Con las obvias e importantes diferencias entre las respectivas épocas históricas, la situación de confusión ideológica y horizontalización política que atraviesa hoy el peronismo tiene algunos puntos de contacto con el momento posterior a la derrota electoral de 1983, que dio origen a la etapa de la renovación.
Este escenario abre una oportunidad para impulsar una nueva actualización doctrinaria y programática, a fin de colocar al peronismo en sintonía con esta época histórica. Esto implica elaborar una visión estratégica y un mensaje orientados al futuro, capaces de enterrar al kirchnerismo y restablecer los puentes entre el peronismo y vastos sectores de la sociedad argentina.
En los primeros años de Raúl Alfonsín, el peronismo no sólo supo desentrañar las causas de su derrota de 1983 y separar a los “mariscales de la derrota”, sino también, y fundamentalmente, captar el espíritu de la época. Esto le permitió asimilar las novedades propias de esa nueva era para incorporarlas en un proyecto superador al planteado por el alfonsinismo.
Desde el apoyo al “sí” en la consulta popular sobre el laudo papal en el conflicto del Beagle (contra la actitud negativa de la conducción partidaria) hasta el respaldo al Gobierno en las jornadas de la Semana Santa de 1987, la renovación mostró las existencia de un peronismo respetable para el conjunto de la sociedad y respetado particularmente por los no peronistas, tal como señaló Domingo Perón en 1972.
En las actuales circunstancias, resulta imprescindible realizar un ejercicio semejante, que posibilite entender el actual espíritu de la época y avanzar en la dirección de la historia. Para competir electoralmente con el Gobierno de Mauricio Macri, más que incurrir en un oposicionismo anacrónico, hay que plantear una propuesta superadora del macrismo.
En este sentido, es pertinente reconocer que las tres grandes prioridades fijadas por Macri en su mensaje a la Asamblea Legislativa (pobreza cero, lucha contra el narcotráfico y unidad de los argentinos) sintetizan con bastante exactitud las nuevas demandas de la sociedad.
Conviene subrayar que el objetivo de “Pobreza cero” trasciende de lejos la perspectiva de inclusión social planteada por el kirchnerismo, cuya política social no estuvo enderezada a la erradicación de la pobreza, sino a una simple contención social, a través de un asistencialismo asociado a un clientelismo político más parecido al del viejo conservadorismo que a la dignificación del trabajo y la movilidad social ascendente que caracterizaron al peronismo desde su nacimiento en 1945.
El sujeto histórico del peronismo nunca fue el pobre, al que siempre intentó rescatar de esa condición de marginalidad para integrarlo en el mundo productivo, sino el trabajador. Para el peronismo, la ayuda social tiene como misión afrontar la emergencia, pero el objetivo permanente es la justicia social.
El desafío de la lucha contra el narcotráfico, vinculado con la cuestión de la seguridad ciudadana, recogió también un amplio reclamo popular, potenciado por la Iglesia Católica, que recorre todos los estratos sociales, cuya dimensión constituyó un factor decisivo en el triunfo de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires.
La convocatoria al diálogo y a la unidad nacional es una respuesta a la estrategia de confrontación sistemática impulsada durante doce años por el kirchnerismo, que buscó siempre promover la división de los argentinos, en contraposición a la prédica de Perón y a su apotegma de: “Para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino”.
Faltó en ese mensaje una enunciación clara de una cuarta prioridad: la puesta en marcha de una reforma política que tienda a cerrar la enorme brecha existente entre la política y la sociedad, abierta desde diciembre de 2001, y facilitar una lucha efectiva contra la corrupción. El peronismo renovado tiene que plantear el combate contra la profesionalización de la política, manifestada en la consolidación de una casta burocrática divorciada de la sociedad.
Pero el eje fundamental de diferenciación entre un peronismo renovado y el macrismo reside en la discusión sobre el énfasis puesto unilateralmente en la gestión. Para el peronismo, que reivindica aquello de: “Mejor que decir es hacer y que prometer realizar”, resulta obvio que la acción es más importante que el discurso. De allí que sería ridículo subestimar la importancia de la gestión de gobierno, más aún después de doce años de predominio de un relato mentiroso, que negaba el axioma de: “La única verdad es la realidad”. Pero la gestión, entendida como una eficiente administración, no puede sustituir la noción de proyecto, ni reemplazar a una idea convocante de nación, capaz de movilizar las energías de la sociedad. La gestión a secas, si no está sustentada en un proyecto transformador, es conservadurismo, no cambio.
Esta diferencia de concepción remite a visiones distintas sobre el rol del Estado. El peronismo, que se inspira en la doctrina social de la Iglesia y tiene como base las ideas de la comunidad organizada y de la justicia social, no concibe al Estado como un elefante burocrático que sustituye la creatividad de la sociedad, como postula el colectivismo totalitario, pero tampoco como un simple ente proveedor de servicios, administrado con los criterios de la empresa privada, tal como lo plantea el individualismo liberal, en beneficio de los intereses de los más poderosos.
En el mundo del siglo XXI es necesaria una reinvención del Estado. No se trata de achicar ni agrandar las estructuras estatales, sino de construir un Estado fuerte e inteligente (no grande y bobo), responsable del planeamiento estratégico y capaz de impulsar la concertación social y coordinar los esfuerzos del conjunto de la nación.
Sólo un amplio debate, que permita encarar esa actualización doctrinaria y programática, puede otorgar verdadero sentido a una estrategia orientada a la recuperación del Partido Justicialista, para romper su subordinación al Frente para la Victoria y emplearlo como instrumento político para librar la batalla electoral de 2017, en la perspectiva de la elección presidencial de 2019. Lo contrario sería empeñarse en la inútil pelea por un cadáver. La inmensa mayoría del peronismo está hoy a la búsqueda de nuevos puntos de referencias que permitan redireccionar su acción política.
Ese vacío es una oportunidad para quienes acierten cómo llenarlo. Allí reside el desafío de 2016, el año del bicentenario de la Argentina.