¿Están contentos ahora, muchachos?

Carlos Mira

Quizás este fin de semana haya sido el que más gráficamente sirvió para mostrar los resultados prácticos del modelo; para ver, en definitiva, de qué sirvieron los años de gobierno de los Kirchner. 

En efecto mientras la sociedad veía como se le escurrían sus ahorros y el fruto de su trabajo por entre los dedos, y mientras los que menos tienen pensaban cómo sobrevivirían a la esperable crisis de ingresos y de actividad, una parte de los funcionarios del Estado encabezados -obviamente- por la propia Presidente y su hija, descansaban en La Habana haciendo turismo por la ciudad vieja y disfrutando al sol con la vista en el Caribe.

Así se describió el primer día en la isla de los Castro de la comitiva argentina, la única que ha llegado con cuatro días de antelación al comienzo de la reunión de la Cumbre de la Comunidad de Estados de Latinoamerica y el Caribe (Celac).

Dicen que la Presidente no salió de su habitación y que estuvo en permanente contacto con sus funcionarios en Buenos Aires. Pero no importa. Lo que sí importa es que quienes deben estar al servicio de la gente, descansaban en el agradable clima del trópico, mientras en la Argentina la gente -que es la importante en esta ecuación- trataba de figurarse cómo iba a hacer para cumplir con sus pagos, con los útiles de los chicos, con el colegio, con los impuestos, con el supermercado…

Ninguna de esas incomodidades afectan seguramente al gobernador Sergio Urribarri, que se dedicaba a correr por el Malecón para mantener su estado físico. Ni para el canciller Héctor Timerman, que disfrutaba de una tarde de sol en los jardines del hotel El Nacional, cuidado por los agentes cubanos.

Este es el resumen de las consecuencias reales del modelo “nacional y popular”: el encumbramiento de una casta privilegiada que disfruta de los viajes y de los placeres solaces de la vida mientras la gente se ve en figurillas para sostener su vida, rodeada de amenazas, incertidumbre, crimen, devaluación, y, muy probablemente, acechanzas a su trabajo.

A ninguno de aquellos funcionarios le asaltó siquiera la idea del decoro. Frente al desbarajuste de las últimas 48 horas nadie tuvo la delicadeza de decir: “Mirá, sería mejor suspender nuestro descansito de fin de semana en el Caribe, aunque más no sea para no ser tan guasos…” No. ¡Qué va! ¡Allá vamos! A tomar el sol, mientras estos boludos sacan cuentas sobre cómo llegar a fin de mes…

¿Cuánta responsabilidad le cabe por esto a la propia sociedad que fue llamada a votar 6 veces en los últimos once años?; ¿cuántos intentaron abrirle los ojos a esos argentinos sedientos de furia que canalizaron su bronca votando a un conjunto de bravucones oportunistas?

La década relatada

Ya es tarde ahora. Aquellas palabras de advertencia ya no sirven para nada. El daño está hecho. Los argentinos se enfrentan a una ola de pobreza, aislamiento y escasez que se podría haber evitado si no fuera porque su rencor fue más grande que pensar en sus propias conveniencias. Fue tan fuerte el deseo de manifestarse contra un perfil que creían que los había defraudado que no se detuvieron a ver en manos de quién depositaban su confianza.

Giraron 180 grados y encumbraron al Estado al altar de la idolatría. Era tal su ceguera que no advirtieron que el Estado no existe, que no es más que una simulación ideal para ser colonizada por un conjunto de vivos.

Ahora enormes franjas de la sociedad vivirán otra frustración. ¿No era que el Estado venía a protegernos?, ¿no era que usted, Cristina, nos pondría a salvo de la pobreza y de la escasez?

La década relatada ha alcanzado el récord de presión impositiva en la Argentina. Nadie en la región latinoamericana se nos acerca. Ni siquiera Venezuela. A cambio no recibimos nada; ni educación, ni seguridad, ni salud pública, ni un manejo responsable de las cuentas públicas del que depende nuestro nivel de vida. A cambio sólo tenemos a funcionarios descansando en el Caribe de Fidel.

Las medidas del gobierno tomadas entre el miércoles y el viernes empobrecieron de un plumazo a toda la Argentina. En la orfandad de un programa económico equilibrado encarnado por funcionarios responsables, serios y creíbles, la devaluación del peso es la confesión del fracaso de una presidente que le aseguró a la sociedad que “los que especulan con una devaluación, tendrían que esperar otro gobierno”

El nivel de desorientación, contradicciones y amateurismo que se ha demostrado, alarma. Por darse el gusto con sus caprichitos ideológicos la señora de Kirchner le ha entregado el manejo de la economía a un aprendiz de brujo, soberbio y prepotente, que no distingue, en el mundo de la economía real, un tornillo de una pipa.

Durante estas horas, incluso, ha circulado un “paper” escrito en 2006 por el ministro en colaboración con Augusto Costa y Cecilia Nahon, en donde criticaban duramente a los que habían sugerido, en el final del gobierno radical, la caída de la Convertibilidad a los designios de especuladores locales y externos. En ese escrito, Kicillof y sus adláteres sostenían que esas consecuencias en la economía suceden por distorsiones que explica la propia economía, no por historias de conspiraciones esotéricas.

“Cipayos”, “gorilas”, “neoliberales”…

¿Qué ha pasado, Kicillof?, ¿el esoterismo es bueno solamente cuando a usted le conviene?, ¿o quizás ahora nos enteremos también de que no era tan brillante como sus aplaudidores decían, sino apenas un nuevo hipócrita de las excusas?

Resulta francamente desolador intuir el drama de aquel 54% de los votos, pensando que ya ni siquiera les sirve el arrepentimiento. Pero es aun más dramático comprobar que las consecuencias de un desquicio no afectan sólo a los que lo respaldaron. En ese caso al menos habría mayor capacidad de aprendizaje y más justicia cósmica. Pero no. Ahora las consecuencias de aquella altanería deberemos pagarla también los que advertimos que todo esto era lo que iba a ocurrir.

Ningún adjetivo se ha escamoteado para esa gente. Se les ha dicho de todo: cipayos, gorilas, neoliberales (en el sentido ofensivo que el “progresismo” (¿qué progresismo?) le da a ese término, por otra parte inexistente en términos de corriente filosófica o económica. Pero los oídos sordos del populismo mágico creyeron que era efectivamente posible elevar a una casta de personas a un escalón desigual de la sociedad para que desde allí nos proveyeran la felicidad en bandeja. La insolencia de creer en esa estupidez nos llevó al presente aquelarre.

La Presidente tenía una sonrisa de oreja a oreja cuando llegó al aeropuerto de La Habana. Detrás de su nueva cara y de sus anteojos negros se adivinaba lo poco que le importa la suerte de la gente cuando ella se interpone como un obstáculo en el camino de ver realizados sus caprichos.

En estos casos se suele decir que la Historia colocará en el lugar que finalmente le corresponde a cada uno. Pero, ¿saben qué?: eso no alcanza. Estar consciente del enorme desperdicio que se produjo en la Argentina; verificar la alegría con la que se tiró por la borda una oportunidad inmejorable, no puede ser compensada por aquellos ajustes de la Historia: a veces resulta difícil que los renglones de los libros, trasmitan la exacta dimensión del drama de la pobreza, el desasosiego de la inseguridad y el pecado del aislamiento.

¿Están satisfechos ahora, muchachos? Es verdad que las políticas que muchos de ustedes respaldaron hundieron a muchos de los que ustedes odian. Pero es muy triste comprobar que ese sea el único consuelo que tienen al drama que ustedes mismos viven.