El fin de la guerra depende solo de Hamas

Lo primero que tenemos que tener presente es que en la Franja de Gaza el gobierno es Hamas y sus acciones deben ser juzgadas como las del gobierno soberano del territorio en conflicto.

Lo segundo es que no se puede juzgar las acciones de un territorio en conflicto bélico constante, con valores de un territorio en tiempos de paz. Por más tentador que sea para una gran parte de la opinión pública decir que Israel debe defenderse de diez años ininterrumpidos de bombardeos a su población civil con buenas intenciones, discursos en la ONU y pedidos de paz.

>Algunos incluso se dan el lujo de celebrar con nostalgia las épocas donde la Unión Soviética se dedicaba a conquistar la mitad de Europa, a la par de ser responsable del asesinato de decenas de millones de personas en una de las dictaduras más cruentas e inoperantes en la historia de la humanidad, mientras  atacan a Israel íntegramente por la conquista de un territorio que, sin lugar a debate, fue habitado por el pueblo judío mucho antes que por cualquier otro que hoy pelee por su soberanía.

El judaísmo es un pueblo mucho antes que una religión. Habitó un territorio hasta que fue expulsado. Durante 1500 años vivió en exilio y fue perseguido y exiliado de cada lugar donde se ubicó, víctima de la tortura, la confiscación, el asesinato, en definitiva, del genocidio. Fue también un pueblo esclavo en territorio africano, mucho antes de ser los africanos esclavos del mundo occidental.

El conflicto entre Israel y Palestina es un conflicto de gobierno. Nadie discute que tanto judíos como palestinos tienen derecho a vivir ahí, a convivir en paz, a elegir y ser elegidos como representantes.

Lo que se discute es qué tipo de sociedad queremos ahí y bajo qué valores queremos que convivan. Israel es un ejemplo en materia de Derechos Humanos, desarrollo social, educación, salud. Es abierta a la inmigración y respetuosa de la libertad de culto.

El código penal de Gaza aprueba el azote público, la crucifixión y amputación de miembros, ahorcar a “infieles y colaboradores” y arrastrarlos atados a motocicletas. En su Constitución dicen expresamente que su finalidad es la aniquilación total del pueblo judío.

Los palestinos son víctimas y rehenes de un gobierno terrorista e inhumano, más propio de la edad media que del siglo 21. 

El fin de la guerra depende solo de Hamas. El día que dejen de bombardear civiles inocentes el conflicto se termina, automáticamente. Mientras eso no suceda, agradezcamos que Israel tenga uno de los ejércitos más desarrollados y profesionales del mundo, y que se dedique con su vida y la de su orgulloso pueblo a defender los valores de la igualdad y la libertad que tanta falta le hacen a ese rincón oscuro del planeta donde los derechos humanos no son ni una frase armada de un volante político.

Los buitres son argentinos

Ahora que somos todos expertos en narcotráfico, luego de devorar los 113 capítulos del Patrón del Mal, aprendimos que a lo único que le tuvo miedo uno de los tipos más peligrosos y poderosos del mundo fue a los jueces norteamericanos. Algo en común entre Cristina y Pablo Emilio, el patrón.

Si Griesa fuese argentino todo sería más fácil. O se lo compra o se lo enjuicia (otra del patrón: “plata o plomo”). Suspensión y juicio político como a Campagnoli, o anillo de 250 mil dólares y sobres todos los meses en concepto de retribución por militancia nacional y popular.

Pero Griesa no es argentino y Cristina no puede tolerarlo. Se evidencia en el cambio constante de discurso oficial entre pagar y no pagar, negociar o no y los ridículos y torpes insultos al juez en la solicitada en el Wall Street Journal, como si faltara algo para torpedar las posibles negociaciones.

El país no puede caer en jaque por 1.3 mil millones de dólares. Que los holdouts pidan lo que quieran, que ganen o pierdan, pero no podemos desangrarnos por una deuda tan chica. Si eso fuese cierto, mejor vendamos el país a Bill Gates o a Facebook que para ellos eso es un vuelto. De hecho, seguramente nos gobernarían bastante mejor.

Si esa ínfima cantidad de plata para nosotros es un problema, empecemos a mirar por dentro, acusemos a nuestros buitres, persigámoslos judicialmente que acá si tenemos jurisdicción. Para el relato oficial el problema de los buitres es por sus rentas extraordinarias.

Hablemos de rentas extraordinarias con las tierras compradas por monedas y vendidas por millones por Nestor y Cristina en el sur. Hablemos de sus compras de dólares. De los hoteles vacíos con habitaciones pagadas por las empresas de Lázaro y por Aerolíneas Argentinas, como si no tuviese ya suficientes causas de sobreprecios.

Hablemos de los sueños compartidos que se llevaron cientos de millones en nombre de los derechos humanos. Veamos los gastos de la vicepresidencia. De estatizaciones y renegociaciones de deudas. Si a Cristina tanto le molestan las rentas extraordinarias que publique cuánto se gasta por mes en La Cámpora y en el periodismo para mantener el relato que ya solo ella cree.

Es cierto que la causa de los buitres es un problema de rentas extraordinarias. Si tantos vivos del gobierno nacional no hubieren tenido estas rentas extraordinarias sin control, sin explicación y sin un juez con coraje para investigarlos, los dólares nos sobrarían para pagar los 1.3 mil millones.

El problema definitivamente es de rentas extraordinarias. Pero en este caso, los buitres fueron argentinos, y en gran medida, los votamos nosotros.

El pibe K que quería hablar con el PRO

Existe un mundo paranoico al borde de la psicosis, un poco en los medios, otro en las redes y otro en las cabezas de los que vivimos del microclima, sobre diálogos, acuerdos y tranzas en la política. Que si Massa se saca una foto con Insaurralde, si Scioli le pide ambulancias a Macri cuando el tren no frenó o si un diputado K votó un proyecto del PRO en la Legislatura.

Y también existe un mundo, igual de paranoico, igual de psicótico, pero aún menos relevante que el anterior en las cabezas de algunos militantes. En Argentina la militancia es algo para tomar en serio. La mayoría de las veces es inútil, contraproducente. Nos pone a pensar y a debatir en vez de a laburar y a estudiar. Pero no deja de ser un fenómeno que debe ser atendido.

Hay un caso muy gracioso y muy triste. Que es un caso en particular que pasó en la Ciudad, en la UBA, pero podría haber pasado en una unidad básica de Munro, en una esquina en San Miguel, o en el living de una señora adinerada en Salta.

Un pibe que milita en La Cámpora y que quería hablar con gente del PRO. Es un pibe normal, estudiante de Derecho, militante del Estado, seguro laburante de Aerolíneas Argentinas. Un flaco común al que le debe ir medio mal en la facultad, que militará para conocer gente, hacer amigos y cumplir el sueño no confeso de traspasar las líneas enemigas y llevarse el botín de guerra de “una minita del PRO”. O quizás fue a pedir fuego, no sabemos.

La cuestión es que este pibe que lo único que quería era hacer la revolución y devolver al pueblo lo que es del pueblo, fue ajusticiado y adoctrinado por sus pares y sus jefes por cruzar las líneas enemigas. Fue criticado y amenazado. El pibe, que no debe ser ningún Winston Churchill, confesó a sus amigos de los globos de colores que no iría más a su mesa para charlar porque no lo dejaban.

El pibe K que quería hablar con el PRO y no lo dejaron.

Ese pibe hoy no tiene permiso para hablar con gente afín a Macri y lo cumple a rajatabla para no volverse un paria, un exiliado del edén de la militancia que termina inexorablemente en el carguito en Aerolíneas o en el ministerio de Educación de la Nación.

Un pibe como muchos que se anotó en la Facultad para salir con un título, para laburar de algo mínimamente digno y salió con una enseñanza inmensamente superior. La vida está llena de cretinos, y muchas veces ellos serán nuestros jefes, salvo que dejemos de perder el tiempo en cosas irrelevantes y nos pongamos a estudiar.

A la derecha le falta poesía

Ni la derecha ni la izquierda son en sí progresistas, revolucionarias o conservadoras. Por definición ser progresista es buscar el progreso y ser conservador es dejar las cosas como están. Parece imposible de pensar en la Argentina de la batalla cultural anti derecha, pero si la izquierda no funciona la revolución será la derecha así como los conservadores serán los militantes de izquierda.

Hoy el concepto de “ojo por ojo diente por diente” puede atrasar, pero cuando se escribió hace casi 4000 años la Ley del Talión fue totalmente revolucionaria y progresista. En un mundo donde por robar una manzana te podían empalar o crucificar, la idea de un castigo semejante al crimen cometido fue lo más parecido al garantismo de Zaffaroni.

La derecha en sí no atrasa ni progresa, lo que le hace falta es poesía, un relato épico que la defina como lo revolucionario, lo que se viene en un país rico administrado como país pobre.

La lucha por la libertad no necesita ser únicamente el grito final de Mel Gibson en Corazón Valiente. Tampoco el capricho de niños ricos que se quejan de los impuestos y piden universidades aranceladas para tirar a la basura las bases de la vanguardia educativa que asentó Sarmiento durante la presidencia de Julio Argentino Roca.

La derecha es la propiedad privada y la libertad de hacer con ella lo que queramos. En la época en la que vivimos, eso es una revolución.

Con un relato adecuado se podría explicar que ser de derecha no es estar en contra de los pobres, sino todo lo contrario. Es modificar el sistema impositivo morboso que tenemos hoy donde se paga el mismo IVA en una villa que en Recoleta, para que paguen más los que más tienen y se termine con el curro de los planes sociales entregados por punteros a cambio de presencia en actos y votos.

No se trata de achicar el Estado al mínimo, pero sí de despojarlo de lo que no necesita. Hoy 40% de los chicos no tienen la capacidad de comprender lo que leen. Si el Estado cree que financiar al fútbol de Grondona y a los programas espantosos de ATC (la Teklevisión Pública) es más importante que la excelencia académica, definitivamente no deberían administrar nuestro dinero.

Con una estrategia bien calculada y ejecutada lograron que el estatismo inoperante y corrupto se convierta en el héroe de una lucha épica y, por el contrario, las ideas de pagar menos impuestos, de justicia independiente, de libertad de prensa y del uso libre de la propiedad privada se volvieron el demonio del Neoliberalismo.

La lucha en la Argentina que se viene tiene que arrancar por la batalla cultural. Apelando al sentido común de la gente, no debería ser tan difícil revertirlo.

Si no quiere cobrar, no robe

Cortito y al pie. Nunca un problema se resolvió tan rápido, tan fácil, tan simple. Si quiere evitar ser linchado, no robe. Ese sería el primer consejo que le daría a los malvivientes preocupados por la ola creciente de violencia donde por cada 752 mil personas que asaltan, uno les devuelve, al menos, una trompada. (Los números no son de fuentes oficiales y deben ser tomados a la ligera).

El problema es complejo y viene como resultado de varias décadas perdidas, ganadas tal vez pero solo por unos poquitos, dueños de aviones privados y bóvedas, hoteles y edificios en Puerto Madero.

Por suerte, quien les escribe se toma con liviandad el tema de opinar sobre todo y hoy es experto en sociología del crimen y mañana será técnico de la selección. En definitiva, un aspirante de periodista, doctorado en todo, leído en nada.

Como dije antes, el tema es complejo, pero lo lleva a cabo gente normal, sencilla. Digamos que el tema de los linchamientos parte de lo más natural de las personas, de eso que traemos de nuestra ascendencia animal. Las cosas se arreglan con violencia, la supervivencia del más apto, un enfoque casi nietzcheano donde el más fuerte debe ayudar al más débil a perecer.

Si todo estuviese tan bien, si la asignación universal por hijo funcionara, si sacar subsidios al gas para mantener a 2 millones de individuos que no laburan ni estudian fuese el camino correcto, nada de esto sucedería. Los linchamientos son el síntoma de que algo está mal, muy mal, en el intento forzado de convivencia que llamamos nostálgicamente sociedad.

Y si el linchamiento es el síntoma, la enfermedad definitivamente es el kirchnerismo. No por acción si no por inacción. Negligencia casi con intención de dañar, o al menos de mirar para el costado.
Cristina, tan cínica como acertada, dijo que no podemos esperar que den valor a la vida personas que les enseñaron que su vida vale dos pesos. El problema es que la única responsable de esa realidad es ella.

¿La inseguridad se combate con educación? FALSO. La desigualdad social se combate con educación. La inseguridad se combate con policía, con armas, con equipamiento para que los que nos defienden estén mejor preparados que los que nos atacan. Es fácil ser juez de la Corte Suprema, andar con seguridad las 24hs y pedir que ningún chorro vaya preso.

Pongan un policía por esquina, una comisaría por barrio. Pongan patrulleros que patrullen de verdad, manejando despacito, mirando lo que sucede alrededor. Pongan fiscales que se animen a investigar y dejen de suspender a los que investigan al estado. Pongan jueces que no hayan sido nunca de La Cámpora, jueces que hayan leído el código penal al menos una vez.

Pongan todo lo que hace falta y recién ahí tendremos el derecho y la altura moral de juzgar a los ciudadanos comunes que hartos de la zona liberada se les fue la mano en eso de la legítima defensa.

Ensayo sobre la ceguera

Supongamos un caso de estudio en el cual dos familias iguales, misma situación económica, misma conformación, hasta padres con caracteres similares, se dedican a criar cada una a un hijo de la misma edad de forma opuesta. A uno le enseñan a estudiar, a trabajar, a formarse y a conseguir sus propias cosas. También le enseñan a ahorrar porque no siempre va a tener mucha plata. Al otro le dan todo lo que pide y lo que no también. Si reprueba en el colegio no le dicen nada y si no quiere trabajar hasta los 40 es su decisión. Adivinen cuál va a ser exitoso.

Cuando el país entero se unió bajo el lema “que se vayan todos”, no nos imaginamos que el peor mal que nos podían hacer era inundar las calles de dólares.

Las reservas crecían aun con el pago de la deuda al FMI y nos creímos que sabíamos todo, que habíamos encontrado la receta del éxito. Creímos que estábamos para dar cátedra a Europa y que Estados Unidos era un peón de China. También creímos que 678 algo de razón tenía. Y como ese chico al que nunca le enseñaron nada en su vida, creímos que la buena iba a durar para siempre, que ahorrar no era necesario.

Nos encegueció la plata, el consumo, las cuotas sin interés, el fútbol gratis. Dejó de importar cuánto se robaran mientras los subsidios a la electricidad nos dejaran tener tres aires prendidos a la vez en septiembre. Las paritarias nos aumentan los sueldos un 20% y festejamos aunque la inflación supere eso y ganemos cada vez menos, y eso para la mitad del país con la suerte de estar en blanco.

Miramos con ese cinismo horrendo de creer que dar una moneda en el subte es cuidar a la gente que menos tiene, y festejamos la Asignación Universal por Hijo. Cinco años después nos venden que está bien dar un plan a los que no laburan ni estudian. Finalmente, con diez años de crecimiento la gente estudia cada vez menos y trabaja cada vez menos, mientras el 40% de la población con capacidad de trabajar vive del Estado.

Nos volvimos ese hijo mantenido.

En el país donde el Congreso es la escribanía del Gobierno, descubrimos por las malas que hay ciertas leyes que no se pueden romper. No se puede ganar 5 y gastar 10. No se puede vivir con lo propio cuando absolutamente todo lo que producimos tiene componentes importados. Cuando no nos alcanza el gas, ni el petróleo, ni la energía en general.

Ahora tenemos un país lleno de ciegos dando tumbos, golpeándose las cabezas entre sí sin entender que nos pasó. Pero tenemos un pequeño grupo de vivos que aprovecharon eso, que siempre vieron. No todos los que defienden el modelo lo compraron. Muchos nunca perdieron de vista que era un dibujo para hacer la suya, para salvarse para siempre. Los vivos que van y vienen, que saltan de espacio en espacio, oficialistas y opositores. Son fáciles de reconocer.

Sería bueno que si un día recuperamos la visión podamos aprender de nuestros errores. Entender que cada paso que avanza el Estado sobre lo que no debiera ser estatal es un lugar más de corrupción, de coimas y de ineficiencia.

Sería bueno que una vez, si nuevamente un gobierno se va y deja todo arrasado, hagamos algo para que sus integrantes sean juzgados y se los ponga en el lugar que corresponde, o que al menos nos conformemos con no volver a votarlos cuando se cambien de camiseta y nos digan que en verdad siempre fueron del otro equipo.

 

Menem eterno

Menem llevaría 24 años en el poder. Asumió en el ’89, meses antes de la renuncia de Alfonsín, cuando la hiperinflación y la crisis política se le había escapado de las manos al caudillo radical. Ganó ese año. Después modificó la constitución para poder repetir. Ganó de nuevo en el ’95. Luego se tomó un descanso entre insultos y demonizaciones. Volvió a ganar en 2003, y nunca más se fue.

Tal vez no ganó de hecho. Técnicamente ni se presentó. Pero sigue detrás del poder como el primer día. Cristina así lo confiesa. Ella es la titular del Poder Ejecutivo. Responsable entre otras cosas de la energía, de darnos luz. Ella delega en quien considere idóneo para resolver cualquier inconveniente. Lleva 12 años gobernando. Dice que todo lo malo es culpa de Menem.

El innombrable seguiría a cargo del transporte ya que los trenes son un desastre. Con esta lógica él está a cargo también del petróleo, del correo, las rutas, autopistas, hospitales y escuelas. Dónde hay un problema, él es el único responsable.

Catorce años después de su última presidencia parece ridículo seguir analizando si es responsable o no de lo que nos sucede hoy en día. La realidad es que durante su gestión la energía y la nafta alcanzaban, y hoy la importamos de países como Bolivia y Uruguay, cosa impensada en la década de los ’90, cuando estos países eran como nuestros hermanos menores.

Pero el discurso político es así. Todos compramos el último de los Redondos pero cuando toca el Indio pedimos “Jijiji”. Cada vez que los improvisados que nos gobiernan abren la boca, la platea de aplaudidores analfabetos pide a gritos la misma canción: la guita se la llevaron las empresas en los ’90 y todavía la estamos pagando.

Puede que parte sea cierto. Tan cierto como que Néstor y Cristina se llevaron del país los fondos de la privatización de YPF para nunca devolverlos. O sea que quizás sí se la llevaron toda en la época de Menem, ellos también.

Y así llegamos, un cuarto de siglo después, a esta realidad que supera la ficción. Este chiste de mal gusto donde 51 muertos por un accidente de tren motivó al secretario de Transporte a decir que era culpa de los que se amontonaban en el primer vagón, y que si era feriado no se moría nadie.

Ahora nos dicen que con más de 32 grados se corta la luz. Es como decir que cada día que alguien tenga hambre, puede haber faltante de comida. Estamos en verano. ¡Todos los días hace más de 32 grados!

Pero la vida en Argen y en Tina es así. Sobrevivimos a los cortes de luz, al calor, al bochorno, a la vergüenza y a la impunidad. El mundo se ríe de nosotros por lo que pudimos ser y nunca fuimos, y nosotros nos reímos de ellos porque… bueno, porque no entendimos nada.

Si el mundo fuese una autopista nosotros seríamos una carreta con las balizas en el carril derecho a 25km/h con las ventanillas bajas cagados de calor. Los países que nos rodean se suman a la evolución. Producen más y mejor. Tienen más laburo. Mejor calidad de vida. Miran para atrás con orgullo de cómo fueron mejorando pasito a pasito, de a poco, constantes.

Nosotros miramos para atrás y estamos cada vez peor. Cada vez más pobres. Cada vez más corruptos. Cada vez peor salud y educación. Ya festejamos cuando nos comparamos con alguna fecha pasada y al menos salimos empatados.

Menem dejó de gobernar hace 14 años. Es hora de que los que lo sucedieron dejen de echarle la culpa y se hagan un poco cargo. 

¿Y si prendemos fuego todo?

El libro Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira, de Roberto Payró, es uno de los textos de actualidad que mejor retratan a la sociedad y a la política argentina. Este libro corto, plagado de humor y de imágenes que nos referencian hoy a casi cualquier político argentino, tiene una particularidad: fue escrito hace más de 100 años.

Cuenta la historia de un tipo llamado Mauricio Gómez Herrera, quien pasa de una familia humilde de un pueblo chico del interior a las primeras líneas de la política nacional, de diputado a jefe de policía.

El protagonista es hijo de la generación del 80, pero podría haber nacido radical de Yrigoyen, peronista del ’45 o del ’73. Pudo ser kirchnerista de La Cámpora, cineasta de izquierda o denunciador de Lilita.

La historia de su crecimiento vertiginoso en la política con vivezas criollas, casamientos por interés, cargos, alianzas y traiciones es aplicable a cualquier época, cualquier partido y cualquier proceso que hayamos vivido, donde la inteligencia para vender es más importante que la capacidad de hacer, y donde la habilidad para reinventarse para saltar de partido en partido sin ensuciarse es el ítem más buscado del currículum en el mercado laboral de la política.

El gran enigma argentino es cómo entramos al siglo XX como una de las diez potencias mundiales y salimos del mismo siglo en helicóptero entre saqueos y golpes de estado opositores.

Desde que empezamos a votar el país fue más o menos el mismo durante ya 100 años. Con distintos colores políticos, distintos presidentes y sobre todo con distintas coyunturas internacionales que hacen de un país que casi no desarrolló ninguna industria salvo la de los alimentos, un péndulo que va de la pobreza y la crisis a la opulencia y el derroche.

Cada gobierno que llega destruye lo que hizo el anterior, lo demoniza discursivamente, cambia algunas cosas, y termina cayendo en los mismos vicios, con la idea de que son medios para el fin último de convertir en realidad la eterna promesa de campaña de ser, efectivamente, un cambio.

Pero esto no cambia, y probablemente nunca cambie. Los políticos no salen de un repollo. Son el resultado de la sociedad en la que nacen. Exponen los mismos vicios. Son ventajeros y en gran medida corruptos. Facilistas, aunque excepcionalmente inteligentes y creativos.

Cada diez o doce años tenemos saqueos, inflación, crisis, ajustes y a miles de planes sociales manifestándose cerca de las fiestas. Los problemas son los mismos con un Estado quebrado como en 2001, con una hiperinflación como en el ’89 o con un Estado millonario con soja a U$D 500 la tonelada y parados sobre la segunda reserva de petróleo no convencional del mundo.

La clase política es responsable, pero no la única. Los buenos modales se aprenden en casa y depende de todos cambiar este paradigma.

Tal vez prendernos fuego no sea tan malo, en el largo plazo. Tal vez haga falta que explote todo para entender de una vez que no somos el pueblo elegido y que la única forma de desarrollarnos es con trabajo serio a largo plazo. Aunque ojalá no lleguemos a eso.

Una buena y una mala

El que dijo que el mal de muchos es consuelo de tontos no entendía nada. Cuando el mal es de muchos, es un consuelo buenísimo. Uno está dispuesto a aguantar como sociedad o como pueblo una crisis. La bancás. Pasas de Coca a Goliat y de vacío a pollo entero a la parrilla. Lo comentás con humor. Vas traficando información de dónde comprar más barato y mejor. Lo malo entre todos se sobrevive mejor.

Los saqueos ya son un mal de todos. Los vivimos hace 12 años cuando el país quebraba y el Estado nos robaba los ahorros, y los vivimos ahora cuando la economía no está tan mal. Aunque vaya empeorando año a año, estamos a años luz del desastre que vivimos en 2001.

Pero los saqueos aparecen, cada tanto, para recordarnos que por más bien que nos vaya, por más plata que tengamos, somos una sociedad subdesarrollada.

Cada saqueo es un baldazo de agua fría que nos recuerda que con 10 años de crecimiento el nivel educativo sigue empeorando y los pibes salen cada vez peor. En 10 años de crecimiento seguimos tomando medidas anticrisis cuando la crisis pasó hace ya casi cuatro mundiales.

La asignación universal y la teoría de querer a todos dentro de la escuela son perfectas en esos momentos donde todo se va al tacho. Con el tiempo, cuando todo se ordena y volvemos a crecer, es necesario levantar los estándares y construir aunque sea de a poco alguna base que nos saque del destino casi inevitable de caernos cada 10 o 12 años. Pasar de los planes sociales a promover más y mejor trabajo, algo que está estancado hace tiempo, incluso para los números del Indec. Y pasar de escuelas de contención a escuelas de nivel, para sacar algo un poco más competitivo para el mercado laboral que una horda de adolescentes maleducados subiendo fotos a Facebook de lo que saquearon.

La mala es que cada vez que algo sale mal nos damos cuenta de que el gabinete nacional no existe desde 2005, que los ministros no se reúnen, no tienen planes de trabajo y menos aún de contingencia, que cada vez que explota algo pareciera que los funcionarios corren en círculos, golpeándose la cabeza y operando medios para ver quién queda como el responsable de algo que es responsabilidad de todos. Si el kirchnerismo quiere desentenderse de la seguridad, entonces que deje de cobrar impuestos.

La buena es que seguimos siendo Argentina. Un país enorme, con mucho espacio libre y muchos recursos que nos van a permitir seguir siendo una masa uniformemente improductiva que con vender algo de lo que producimos logra los estándares de vida de un país desarrollado.

La buena es que con la producción de alimentos y la futura extracción de shale oil vamos a pasar los próximos cien años decidiendo en qué queremos gastar la fortuna que nos encontramos y que definitivamente no nos ganamos.

Y la mejor es que dentro de lo malo, lo bueno es que estos recursos, a pesar de nosotros, van a permitirnos seguir viviendo con educación y salud gratuitas y dentro de todo de calidad, con derechos laborales que son la envidia de cualquier país rico del mundo.

La buena, en definitiva, es que somos un país con suerte, aprovechémoslo.

Axel, el cazabobos

Algunos errores que no nos podemos permitir. Pensar que es un militante más de La Cámpora, bardero, engreído, sin preparación. Algo de eso hay, también hay mucho de personaje, pero preparado está. Otro error es suponer falta de capacidad. Si algo no le falta es capacidad. En términos generales, de cualquier político exitoso se presupone cierta inteligencia, y él no debe ser la excepción.

El mundo de los winners no es el de los que logran, sino el de los que aparentan. Una gestión exitosa mal vendida es tan útil como una oficina de vicepresidencia de la Alianza. Una suma de fracasos vendidos como duras luchas entre el bien y el mal, donde el Estado supuestamente triunfa por el pueblo contra los intereses corruptos de unos pocos, es siempre un acierto.

Analicemos sus victorias. Junto con Recalde en Aerolíneas, logró comprar una empresa fundida y licuar las deudas de los amigos de Néstor. No la estatizaron, así no deberían presentar nunca un balance. Pierden millones de dólares por día. Están tapados de causas penales por sobreprecios. Los aviones de Aerolíneas están tan mal que chocaron dos veces en un mes saliendo del estacionamiento. Dentro de poco van a tener que volar con la P de principiante pegada al ala.

Otro eje del relato del marxista es YPF, una estatización a Repsol, a quienes acusaron de desinvertir después de haberla controlado durante 10 años sin emitir una queja. Decidieron no pagar las acciones robadas. La Unión Europea sancionó la compra de biodiesel argentino. Nos tocaron los dólares y salimos a negociar. Mientras, YPF incumplió con todas las metas para estos dos años. La crisis energética es el peor rojo en las reservas que cada vez son menos. Y regalamos lo poco que había a Chevron, los amigos petroleros yanquis. Marx, mientras, se revuelca en su tumba.

A esto podemos agregarle la condena al 80% de los jubilados a cobrar la mínima. El Fútbol para Todos con negocios multimillonarios para unos pocos. El cepo al dólar del cual no saben cómo volver. El emisionismo descontrolado y su terrible consecuencia, la oficialmente negada inflación, que nos hace cada vez un poco más pobres.

Estas son victorias porque el fracaso se esconde, agachado y tembloroso, detrás de un relato épico de conquistas sociales que los argentinos compramos. Las estatizaciones, sea cuales fueren, tienen una aceptación del 80% promedio a lo largo y a lo ancho del país, en todas las edades y clases sociales. La gente que no le cree nada al gobierno. La que piensa que por cada peso se roban dos. La que grita “que se muera la yegua” entre cacerolas y programas de Lanata, por alguna razón termina apoyándolas. Como si las empresas estatizadas no quedaran en cabeza del mismo gobierno al que odian de manera visceral.

La mitad más uno del país sigue siendo kirchnerista, aunque no lo sepa. Y esa verdad, mal que nos pese, es la que termina decidiendo en cada elección ejecutiva. En dos años, veremos si la regla se mantiene.