Por: Walter Schmidt
Ernesto Sanz, el presidente de la UCR, fue el artífice de llevar a su partido nuevamente a una instancia semifinal de la que puede salir victorioso o con una derrota que lo margine, como dirigente, de la discusión partidaria en la etapa por venir a partir de diciembre.
El radicalismo recobró momentáneamente los bríos que lo llevaron en los 80 y parte de los 90 a ser el segundo partido en importancia, la alternativa al peronismo. Dos gobiernos fallidos por distintas circunstancias, el de Raúl Alfonsin y el de Fernando de la Rúa, le quitaron ese rol y destrozaron el sistema bipartidista convirtiéndolo en el PJ y el resto. Ese “resto”, fue mutando en distintos nombres y liderazgos que aparecían y desaparecían.
En los últimos años, después del letal “2 por ciento de los votos” que obtuvo de la mano del ahora filokirchnerista Leopoldo Moreau en las elecciones presidenciales del 2003, la UCR intentó alcanzar el bote de salvación por distintas vías.
En 2007, el entonces titular de la UCR, Gerardo Morales, entabló una alianza para llevar como candidato a presidente a Roberto Lavagna; en el 2011, el entonces postulante presidencial radical Ricardo Alfonsin, armó un frente llevando al peronista disidente Francisco de Narváez como candidato a gobernador bonaerense. Ambas aventuras terminaron en derrotas estrepitosas sin que nada le quedara al centenario partido, además del descrédito.
El actual es el tercer desafío en esa materia. Perspicaz, Sanz se ocupó de anticipar que un frente con Mauricio Macri implicaba no sólo competir contra él en internas sino un compromiso de compartir el gabinete nacional si el Jefe de gobierno porteño llegara a la Casa Rosada en diciembre. Catorce año después del fallido proyecto de la Alianza, un radical volvería a integral un elenco ministerial. Fuerte.
La apuesta no parece estar mal a simple vista. Sin un candidato fuerte para ganar en octubre (ni Sanz ni Julio Cobos lo son) , una alianza con el PRO le permitiría a los radicales llegar al poder, además de asegurarse varias provincias y aumentar la cantidad de gobernadores de boina blanca.
Pero en política “2 + 2” no siempre da “4”. Un frente no quiere decir que los votos de Macri se suman automáticamente al de los radicales. Esa cuenta ya la hicieron Gerardo Morales y Ricardo Alfonsin antes. ¿Qué tiene para perder el partido? No mucho. Ni Sanz, ni Cobos ni Morales ni Ricardo Alfonsin lideran el radicalismo. Mas aún, la UCR no tiene un líder desde la muerte de “Don Raúl” y, a diferencia del Peronismo que a los líderes los “construye”, el radicalismo necesita que sean “naturales”. Muy difícil.
Por eso si las cosas salen mal, los radicales tendrán mas gobernadores y seguirán, como hasta ahora, sin un referente partidario. Por el contrario si llegan al poder, Sanz se convertirá en su líder y cómo le ira a un eventual gobierno comandado por Macri, es un exceso de futurología periodística.
Macri, en tanto, logra sacarle una importante ventaja a su contrincante, en la pelea por el liderazgo opositor: Sergio Massa.
Massa queda prácticamente aislado en el armado opositor. Sin los radicales, el PRO y la centroizquierda (Margarita Stolbizer, Pino Solanas y los socialistas) que llevarán una alternativa propia, se queda sin socios políticos y escasos candidatos. La apelación a “la gente” que puede hacer el ex intendente de Tigre no es menor, dada su juventud y su probada audacia, pero en términos electorales-presidenciales puede resultar escaso.
¿Cambia el escenario político? Depende de Macri y de Sanz. Si logran construir una alianza, borrando hacia atrás la Alianza UCR-Frepaso, habrán cambiado el mapa político argentino. En ese caso, el oficialismo será el mas perjudicado.
Quizás la excusa del acuerdo de Macri con la UCR sirva al Peronismo para exigir, ya no reclamar a la presidenta Cristina Fernández, que diseñe una campaña electoral con candidatos para ganar. El PJ no puede esperar ver qué pasa con el nuevo frente para diseñar su estrategia. Ningún intendente o gobernador quiere perder sus prebendas y volver al llano por los juegos de poder de una Presidenta saliente y sin reelección.
El desafío de Daniel Scioli también se agiganta. Ya no basta con su figura y con atarse al proyecto kirchnerista. Mas que nunca, para no sufrir un ballottage anti K, Scioli necesita del abrazo peronista, desde Cristina Fernández a Eduardo Duhalde.
Scioli está convencido que la sociedad no quiere un “cambio” como profesa su contrincante Macri, sino que espera “continuidad con cambios” respecto del gobierno de Cristina.
Ahora bien, agotado el menemismo, Carlos Menem hizo poco y nada para ayudar a Eduardo Duhalde, entonces candidato presidencial por el oficialismo, a triunfar en los comicios presidenciales y quien venció fue, en ese entonces, el “cambio”, la dupla De la Rúa-Chacho Alvarez. ¿Volverá a repetirse la historia?