¿A Macri le sirve polarizar con Cristina?

Nadie duda en el peronismo -incluso es admitido en silencio por algunos dirigentes kirchneristas- que Cristina Fernández jugó a que Daniel Scioli perdiera las elecciones presidenciales del 2015.

Algunos hasta se animan a ventilar ese estrategia “vox populi” ante la prensa, como el intendente de Ezeiza, Alejandro Granados. “Me dolió la falta de colaboración de Cristina con el candidato del PJ. Scioli era ideal para esta transición. Yo hubiera preferido que Cristina nos hubiera convocado tres meses antes a Olivos y que nos pregunte ¿muchachos, qué hacemos para ganar?”

La senadora sanjuanina Marina Riofrío planteó lo mismo, pero lo hizo directamente ante Cristina Kirchner en la reunión con los senadores peronistas a la que faltaron 13, entre ellos el jefe del bloque, Miguel Angel Pichetto.

Cuando Riofrío, que responde al gobernador sanjuanino Sergio Uñac, quien no reconoce a Cristina como la conductora del peronismo, planteó en la reunión analizar los motivos de la derrota electoral y la ex presidenta le reclamó precisiones, la senadora respondió: “Por ejemplo los que hicieron un acto de cierre de campaña por su cuenta, diferenciándose de nuestro candidato”. Se refería a La Cámpora, que sólo salió a hacer campaña por Scioli luego de la primera vuelta.

La estrategia de Cristina y los camporistas apuntaba a coronar como gobernador bonaerense a Aníbal Fernández, convirtiendo a la provincia de Buenos Aires en un refugio y a la vez en una trinchera. En segundo término, con Axel Kicillof como el Rasputín de Cristina, pensaban que el gobierno de Macri se caería en unos meses porque era necesario que tomara las decisiones económicas antipopulares que el kirchnerismo nunca quiso afrontar (ajuste de tarifas, devaluación, actualización del tipo de cambio, acuerdo con los fondos buitre).

Como corolario de ese análisis, los K pensaban que al acto que Cristina dio semanas atrás en su regreso de El Calafate, en lugar de mostrarla en Comodoro Py y cerca de su primer procesamiento entre varios que podría cargar, sería en Plaza de Mayo albergando a millones de desahuciados. El análisis falló rotundamente.

Ahora bien, aunque sea por un momento y en situaciones judiciales muy complejas, ya sea por el show y la oratoria de la ex mandataria o bien de la confusión y atomización que reina en la oposición, Cristina Fernández se paró frente al gobierno de Mauricio Macri como referente de la oposición.

Es increíble como el correr del tiempo, a veces, invierte las estrategias políticas. A Néstor Kirchner le encantaba polarizar con Macri porque consideraba que eso lo revalorizaba. En el gobierno de Cambiemos hoy piensan exactamente lo mismo pero en sentido inverso.

“Cristina es la mejor rival para Mauricio; es el pasado, es el rostro de la corrupción kirchnerista, es a quien la gente rechazó con su voto. La rechazaron a ella, no a Scioli”, reflexionó un funcionario de la Casa Rosada.

También le sirve y mucho al Gobierno la atomización del peronismo. A nivel nacional, el peronismo se divide entre el nuevo PJ que agrupará, bajo el ala de la fórmula José Luis Gioja-Daniel Scioli, a casi todos los gobernadores peronistas con la excepción de Juan Schiaretti (Córdoba) y Mario Das Neves (Chubut), aunque los senadores que responden a ambos vienen trabajando con el resto de los mandatarios del PJ. Sin embargo, el peronismo recuperará a algunos que se fueron del partido enojados con el kirchnerismo, como el puntano Alberto Rodríguez Saá y el pampeano Carlos Verna.

Del otro lado, Sergio Massa intenta amalgamar un espacio peronista con sectores de centroizquierda. Massa se muestra junto a Margarita Stolbizer con una agenda legislativa común, incorporó recientemente a Julio Raffo (ex Proyecto Sur) y planea hacer lo mismo con el Movimiento Libres del Sur de Victoria Donda, Humberto Tumini y Jorge Ceballos.

A nivel bonaerense ocurre algo similar. El massismo prácticamente co-gobierna con María Eugenia Vidal, en especial en la Cámara de Diputados. Sin embargo, el Frente para la Victoria se acaba de romper en dos sectores, uno que responde a La Cámpora y otro que se referencia en el peronismo ortodoxo.

Divide y reinarás sigue siendo la fórmula del éxito para cualquier oficialismo. No obstante, esa pericia debe estar atada, invariablemente, a una situación económica por lo menos estable. Y esa no es la situación actual.

Macri y sus dogmáticos están haciendo lo políticamente correcto para dejar despejado el camino que los conduzca, de la mejor manera, a las elecciones legislativas del 2017, que les permita sumar poder en el Congreso Nacional y en la Legislatura bonaerense, básicamente.

Empero, si la promesa de crecimiento de la economía para el segundo semestre o el último trimestre del año, que compromete totalmente a Alfonso Prat-Gay , no se cumple, indefectiblemente será un duro golpe para Macri, su gestión y sus aspiraciones.

En los juegos de azar no es la mejor estrategia. Pero en este caso, todas las fichas están apostadas a un solo casillero. O se gana, o se pierde.

Muchas intenciones, pocos resultados

Habían quedado atrás semanas de “rosca política” con un gobierno nacional jugando a convencer de la necesidad de aprobar la ley, con reuniones en simultáneo, a los gobernadores peronistas, los intendentes, el peronismo disidente y los diputados opositores.

Cuando a las 8:35 del miércoles pasado finalmente la Cámara de Diputados votó la “Ley de la normalización de la deuda pública y recuperación del crédito”, después de 19 horas de intenso debate, con unos arrasadores 165 votos a favor y 86 en contra, algo llamó la atención de los presentes y de los periodistas testigos del evento político: No hubo festejo alguno.

En la memoria reciente aparecían festejos de votos considerados claves por los distintos gobiernos, donde por lo general la bancada oficialista se abrazaba, gritaba y saludaba efusivamente al jefe de bloque de turno. Nada de eso ocurrió la semana pasada y, de inmediato, el recinto siguió con el voto en particular de la norma que ahora espera ser tratada en el Senado y convertida en ley, a fin de mes.

“Se acordó que no habría festejos en caso de obtener la aprobación del proyecto, porque no hay nada que festejar”, explicó luego un diputado del oficialista bloque Cambiemos.

Nada que festejar

Mas allá del logro conseguido por el gobierno de Mauricio Macri en Diputados, no hay nada que festejar en sus primeros 100 días de gestión –y en la Casa Rosada así lo pregonan-, porque hay muchas intenciones pero los que gobiernan son los hechos, los resultados.

Unos dirán que: 1) el gobierno de Macri comenzó a desandar “la grieta” entre los argentinos, con “diálogo” y contacto normal con la prensa; 2) que empezó a sincerar la economía y a solucionar los problemas que el kirchnerismo dejó producto de la inoperancia de un ministro de Economía como Axel Kicillof que ahora en la Cámara de Diputados parece tener solución para todo; 3) que desnudó e intenta corregir el alto nivel de gasto público focalizado en el aumento de la planta de empleados públicos así como en los subsidios energéticos abismales; 4) que el macrismo empezó el camino para terminar el aislamiento con el mundo con las visitas de empresarios y mandatarios de Francia, Italia y en los próximos días de Estados Unidos, lo que provocaba que la Argentina no tuviera crédito y si accedía a alguno era a tasas exorbitantes; 5) que la inflación dejó de ser un tema tabú, al igual que el Indec, y el Ejecutivo ahora trabaja para hacerlo creíble; 6) que debió incrementar las tarifas de servicios públicos porque el gobierno anterior directamente las congeló y generó la desinversión que derivó, por ejemplo, en los cortes de luz; 7) que Macri llegó decidido a combatir la corrupción y por eso se están ventilando casos de evasión como el del Cristóbal López o de lavado de dinero que involucra a Lázaro Báez y a la ex presidenta Cristina Fernández; 8) que el gobierno tuvo que salir a acordar rápidamente con los fondos buitre para “volver al mundo y al crédito” porque el kirchnerismo no quiso, no pudo o no supo, y terminó provocándole al país una importante pérdida de cientos millones de dólares.

Los detractores sostendrán que: 1) en apenas 100 días el gobierno de Macri provocó una importante devaluación que había negado en la campaña y que disparó el dólar a 15 pesos; 2) que benefició con la baja de impuestos a los sectores mas pudientes como el campo o las mineras; 3) que gobernó por decreto y amagó con designar a dos miembros de la Corte Suprema y a una docena de embajadores políticos en “comisión”, de espaldas al Congreso; 4) que provocó la suba descomunal de la carne y de productos de primera necesidad, incrementando aún mas la inflación, a la cual no combate sino que opta por enfriar el consumo; 5) que no tuvo empacho en incrementar sin anestesia las tarifas de luz y ahora irá por el gas y otros servicios; 6) que Macri inició el camino de las “relaciones carnales” que supo tener el menemismo con los Estados Unidos, lo que generó la sorpresiva visita de Barack Obama al país y las versiones sobre la elaboración de un acuerdo de comercio de la región con Washington, como el ALCA, que los gobiernos sudamericanos se ocuparon de enterrar en el 2005 en Mar del Plata porque el único beneficiario era el gobierno norteamericano; 7) que el gobierno está blindado mediáticamente y por eso sólo replican las denuncias contra Cristóbal López o Lázaro Báez pero no así el aumento de los precios o los casos de inseguridad en el aérea metropolitana; 8) que se están multiplicando los despidos no sólo en el Estado sino también en sectores privados como la construcción, las automotrices y los metalúrgicos.

Pero mas allá de las verdades compartidas o en el enfrentamiento político constante, producto de la puja por el poder, lo cierto es que los argentinos tenemos sobrados argumentos para estar inmersos en un estado de “hartazgo” de la política y de los políticos, que no necesariamente se manifiesta detrás de la bronca o de marchas multitudinarias sino, en oportunidades, de la indiferencia.

Tal vez ese haya sido el disparador para que la mayoría votara a Mauricio Macri, no por sus propuestas ni sus promesas, sino porque necesitaba un cambio de estilo.

Sin embargo, lo que reclama la Argentina, después de 33 años de retorno a la democracia intensos y con altibajos que se reflejaron en varias crisis políticas y económicas, es consenso y previsibilidad.

¿Cómo es posible que los 100 principales referentes políticos, económicos, académicos y sociales, oficialistas, opositores, de derecha, de izquierda, independientes, de ong’s no se reúnan para diseñar un programa integral en materia de la Justicia, la Educación, el modelo Económico, la Salud, la infraestructura, la Vivienda y el Medio Ambiente, que comience a ser aplicado en el 2020?

Esos cien referentes tendrían la foto grupal que los presentaría como “los patriotas” que un día forjaron una nueva Argentina y que quedarán en la historia.

En el plano interno, como todo comenzaría en el 2020, no dificultaría sus ambiciones políticas inmediatas. Tendrían mucho lugar para peleas internas, para parecer diferentes, formular promesas que nunca cumplirán, alimentar sus egos, elaborar jugadas de ajedrez político, financiarse con campañas electorales intensas, etc, etc. Pero ese plan integral sería intocable y quedaría plasmado en la Constitución Nacional.

De esa manera, el país dejaría de sufrir lo que sufre, cada vez que hay un cambio de gobierno -y el de Macri, es el sexto-, es decir, borrar lo que se hizo antes, estigmatizándolo y sin importar lo que estaba bien y lo que estaba mal, y que cada Presidente se sienta el refundador de la patria, haciendo lo que mejor le parezca. ¿O el peronismo no tuvo suficiente con dos presidentes que levantaron las banderas de Perón y Evita y llevaron adelante dos gestiones de gobierno totalmente antagónicas, como Carlos Menem y Néstor Kirchner?¿O si se quiere, los diferentes gobiernos de Raúl Alfonsin y Fernando de la Rúa?

Que lindo suena la definición de “políticas de Estado” y que sencillo sería llevarlas adelante si hubiera una clase política a la altura de las circunstancias: “normas generales avaladas por el más alto nivel de conducción política del Estado y respaldadas por un amplio consenso social o político, para que un determinado sector o actividad pueda alcanzar sus objetivos con un horizonte de cierta estabilidad y permanencia en el tiempo. Se fundamenta en los intereses superiores de la Nación y no en la coyuntura ni en metas de corto plazo”.

Una lectura opositora muy riesgosa

El escenario electoral ingresa esta semana en su último mes antes del “25-O”, el día de los comicios generales que podrían decidir al Presidente que suceda a Cristina Fernández o a los dos competidores que se disputarán el ballottage por la Casa Rosada el 24 de Noviembre.

En el último tramo de la larguísima campaña electoral, lo acontecido hasta aquí, con un ojo puesto en las elecciones, podría resumirse en tres actos.

Primer acto: Daniel Scioli gana las PASO y queda a solo 1 punto y media del 40 por ciento.

Segundo acto: Mauricio Macri no crece lo esperado porque Sergio Massa no se desintegró.

Tercer acto: Scioli y Massa critican a Macri. Scioli porque lo considera su rival y Massa porque quiere desalojarlo del “segundo lugar”.

¿Cómo se llama la obra?

El “nombre de la obra” puede ser cualquiera, sin embargo una rara sensación invade el clima opositor. El antikirchnerismo está apostando todo, absolutamente todo, a un ballottage que ni siquiera está asegurado, habida cuenta de algunos indicadores que se dieron en la última semana.

En principio, distintas encuestas ratificaron el 1, 2 y 3 de Scioli, Macri y Massa, en ese orden. Difieren los porcentajes, pero algunas de ellas reflejaron lo que por estas horas comienza a asemejarse a una posibilidad: si Scioli llega a los 40 puntos, será Presidente.

Ocurre que desde las PASO y, ayudado por el caso Niembro, Macri se amesetó al igual que Scioli, pero la diferencia es que el candidato del Frente para la Victoria le sacó una ventaja de 14 puntos en las primarias (38 frente a 24), mientras que el postulante del PRO, cuyo objetivo era profundizar la polarización con el gobierno y hacerse de los votos que habían ido a la canasta de Massa, no logró esa meta hasta ahora.

¿El crecimiento de Massa a quién beneficia? Si Massa crece, sin superar a Macri que es lo que en apariencia estaría ocurriendo, el beneficiario de esa disputa opositora es Scioli, siempre que alcance los 40.

Ahora bien, si Massa superara a Macri ubicándose en segundo lugar y forzara un ballottage con Scioli, otro podría ser el escenario. “Sergio es nuestro peor competidor en una segunda vuelta porque nos disputa el voto peronista”, admitió un operador oficialista.

Contra todos los pronósticos políticos y periodísticos, Scioli viene despegándose del kirchnerismo día a día. Filtrando los eventuales nombres de su gabinete sin ningún kirchnerista, dejando a La Cámpora de lado de las decisiones importantes, formulando propuestas económicas –como las de mañana en el Teatro Opera- con claras diferencias con las aplicadas por Cristina Fernández, y dejando de lado a su otrora “comisario político” y compañero de fórmula, Carlos Zannini.

Scioli ha establecido una mesa chica en la que no está Zannini. Allí pueden verse a los gobernadores Juan Manuel Urtubey (Salta), Maurice Closs (Misiones) y Sergio Urribarri (Entre Ríos), además del santafesino Omar Perotti, así como el titular de Anses, Diego Bossio o al Secretario de Seguridad, Sergio Berni. Ningún kirchnerista de paladar negro.

Tanto Urribarri como Bossio y Berni, en algun momento fervientes kirchneristas, han puesto al “peronismo” y al “pragmatismo” por encima de todo, y hace tiempo se alinearon absolutamente a Scioli.

Ni Zannini, Axel Kicillof, Andrés “Cuervo” Larroque, Eduardo “Wado” de Pedro, José Ottavis, Carlos Kunkel, Diana Conti, Edgardo Depetri o Agustín Rossi, por citar dirigentes ultra K, forman parte de la mesa chica y muchos de ellos ni siquiera de la mesa ampliada sciolista.

Así como Scioli parece deshacerse de kirchneristas y camporistas, Macri hizo lo propio con sus socios. El escándalo que obligó a Macri a aceptar la renuncia a su candidatura a Fernando Niembro, marcó la soledad en la que queda el PRO en algunos decisiones trascendentales. Prácticamente ni la UCR ni el núcleo de la Coalición Cívica que lidera Elisa Carrió salió a respaldar al periodista deportivo.

¿No será necesario que Macri muestre como tal a Cambiemos, con una mayor participación de dirigentes que no sean del PRO para este último mes de campaña? Semanas atrás hubo un intento en recorrer el interior con el mendocino Julio Cobos, lo cual pareció efectivo. Habrá que ver si el papel de Macri junto al radical y candidato a gobernador de Tucumán, José Cano, sumó o restó. Tal vez sería productivo que Cambiemos intensifique actividades con Ernesto Sanz y Elisa Carrió, para ofrecer una imagen de un frente que, por ahora, parece ser sólo PRO.

Si la oposición quiere ir al ballottage, debe mostrar cohesión, un bloque homogéneo capaz de gobernar sin ser desbordado por internas o diferencias.

Pero la no formulación de propuestas ni de posibles integrantes de un gabinete nacional marcan una carencia en la estrategia de Cambiemos. Sería un error para la oposición creer que el “antikichnerismo” es un estadio consolidado, estable, fijo.

La cantidad de votantes que se mantendría fiel a su voto en las PASO se habría reducido de manera alarmante en los últimos días. Esa fidelidad habría pasado del 80 por ciento al 65. Es decir, que un 35 por ciento del electorado podría cambiar su voto. No obstante, nadie asegura si eso indicaría un giro oficialista u opositor.

La memoria debe tener presente que el kirchnerismo-peronismo parecía destinado a desaparecer en el 2009 cuando la oposición venció en las legislativas con el tridente Macri-Francisco de Narváez-Felipe Sola en la provincia de Buenos Aires. Dos años mas tarde, Cristina Fernández arrasó con el 54% de los votos, compuesto por votos de fieles y ajenos.

En el 2013 venció las legislativas Sergio Massa y hoy se ubica tercero. La oposición debería aprender de los tropiezos.

Cristina y Scioli, rivales en campaña

“Daniel Scioli es el mejor candidato para gobernar este país a partir de diciembre”, Cristina Fernández.

La frase nunca existió y, paradójicamente, hasta parece increíble que la Presidenta de la Nación pueda hacerla propia alguna vez, al menos de aquí hasta el 25 de octubre próximo, día de la elección general.

¿Por qué es poco factible que Cristina diga eso de Scioli? Se trata de la jefa de un proyecto, cabeza de una fuerza inexpugnable como el peronismo, que debería salir a defender, con uñas y dientes, y promover, con plenas convicciones a su candidato, su delfín.

Pero no. El larguísimo y errático discurso presidencial del jueves pasado dejó en evidencia que Cristina Fernández compite con Scioli, no lo considera ni su heredero ni su prolongación en el poder.

Días atrás, Scioli viajó a Tucumán para respaldar al por entonces candidato a gobernador por el oficiallismo, Juan Manzur, haciendo gala de un peronismo tradicional, pocas veces ejercido por Néstor y Cristina Kirchner.

“Manzur es el mejor candidato para gobernar Tucumán. Es el más preparado y la garantía para cuidar lo logrado”, exclamó Scioli del candidato, anoche, ganador de las elecciones provinciales. ¿Si Scioli dijo eso de “su” candidato, por qué Cristina no hace lo mismo con “su” candidato, Daniel Scioli?

En algún momento, experimentados dirigentes peronistas avalaban que la Presidenta no encumbrara a Scioli, porque eso significaría trasladarle por anticipado todo el poder, ante la posibilidad que llegue a la Casa Rosada, y autovaciándose de poder ella. Comprensible, en lenguaje político.

El libro “La silla del Aguila”, del mexicano Carlos Fuentes, le dedica un tramo importante de esa obra obligada del mundo político a describir cómo el poder puede escurrirse de las manos de un Presidente en el momento en que designa a su “delfín”, a su “sucesor”.

Ahora bien. Tras unas PASO en la que Scioli aventajó por 9 puntos al frente Cambiemos, que lleva como candidato a Mauricio Macri, lo cual si se repite significa un ballottage entre ambos y un futuro incierto para el peronismo-kirchnerismo, y faltando apenas dos meses para las elecciones presidenciales, ¿cuándo se supone que Cristina entronizará a Scioli? Quizás, nunca.

No sólo no defendió ni ordenó salir a defender a su candidato cuando la oposición aprovechó el error de Scioli  de viajar a Italia en medio de las inundaciones en la provincia de Buenos Aires para atacarlo por todos los flancos, sino que ni siquiera enarbolo el “triunfo” de las PASO llamando a profundizar la tendencia y ganar en primera vuelta, sino que además, sigue gobernando como si su mandato no se terminara en diciembre.

¿O acaso el proyecto de ley que la Presidenta envía al Congreso para prohibir la venta de las acciones del Estado en las empresas energéticas y de servicios públicos, salvo que haya una aprobación de los dos tercios del Poder Legislativo, fue consensuado con Scioli? De ninguna manera.

El compañero de fórmula de Scioli, Carlos Zannini, también dejó en claro que responde a la Presidenta y no al candidato presidencial del Frente para la Victoria. De otra manera no podría explicarse su desaparición en medio de la lógica embestida opositora contra el gobernador bonaerense. ¿Por qué Zannini no salió a poner la cara por Scioli?

Todos estos interrogantes responden, ni mas ni menos, a que Cristina Fernández comete en plena campaña el sincericidio de dejar en claro que Scioli es su candidato por conveniencia, para intentar la supervivencia del kirchnerismo como tal. No por otra cosa.

No obstante, el PJ –gobernadores e intendentes- ya están alineados detrás de Scioli, tenga un perfil ultrakirchnerista o peronista ortodoxo. Como dijo alguna vez el intendente de Tres de Febrero, Hugo Curto, cuando en una reunión privada Florencio Randazzo, por entonces precandidato presidencial, comenzó a hablar loas del modelo y de la necesidad de fortalecer el proyecto nacional y popular: “Florencio, de qué proyecto me hablás, nosotros queremos ganar las elecciones”.

Sin embargo, no es casual que Scioli haya mantenido en los últimos días una maratón de reuniones con intendentes bonaerenses, luego de advertir que en muchos municipios, los jefes comunales obtuvieron mas votos que el candidato presidencial.

En el inicio del año electoral, se esperaba que quien traccionara votos para las arcas de los candidatos a gobernador bonaerense e intendentes fuera Scioli y no al revés. ¿Qué sucedió en el medio? Lo que en un principio pareció ser la “unidad” finalmente entre el PJ tradicional y el kirchnerismo gobernante, no es tan así.

¿Jugarán los intendentes para sí, dejando de lado al candidato presidencial? No parece lógico, aunque ese fue el reflejo de las PASO.

La máxima conductora del kichnerismo, Cristina, hasta ahora ha dado muestras que con el sciolismo tiene apenas algunas cosas en común. Por eso no fue casual que el búnker de Scioli en la noche del “triunfo” en las PASO, en el Luna Park, no contara con el colorido festejo de La Cámpora, sino más bien con dirigentes y militantes K, mezclados con Moria Casán.

La disputa entre dos formas de hacer campaña

Daniel Scioli y Mauricio Macri no solo representan a dos espacios políticos que, al menos en teoría, están en las antípodas, y pujan por habitar la Casa Rosada a partir del 11 de diciembre próximo. También representan dos estilos de hacer política, dos estrategias de campaña claramente distintas.

En las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del próximo domingo se sabrá si la campaña sciolista fue mas efectiva que la macrista, o viceversa.

Si esa disputa se ejemplificara como una pelea de boxeo por el Título Mundial, los analistas podrían recurrir a la siguiente descripción: el campeón –el gobierno, Scioli-, a sabiendas de sus cualidades, debe administrar el desarrollo de la pelea sin cometer errores, tratando de evitar que el rival conecte alguno de sus golpes. En tanto el retador –Macri- es quien debe demostrarle al jurado que ha hecho mérito suficiente para convencerlos de que el nuevo monarca debe ser él. Nada de eso parece ocurrir.

Scioli no necesitaría proponer nada, salvo que quisiera diferenciarse del gobierno kirchnerista de los últimos doce años. Pero si no se explaya sobre algún tema en especial, el electorado debería inferir que las cosas marcharán igual, y serán resuelta con las mismas herramientas que en la última década.

En cambio Macri, que ha hecho del “cambio” su slogan, aún no ha explicado en qué consiste y, por el contrario, se ha comprometido a conservar varias de las políticas del kirchnerismo como la estatización de YPF, de Aerolíneas Argentinas o la Asignación Universal por Hijo (AUH), al margen de marcar diferencias en la administración de esas empresas y recursos. Los votantes poco saben aún, qué es lo que cambiaría en la Argentina si el frente Cambiemos llega al poder.

La estrategia del PRO, diseñada por el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba, tiene que ver, precisamente, con no explicar nada, ni ensayar propuestas, ni dar detalles de eventuales medidas de gobierno. El objetivo es trabajar con las “expectativas” de la gente y alentar un “cambio”, un país “mejor” para los argentinos, con “mejor” salud, educación, seguridad, sin pobreza ni inflación.

Del otro lado, Scioli apela a una campaña tradicional, basada en el aparato peronista, esto es, gobernadores, intendentes, dirigentes y el “movimiento obrero” como columna vertebral. Un esquema demasiado tradicional para albergar los cambios que ha sufrido el electorado en el último cuarto de siglo, con generaciones que poco saben de Perón, Evita y del rol sindical.

No obstante, Scioli también apela a las “expectativas” cuando repite una y otra vez la frase de cabecera de Carlos Menem que acuñó por siempre, “lo mejor está por venir”, atada a términos dinámicos en los orígenes del peronismo como “trabajo”, “producción”, “desarrollo”.

Los spots de campaña son claros para marcar diferencias entre Scioli y Macri. El gobernador bonaerense juega con la palabra “victoria” y la utiliza como premio para hombres y mujeres que se esfuerzan en sus trabajos, en sus tareas cotidianas. La cultura del trabajo, del esfuerzo, “para una Argentina mejor”.

El jefe de Gobierno porteño, en tanto, se muestra cerca de la gente a quien llama por su nombre, reflejando cercanía con ellos. Están los que como Macri, quieren un “cambio”, los que “descubren” una faceta llana poco conocida del candidato o quienes simplemente lo abrazan, en la puerta de sus casas o en el interior de sus propias casas,  como el salvador de la Argentina que viene.

Ambas formas de hacer campaña no hablan demasiado bien de la ciudadanía. De los unos que adhieren a un discurso demasiado transitado por las campañas peronistas, con lugares comunes y dirigida a quienes quieren construir su camino en la vida trabajando, como si ningún político lo haya prometido antes, y ninguno tampoco haya incumplido. Además, muchos han crecido precisamente desconociendo al trabajo como una herramienta leal.

Los otros, no preguntan cómo el candidato opositor cumplirá sus compromisos para que todo esté mágicamente mejor, de un día para el otro. Y parecen conformarse con que alguien los abrace, les sonría y toque el timbre de sus casas para darle su apoyo, sin recibir nada a cambio, salvo esperanzas.

¿Los motivos de una campaña de estas características? Muchos. La sociedad argentina primero creía en las plataformas políticas, esas decenas de hojas donde un partido explicaba qué iba a ser su candidato presidencial y cómo lo haría, si ganaba las elecciones. Pero los políticos no respetaron la plataforma. Luego creyeron en los discursos con promesas acerca de las medidas que tomarían si llegaban a la Casa Rosada. Pero los políticos no cumplieron sus dichos y alguno incluso llegó a confesar que si hubiera dicho lo que haría, nadie lo hubiera votado.

Finalmente, los argentinos hoy solo creen en una mirada, un gesto, una palabra, una actitud, un traspié, un tuit o una foto. Suponen que es un buen o mal candidato. Y votan casi intuitivamente, sin certezas. En todo caso, se preguntan, ¿alguien está convencido de lo que está votando?

Triunfos repartidos que mantienen el suspenso para las presidenciales

Ni Mauricio Macri ni Daniel Scioli pudieron cerrar una jornada de verdadero festejo a nivel nacional y debieron contentarse con triunfos distritales, importantes para la construcción política de sus fuerzas pero que no pudieron convertirse en aportes reales a los proyectos presidenciales de cada uno de ellos.

La “ola amarilla” fue contemplada por el PRO a principio de 2015 como un cierre de mitad de año, el 5 de julio por la noche, con un festejo de máxima: las victorias en las elecciones de Santa Fe -con Miguel del Sel-, en Córdoba -con la coalición que tanto costó construir entre la UCR, el PRO y el juecismo- y por supuesto en la Ciudad, en primera vuelta si era posible.

Sin embargo, ese objetivo comenzó a diluirse con el traspié santafesino, en una larga y oscura noche de Del Sel que chocó contra los “aparatos” socialista y peronista, algo que el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba siempre relativizó pero que terminó costándole al PRO dos provincias de las “grandes”.

Precisamente, Córdoba también significó un traspié para el proyecto “Macri Presidente”. No porque el resultado de anoche sorprendiera con la victoria del delasotista Juan Schiaretti sobre el radical Oscar Aguad, sino porque Macri depositó toda su confianza en armar un frente, pese a su marcada heterogeneidad como juntar a los radicales con Luis Juez, además del ex árbitro Héctor Baldassi, creyendo que podía ganarle al oficialismo la provincia.

En el bunker macrista se conformaban con saber que Macri sigue siendo el candidato presidencial mejor posicionado en la provincia mediterránea.

La Ciudad de Buenos Aires fue la única brisa de aire fresco que recibió el PRO, aunque la idea de disputar una segunda vuelta le quitó el sabor pleno de un festejo y deja, aunque sea por dos semanas, con las manos vacías a Macri.

Salvando las distancias, tampoco fue una gran noche para Scioli y la meta que se planteó. En lo que va del cronograma electoral 2015, el kirchnerismo ganó sólo tres de las nueve provincias que se pusieron en juego. Además del triunfo del peronista Sergio Casas en La Rioja, el Frente para la Victoria se impuso en Salta con Juan Manuel Urtubey y en Tierra del Fuego de la mano de Roxana Bertone.

Lo preocupante es que la oposición se impuso en cuatro de los cinco grandes distritos: Mendoza, Santa Fe, Córdoba y Ciudad de Buenos Aires, que juntos suman casi el 30 por ciento del electorado nacional. Mas aún, en los tres últimos, el kirchnerismo salió tercero.

Así como el peronismo recuperó Tierra del Fuego, en el “Superdomingo” de ayer por primera vez el kirchnerismo quedó relegado a ser la tercera fuerza en la Capital Federal, ya que ECO de Martín Lousteau no sólo disputará el ballottage sino que se consolidó como la segunda minoría en la Legislatura porteña.

A partir de hoy a nivel nacional comienza otra etapa de la campaña electoral, en la que el mapa de la Argentina, si se mantiene la polarización, se dividirá como un River-Boca en sciolistas y macristas.

Obviamente Una Nueva Alternativa (UNA) de José Manuel de la Sota y Sergio Massa intentará consolidar un nicho electoral de peronistas antikirchneristas, así como Margarita Stolbizer explotará la beta progresistas. Pero lo más probable es que las PASO de agosto terminen blanqueando la polarización cuyo destino es impredecible.

Mas allá de la “sensación” de continuidad que el Frente para la Victoria ha instalado en la opinión pública, cuando se observan las encuestas mas serias, el resultado siempre es el mismo: entre 3 y 5 puntos de diferencia entre Scioli y Macri. En otras palabras, teniendo en cuenta el error estadística, un empate técnico.

Ni la ola amarilla llegó para recrear la idea de “Macri Presidente”, ni la ola naranja arribó para establecer con una sucesión de triunfos provinciales la percepción de un “Scioli Presidente”.  Ambos deberán salir al campo de juego para ganarse los votos que le permita a uno de ellos ser el próximo Presidente de la Nación

¿Sobrevivirá el kirchnerismo?

“La única manera de que el kirchnerismo como corriente política sobreviva al fin del gobierno de Cristina Fernández es que gané Mauricio Macri. De lo contrario, seremos testigos de la mutación de los kirchneristas a sciolistas”, reflexionó un hábil y sexagenario dirigente, ex funcionario y actual operador peronista.

El kirchnerismo como corriente política peronista, nacida al amparo de su pareja líder, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, teme extinguirse convirtiéndose en un “ismo” más de los que han sido devorados por el todopoderoso Partido Justicialista.

El cafierismo de Antonio Cafiero, el menemismo de Carlos Menem, el duhaldismo de Eduardo Duhalde, fueron corrientes peronistas que protagonizaron distintas etapas de la historia argentina contemporánea. Todos tuvieron poder y fueron gobierno (excepto el cafierismo que desapareció cuando Menem le ganó la interna a Cafiero). ¿Por qué el kirchnerismo debería ser la excepción?

Quienes fantasean con el kirchnerismo como el Segundo Movimiento Nacional Justicialista que tomó la posta del peronismo y suplantó la impronta de Juan Perón y de Evita, por la de Néstor Kirchner y  Cristina pero con el mismo alcance “revolucionario”, creen que lo hecho por el gobierno en los últimos doce años será vivenciado por los militantes y seguidores de “El Modelo” como la refundación de la Argentina.

Eso bastaría, dicen, para que los jóvenes que comenzaron a militar en política en esta década, profesen el kirchnerismo como la mutación del peronismo o el aggiornamiento de aqual movimiento nacido en 1945. De esa manera, trascenderá a la conducción de Cristina Fernández y serán los jóvenes de La Cámpora quienes llevarán las banderas K hasta que uno de ellos se convierta en el nuevo líder del Segundo Movimiento Nacional Justicialista.

Olvidan un detalle. Uno de los secretos de la permanencia del peronismo en el poder, la vigencia de sus dirigentes a diferencia de la diáspora sufrida por el radicalismo, es que la dinámica pejotista obliga a la construcción permanente de un líder, un conductor. Primero se elige, se designa a un conductor y después el resto se encolumna detrás de él. Pero siempre hay un conductor que surge espontáneamente o es construido por el propio partido.

De esa construcción de liderazgo peronista deviene el tan de moda “poder de la lapicera”. Cafiero y Menem dirimieron en una interna quién sería el candidato del peronismo en 1989 y ese dirigente se quedó con la Presidencia y con el partido; Duhalde disputó con Menem el poder del PJ en 1999 y se quedó con el partido y luego fue Presidente; Kirchner fue puesto por Duhalde en la Presidencia, pero después embistió contra el lomense para quedarse con el poder y con el partido. ¿Qué creen que hará Scioli, un aplicado alumno peronista, si llega a la Casa Rosada?

Tal vez el estilo del gobernador bonaerense no sea el de la confrontación sino el de la acción, el trabajo avasallador, el control de su gente y la exigencia. Pero esa dinámica le ha servido, por ejemplo, para adoctrinar a Gabriel Mariotto, su vice puesto por Cristina Fernández para controlarlo, esmerilarlo, pero que finalmente se convirtió en un sciolista mas.

La acción desesperada del Gobierno por nombrar en planta permanente a miles de jóvenes de La Cámpora en el Estado, e integrar gran parte de las listas a candidatos a legisladores nacionales y provinciales con esa generación de militantes, busca cambiar esa lógica, para sembrar de kirchneristas los tres poderes. Sin embargo, lejos de ser “células dormidas” que algún día se activarán por orden de Cristina, se trata de dirigentes que volverán a estar “contenidos” por el peronismo ortodoxo.

Lo que el kirchnerismo no tiene en cuenta es que con Scioli, el PJ vuelve a ser protagonista, esto es, gobernadores, intendentes y dirigentes del peronismo ortodoxo, que en su mayoría fueron ninguneados y muchas veces sometidos por los Kirchner. Un partido que nunca fue protagonista sino un mero apéndice de las decisiones de la Casa Rosada, la mayoría de ellas inconsultas.

El estilo de “dejar hacer” de Scioli, devolviéndole el poder a los mandatarios provinciales y a los intendentes, a los PJ provinciales y al Consejo Nacional Justicialista, de la mano de los sindicatos, es un revival de las estructuras que siempre fueron pilares del peronismo, al menos hasta la llegada de los Kirchner.

¿Qué pasaría si los jóvenes dirigentes kirchneristas no están de acuerdo con la política que empleé Scioli en un eventual gobierno? ¿Dejarán el poder o el trabajo que tienen para irse al llano, que nunca conocieron?¿Se rebelarán ante el gobierno que los tiene empleados? ¿Discutirán internamente sus diferencias, aunque estarán en minoría? ¿Pasarán a ser opositores? No es sencillo ni lineal.

Mas allá de la posibilidad que Cristina Fernández pueda ir como candidata y convertirse en diputada nacional. ¿Qué puede hacer pensar que si ella y su esposo apenas pudieron disciplinar a Scioli cuando lo nombraron vicepresidente o gobernador, puedan lograrlo totalmente si es él quien se convierte en Presidente?

Al parecer, mas allá de las diferencias con el menemismo y el duhaldismo, quizás por el mayor protagonismo que tienen los jóvenes en la gestión kirchnerista, la única posibilidad de supervivencia viene de la mano de Macri.

Es poco probable que Scioli se convierta en el jefe de la oposición si el candidato del PRO vence. Así, vacante la conducción del PJ, Cristina Fernández sí tendrá posibilidad de reclamar el partido. De lo contario, es factible que la Presidenta, como vienen adelantando algunos gobernadores, se convierta en una fuente de consulta. Pero nada más.

La duda de Macri: ¿Massa o De Narváez?

Hay dos maneras de ganar una partida de truco: mintiendo o con una carta fuerte. En la política también se puede ganar mintiendo con promesas falsas pero no siempre el resultado es lineal. En cambio, si el candidato tiene “un as en la manga”, las consecuencias se pueden palpar, mas allá del margen de error.

El PRO de Mauricio Macri empezó a tomar conciencia que si hoy se votara a Presidente, quien se impondría sería Daniel Scioli, del Frente para la Victoria. Sabe que si ese resultado favorable al bonaerense se confirma en las PASO de agosto próximo, es muy probable que el jefe de gobierno porteño también se convierta en el principal candidato de la oposición. Scioli vs Macri.

Sin embargo para la oposición, que viene enredada en la pelea macrismo vs massimo, descuidando lo principal, el electorado, no hay certeza alguna de que el oficialismo, kirchnerismo o peronismo –depende del intérprete- tenga perdido un eventual ballottage.

Esa confusión se traslada a la campaña. El Frente para la Victoria no necesita explicarle al votante en qué consiste su propuesta porque mal o bien es quien gobierno a nivel nacional. En cambio la oposición, que predica “un cambio” o “un cambio justo”, sí debe decirle a la gente qué hará con temas claves porque necesita que el votante cambie el producto que viene consumiendo hace 12 años por otro, al mismo precio, pero de otra marca.

El problema para Macri es la provincia de Buenos Aires, donde la alianza con el radicalismo le reditúa muy poco pese a los 17 intendentes que posee la UCR. El PRO debe decidir si quiere asegurarse una mejor performance en territorio bonaerense en las PASO para ir tranquilo a las elecciones nacionales o si apuesta todo a la polarización con Scioli, dejando sin chances a Massa.

“Si Massa no se baja y saca en octubre entre 10 y 12 por ciento, que es lo que mide hoy para nosotros, no nos alcanza, y el kirchnerismo puede llegar a ganar en primera vuelta”, reflexionó un dirigente del PRO.  Ese análisis tiene que ver con otra proyección: que el ex intendente de Tigre seguirá perdiendo dirigentes peronistas que volverán con el sciolismo y sólo quedará integrado por antikirchneristas, que son votos que deberían ir a Macri.

No es casual que, a raíz de ese escenario, el macrismo se divida en tres corrientes: 1) Los que piensan que con un PRO puro Macri se ubicará segundo en las PASO y luego concentrará el voto opositor con un Sergio Massa desinflado o bajándose de la candidatura; 2) Los que ven necesario un acuerdo con Francisco de Narváez para subir la intención de voto en la Provincia y asegurarse un importante volumen de votos con la suma del resto del país; 3) Quienes sostienen que deben insistir para que Massa sea el candidato a gobernador bonaerense de una alianza amplia y así asegurar la victoria nacional de Macri.

Un importante consultor político explicaba el caso del massismo de una manera muy pragmática: “El caso Massa-De Narváez es al inverso que el resto. En la Provincia, los candidatos a gobernador miden menos que los candidatos a presidente, por eso el papel de Scioli y Macri, llevando votos para sus fórmulas provinciales será clave. Pero en el Frente Renovador es a la inversa, hoy De Narváez tiene mas votos que Massa. Por el De Narváez sale a reclamar una gran interna, porque sabe que no le alcanza con Sergio”.

En las tres perspectivas, el PRO apuesta a que Massa siga disminuyendo su intención de voto, producto de la fuga de dirigentes.  Al respecto, un operador kirchnerista hizo trascender que “esta semana, un intendente bonaerense dejará el Frente Renovador para volver al Frente para la Victoria”.

El problema del Frente Renovador como tal es que es un espacio compuesto fundamentalmente por dirigentes peronistas, algunos de ellos sin reconciliación con el kirchnerismo pero muchos de ellos solo “descontentos”, estado de ánimo que puede cambiar respecto al oficialismo, si observan que el massismo no les garantizará su poder territorial.

“¿Vos crees que un intendente va a querer perder su municipio por jugar con un candidato que va tercero?”, asegura un operador sciolista. Está claro que hay intendentes que, mas allá del espacio que ocupen y el candidato a gobernador o a presidente con el que se referencien, ganarán las elecciones de agosto y de octubre sin problemas. Los inconvenientes radican para aquéllos jefes comunales como Luis Acuña de Hurlingham, que de ninguna manera tienen asegurada la reelección y deben privilegiar antes su territorio que cualquier cuestión ideológica.

“Nosotros queremos ganar, qué me importa el proyecto”, bramó un intendente del kirchnerismo, cuando unos meses atrás, un operador político del massismo intentó convencerlo que se pasara a las filas del Frente Renovador.

Por eso no es casual que prácticamente todos los intendentes peronistas en el massismo tengan un aceitado diálogo con el ministro de Seguridad provincial, Alejandro Granados, que es considerado otro intendente mas porque toda su carrera la forjó en el municipio de Ezeiza. El propio Darío Giustozzi o Jesús Cariglino ya venían desde hace tiempo dialogando con Granados.

La fórmula bonaerense del PRO descansa, por ahora, en María Eugenia Vidal y Juan Gobbi, intendente radical de Chascomús. Sin embargo, en esa nueva coalición admiten que si bien “Macri tiene un 26 por ciento de intención de voto en la provincia”, el corte de boleta entre postulante a presidente y a gobernador “es tradicional”, por lo que no creen que esa propuesta supere los 20 puntos.

La apuesta a un ballottage antikirchnerista es muy peligrosa. Scioli podría peronizar una campaña para la segunda vuelta, dejando de lado la impronta kirchnerista con el objetivo de ganar. ¿Qué peronista podría no acompañar una convocatoria de unidad? Muy pocos.

Los desafíos del nuevo escenario político

Ernesto Sanz, el presidente de la UCR, fue el artífice de llevar a su partido nuevamente a una instancia semifinal de la que puede salir victorioso o con una derrota que lo margine, como dirigente, de la discusión partidaria en la etapa por venir a partir de diciembre.

El radicalismo recobró momentáneamente los bríos que lo llevaron en los 80 y parte de los 90 a ser el segundo partido en importancia, la alternativa al peronismo. Dos gobiernos fallidos por distintas circunstancias, el de Raúl Alfonsin y el de Fernando de la Rúa, le quitaron ese rol y destrozaron el sistema bipartidista convirtiéndolo en el PJ y el resto. Ese “resto”, fue mutando en distintos nombres y liderazgos que aparecían y desaparecían.

En los últimos años, después del letal “2 por ciento de los votos” que obtuvo de la mano del ahora filokirchnerista Leopoldo Moreau en las elecciones presidenciales del 2003, la UCR intentó alcanzar el bote de salvación por distintas vías.

En 2007, el entonces titular de la UCR, Gerardo Morales, entabló una alianza para llevar como candidato a presidente a Roberto Lavagna; en el 2011, el entonces postulante presidencial radical Ricardo Alfonsin, armó un frente llevando al peronista disidente Francisco de Narváez como candidato a gobernador bonaerense. Ambas aventuras terminaron en derrotas estrepitosas sin que nada le quedara al centenario partido, además del descrédito.

El actual es el tercer desafío en esa materia. Perspicaz, Sanz se ocupó de anticipar que un frente con Mauricio Macri implicaba no sólo competir contra él en internas sino un compromiso de compartir el gabinete nacional si el Jefe de gobierno porteño llegara a la Casa Rosada en diciembre. Catorce año después del fallido proyecto de la Alianza, un radical volvería a integral un elenco ministerial. Fuerte.

La apuesta no parece estar mal a simple vista. Sin un candidato fuerte para ganar en octubre (ni Sanz ni Julio Cobos lo son) , una alianza con el PRO le permitiría a los radicales llegar al poder, además de asegurarse varias provincias y aumentar la cantidad de gobernadores de boina blanca.

Pero en política “2 + 2” no siempre da “4”. Un frente no quiere decir que los votos de Macri se suman automáticamente al de los radicales. Esa cuenta ya la hicieron Gerardo Morales y Ricardo Alfonsin antes. ¿Qué tiene para perder el partido? No mucho. Ni Sanz, ni Cobos ni Morales ni Ricardo Alfonsin lideran el radicalismo. Mas aún, la UCR no tiene un líder desde la muerte de “Don Raúl” y, a diferencia del Peronismo que a los líderes los “construye”, el radicalismo necesita que sean “naturales”. Muy difícil.

Por eso si las cosas salen mal, los radicales tendrán mas gobernadores y seguirán, como hasta ahora, sin un referente partidario. Por el contrario si llegan al poder, Sanz se convertirá en su líder y cómo le ira a un eventual gobierno comandado por Macri, es un exceso de futurología periodística.

Macri, en tanto, logra sacarle una importante ventaja a su contrincante, en la pelea por el liderazgo opositor: Sergio Massa.

Massa queda prácticamente aislado en el armado opositor. Sin los radicales, el PRO y la centroizquierda (Margarita Stolbizer, Pino Solanas y los socialistas) que llevarán una alternativa propia, se queda sin socios políticos y escasos candidatos. La apelación a “la gente” que puede hacer el ex intendente de Tigre no es menor, dada su juventud y su probada audacia, pero en términos electorales-presidenciales puede resultar escaso.

¿Cambia el escenario político? Depende de Macri y de Sanz. Si logran construir una alianza, borrando hacia atrás la Alianza UCR-Frepaso, habrán cambiado el mapa político argentino. En ese caso, el oficialismo será el mas perjudicado.

Quizás la excusa del acuerdo de Macri con la UCR sirva al Peronismo para exigir, ya no reclamar a la presidenta Cristina Fernández, que diseñe una campaña electoral con candidatos para ganar. El PJ no puede esperar ver qué pasa con el nuevo frente para diseñar su estrategia. Ningún intendente o gobernador quiere perder sus prebendas y volver al llano por los juegos de poder de una Presidenta saliente y sin reelección.

El desafío de Daniel Scioli también se agiganta. Ya no basta con su figura y con atarse al proyecto kirchnerista. Mas que nunca, para no sufrir un ballottage anti K, Scioli necesita del abrazo peronista, desde Cristina Fernández a Eduardo Duhalde.

Scioli está convencido que la sociedad no quiere un “cambio” como profesa su contrincante Macri, sino que espera “continuidad con cambios” respecto del gobierno de Cristina.

Ahora bien, agotado el menemismo, Carlos Menem hizo poco y nada para ayudar a Eduardo Duhalde, entonces candidato presidencial por el oficialismo, a triunfar en los comicios presidenciales y quien venció fue, en ese entonces, el “cambio”, la dupla De la Rúa-Chacho Alvarez. ¿Volverá a repetirse la historia?

Para seguir liderando, Cristina necesita perder en octubre

Cristina Fernández y el Peronismo ortodoxo iniciaron una disputa sin retorno, que pone en vilo las chances del candidato del Frente para la Victoria en las elecciones presidenciales de este año.

Tal como ocurrió cuando los Kirchner llegaron al poder y se consolidaron en el liderazgo del PJ allá por el 2005, sacándose de encima a su padrino, Eduardo Duhalde, el Gobierno pretende ahora imponer las listas de candidatos a legisladores provinciales, senadores y diputados nacionales,  así como gobernador y fórmula presidencial.

Suena coherente con la etapa kirchnerista pero lo que cambió es que se trata de una presidenta que tiene los días contados, que se va del poder. Esto significa, leído en clave peronista, que su palabra y su decisión ya no tiene el mismo peso, sobre todo para decidir sobre cuestiones que hacen al futuro de intendentes y gobernadores.

“El peronismo es como un depredador, cuando olfatea sangre, va por la presa”, razona un histórico dirigente justicialista que sirvió al menemismo, al duhaldismo y al kirchnerismo. El hombre no aclara, porque es intrínseco a la lógica pejotista, que la presa puede ser un “compañero” o “compañera” cuyo liderazgo se acaba y es necesario reemplazarlo. Como Hizo Néstor Kirchner con Duhalde. Duhalde lo puso en la Presidencia y después Kirchner lo desalojó del sillón de líder justicialista.

Echar al histórico operador peronista, cercano a Daniel Scioli, Juan Carlos “Chueco” Mazzón, es un mensaje de la Presidenta al Peronismo: acá las listas las decido yo e irán en su mayoría los dirigentes de La Cámpora.

La jugada que Cristina quiere ejecutar para que el kirchnerismo no se diluya en un “ismo” más y termine, como paso con el menemismo y el duhaldismo, absorbido por el PJ, es dejar después de diciembre de 2015 un núcleo duro K en el Congreso Nacional y en las Legislaturas provinciales. Como una bomba de tiempo, programada para que estalle el 11 de diciembre de 2015.

En el terreno de los interrogantes flota la hipótesis de si la Presidenta pretende convertirse en la Jefa de la oposición, lo cual sería a prima facie sospechoso porque para serlo necesita que el Peronismo, el candidato del Frente para la Victoria, pierda en las elecciones de octubre. De lo contrario, el peronismo tendrá como nuevo líder a Scioli, porque el Presidente, quien ostenta la lapicera y ejecuta el presupuesto nacional, manda.

Es entendible que Cristina no designe a su “heredero”, porque como ya lo ha escrito el mexicano Carlos Fuentes en el libro “La silla del Aguila”, el poder se le escurriría en segundos, como arena entre las manos. Pero también es entendible que la incertidumbre que genera la posibilidad que elija a un candidato que no sea el que mejor mide –Daniel Scioli- moleste a la dirigencia peronista que pretende, lógico, seguir conservando intendencias y provincias. Por eso, no puede estirar mucho tiempo mas la definición.

La ventaja que ostenta el cristinismo es que Scioli no es un líder político nato, que se presente como tal y que capitalice su imagen, presione, se rebele, para obtener lo único que ansía: ser el candidato del peronismo y luego Presidente. Con su laissez affaire, el gobernador bonaerense permite que, a nueves meses de dejar el poder, los tiempos los maneje Cristina. Pero cuidado, cualquier decisión de la Casa Rosada que vaya en contra de su obsesión presidencial, podría llevarlo a romper lanzas.

Si la Presidenta decide sus predilecciones político-electorales a último momento, será una prueba fiel de que pretende una derrota oficialista, que gane Mauricio Macri, para luego volver ella o permitir que un verdadero kirchnerista aterrice la Casa Rosada.

Parece alocado, no extraño a la estrategia K sobre la política. Néstor Kirchner planificaba a largo plazo y cuando allá por el 2003, apenas arribado al poder, se hablaba de la alternancia presidencial Néstor-Cristina-Néstor, parecía una locura. Y terminó ocurriendo así, aunque el periodo 2011-2015 era el turno del santacruceño, que truncó su muerte, entonces Ella debió tomar la posta.