Por: Carlos Mira
El éxtasis de despliegues policiales en el microcentro en busca de supuestas operaciones ilícitas con divisas y con bonos contrasta sugestivamente con la manifiesta liviandad que la sociedad observa del gobierno cuando tiene que perseguir asesinos, ladrones, violadores y secuestradores.
Parecería que, en este último caso, aquella enjundia que comprende el accionar conjunto y coordinado de varias agencias gubernamentales, deja paso a un notorio desdén que termina con argentinos muertos y con historias de desgracias cotidianas, sin que haya nunca ningún responsable tras las rejas.
Para el gobierno el delito no es la amenaza que se despliega cada vez que sale el sol sobre la vida y la propiedad de millones de indefensos, sino las conjuras que el mismo oficialismo imagina se tejen detrás de los cortinados de las “cuevas”. Y allí promete caer “con todo el peso de la ley”.
Se trata de la implantación final de un sistema de vida bajo vigilancia, no de los delincuentes, sino de lo que el gobierno considera delincuentes. Lo vivido ayer en el microcentro porteño, con decenas de camionetas azules que parecían camiones celulares listos para las redadas y con cientos de “policías” envueltos en mamelucos del mismo color como si fueran agentes de una división de tareas especiales -una especie de GEOF financiero- fue francamente bochornoso.
Saber que el Estado esta dispuesto a ingresar por la fuerza a una propiedad privada en busca de las pruebas de lo que ya ha dado por sentado, es francamente macabro. Sbatella, el titular de UIF, ha llegado a insinuar, incluso, que si eventualmente no se encuentra nada en los operativos, es porque esos lugares estuvieron avisados de antemano del procedimiento y gracias a esa información pudieron prevenirse y esconder las pruebas que los incriminaban. Si esta es la concepción, uno se pregunta por qué no se condena directamente a esas personas sin juicio previo y nos ahorramos estos espectáculos y estas declaraciones deprimentes.
La misma metodología, sugestivamente, se está llevando a cabo con los medios de difusión. En Bahía Blanca se ha procesado a Germán Sasso un periodista a quien le allanaron la redacción de su medio on line, La Brújula 24, para secuestrarle material relacionado con una investigación que vinculaba a Juan Ignacio Suris con Lazaro Baez en operaciones de lavado de dinero y narcotráfico. Sasso fue acusado de encubrimiento agravado por no querer revelar sus fuentes cuando el secreto de esa información periodística está protegido por la Constitución.
Del mismo modo se ha dispuesto la “adecuación” por la fuerza del Grupo Clarín al tiempo que se aprueba la titularidad de medios en exceso de la ley a otros grupos.
La sociedad parece asistir absorta a estas movidas. No hay un estado de conmoción en las conversaciones cotidianas que aparezca como la otra cara de la moneda de lo que está pasando en las calles. Parece haber un acostumbramiento a que el delito que asesina, roba, viola y secuestra no tiene demasiado remedio mientras que, en el otro extremo, se ve como normal que brigadas de “inspectores” allanen propiedad privada en busca de pruebas de delitos que el poder ya ha configurado como tal antes de los operativos.
Muchos se preguntan si lo que está en marcha es la consecuencia de una enorme improvisación o si es el intento de aplicar una determinada teoría a la realidad de la Argentina. Algunos se preguntan, recordando los tiempos de Nestor Kirchner, por qué estas cuestiones no ocurrían en aquellos años. ¿No ocurrían?, ¿quién sino Néstor Kirchner fue quien comenzó a trasmitir la idea de la existencia de un conjunto de “anti-argentinos” que elucubraban todo el día operaciones secretas y delictivas para perjudicar al país?, ¿no fue acaso el choque manifiesto de esas ideas y esos procederes lo que terminó por erosionar la relación del ex presidente con su ministro Roberto Lavagna, de resultas de lo cual éste fue echado del gobierno?, ¿ y no fue acaso la salida de Lavagna la rotura del último eslabón que unía al gobierno con al menos algo de racionalidad económica para dejar primero la economía directamente en manos del presidente y luego, con la llegada de Cristina, en manos de un conjunto de marxistas que, como no podía ser de otra manera, impusieron el sesgo policial y de persecución al que hoy estamos asistiendo?
Creer que este aspecto persecutorio de la “política económica” es el fruto del chambonismo, de la incapacidad, de la ineficiencia o de la negativa a hacer lo que habría que hacer, es la otra cara de la resignación que recién comentábamos y que resulta más que evidente a esta altura de los acontecimientos. Se trata de una subestimación de la amenaza que la Argentina enfrenta realmente. En la medida en que lo que ocurre se crea la consecuencia de un conjunto de chambones que no saben dónde están parados seguiremos así, como despreocupados de la verdadera gravedad a la que estamos expuestos.
Esa subestimación puede resultar muy simpática en términos de pretender “bajarle el copete” a un conjunto de engreídos y tomarles un rato el pelo, pero no es eficiente en términos de implementar mecanismos de defensa.
No estamos aquí frente a un conjunto de chambones, que como no saben cómo manejar las variables cambiarias, lanzan a la calle decenas de celulares para meter presos a los operadores. Estamos frente a un conjunto de ideólogos que creen que los países deben manejarse así: con la bota del Estado en la cabeza de la gente. Hoy será el dolar y mañana el papel higiénico, como ocurre en Venezuela. Pero aquí no estamos ante los procedimientos arrebatados de un conjunto de ignorantes sino frente a una concepción que se propone dirigir a la sociedad a punta de pistola.
No resulta coherente quejarse contra la falta de reacción de la sociedad frente a lo que ocurre y luego subestimar el problema y limitarlo a ser la consecuencia de la pobreza intelectual de la gente que maneja hoy el país.
Yo no sería tan incauto. Cuando se habla de “modelo” no es chiste. Aquí hay en marcha un “modelo”; un modelo contraconstitucional de dominación y yugo que tiene objetivos claros y una meta definida. Nada de lo que se hace es el fruto de la casualidad o del chambonismo. Es el fruto de una ideología más vieja que la puerta y que, pese a su estrepitoso fracaso mundial, no se rinde ante la evidencia e intenta seguir probando que es posible organizar un país sobre el establecimiento de una casta privilegiada y rica y una sociedad esclava que obedece órdenes o va a la cárcel. Mientras no asumamos qué es lo que nos está pasando en realidad solo estaremos condenados a sufrir sus consecuencias.