Por: Carlos Mira
La muerte del fiscal Nisman no se resolverá. No nos engañemos. Como la causa que él investigaba o como la de la Embajada de Israel o como el crimen de Nora Dalmasso o el del Candela, nunca se sabrá que ocurrió en el piso 13 de las Torres Le Parc de Puerto Madero aquel 19 de enero. La Argentina no puede entregar certezas de ninguna especie a sus ciudadanos, en ningún caso. Aquí nunca se sabe que ocurrió.
El barro termina cubriendo todas las causas. Un lodazal fabricado y multiplicado por mil variantes, impide discernir dónde está la verdad y dónde la mentira.
Esa incertidumbre siempre es funcional al poder: en ese mar de dudas y de acusaciones cruzadas, quien monopoliza los resortes de las decisiones se ve favorecido porque las máscaras terminan de caer.
El kirchnerismo ha hecho una maestría de de esos berenjenales. Ya traía esa escuela de Santa Cruz en donde el pueblo de la provincia nunca supo los secretos del poder de los Kirchner y tampoco tuvo acceso al esclarecimiento de ninguna de sus oscuridades, aun cuando ellas hayan alcanzado los estrados judiciales. Allí sí que el kirchnerismo logró copar el poder judicial y con ellos completó la ansiada impunidad.
Todo el que hubiera querido saber las profundidades de esas negruras solo necesitaba informarse y -obviamente- tener una mínima formación republicana para -por contraste- rechazar al kirchnerismo. En la Argentina del 2003 no ocurrió ni una cosa ni la otra. Franjas importantes de la sociedad (quizás impulsadas por la furia contra Menem) se dejaron subyugar por el discurso del entonces gobernador de Santa Cruz y, si bien éste no consiguió ganar la elección porque el menemismo se siguió mostrando como la “primera” minoría, se hubiera hecho -de todos modos- de la presidencia en una eventual segunda vuelta porque aquel rencor contra el riojano lo daban ganador en cualquier encuesta.
Una vez que comenzó su presidencia, notorios sectores de la intelectualidad y de la prensa -incluido el propio Grupo Clarín- se aliaron al presidente, respaldando prácticamente todas sus iniciativas y, fundamentalmente, sus modos; sus maneras de hacer las cosas. En ese lapso se sentaron los cimientos del modelo autoritario, ignorante de la división de poderes, desdeñoso de aceptar los controles de una república y, también, los motores esenciales de un estatismo negador de la iniciativa priivada y desconfiado de la libertad individuial.
Quienes alertamos lo que se venía fuimos solo unos pocos. Esa soledad fue directamente proporcional al ostracismo y a las caras extrañas con las que se nos miraban. Grandes popes del periodismo que hoy son estrellas de la llamada “prensa independiente” defendieron aquella etapa fundacional del kirchnerismo como si se tratara de la nueva política.
La “nueva política” tenía muchas oscuridades en el placard. Pero lo que saltaba a la vista era su antirrepublicanismo, su espíritu contrario a la Constitución y su antioccidentalismo. Todo lo que hoy ha llegado a convertirse en una especie de éxtasis de lo negativo fue “plantado” en aquel momento, cuando muy pocos lo notaron o quisieron notarlo.
En ese momento también se empezaron a trazar las coordenadas del relato. del plan para copar los medios y la justicia, para estatizar la economía, echar un bozal a la libertad individual, crear estructuras secretas y corruptas para el trasiego de información y dinero y construir una red de sometimiento a la caja y al rebenque de la Casa Rosada.
Para quienes tuvieran una mínima formación republicana el contraste con todo lo que el kirchnerismo insinuó desde el primer día no podía ser más sonoro.
En esa época también se inició la división social: el poner a unos contra otros, reproduciendo las condiciones de una lucha de clases en la Argentina, haciéndole creer a los que la pasaban mal que sus penurias se debían a los que la pasaban bien.
A ese momento también se debe el embrión del estallido de inseguridad. Aunque la postura “garantista” venía de arrastre en la Argentina, la inequívoca señal de Kirchner de llevar a la Corte Suprema de Justicia a Eugenio Zaffaroni (que fue a las audiencias de acuerdo del Senado acompañado por un ex secuestrador de personas haciendo las veces de su “secretario”) constituyó una irrevocable decisión de considerar a los delincuentes víctimas y a la sociedad victimaria, por burguesa, discriminadora y segregacionista.
Recordemos que todo esto se hizo en medio de una rotunda aprobación social y de comentarios en general aprobatorios de la prensa. El gobierno ganó las elecciones de 2005 y las de 2007 en donde ya se eligió a Cristina.
Resulta obvio que a partir de allí y, fundamentalmente, luego de la muerte de Kirchner, el gobierno viralizó su extremismo y profundizó sus costados más estatistas, más antioccidentales, y más antirrepublicanos. Pero la semilla de toda la maleza que hoy cubre la institucionalidad argentina fue plantada en los primeros cuatro años de gobierno.
Juan Bautista “Tata” Yofre se ha hecho famoso últimamente por su serie de libros “Fue”. Todos estudian los años de sangre en la Argentina, los años ’70, y también sus raíces, sus causas y sus verdaderos protagonistas. El primero, recuerdan ustedes, fue “Nadie Fue”, en alusión directa a esa manía argentina de no hacerse responsable de las cosas. Había ocurrido un zafarrancho y la aspiración era hacerlo pasar por la obra de un asteroide maléfico. “Yo argentino…”
Luego llegó “Fuimos todos”, dando a entender que, en mayor o menor medida, todos teníamos responsabilidad en aquella tragedia civil.
Y por último, acaba de aparecer, “Fue Cuba”, una obra de investigación monumental en donde se prueba con más de 10000 documentos desclasificados por la inteligencia checa, que fue la dictadura castroguevarista la que ideó, diseñó y llevó adelante -con la ayuda de la inteligencia soviética y checoslovaca- un plan de infiltración revolucionaria marxista en Latinoamérica para exportar la revolución desde La Habana.
Parafraseando a Yofre podríamos decir “Fue Néstor” para explicar lo que está ocurriendo hoy. Esta claro que la presidente Fernández ha cruzado todos los límites del Estado de Derecho, de la ley y hasta del decoro republicano. Pero la puesta en marcha de lo que sucede hoy ocurrió en aquellos años, en los que se animaba a contradecir a aquel desaforado presidente que había hecho del contraste con la abulia delarruista su zanahoria de conquista. Una zanahoria que muchos mordieron y de la que hoy pocos parecen acordarse.