El fin del kirchnerismo es una especie de gran ironía. El Gobierno más espiador de la historia del país se despide del poder con un enorme desaguisado de espionaje en donde más de cien argentinos con nombre, apellido, número de documento y tarea a la que se dedican han sido identificados como objetivos de escuchas y persecuciones por parte de agencias del Gobierno, de las cuales se han ubicados dos edificios físicos concretos desde los que partirían las “ondas” vigilantes.
Y el tema es una gran ironía, porque, en efecto, el kirchnerismo ha tenido con la mentalidad policial y militar un regodeo familiar y hasta sádico que consistió en cebarse con la obsesión de saber qué hacen y qué piensan (o en “qué andan”) los argentinos que, de alguna manera, ellos han determinado como importantes.
Incluso resulta una frutilla del postre que el Gobierno haya generado una división militar de inteligencia con equipos sofisticados con los que había provisto al general caído en desgracia César Milani.
Este último episodio es casi una paparruchada de principio al fin. El Sr. Oscar Parrilli, a cargo ahora de la nueva Agencia Federal de Inteligencia, ha dicho que la noticia es una mentira, porque “ellos” no escuchan teléfonos, ni vigilan a los argentinos… Quien hacía eso, dijo Parrilli, era Jaime Stiuso, como si semejante revelación eximiera al Gobierno de las duras acusaciones y conceptos que durante estos doce años se han vertido sobre la materia. Continuar leyendo