Por: Carlos Mira
La llegada de la Navidad produce un choque de imágenes con la Argentina de la década ganada. En primer lugar resalta la ausencia de un clima de paz en el país. Guerras sordas de poder que amenazan con enfrentar a la presidente con los jueces, en una escalada que, más que amenaza, es ya una realidad.
La increíble parábola del destino que viene a reunir, en el fin del ciclo kirchnerista, a un militar sospechado por su oscuro pasado en la dictadura y al sistema de inteligencia interna del país con el corazón de un gobierno que hizo del aparente enfrentamiento con esas estructuras un ariete de su poder.
La Presidente tiene un carácter furioso, cargado de sarcasmos e indirectas; acideces que suben y bajan en una alquimia de tirrias que muchas veces no se explican y que otras muchas terminan por llevar al terreno público lo que son sus pasiones personales. La Sra de Kirchner ha embarcado al país en rumbos determinados, en la mayoría de las ocasiones, no por las conveniencias de los argentinos, sino por sus arrebatos y venganzas, que encuentran en el poderío del Estado las armas que no tendría si fuera una ciudadana común y corriente. La Presidente ha colonizado al Estado y a las instituciones con su carácter para usar su fuerza como herramienta de sus pasiones.
Esas pasiones deben unirse a las que tuvo su esposo -porque fue él quien inauguró este periodo de confrontaciones- para completar una década de roces, de conflictos inventados, de acusaciones, de divisiones artificiales, de trastocamiento de la Historia. La paz ha sido la gran ausente de la década gobernada por los Kirchner.
Tanto Néstor como Cristina han creído que es el conflicto el verdadero actor social; hay que inventarlo si no existe. La calma no puede ser la regla de una sociedad. Es la lucha de unos contra otros lo que encumbra al poder. Si unos y otros no tienen esa propensión al enfrentamiento, pues hay que estimularlos: el crecimiento de su poder personal y el copamiento del Estado depende de eso.
La antigüedad del concepto “lucha de clases” -patéticamente demostrada por la reciente decisión de los EEUU y Cuba de reanudar relaciones diplomáticas, luego de que los niveles de vida en la isla cayeran por debajo de aquellos que tenía antes de la revolución de Fidel- ha sido desafiada en estos años de furia en la Argentina. Es más, la Presidente no tuvo mejor ocurrencia que glosar ese episodio de la diplomacia internacional con el increíble comentario “los yanquis tardaron 53 años en darle la razón a Fidel”. Resulta francamente sorprendente hasta dónde los más bajos instintos humanos pueden nublar el pensamiento de una persona. ¿Los Estados Unidos le han dado la razón a Fidel? El comentario de la Sra de Kirchner sería cómico si no fuera dolorosamente trágico. Ojalá que el mundo no piense que los argentinos compartimos esa supina ignorancia. Por suerte los primeros en saber quién le dio la razón a quién son los taxistas de La Habana que, luego del anunció, colgaron de sus taxis, movidos a pedal, la bandera norteamericana.
Esa ceguera ha sido el denominador común de estos años. Con esa venda en los ojos se ha gobernado a la Argentina, adueñándose de la idea de “pueblo”, como si solo el gobierno lo fuera, negando incluso el carácter de “argentino” a quien no pensara como ellos. La afectada voz de la locutora oficial de la cadena nacional presentando a la Sra de Kirchner como la presidente de los “40 millones de argentinos” suena como dramáticamente falsa frente a esa otra realidad que solo reconoce como nacional a los que están del lado del gobierno.
Los tiempos corren rápido en estos meses finales de los Kirchner. Son solo seis meses los que restan para la fecha en que las listas de candidatos a la presidencia deben cerrarse, quedan ocho a las PASO, diez a las elecciones y menos de un año de gobierno K. Sin embargo la presidente tiene iniciativas y ocurrencias que trasuntan un desfase con esa cronología implacable: ella actúa como si fuera a quedarse. Algo de ese comportamiento puede explicarse por la lógica peronista del poder, que tardaría menos de un minuto en detectar el perfume del final y menos de ese tiempo en correr a los brazos del sucesor. Y otra parte se explica por la necesidad de conservar algo de ese poder, ese algo imprescindible que se traduzca en sinónimo de tranquilidad judicial para cuando Cristina ya no se siente en el sillón de los presidentes.
En ese terreno se han ensayado mil combinaciones: ataques a jueces, modificación de leyes, cambios en la estructura de Inteligencia, encumbramiento de fiscales, ridículas votaciones a parlamentarios con fueros de un Parlamento que no existe, en fin, una batería de herramientas que torna el objetivo muy obvio, aunque trate de disimulárselo.
Algo parecido sucedió cuando algunos jueces federales comenzaron a investigar las fortunas de la Presidente y el origen de alguno de sus fondos: enseguida llovieron sobre ellos acusaciones “en espejo”, algo que hacen los chicos cuando la cara les vende su culpabilidad.
¿Cuánto hace que no vivimos en paz?, ¿cuántas Navidades han pasado al calor de una furia sin explicación, de un enfrentamiento tan estúpido como artificial?
¿Será la de 2014 la última Navidad bajo el influjo de la rabia?, ¿será la de 2014 la última Navidad bajo el clima de la división?, ¿será la de 2014 la última Navidad bajo el imperio del insulto, del atropello y de los empellones?, ¿será la Navidad de 2015 la primera en muchos años en donde haya un solo país con muchas opiniones conviviendo pacíficamente y no una opinión con varios países enfrentados?, ¿será ésta la última Navidad de la altisonancia, de la soberbia, de la ignorancia, del insulto y de la demagogia populista? Dios quiera que el deseo de la mayoría de los argentinos nos traiga finalmente una Navidad en paz.