas (2013-2017).

Adolfo Rodríguez Saá fue diputado nacional por el Frente Movimiento Popular (2003-2005) y pasó mas tiempo sentado a una banca de senador nacional o bien como gobernador de San Luis.

En tanto Nicolás del Caño debutó como diputado nacional tras las elecciones legislativas de 2013, al ser el primer diputado nacional que la izquierda consigue en representación de la provincia de Mendoza.

De los seis candidatos, sólo dos de ellos tienen experiencia empresarial: Macri y Scioli.

Macri transcurrió parte de su labor en el Grupo Macri que encabezaba su padre, Franco Macri. Así, se incorporó a Socma, asumió como gerente general de Socma Inversora, fue vicepresidente de Sideco, presidente de Sideco Stone, vicepresidente de Sevel y finalmente Presidente del Club Boca Juniors.

En tanto Scioli, fue integrante del directorio de Casa Scioli, la empresa comandada por su padre, José Osvaldo Scioli, y luego se desempeñó como director de la firma Electrolux Argentina.

De los seis candidatos, solo Scioli viene del deporte, desempeñándose como piloto de offshore (1986-1997).

De los seis candidatos, el único que se ocupó el cargo de intendente fue Massa, por el municipio de Tigre. En tanto Scioli y Rodríguez Saá fueron designados mas de una vez gobernadores de la provincia de Buenos Aires y San Luis, respectivamente.

De los seis candidatos el de mas edad es Rodríguez Saá con 68 años. Le sigue Stolbizer con 60, Scioli con 58, Macri con 56, Massa 43 y Del Caño con 35.

Una lectura opositora muy riesgosa

El escenario electoral ingresa esta semana en su último mes antes del “25-O”, el día de los comicios generales que podrían decidir al Presidente que suceda a Cristina Fernández o a los dos competidores que se disputarán el ballottage por la Casa Rosada el 24 de Noviembre.

En el último tramo de la larguísima campaña electoral, lo acontecido hasta aquí, con un ojo puesto en las elecciones, podría resumirse en tres actos.

Primer acto: Daniel Scioli gana las PASO y queda a solo 1 punto y media del 40 por ciento.

Segundo acto: Mauricio Macri no crece lo esperado porque Sergio Massa no se desintegró.

Tercer acto: Scioli y Massa critican a Macri. Scioli porque lo considera su rival y Massa porque quiere desalojarlo del “segundo lugar”.

¿Cómo se llama la obra?

El “nombre de la obra” puede ser cualquiera, sin embargo una rara sensación invade el clima opositor. El antikirchnerismo está apostando todo, absolutamente todo, a un ballottage que ni siquiera está asegurado, habida cuenta de algunos indicadores que se dieron en la última semana.

En principio, distintas encuestas ratificaron el 1, 2 y 3 de Scioli, Macri y Massa, en ese orden. Difieren los porcentajes, pero algunas de ellas reflejaron lo que por estas horas comienza a asemejarse a una posibilidad: si Scioli llega a los 40 puntos, será Presidente.

Ocurre que desde las PASO y, ayudado por el caso Niembro, Macri se amesetó al igual que Scioli, pero la diferencia es que el candidato del Frente para la Victoria le sacó una ventaja de 14 puntos en las primarias (38 frente a 24), mientras que el postulante del PRO, cuyo objetivo era profundizar la polarización con el gobierno y hacerse de los votos que habían ido a la canasta de Massa, no logró esa meta hasta ahora.

¿El crecimiento de Massa a quién beneficia? Si Massa crece, sin superar a Macri que es lo que en apariencia estaría ocurriendo, el beneficiario de esa disputa opositora es Scioli, siempre que alcance los 40.

Ahora bien, si Massa superara a Macri ubicándose en segundo lugar y forzara un ballottage con Scioli, otro podría ser el escenario. “Sergio es nuestro peor competidor en una segunda vuelta porque nos disputa el voto peronista”, admitió un operador oficialista.

Contra todos los pronósticos políticos y periodísticos, Scioli viene despegándose del kirchnerismo día a día. Filtrando los eventuales nombres de su gabinete sin ningún kirchnerista, dejando a La Cámpora de lado de las decisiones importantes, formulando propuestas económicas –como las de mañana en el Teatro Opera- con claras diferencias con las aplicadas por Cristina Fernández, y dejando de lado a su otrora “comisario político” y compañero de fórmula, Carlos Zannini.

Scioli ha establecido una mesa chica en la que no está Zannini. Allí pueden verse a los gobernadores Juan Manuel Urtubey (Salta), Maurice Closs (Misiones) y Sergio Urribarri (Entre Ríos), además del santafesino Omar Perotti, así como el titular de Anses, Diego Bossio o al Secretario de Seguridad, Sergio Berni. Ningún kirchnerista de paladar negro.

Tanto Urribarri como Bossio y Berni, en algun momento fervientes kirchneristas, han puesto al “peronismo” y al “pragmatismo” por encima de todo, y hace tiempo se alinearon absolutamente a Scioli.

Ni Zannini, Axel Kicillof, Andrés “Cuervo” Larroque, Eduardo “Wado” de Pedro, José Ottavis, Carlos Kunkel, Diana Conti, Edgardo Depetri o Agustín Rossi, por citar dirigentes ultra K, forman parte de la mesa chica y muchos de ellos ni siquiera de la mesa ampliada sciolista.

Así como Scioli parece deshacerse de kirchneristas y camporistas, Macri hizo lo propio con sus socios. El escándalo que obligó a Macri a aceptar la renuncia a su candidatura a Fernando Niembro, marcó la soledad en la que queda el PRO en algunos decisiones trascendentales. Prácticamente ni la UCR ni el núcleo de la Coalición Cívica que lidera Elisa Carrió salió a respaldar al periodista deportivo.

¿No será necesario que Macri muestre como tal a Cambiemos, con una mayor participación de dirigentes que no sean del PRO para este último mes de campaña? Semanas atrás hubo un intento en recorrer el interior con el mendocino Julio Cobos, lo cual pareció efectivo. Habrá que ver si el papel de Macri junto al radical y candidato a gobernador de Tucumán, José Cano, sumó o restó. Tal vez sería productivo que Cambiemos intensifique actividades con Ernesto Sanz y Elisa Carrió, para ofrecer una imagen de un frente que, por ahora, parece ser sólo PRO.

Si la oposición quiere ir al ballottage, debe mostrar cohesión, un bloque homogéneo capaz de gobernar sin ser desbordado por internas o diferencias.

Pero la no formulación de propuestas ni de posibles integrantes de un gabinete nacional marcan una carencia en la estrategia de Cambiemos. Sería un error para la oposición creer que el “antikichnerismo” es un estadio consolidado, estable, fijo.

La cantidad de votantes que se mantendría fiel a su voto en las PASO se habría reducido de manera alarmante en los últimos días. Esa fidelidad habría pasado del 80 por ciento al 65. Es decir, que un 35 por ciento del electorado podría cambiar su voto. No obstante, nadie asegura si eso indicaría un giro oficialista u opositor.

La memoria debe tener presente que el kirchnerismo-peronismo parecía destinado a desaparecer en el 2009 cuando la oposición venció en las legislativas con el tridente Macri-Francisco de Narváez-Felipe Sola en la provincia de Buenos Aires. Dos años mas tarde, Cristina Fernández arrasó con el 54% de los votos, compuesto por votos de fieles y ajenos.

En el 2013 venció las legislativas Sergio Massa y hoy se ubica tercero. La oposición debería aprender de los tropiezos.

¿Ballottage?

En menos de dos semanas, la oposición adquirió en tres oportunidades un impensado protagonismo mediático a expensas de la figura del candidato kirchnerista, Daniel Scioli: el fallido viaje del gobernador bonaerense a Italia en medio de las inundaciones, el asesinato de un militante radical en Jujuy y el escándalo electoral de la provincia de Tucumán.

Durante dos semanas, las voces opositoras tanto del frente Cambiemos de Mauricio Macri y del radicalismo, así como del postulante de UNA, Sergio Massa, y de la candidata de Progresistas, Margarita Stolbizer, hicieron eje en la falta de gestión en materia de inundaciones, en los manejos oscuros de la agrupación Tupac Amaru de Milagro Sala, y en la falta de transparencia de los comicios tucumanos que podrían enrarecer el proceso electoral del 25 de octubre.

Ese protagonismo tuvo su epicentro con al foto en la que aparecieron Macri, Massa y Stolbizer, reclamando transparencia. Esa reunión motivó que muchos sectores políticos y mediáticos empujaran para ver si finalmente se traducía en un acuerdo electoral, algo que finalmente no ocurrió. Esa “presión” para que hubiera un acuerdo se traduce en una “necesidad”, una “carencia” en la oposición, ante la posibilidad de que el Frente para la Victoria triunfe en primera vuelta.

La posibilidad de que Scioli alcance el 45 por ciento de los votos necesario para ser Presidente es cierta, tanto para los operadores macristas como para los radicales. Una encuesta de las últimas horas publicada por el diario Clarín, realizada entre el 20 y el 26 de agosto refleja que pese a las dos semanas de “furia” sufridas por Scioli, el candidato del oficialismo va a la cabeza con el 39,3% de intención de voto, seguido por Macri con 31,2, Massa 18,3 y Stolbizer 4,4. Scioli aventaja por algo mas de 8 puntos, después de todo lo que ocurrió.

Por eso se observa que tanto Macri como Massa apuestan todo a ir al ballottage que, de celebrarse, sería una inyección importante para el antikirchnerismo. Sin embargo se advierte que poco está haciendo esa misma oposición para evitar que Scioli triunfe en primera vuelta, objetivo del que quedó en las PASO del 9 de Agosto, a poco mas de 6 puntos. Nada mas.

Se comprende entonces el optimismo reinante en el bunker que el sciolismo tiene a pocos pasos de la Casa Rosada. Desde allí, apuntan básicamente a dos distritos: Provincia de Buenos Aires y Córdoba.

“En provincia ya estamos en 42 y tenemos que trabajar duro para ir por los 45 puntos”, sostiene un operador sciolista, acerca del territorio bonaerense donde Scioli obtuvo el 39,5%. Argumentan que las inundaciones impidieron ir a votar a miles de bonaerenses y, seguros que los que no fueron, pese a la catástrofe, votarán por el Frente para la Victoria, ponen como ejemplo Almirante Brown donde no pusieron el sobre en la urna unas 40 mil personas.

Además, consideran que en octubre todos los intendentes jugarán para Scioli. Opinan que la interna Aníbal Fernández-Julián Domínguez los distrajo, pero que “a ninguno le conviene reelegir en el municipio pero que el presidente sea Macri o la gobernadora Vidal”.

Mientras, en Córdoba, territorio delasotista, los sciolistas tienen la esperanza de sacar unos 3 puntos mas. “Estamos conversando con muchos intendentes peronistas, que responden a De la Sota, pero que ven que pueden perder sus municipios con el macrismo si van con Massa. En cambio con Scioli pueden retenerlos”, describen las fuentes.

Esa performance en territorios bonaerense y cordobés, sumado a la meta de mejorar algún punto en la Ciudad de Buenos Aires y en Santa Fe, alimentan la fantasía peronista.

“Es increíble lo que hace la oposición, fortalece a Macri pero también a Massa, en lugar de un acuerdo donde sumen Macri, Felipe Sola en la provincia y así sucesivamente. Así, divididos, nos sirve a nosotros”, razona un experimentado dirigente del PJ.

Por ahora, la oposición seguirá sin cambios. Macri retomará la recorrida por el interior del país, Massa ya volvió a diferenciarse de su a veces “socio” y a veces “enemigo” Jefe de gobierno porteño. Y Stolbizer tratando de recoger radicales descontentos con Macri y progresistas poco entusiasmados con Massa.

Por lo pronto, la misma encuesta sostiene que un 58 por ciento de los consultados está de acuerdo con cambio y continuidad del modelo de gobierno (30,9%) o directamente profundización (27,9%). Sólo el 39 por ciento pretende un “cambio completo”.

Un inundado, un voto

La campaña electoral se sumergió las últimas semanas en las aguas turbulentas de las inundaciones, que dejaron expuestas las miserias de la política y la solidaridad de los argentinos como dos caras contrapuestas de una lamentable realidad.

Por acción u omisión, los candidatos presidenciales Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa salieron a hacer proselitismo con los damnificados, disfrazados de hombres “solidarios” y de “gestión”.

Scioli traicionó su esencia, la de saber leer lo que la sociedad reclama en un determinado momento. Buena parte del capital político del candidato del Frente para la Victoria es su vínculo con “la gente”, que en una suerte entelequia, aprueba mucho más su figura que su gestión bonaerense.

En cada hecho trágico de relevancia mediática, Scioli no ha dudado y fue al lugar. Soporto los insultos lógicos de víctimas y damnificados, pero al final terminó abrazado con ellos, en algunas ocasiones dando respuesta, aunque tardía, a los reclamos, y recibiendo el agradecimiento de quienes antes lo habían agredido verbalmente.

Esta vez le falló el olfato. En otro momento, su viaje a Italia ya sea por el mantenimiento del muñón derecho, por descanso o placer, hubiera pasado desapercibido. Pero, a diferencia de cuando era el diputado de Carlos Menem, el Secretario de Turismo de Eduard Duhalde o el vicepresidente/gobernador de Néstor Kirchner, ahora el protagonista es él, está en el centro del escenario político y debería refinar aún mas su paladar para decidir qué movimiento es políticamente incorrecta y cual no.

Scioli es, además, su propio jefe: la presidenta Cristina Fernández lo dejó solo cuando las críticas opositoras arreciaban. Ella ordenó un silencio de radio a los funcionarios y dejó la “zona liberada” para que los dardos hacia su candidato presidencial no tuvieran ningún filtro. Hizo callar a Carlos Zannini, nada más y nada menos que compañero de fórmula de Scioli, desaparecido en todo el conflicto por las inundaciones y que en lugar de mostrarse ayudando a los damnificados, se ocultó. También mando a Aníbal Fernández, en su doble rolde jefe de Gabinete y candidato a gobernador, a hacerse el distraído sobre el periplo de Scioli a Europa.

Una fuente de la Casa Rosada intentó ensayar que la situación de Scioli era “indefendible”, argumento totalmente falso, teniendo en cuenta la lista de ocasiones “indefendibles” en que el coro de funcionarios y dirigentes kirchneristas salieron a defender por orden de Cristina a Máximo Kirchner, Axel Kicillof o Amado Boudou, por citar solo algunos ejemplos.

Está claro, y de eso no hay lugar a duda, que Scioli regresó oportunamente de su viaje porque todos están en campaña y él no podía dejar abierta la posibilidad de que un error suyo se tradujera en una merma del 38,4% que obtuvo en las PASO.

Mauricio Macri también hizo cuentas con el 30% que consiguió Cambiemos en las internas, y por eso brindó una conferencia de prensa para lamentar el panorama de las inundaciones y criticar la gestión kirchnerista por las obras nunca hechas.

Macri contrapuso lo que él hizo en la Ciudad –como los túneles aliviadores del arroyo Maldonado- para mostrarse ejecutivo en comparación de una provincia sin las obras hechas. Además,  mandó a su aspirante a la gobernación, la todoterreno María Eugenia Vidal, a mojarse los pies en las zonas damnificadas.

El desempeño electoral de Vidal fue la sorpresa de los comicios, la imagen fresca en una provincia hundida por la vieja política. Pero las fotos de la vicejefa de gobierno porteño, con un rostro en varias ocasiones demasiado a tono con la tragedia, tomando un mate mientras se hundía en el lodazal, despertaron también muchas críticas no sólo del sector K sino también de la ciudadanía, cansada del oportunismo político.

Ocurre que hoy las redes sociales permiten dejar en evidencia a los dirigentes, algo que antes solo estaba limitado a los medios masivos de comunicación. Y cualquier “error” o foto “producida” puede ser descubierta, viralizada y de inmediato sumar miles de cuestionamientos.

Massa, en tanto, no se quedó atrás y eligió el municipio de Mercedes, muy cerca de Luján, comandado por uno de los intendentes del Frente Renovador, Carlos Selva, para hacer campaña. Desde allí criticó tanto a Scioli como a Macri y se mostró con la gente que recibía donaciones para los damnificados.

Sin embargo, la Asamblea de los Inundados de Tigre amagó el sábado con un escrache frente a la casa de Scioli en Villa La Ñata (Benavidez, partido de Tigre) , que finalmente fue impedido por fuerzas de seguridad. Esa misma asamblea le viene reclamando a Massa, aunque el actual intendente es un delfín suyo, Julio Zamora, por las inundaciones que sufren barrios precarios como el que se ubica detrás del country Isla del Sol, donde vive el candidato presidencial por UNA.

Según el libro “Massa, una biografía no autorizada” de Diego Genoud, la proliferación de countries y barrios cerrados afectó a muchos barrios precarios que empezaron a inundarse como nunca antes. “Sus denuncias en el municipio ni siquiera llegaron al despacho del intendente. La única vez que Sergio se puso las botas y escuchó a los afectados por las inundaciones fue el 1 de Noviembre de 2014, cuando en la provincia de Buenos Aires hubo tres muertos”.

Pese a las distintas puestas en escena, los especialistas políticos consideran que el drama de estas inundaciones “difícilmente afecte” la intención de voto de alguno de los tres postulantes, habida cuenta que faltan más de dos meses para las elecciones generales. Mucho tiempo para olvidar lo ocurrido.

La disputa entre dos formas de hacer campaña

Daniel Scioli y Mauricio Macri no solo representan a dos espacios políticos que, al menos en teoría, están en las antípodas, y pujan por habitar la Casa Rosada a partir del 11 de diciembre próximo. También representan dos estilos de hacer política, dos estrategias de campaña claramente distintas.

En las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del próximo domingo se sabrá si la campaña sciolista fue mas efectiva que la macrista, o viceversa.

Si esa disputa se ejemplificara como una pelea de boxeo por el Título Mundial, los analistas podrían recurrir a la siguiente descripción: el campeón –el gobierno, Scioli-, a sabiendas de sus cualidades, debe administrar el desarrollo de la pelea sin cometer errores, tratando de evitar que el rival conecte alguno de sus golpes. En tanto el retador –Macri- es quien debe demostrarle al jurado que ha hecho mérito suficiente para convencerlos de que el nuevo monarca debe ser él. Nada de eso parece ocurrir.

Scioli no necesitaría proponer nada, salvo que quisiera diferenciarse del gobierno kirchnerista de los últimos doce años. Pero si no se explaya sobre algún tema en especial, el electorado debería inferir que las cosas marcharán igual, y serán resuelta con las mismas herramientas que en la última década.

En cambio Macri, que ha hecho del “cambio” su slogan, aún no ha explicado en qué consiste y, por el contrario, se ha comprometido a conservar varias de las políticas del kirchnerismo como la estatización de YPF, de Aerolíneas Argentinas o la Asignación Universal por Hijo (AUH), al margen de marcar diferencias en la administración de esas empresas y recursos. Los votantes poco saben aún, qué es lo que cambiaría en la Argentina si el frente Cambiemos llega al poder.

La estrategia del PRO, diseñada por el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba, tiene que ver, precisamente, con no explicar nada, ni ensayar propuestas, ni dar detalles de eventuales medidas de gobierno. El objetivo es trabajar con las “expectativas” de la gente y alentar un “cambio”, un país “mejor” para los argentinos, con “mejor” salud, educación, seguridad, sin pobreza ni inflación.

Del otro lado, Scioli apela a una campaña tradicional, basada en el aparato peronista, esto es, gobernadores, intendentes, dirigentes y el “movimiento obrero” como columna vertebral. Un esquema demasiado tradicional para albergar los cambios que ha sufrido el electorado en el último cuarto de siglo, con generaciones que poco saben de Perón, Evita y del rol sindical.

No obstante, Scioli también apela a las “expectativas” cuando repite una y otra vez la frase de cabecera de Carlos Menem que acuñó por siempre, “lo mejor está por venir”, atada a términos dinámicos en los orígenes del peronismo como “trabajo”, “producción”, “desarrollo”.

Los spots de campaña son claros para marcar diferencias entre Scioli y Macri. El gobernador bonaerense juega con la palabra “victoria” y la utiliza como premio para hombres y mujeres que se esfuerzan en sus trabajos, en sus tareas cotidianas. La cultura del trabajo, del esfuerzo, “para una Argentina mejor”.

El jefe de Gobierno porteño, en tanto, se muestra cerca de la gente a quien llama por su nombre, reflejando cercanía con ellos. Están los que como Macri, quieren un “cambio”, los que “descubren” una faceta llana poco conocida del candidato o quienes simplemente lo abrazan, en la puerta de sus casas o en el interior de sus propias casas,  como el salvador de la Argentina que viene.

Ambas formas de hacer campaña no hablan demasiado bien de la ciudadanía. De los unos que adhieren a un discurso demasiado transitado por las campañas peronistas, con lugares comunes y dirigida a quienes quieren construir su camino en la vida trabajando, como si ningún político lo haya prometido antes, y ninguno tampoco haya incumplido. Además, muchos han crecido precisamente desconociendo al trabajo como una herramienta leal.

Los otros, no preguntan cómo el candidato opositor cumplirá sus compromisos para que todo esté mágicamente mejor, de un día para el otro. Y parecen conformarse con que alguien los abrace, les sonría y toque el timbre de sus casas para darle su apoyo, sin recibir nada a cambio, salvo esperanzas.

¿Los motivos de una campaña de estas características? Muchos. La sociedad argentina primero creía en las plataformas políticas, esas decenas de hojas donde un partido explicaba qué iba a ser su candidato presidencial y cómo lo haría, si ganaba las elecciones. Pero los políticos no respetaron la plataforma. Luego creyeron en los discursos con promesas acerca de las medidas que tomarían si llegaban a la Casa Rosada. Pero los políticos no cumplieron sus dichos y alguno incluso llegó a confesar que si hubiera dicho lo que haría, nadie lo hubiera votado.

Finalmente, los argentinos hoy solo creen en una mirada, un gesto, una palabra, una actitud, un traspié, un tuit o una foto. Suponen que es un buen o mal candidato. Y votan casi intuitivamente, sin certezas. En todo caso, se preguntan, ¿alguien está convencido de lo que está votando?

La campaña vacía

A 28 días de las elecciones primarias, ¿es posible que la Argentina llegue a elegir a un Presidente que no se sepa qué va a hacer con los principales problemas que aquejan a los argentinos, como la inseguridad, el desempleo, el narcotráfico o la corrupción?

Daniel Scioli (Frente para la Victoria) no explica cómo va a erradicar el narcotráfico que ha crecido peligrosamente en la Argentina al decir del propio Papa Francisco ni tampoco cuál va a ser su política exterior; Mauricio Macri (PRO) no dice de qué manera va a erradicar el cepo cambiario y la inflación tan rápidamente como alguna vez sugirió ni tampoco cuáles serán sus primeras medidas para luchar contra la inseguridad.

A cuatro semanas de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), que definirá cuántos votos tiene el oficialismo y cuántos la oposición, el electorado votará a ciegas en lo que a propuestas se refiere. La mayoría votará, en cambio, sensaciones, suposiciones, interpretaciones o fantasías sobre la vida o apariencia de uno u otro candidato a la Casa Rosada, pero nadie sabe qué harán si llegan al máximo poder político de la Argentina.

La polarización de la elección presidencial 2015 muestra a los dos protagonistas vacíos de propuestas, no porque nos las tengan, sino porque es “políticamente incorrecto” desde el punto de vista de la estrategia diseñada por los equipos de campaña, explicar cómo solucionarán los problemas que aquejan a los argentinos.

Apenas hubo algún cruce entre Scioli y Macri en torno a la continuidad o no de políticas del kirchnerismo como la estatización de YPF, de Aerolíneas Argentinas y de los fondos de la Anses, así como la Asignación Universal por Hijo (AUH), los planes sociales, el programa Fútbol para Todos (FPT) o la planta de Estado Nacional.

Mientras, el resto de los candidatos que corren detrás como Sergio Massa y José Manuel de la Sota de Una Nueva Alternativa (UNA), o Margarita Stolbizer (Progresistas), son lo que mas propuestas plantean en torno a la Educación, la Salud, la Seguridad con la reforma del Código Penal o el ataque a la corrupción.

Está claro que la necesidad de captar votos y de meterse en la pelea presidencial los obliga a Massa, De la Sota y Stolbizer a especular menor, porque es mucho mas lo que tienen para perder.

Hasta el momento, la campaña preelectoral estuvo caracterizado por un falso dilema: “continuidad”, el kirchnerismo, o “cambio”, el macrismo. ¿Por qué es falsa? Porque ni Scioli representa la plena continuidad del proyecto kirchnerista ni Macri cambiará todo lo actuado hasta ahora, sobre todo cuando se habla de planes sociales como la AUH, o algunas estatizaciones como los fondos de la Anses, Aerolíneas e YPF.

Suena bien el slogan la “continuidad” versus el “cambio”, pero todo es superfluo como los argumentos con los que hasta ahora cuentan los votantes para elegir por uno u otro candidato.

El gurú de Macri, el ecuatoriano Jaime Durán Barba, le ha aconsejado a su candidato a principio del año, cuando el actual Jefe de gobierno porteó se había comprometido a eliminar impuestos y a acabar con la inflación y el cepo cambiario inmediatamente, ahorrarse las propuestas.

Durán Barba hizo hincapié en las elecciones brasileñas en las que asesoró a Marina Silva y puso cómo ejemplo qué ella planteó una serie de propuestas de gobierno que fueron muy criticadas por lo que debió poner sus energías en aclararlas y terminó desgastándose y diluyendo sus posibilidades electorales. Macri le hizo caso.

Lo de Scioli tiene otro perfil porque tratándose del candidato del gobierno, el electorado sabe qué hizo y qué no hizo el kirchnerismo en estos 12 años como para avalarlo o no. Sí está claro que el actual gobernador bonaerense debería estar preocupado por atraer el voto de los argentinos que consideran que el Frente para la Victoria no hizo suficiente para combatir el narcotráfico, la inseguridad, la inflación y la falta de energía. Pero de eso no se habla.

Es de esperar que para octubre, la sociedad esté votando programas de gobierno, además de nombres, pero tal vez sea demasiado tarde. El voto “a ciegas” que emitirá el 9 de agosto próximo, seguramente posicionará al candidato oficialista y a un rival opositor –posiblemente Macri, si es que Massa no da una sorpresa- y serán ellos dos los que concentren, sin haberse comprometido a mejorar nada de la Argentina que viene, el voto de octubre.