El Cromañón de la droga

La tragedia de Costa Salguero, a la que bien cabría caracterizar como un Cromañón de la droga, marca un punto de inflexión en el desafío que plantea el crecimiento vertiginoso del consumo de estupefacientes en la Argentina y, en este caso específico, en la ciudad de Buenos Aires, lo que demanda una urgente respuesta del poder político.

Este salto cualitativo, materializado a partir del fenomenal aumento en la oferta de drogas sintéticas de extrema peligrosidad, representa una amenaza que sería suicida ignorar y que empieza a contabilizarse en términos de vidas humanas, en particular jóvenes.

Con independencia de la necesaria acción del Gobierno nacional, en especial de las fuerzas de seguridad y de los organismos encargados de la lucha contra el narcotráfico, es indispensable que la ciudad de Buenos Aires ponga en marcha, ya mismo, un programa integral para la protección de su población.

Hasta ahora, y más allá de iniciativas parciales, tan loables como insuficientes, algunas de ellas originadas en el sector público, pero la inmensa mayoría en el abnegado trabajo de las organizaciones no gubernamentales, de la Iglesia Católica y de los demás cultos religiosos, no existe en la ciudad ni una política consistente de prevención y lucha contra la drogadicción, ni tampoco un organismo público adecuado para su elaboración. Continuar leyendo

24 de marzo de 1976: relato contra historia

A cuarenta años del golpe de Estado de 1976, la Argentina conmemora este nuevo aniversario emancipada de un relato que durante doce años hizo de una versión parcial y distorsionada de la memoria el instrumento de una estrategia de acumulación de poder político y económico, puesta al servicio de un modelo de dominación basado en la articulación entre el partido del Estado y el capitalismo de amigos. El kirchnerismo usó la bandera de los derechos humanos como pretexto para legitimar sus políticas, demonizar a sus adversarios y profundizar la división de la sociedad argentina.

Afortunadamente liberados de la presión ejercida por un Gobierno que utilizó sistemáticamente la dictadura militar como justificación política, esgrimida sin pudor por quienes no hicieron absolutamente nada por combatirla, los argentinos estamos ahora en mejores condiciones para focalizar la mirada en aquella época trágica, sin prejuicios ideológicos, con la única pretensión de buscar la verdad histórica para aprender de nuestros propios errores, enterrar para siempre el pasado y forjar la unidad nacional, con la vista puesta en el porvenir.

El centro de la cuestión es que, al contrario de lo que afirmaron los militares en su momento, y también muchos de sus detractores tardíos, el golpe del 24 de marzo de 1976 no tuvo como objetivo estratégico la derrota de las organizaciones guerrilleras, sino el derrocamiento del Gobierno constitucional de Isabel Perón, empantanado en medio del vacío de poder que había dejado la muerte de Domingo Perón en 1974. Continuar leyendo

2016: año nuevo para el peronismo

Con las obvias e importantes diferencias entre las respectivas épocas históricas, la situación de confusión ideológica y horizontalización política que atraviesa hoy el peronismo tiene algunos puntos de contacto con el momento posterior a la derrota electoral de 1983, que dio origen a la etapa de la renovación.

Este escenario abre una oportunidad para impulsar una nueva actualización doctrinaria y programática, a fin de colocar al peronismo en sintonía con esta época histórica. Esto implica elaborar una visión estratégica y un mensaje orientados al futuro, capaces de enterrar al kirchnerismo y restablecer los puentes entre el peronismo y vastos sectores de la sociedad argentina.

En los primeros años de Raúl Alfonsín, el peronismo no sólo supo desentrañar las causas de su derrota de 1983 y separar a los “mariscales de la derrota”, sino también, y fundamentalmente, captar el espíritu de la época. Esto le permitió asimilar las novedades propias de esa nueva era para incorporarlas en un proyecto superador al planteado por el alfonsinismo.

Desde el apoyo al “sí” en la consulta popular sobre el laudo papal en el conflicto del Beagle (contra la actitud negativa de la conducción partidaria) hasta el respaldo al Gobierno en las jornadas de la Semana Santa de 1987, la renovación mostró las existencia de un peronismo respetable para el conjunto de la sociedad y respetado particularmente por los no peronistas, tal como señaló Domingo Perón en 1972. Continuar leyendo

La segunda renovación peronista

El triunfo de Mauricio Macri, que termina con el ciclo de doce años de hegemonía kirchnerista, abre también una oportunidad para la liberación política del peronismo, reducido a la condición de un “Partido del Estado”, apéndice burocrático de un “capitalismo de amigos” que sirvió para enriquecer los bolsillos de una minoría de privilegiados, a expensas del patrimonio público.

Con las lógicas diferencias que surgen de tiempos históricos distintos, ese desafío se asemeja al que afrontó exitosamente en 1983, cuando ante la victoria de Raúl Alfonsín el peronismo supo protagonizar una etapa de renovación, que fue encarnada por una camada de dirigentes que hizo a un lado a los “mariscales de la derrota” y realizó una actualización doctrinaria y programática, que le permitió adecuar sus propuestas a las nuevas demandas de la sociedad argentina.

Conviene subrayar que aquella renovación peronista, que originariamente encontró su principal referencia en la figura de Antonio Cafiero, no fue un simple ajuste de cuentas interno, sino un profundo ejercicio autocrítico que, a partir de una relectura de la realidad de la época, posibilitó esa reconciliación del peronismo con la sociedad.

Esta necesaria precisión conceptual ayuda a orientar el sentido de la etapa que se inicia. Porque “renovación” no significa “restauración”, ni menos aún un mero recambio de dirigentes para un simple maquillaje de ocasión. Los argentinos votaron por el cambio y el peronismo está obligado a escuchar ese mensaje. No hay lugar para la nostalgia de los “buenos viejos tiempos”. No se trata de volver a ningún pasado glorioso, sino de formular una nueva interpretación del presente con la vista puesta en el futuro.

En 1983, el peronismo renovador, lejos de confrontar con el gobierno de Alfonsín, planteó una oposición constructiva, que se manifestó en hechos tan contundentes como su apoyo al “sí” en la consulta popular sobre el acuerdo con Chile en el conflicto del Beagle en noviembre de 1984, en abierto desafío a la postura anacrónica enarbolada desde la conducción partidaria, o su presencia activa, en firme respaldo a la democracia, ante la sublevación militar de Semana Santa de 1987.

Aquel ejemplo histórico también tiene que inspirar la actitud de esta segunda renovación peronista ante el gobierno de Macri.

José Manuel De la Sota ya plantó la bandera de un “peronismo republicano”. Es una buena manera de empezar.

 

La política mundial ante la resurrección de Dios

Nunca en los últimos siglos la problemática religiosa ha estado más íntimamente asociada a los conflictos de la época. Desde el anverso corporizado por la amenaza del ISIS, que tiene aristas de una guerra civil islámica, hasta el reverso expresado en el ascendente liderazgo mundial del papa Francisco, fortalecido por el notable eco internacional que tuvo su reciente encíclica sobre el cambio climático que aborda el principal desafío que enfrenta la humanidad en este siglo XXI, el escenario global está signado por la reaparición de la religiosidad como fenómeno político.

Religión y política aparecen entremezcladas en un mundo en el que, contra los pronósticos más extendidos, salvo en Europa Occidental -y algunos aventuran que esa es la causa fundamental de su decadencia-, la religiosidad de los pueblos, lejos de disminuir, tiende a resurgir. El famoso “Dios ha muerto” de Federico Nietzsche parece quedar atrás. Parafraseando al filósofo alemán, puede decirse que asistimos a la “resurrección de Dios”. El pensador francés Gilles Kepel se adelantó y fue más allá, cuando en 1991 tituló, premonitoriamente, La revancha de Dios a su ensayo sobre el papel político de las religiones. Continuar leyendo

Castiñeira de Dios: un homenaje necesario

“Volveré y seré millones”. La histórica frase, atribuida a Eva Perón, nunca fue pronunciada por su presunta autora. Pertenece a un poema escrito en 1962, al cumplirse diez años de su muerte, por José María Castiñeira de Dios, cuya desaparición, a los 95 años, priva a la Argentina de una de sus mayores personalidades culturales, con una obra fecunda y una trayectoria extraordinaria, a las que no se ha hecho suficiente justicia.

Castiñeira puede ser considerado legítimamente como uno de los cofundadores del peronismo. En 1944, integró la primera Junta Promotora de la candidatura presidencial del coronel Perón y lució siempre con orgullo su carnet número 49 del Partido Peronista.

Colaborador y amigo cercano de Eva, fue Secretario de Cultura durante el primer gobierno peronista, Secretario de Prensa y Difusión en 1973 y nuevamente Secretario de Cultura entre 1991-1994. Su nombre es un símbolo emblemático de la intelectualidad peronista.

Pero la vida de Castiñeira de Dios no transcurrió  encerrada ninguna torre de marfil: su activa militancia en la Resistencia, en las horas difíciles de la proscripción y la persecución política, lo ubican también, merecidamente, entre las grandes figuras históricas del peronismo.

Nunca dejó de ser fiel a su ideario, al que sirvió con entusiasmo y lealtad. Lúcido hasta el final de sus días, su mente abierta y su energía inagotable no estaban ancladas en la evocación del pasado, sino comprometidas en la construcción de futuro.La Argentina y el peronismo están en deuda con él.

China impulsa la infraestructura global

El Banco Asiático de Inversión en Infraestructura  (BAII), promovido por China y con sede en Beijing, avanza a un ritmo que permite pronosticar que en poco tiempo podría desplazar al Banco Mundial, tradicionalmente gobernado por Estados Unidos y sus socios del antiguo G-7 (Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia Italia y Canadá), como la principal fuente de financiación pública internacional no sólo en el continente asiático sino en todo el mundo emergente.

China anunció  que son 57 los países fundadores de la entidad, cuyo capital es de 100.000 millones de dólares. La iniciativa fue acordada, en octubre de 2014, por 21 países asiáticos: China, India, Pakistán, Singapur, Malasia, Vietnam, Camboya, Laos, Kuwait, Qatar, Brunei, Tailandia, Filipinas, Nepal, Tailandia, Uzbekistán, Kajakistán, Bangladesh, Mongolia , Myanmar y Sri Lanka. Pero el proyecto reclutó rápidamente nuevos socios hasta llegar a 26 en noviembre, se sumó Indonesia y en enero se incorporaron Nueva Zelanda, Arabia Saudita, Maldivas y Tayikistán.

Pero el salto cualitativo se registró en marzo, cuando Gran Bretaña solicitó incorporarse a la institución y rápidamente esa decisión, resistida por Estados Unidos, fue seguida por Francia Italia y Alemania y después por Suiza y Luxemburgo. Semejante avalancha se completó con la reciente  incorporación de Rusia, Brasil, España, Portugal, Corea del Sur, Australia y, Suecia, Israel, Egipto, Azerbaiyán, Islandia y Polonia, que completaron la conscripción de miembros fundadores, cuyas economías reunidas suman más de la mitad del producto bruto global, pero en la que sobresalen dos grandes ausencias: Estados Unidos, que prefería una reestructuración del Banco Mundial, y Japón, siempre reticente a la expansión de la influenciaregional de Beijing.

La brecha Occidental

El dato estratégicamente más relevante de este proceso, que refleja los cambios en la geografía económica mundial, es la fisura de la vieja alianza occidental. Los países de la Unión Europea no se hicieron cargo de las prevenciones de Estados Unidos. Significativamente, este vuelco  tuvo como desencadenante a Gran Bretaña, el aliado internacional más confiable de Washington, ya que la decisión de Londres precedió en tres días a los anuncios de Berlín, París y Roma.  El Secretario de Tesoro británico, George Osborne, subrayó el carácter estratégico de la iniciativa “porque es esencial el vínculo político-económico con Asia, la región de más crecimiento del mundo”.

Los ingleses, que fueron el eje del primer proceso de globalización de la economía mundial, iniciado alrededor de 1870, en coincidencia con la Segunda Revolución Industrial, e interrumpido con la primera guerra mundial y la crisis internacional de 1929, y protagonistas centrales de la segunda globalización, que comenzó a principios de la década de 90, con la Tercera Revolución Industrial y la desaparición del Unión Soviética y que tuvo su centro en Estados Unidos, aprecian lúcidamente la irrupción de un nuevo escenario, que supone la universalización de la globalización y está signado por el fin de la unipolaridad y el ascenso del mundo emergente, encabezado por  los países asiáticos y en especial por China.

El objetivo planteado por Osborne, en consonancia con los intereses de la banca londinense, es convertir al Reino Unido en el “centro de atracción de la inversión asiática en Europa”, sobre la premisa de que en sólo diez años más China completará el proceso de internacionalización de su moneda. El total del comercio internacional chino en renminbi trepó del 0,7% en 2010, al 9% en 2011 y a cerca del 34% en 2014. Las previsiones es que en 2015 superará el 60%. Esto implicará la incorporación del gigantesco ahorro interno chino (de lejos el más alto del mundo), al sistema  financiero internacional, lo que no puede sino hacer relamer de gusto a los banqueros de Londres y de todo el planeta.

Comercio, inversión e infraestructura

El presidente chino Xi Jinping anunció inversiones en el exterior de 1,25 billones de dólares para la próxima década. Más del 40% de esa prodigiosa cifra están orientadas a Europa, en primer lugar a Alemania y Francia, y a Estados Unidos. Parte de este inmenso flujo de capitales corresponde al “Fondo de la Ruta de la Seda”, destinado a desarrollar la infraestructura que conecte a Europa y al Mediterráneo con China., reconstruyendo sobre nuevas bases aquel legendario camino de Marco Polo que durante siglos fue el centro del comercio mundial.

Para la Unión Europea, el futuro pasa por una intensificación de su  intercambio comercial con China. La infraestructura imprescindible para facilitar la circulación de productos es de interés de ambas partes. Su decisión de contribuir a su financiación nada tiene que ver entonces con una súbita enemistad con Washington, ni implica el debilitamiento político de la alianza atlántica. Es la certificación de un famoso axioma del célebre primer ministro británico Benjamín Disraeli: “los países no tienen ni amigos ni enemigos permanentes, tienen intereses permanentes”.

La diferencia principal entre la globalización centrada en Estados Unidos y esta nueva fase en la  su centro de gravedad se desplaza hacia el continente asiático, es que China, que ya es la primera potencia comercial mundial, y los países asiáticos tienen una economía mucho más abierta que la norteamericana. Por lo tanto, su crecimiento económico impacta más fuertemente en el aumento de los flujos comerciales mundiales. Como sucedió en la segunda mitad del siglo XIX, durante la primera globalización, liderada por Gran Bretaña, el desarrollo de una amplia infraestructura para intensificar las corrientes comerciales es ya  una tendencia estructural de carácter irreversible.

China ya es desde hace varios el principal motor del desarrollo de la infraestructura en Africa. En los últimos tiempos, aumentó su presencia en América Latina. Las grandes compañías chinas ocupan un lugar cada vez más relevante en el ranking mundial de empresas constructoras. Ahora, la participación europea en el BAII  anticipa lo que vendrá.

Cuba hacia el capitalismo del siglo XXI

El deshielo entre Estados Unidos y Cuba avanza a tambor batiente. La decisión de Barack Obama de retirar al país caribeño de la lista de países patrocinadores del terrorismo, nómina en la que fue incluido por Ronald Reagan en 1982, acelera el ritmo de la normalización de las relaciones bilaterales. A pesar de los escollos que todavía tiene que sortear, el proceso de distensión adquiere características irreversibles.

Una encuesta realizada en Cuba por una firma privada estadounidense arrojó que el 97% de la población considera beneficiosa la normalización de relaciones. Se trata de uno de los niveles de consenso más elevados que puede alcanzar un acontecimiento político en el mundo de hoy. Pero la muestra reveló otros resultados sorprendentes. Después de 56 años de “¡Cuba sí , yanquis no!”, Obama tiene una imagen positiva del 80% contra el 47% (y 48% negativa) de Raúl Castro y el 44% (y 50% negativa) de su hermano Fidel. Extraña paradoja: Obama tiene más popularidad en Cuba que en Estados Unidos.

El sólo hecho de que un presidente norteamericano sea más popular en Cuba que Fidel Castro es un acontecimiento sin precedentes. Pero importa también señalar que lo mismo sucede con el Papa Francisco, a quien ambos gobiernos asignaron un rol fundamental en el éxito de las negociaciones preliminares, que también tiene una imagen positiva del 80%.

Más allá del devenir diplomático, la distensión se advierte en las calles de La Habana. Banderas estadounidenses empiezan a aparecer en remeras, pañuelos y bicicletas. Es cierto que los cubanos siempre acogieron con deferencia a los turistas norteamericanos, con quienes departen sobre su común afición al béisbol, al básquetbol y a las películas y series televisivas de moda, a las que acceden a través del mercado negro. Pero que la tan vituperada insignia de las barras y estrellas se haya convertido en un icono de consumo, especialmente entre los jóvenes, es un cambio cultural del que ya no se vuelve.

¡Es la economía, estúpido!

Las corporaciones multinacionales estadounidenses, que en materia de política interna suelen estar más cerca de los republicanos que de los demócratas, en este caso apoyan a Obama. La posibilidad de negocios es atrayente. Gully Hubbauer y Barbara Kotschwar, del Instituto Petersen para la Economía Internacional, estiman que las exportaciones de productos norteamericanos a Cuba podrían alcanzar a 4.380 millones de dólares anuales, contra unos 500 millones del año pasado, y que las exportaciones cubanas, que actualmente son nulas, podrían trepar a 5.800 millones de dólares.

En materia de exportaciones, los empresarios estadounidenses tienen expectativas diversificadas. Dwight Roberts, titular de la Asociación de Productores de Arroz de Estados Unidos, afirma que los cubanos podrían volver a importar las 400.000 toneladas que compraban anualmente antes del bloqueo comercial. Las compañías automotrices de Detroit sueñan con la oportunidad de reemplazar a los vehículos viejos y destartalados que aún circulan por las calles y rutas de Cuba.

Pero no se trata únicamente de comercio. Cuba puede transformarse en un atractivo destino para las inversiones en distintos rubros. El principal es el turismo. Las grandes cadenas hoteleras y las empresas de aviación visualizan la reapertura de un promisorio mercado para el turismo estadounidense. La inventiva empresaria norteamericana corre más rápido que la política. Ya se estudia la posibilidad de otorgar franquicias a socios cubanos para negocios en diversos rubros, desde locales de comida hasta gimnasios.

El gobierno cubano está atento a estas oportunidades. Palmares SA, una compañía controlada por el Ministerio de Turismo, estableció una empresa conjunta con la firma británica London and Regional Properties Ltd. para edificar una villa turística a dos horas de auto de La Habana, en un proyecto que implica comercializar un millar de casas y departamentos para extranjeros y residentes locales, junto con un hotel de lujo, una cancha de golf y una academia de tenis.

Cuba del Norte

La distensión cubano-estadounidense encuentra una inmensa fuente potencial de capitales en Miami, esa próspera Cuba del Norte cuya prosperidad contrasta con el atraso económico de la Cuba del Sur, una distancia que evoca a la que separaba a las dos Alemanias antes de la caída del muro de Berlín. Más allá de la discusión suscitada entre las organizaciones del exilio acerca de la conveniencia política de la apertura impulsada por la Casa Blanca, la comunidad cubana se prepara para aprovechar el nuevo escenario y multiplicar sus inversiones en su tierra de origen, situada apenas a 145 millas.

Los cubanos de Miami son propietarios de alrededor de 140.000 empresas, que en su conjunto facturan aproximadamente unos 50.000 millones de dólares anuales (casi la mitad del producto bruto interno de Cuba). Las remesas de dinero a sus familiares en la isla, cuyo límite máximo ha sido aumentado significativamente por Obama, constituyen una de las principales fuentes de ingresos para una economía exhausta.

La novedad reside en que esas remesas, que antes ayudaban a solventar los menguados ingresos de centenares de miles de familias, ahora pueden emplearse como primeros aportes de capital para los nuevos emprendimientos empresarios privados autorizados por el régimen, cuyo desarrollo tropezaba con la ausencia de fuentes de financiación.

La liberalización de la compraventa de inmuebles inauguró otro interesante rubro para las inversiones. Miles de cubanos de Miami quieren comprar casas en La Habana. Un periódico llamado “El Papelito”, que se vende en las calles de la capital cubana al precio de un dólar, incluye avisos inmobiliarios que van desde estrechos departamentos hasta mansiones señoriales, con la consiguiente valorización de la propiedad inmueble.

Por esas curiosas ironías de la historia, esa burguesía cubana, exportada compulsivamente por Fidel Castro en la década del 60, para poder edificar el socialismo, es reimportada ahora por su hermano Raúl para construir en Cuba un capitalismo del siglo XXI, en abierto contraste con el “socialismo del siglo XXI” que padece la Venezuela de Nicolás Maduro.

La chicana a Pinedo, una exhibición de ignorancia

“Preparate, Pinedo, vos con ese apellido estatizando los trenes”, espetó sardónica Cristina Kirchner con  la mirada puesta en Federico Pinedo, jefe de la bancada de diputados nacionales del PRO, en una de las tantas exhibiciones histriónicas de sus tres horas y cuarenta nueve minutos de su exposición de despedida ante la Asamblea Legislativa.La frase fue tan sorprendente por su espontaneidad como por la profunda ignorancia histórica revelada por su autora.

Porque Federico Pinedo, abuelo del político macrista, fue precisamente el autor del primer proyecto de estatización de los ferrocarriles argentinos, implementado por el primer gobierno peronista en 1949.

La iniciativa de Pinedo era parte del Plan de Reactivación Económica que presentara en 1940, como Ministro de Economía del presidente Roberto Ortiz, para afrontar la situación de emergencia derivada del estallido de la Segunda Guerra Mundial, que no llegó a ser aprobado por el Congreso por la resistencia de un sector de la bancada conservadora y el rechazo del radicalismo.

Lo de Pinedo no fue entonces una idea tirada al azar, que por lo tanto pudiera quedar sepultada en el olvido, sino que integraba una propuesta económica que fue debatida públicamente, incluso en el Parlamento. Tanto es así que todos los historiadores más o menos serios que estudiaron la nacionalización de los ferrocarriles realizada por Perón mencionan al”Plan Pinedo” como un antecedente de la medida.

Si Cristina Kirchner tuviera un mejor conocimiento de la historia argentina, tal vez no le hubiera resultado necesario requerir algún asesoramiento antes de incurrir en semejante demostración de ignorancia, que sin duda pasará a engrosar el extenso listado de ”bloopers” presidenciales. En esta oportunidad, su afán compulsivo por chicanear a Pinedo le impidió valerse de esa sana precaución.

Que no se resfríe Bonadío

El borrador encontrado en el cesto de papeles de Alberto Nisman, en el que se solicitaba la detención de Cristina Fernández de Kirchner, revela que la idea, repetida hasta el cansancio por los voceros oficiales, de que el gobierno es el principal perjudicado por la muerte del fiscal puede resultar falsa. Para cotejarla con la realidad, habría que imaginar no lo que ocurre con Nisman muerto, sino lo que hubiese acontecido con Nisman vivo, para extraer luego las correspondientes conclusiones.

Hay que pensar entonces qué hubiese pasado si Nisman hubiera concurrido el lunes 19 de enero al Congreso Nacional para fundamentar sus dichos, si hubiera seguido apareciendo en los medios de comunicación, para agregar nuevos elementos de prueba, y si esa situación dramática se hubiera prolongado en el tiempo durante toda la campaña electoral, con la denuncia instalada en el centro de la agenda pública y el consiguiente tembladeral institucional.

Este ejercicio contrafáctico permite suponer lícitamente que alguien pueda haber pensado, tal vez equivocadamente, que Nisman vivo era más peligroso para el gobierno que Nisman muerto. Continuar leyendo