Llegó la hora de cambiar

Carlos Mira

Finalmente, la Corte Suprema de los EEUU rechazó in límine el caso argentino. Ni siquiera consideró su tratamiento. Devolvió el caso al juez Thomas Griesa para que implemente los pormenores de una decisión ya tomada en sus estrados. Esos “pormenores” significan instrumentar lo que haga falta para que los acreedores, que ganaron el juicio en las dos instancias, cobren.

Hace unos 10 días Griesa dijo que la Argentina nunca se había acercado a su juzgado para ofrecer una plan. Que de haberlo hecho se la habría atendido con mucho gusto y se hubieran analizado las opciones que el país proponía.

Pero la Argentina prefirió estirar la cuerda al máximo y especular con que todo el mundo se manejería con los mismos principios y la misma lógica que nosotros. No es así.

En el mundo existen los poderes independientes, el respeto a la justicia y la preeminencia del Derecho por sobre las razones de Estado. Se trata de un detalle filosófico que la Argentina en general y el gobierno en particular no entienden. Para nosotros -y notoriamente para el kirchnerismo- nada puede ser superior al poder. Con esa misma creencia doméstica nos manejamos en el orden internacional y la realidad nos golpeó ayer duramente.

El fallo dispara inconvenientes conexos que van más allá del simple hecho de haber perdido un juicio por U$S 1330 millones. La sentencia abre la posibilidad de que otros holdouts inicien acciones por otros U$S 15000 millones y, lo que es peor, pone en duda la capacidad de la Argentina para seguir pagándole a los acreedores que si entraron a los canjes de 2005 y 2010 al tornar posible el embargo de parte de esos pagos para destinarlos a pagar el juicio perdido.

La Presidente no fue lo suficientemente explícita respecto de cómo va a manejar esa situación. El año pasado había amagado con proponer un cambio de jurisdicción por el que los tenedores de bonos del canje pasen a cobrar en Buenos Aires. Nadie aceptará semejante cosa, de modo que es perentorio ponerse a pensar en otra solución.

Frente a ese escenario el Gobierno vuelve a tener delante de sí la clásica disyuntiva entre la épica revolucionaria y el racionalismo realista. La Sra de Kirchner ayer ensayó algunas frases que se corresponden con la epopeya de la emancipación. Dijo que lo que estaba ocurriendo no era un problema ni económico, ni financiero, ni jurídico, ni legal. Dijo que más bien se trataba de “una forma de hacer negocios” en el mundo que “de seguir por donde va traerá consecuencias inimaginables” para los pueblos.

Francamente no se ve en el concierto internacional de las naciones otro país que esté atravesando por una supuesta conjura de acreedores que, como los buitres, estén preparados para comer de su carroña. Los países tienen relaciones normales con la comunidad financiera que va evolucionando en forma normal dentro de términos de negociación fluida que permiten al mismo tiempo el mantenimiento del financiamiento y el normal desenvolvimiento de los mercados. Países de la región están accediendo a créditos a tasas muy bajas y muchas veces la oferta de crédito supera la demanda. De modo que el escenario que pareció trasmitir la presidente de un conjunto inhumano de extorsionadores agazapados esperando especular con la miseria de los pueblos no pareciera estar verificándose.

Pero lo grave de esa visión es que si el gobierno realmente la que cree, hay muchas posibilidades de que reaccione en consecuencia, queriéndole plantear una guerra a los miserables explotadores; una guerra de efectos impredecibles.

El manejo de la deuda que el kirchnerismo ha hecho en estos diez años es la verdadera causa de lo que está ocurriendo hoy. A esta encrucijada se llega como consecuencia de una combinación de impericia, dogmatismo, antigüedad, ideologismo barato y falta de profesionalismo en el manejo del sector externo de la Argentina, lo que principalmente incluye las relaciones exteriores generales del país.

El quijotismo estúpido que ha caracterizado al enfoque oficial aisló al país y predispuso a todo el mundo a darle una lección legal. Fue tanta la altanería con la que la Argentina floreó la idea de que las formas de la ley eran salteables que el mundo fue inflexible cuando tuvo la oportunidad de enseñarle cuantos pares son tres botas.

Ahora es preciso recomponer de la mejor manera este desquicio porque el gobierno de la Sra de Kirchner se irá pero el país continúa. Es preciso un serio compromiso de la oposición para que la idea negociadora cobre volumen y el gobierno no tenga otra alternativa más que tomarla. No se sabe muy bien a tiempo de qué estamos. Pero en todo caso, cualquier aproximación al diálogo será mejor que la pretensión soberbia de seguir levantándole un dedo acusador al mundo. Esa etapa, que nunca debió haber empezado, terminó ayer de la peor manera. Es hora de poner los pies en la tierra y de dejar el traje de guapo en un archivo perpetuo. Ya hemos desempeñado ese rol con los resultados conocidos. La evolución del mundo ha puesto a nuestro alcance maneras y modales que pueden llevarnos mucho más lejos que los pequeños límites que siempre tendrá un arrabalero.