Por: Carlos Mira
¿Y ahora qué hacemos? Durante doce años malgastamos una fortuna en demagogia barata y en un nacionalismo antiguo y ahora, que se viene la noche con las noticias que se conocen en materia económica en el mundo, vamos a la alcancía y nos encontramos con que no tenemos nada. ¡Extraordinario el modelo de inclusión con matriz productiva diversificada!
Usamos un capital enorme, echamos a los inversores y destruimos la infraestructura y, cuando deberíamos recurrir a todas esas reservas, nos encontramos con las economías regionales en la ruina, con un estrambótico esquema cambiario que se basa poco menos que en perseguir a la gente con perros por la calle y que ha estrangulado la producción y la competitividad productiva argentinas.
Contrastadas con esta realidad hasta suenan ridículamente patéticas las palabras de Daniel Scioli en sus avisos de propaganda hablando del trabajo, de la industria argentina y de los productos argentinos en el mundo. ¿Con qué especula? ¿Con la ignorancia de la gente? ¿Con el hecho de que el ciudadano de a pie no es un especialista y se cree el producto terminado cuando ya no hay alternativas?
Brasil ha instaurado un programa de ajuste a los desequilibrios que arrastra desde Lula da Silva y ello ha provocado una devaluación del real que ha colocado el precio del dólar en R$ 3,40 por unidad norteamericana. A esta situación debe sumársele lo que comentamos respecto de dólar como moneda mundial: su proceso de apreciación lo tiene en una paridad de 1,15 contra el euro, una de las más bajas desde que se creó la moneda común de la Unión Europea.
Esta combinación aritmética de valores entre unidades monetarias es mortal para la Argentina; es la contracara del “viento de cola” que empapeló de dólares la década kirchnerista y que permitió perfeccionar uno de los despilfarros más extraordinarios de la historia económica nacional.
Lo que está ocurriendo es muy sencillo de explicar: la fortaleza del dólar torna baratas las materias primas que vendemos y encarece los productos manufacturados que necesitamos para mover nuestro aparato productivo, ya sea como infraestructura de capital para el campo o como partes importadas para la industria.
A su vez, el principal destino de nuestras exportaciones más valiosas, es decir, las que contienen valor agregado industrial, es Brasil, pero, como el real pierde valor contra el dólar, los precios de esos productos se vuelven proporcionalmente más caros y nuestras fábricas pierden competitividad, lo que afecta la producción y el empleo.
El verso kirchnerista habló hasta el cansancio de las políticas anticíclicas, haciendo referencia a que el Estado debía compensar la caída de la actividad y del consumo con un inflador anabólico que reemplazara la actividad genuina por magia keynesiana. Para justificar ese delirio, se recostó, primero, en la crisis local posconvertibilidad que había pasado su peor momento cuando Kirchner asumió la presidencia. Y luego en la crisis de Lehman Brothers de 2008.
Pero en ambos momentos las condiciones matemáticas de la economía estaban dadas para que el inflador esteroide del Estado no fuera necesario y, al contrario, los superávits fueran utilizados para la renovación de infraestructura y para el ahorro.
El real brasileño vivió con Lula una de sus apreciaciones más espectaculares: llegó a cotizar a R$ 1,70 contra el dólar, mientras que el dólar, debilitado por la crisis inmobiliaria norteamericana, cayó a casi 1,40 contra el euro.
Esas brechas produjeron un boom (el viento de cola) en los ingresos de divisas en Argentina. Recordemos que Martín Redrado, presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA) con Néstor Kirchner, debió implementar sistemas de control al ingreso de dólares para evitar una superapreciación del peso.
Esa enorme oportunidad se perdió en medio de un proceso de dilapidación, despilfarro, populismo y corrupción pocas veces visto en la Argentina, lo cual, desde ya, es mucho decir.
Esos recursos se tiraron por la borda, no se invirtieron en rutas, puertos, vías férreas, caminos rurales, telecomunicaciones, tecnología, mejoras en la competitividad del empleo. Se dilapidaron en demagogia populista y nacionalista, y ahora deberemos enfrentar las consecuencias.
La sociedad deberá recordar este verdadero desastre y ser justa a la hora de juzgar a quien venga a intentar arreglarlo. Porque el arreglo no será fácil y el precio no será barato. Sería muy hipócrita de parte de todos señalar con el dedo acusador al bombero y perdonar al pirómano.
¿Se puede ser optimista en ese aspecto? No. El ser humano en general y el argentino en particular es muy injusto a la hora de ver la fotografía completa tanto de una debacle como de una recuperación.
La señora de Kirchner ha forzado la situación de tal modo que ha llegado hasta aquí con mil remiendos. La proyección de emisión para el segundo semestre del BCRA es de 170 mil millones de pesos: un océano de nafta tirado en medio del incendio inflacionario y del cepo cambiario. Si la responsabilidad económica fuera un delito, muchos deberían estar presos.