Por: Nicolás Pechersky
Algunos errores que no nos podemos permitir. Pensar que es un militante más de La Cámpora, bardero, engreído, sin preparación. Algo de eso hay, también hay mucho de personaje, pero preparado está. Otro error es suponer falta de capacidad. Si algo no le falta es capacidad. En términos generales, de cualquier político exitoso se presupone cierta inteligencia, y él no debe ser la excepción.
El mundo de los winners no es el de los que logran, sino el de los que aparentan. Una gestión exitosa mal vendida es tan útil como una oficina de vicepresidencia de la Alianza. Una suma de fracasos vendidos como duras luchas entre el bien y el mal, donde el Estado supuestamente triunfa por el pueblo contra los intereses corruptos de unos pocos, es siempre un acierto.
Analicemos sus victorias. Junto con Recalde en Aerolíneas, logró comprar una empresa fundida y licuar las deudas de los amigos de Néstor. No la estatizaron, así no deberían presentar nunca un balance. Pierden millones de dólares por día. Están tapados de causas penales por sobreprecios. Los aviones de Aerolíneas están tan mal que chocaron dos veces en un mes saliendo del estacionamiento. Dentro de poco van a tener que volar con la P de principiante pegada al ala.
Otro eje del relato del marxista es YPF, una estatización a Repsol, a quienes acusaron de desinvertir después de haberla controlado durante 10 años sin emitir una queja. Decidieron no pagar las acciones robadas. La Unión Europea sancionó la compra de biodiesel argentino. Nos tocaron los dólares y salimos a negociar. Mientras, YPF incumplió con todas las metas para estos dos años. La crisis energética es el peor rojo en las reservas que cada vez son menos. Y regalamos lo poco que había a Chevron, los amigos petroleros yanquis. Marx, mientras, se revuelca en su tumba.
A esto podemos agregarle la condena al 80% de los jubilados a cobrar la mínima. El Fútbol para Todos con negocios multimillonarios para unos pocos. El cepo al dólar del cual no saben cómo volver. El emisionismo descontrolado y su terrible consecuencia, la oficialmente negada inflación, que nos hace cada vez un poco más pobres.
Estas son victorias porque el fracaso se esconde, agachado y tembloroso, detrás de un relato épico de conquistas sociales que los argentinos compramos. Las estatizaciones, sea cuales fueren, tienen una aceptación del 80% promedio a lo largo y a lo ancho del país, en todas las edades y clases sociales. La gente que no le cree nada al gobierno. La que piensa que por cada peso se roban dos. La que grita “que se muera la yegua” entre cacerolas y programas de Lanata, por alguna razón termina apoyándolas. Como si las empresas estatizadas no quedaran en cabeza del mismo gobierno al que odian de manera visceral.
La mitad más uno del país sigue siendo kirchnerista, aunque no lo sepa. Y esa verdad, mal que nos pese, es la que termina decidiendo en cada elección ejecutiva. En dos años, veremos si la regla se mantiene.