Las elecciones legislativas del 27 de octubre consolidaron la voluntad de cambio que la ciudadanía expresara en las PASO de septiembre. Por más que el oficialismo ensaye argumentos artificiosos y oprima a las estadísticas hasta hacerles confesar cualquier cosa, más de dos tercios de los argentinos se expresaron, mediante diversos canales, en contra de la agrupación que hace una década rige los destinos del país.
Hay una enorme fatiga social relacionada con un relato fantasioso que cada vez se aleja más de la realidad, con la prepotencia, con el empleo abusivo de los recursos del Estado en favor del partido de gobierno y con la absoluta falta de rumbo en las principales políticas públicas, en especial en materia económica.
En ese marco, la ausencia de la presidenta, debida a su enfermedad, pudo haber obrado como el torniquete que obturó una sangría mayor de votos, pero al mismo tiempo potencia la incertidumbre hacia el futuro, por el rol meramente protocolar de un vicepresidente repudiado por la sociedad y un gabinete que nunca funcionó como tal.
Dos grandes coaliciones se avizoran para disputarle el poder al kirchnerismo en 2015. Una es la del peronismo que acompañó a los Kirchner hasta hace unos meses, en la que Sergio Massa despunta como la figura más refulgente, luego de su muy buena elección en la provincia de Buenos Aires. La otra es una coalición republicana en torno a la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, la Coalición Cívica y otras fuerzas, con varios candidatos posibles, como Cobos, Binner y Carrió y Sanz. Menos claro es el panorama en el PRO: aunque conserva un buen caudal electoral en la Ciudad de Buenos Aires y logró un senador nacional en Entre Ríos, aún tiene poco peso en la escala nacional.
Quedan dos largos años por delante, con crecientes dificultades económicas y previsibles aumentos de las tensiones internas en el oficialismo. Pensar en 2015 es imaginar el largo plazo, pero ya mismo hay que trabajar para construir una verdadera alternativa.