Nisman, una muerte que nada cambió

La muerte del fiscal Alberto Nisman, luego de denunciar a la presidenta Cristina Fernández de presunto encubrimiento de los iraníes sospechados de haber llevado a cabo el atentado contra la AMIA en 1994, no cambió nada, no resultó un punto de inflexión y no generó un antes y un después en la realidad argentina. Ni siquiera influyó, al parecer, en la campaña electoral.

A casi tres meses del fallecimiento del funcionario judicial, no sólo se desconoce si se trató de un suicidio o de un asesinato, sino que la denuncia que realizara sobre el Gobierno nacional está a punto de desvanecerse y sólo queda la pelea entre su ex esposa, la jueza Sandra Arroyo Salgado y la fiscal Viviana Fein, las fotos de Nisman “de la noche porteña” y un oscuro personaje como Diego Lagomarsino.

El super fiscal nombrado por Néstor Kirchner en el 2004 con la venia de la comunidad judía local e internacional, para llevar adelante las investigaciones por la causa AMIA tenía contacto directo con la embajada norteamericana y, por ende con el gobierno de los Estados Unidos y la CIA; las entidades judías, o sea con el gobierno de Israel y el Mossad; la ex SIDE a través del agente que dispuso en su momento Kirchner para que lo “ayudara” en su investigación, Antonio Stiuso.

Ese Nisman, simplemente, con todos esos “contactos”, un día denunció a la máxima autoridad del gobierno nacional bajo el conocimiento, obviamente, de EE.UU y la CIA; Israel, las entidades judías y el Mossad; de la Side y Stiusso; y probablemente del propio gobierno nacional. Esa denuncia, sobre la que todos estaban al tanto y nadie hizo nada para detenerlo si es que era tan pobre y vacía de argumento como se dedujo luego, fue presentada judicial y mediáticamente, provocando un terremoto político el 14 de enero.

Cinco días después, este  super fiscal, el del paraguas de contactos políticos y de inteligencia del más alto nivel mundial, simplemente aparecía muerto. Un suicidio sospechoso, mas cerca de un “asesinato” mafioso, según se ocuparon de plantearlo la presidenta Cristina Fernández, los medios locales e internacionales y, ahora, la ex esposa que comanda la querella por parte de las hijas y la madre de Nisman. ¿Y los contactos tan relevantes que tenía?¿Ninguno de ellos sabe cómo murió?¿Ninguno de ellos supo brindarle seguridad? Y la denuncia, de la que todos estaban la tanto, ¿tan ligeramente dejaron que la presente y tan ligeramente esos “contactos” dejaron que se desvaneciera, y ninguno la defiende?

Muchas preguntas. Ninguna respuesta.

Pero lo que es mas llamativo, quizás mas para un análisis sociológico que para un artículo periodístico, es que la muerte de Nisman, mas allá de quién era el fiscal y qué había hecho por la causa AMIA, allá por el verano parecía que iba a constituirse post mortem en el pilar de una nueva Argentina, en un punto de inflexión en lo que respecta a la Justicia, los valores, las instituciones de la República y la democracia. No ha servido para nada.

Ni siquiera el caso Nisman alcanzó a incidir en la campaña electoral, ya sea a favor de la oposición o del kirchnerismo, según la óptica de quien lo analice. Con un escenario político polarizado entre el postulante oficialista Daniel Scioli y el opositor Mauricio Macri, con un Sergio Massa en un peldaño mas abajo, ninguno de los tres candidatos capitaliza o se ve afectado por el caso Nisman.

La marcha del 18F, la multitudinaria manifestación civil por el esclarecimiento de la muerte de Nisman, bajo la lluvia y dejando la foto de miles de paraguas que caminaban hacia la Plaza de Mayo, llegó a ser comparada por algunos sectores minúsculos con la Revolución de Mayo o una suerte de Cabildo Abierto. Un mes y medio después, podríamos decir que fue un dato de color. Poco más.

¿Estamos tan mal como sociedad o como país, en cuanto a valores, instituciones, derechos, que en nada ha incidido el supuesto asesinato de un fiscal de la Nación?

Cuando ocurrió la tragedia de Cromañón, el 30 de diciembre de 2004, no sólo le costó el puesto al jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra, sino que cambiaron las reglas y exigencias para el funcionamiento de los locales bailables y de recitales. Nada, obviamente, a la hora de recordar las 194 muertes, los 1400 heridos y las múltiples responsabilidades. Pero hubo un saldo como consecuencia del reclamo social y mediático.

Cuando ocurrió el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas, el 25 de enero de 1997, se suicidó el empresario Alfredo Yabrán, presuntamente implicado en el homicidio. En tanto los integrantes de la banda “Los Horneros” fueron condenados, Horacio Braga, José Auge, Sergio González y Héctor Retana, así como Gregorio Ríos, jefe de la custodia de Yabrán, y los policías Sergio Camaratt, Aníbal Luna y Gustavo Prellezo. Producto de un reclamo social y mediático.

¿Cuál es el saldo por la muerte de Nisman? Todavía es largo el camino judicial. Pero tal como está planteado, probablemente la sensación sea “aquí no ha pasado nada”, mas allá del reclamo social y mediático, que llegó a su techo y desciende cada día.

Semejanzas del menemismo y el kirchnerismo

El gobierno ya no tiene posibilidad alguna de conseguir un nuevo mandato para su líder por imposibilidad de la Constitución Nacional que no le permite una tercera presidencia. Pero el verdadero problema es que en el oficialismo no confían en el mejor candidato presidencial para la sucesión, quien fuera vicepresidente en el inicio de la actual gestión. Es más, lo consideran un rival mas que un dirigente propio. La oposición, en tanto, armó un frente electoral competitivo y sube en las encuestas de opinión a través e promesas y denuncias de corrupción. El modelo parece desvanecerse junto con su líder y, al parecer, esa corriente peronista va a ser un “ismo” mas en la historia contemporánea del PJ.

El relato corresponde a fines de 1999. El presidente Carlos Menem, pese a reiterados intentos, no había logrado forzar un tercer mandato, vía reforma constitucional. El por entonces mejor candidato del peronismo era Eduardo Duhalde, que no tenía el apoyo de Menem y, mas aún, se había convertido en enemigo del Presidente. De la vereda de enfrente, el radicalismo de Raúl Alfonsin y Fernando de la Rúa se unía en un frente electora con el Frepaso de Carlos “Chacho” Alvarez para dar nacimiento a la Alianza. ¿Puede traspolarse aquél escenario al actual?

Muchos podrán decir que hay paralelismos. Cristina Fernández es quien no tiene tercer mandato, el mejor candidato del oficialismo y ex vicepresidente de Néstor Kirchner, es Daniel Scioli, en quien el kirchnerismo y la Presidenta no confía. Así lo ha dejado en claro recientemente el diputado Carlos Kunkel, un hombre del círculo íntimo presidencial, quien ubicó a Scioli entre los peronistas con algunos “matices de liberalismo moderado”. En tanto en la oposición, se lanzó el flamante frente electoral compuesto por el radicalismo y Mauricio Macri (PRO).

Sin poner el acento en la diferencia de coyunturas y el peso específico de aquellos y estos protagonistas políticos, las similitudes son inevitables.

Pero hay mas. El menemismo al igual que el kirchnerismo, fueron procesos políticos de mas de una década que tomaron el país inmerso en profundas crisis económicas y que debieron afrontar, sobre el final, duras sospechas por parte de la sociedad tras un crimen con connotaciones políticas y mafiosas. En enero de 1997, Menem fue apuntado por el dedo acusador de la opinión pública por el crimen del reportero gráfico José Luis Cabezas; en enero pero de 2015, Cristina Fernández padeció el mismo dedo acusador con la muerte del fiscal Alberto Nisman.

Los índices también golpearon el final de ciclo de ambas gestiones. En el último tramo del menemismo, en las encuestas que evaluaban al gobierno de Menem, el 44 por ciento calificaba al gobierno de malo y muy malo; pero el 31 por ciento consideraba que era regular y algo mas del 12 por ciento que era bueno o muy bueno.

Los números, en un hipotético ensayo comparativo benefician un poco más al kirchnerismo. La última encuesta de Poliarquía arroja que el 35 por ciento considera mala la gestión de Cristina Fernández y el 21 mala con algunos logros; pero el 30 cree que es buena con errores y el 13 muy buena.

Quizás, en lo que respecta a la situación económica de los dos gobiernos peronistas –o al menos en nombre del Peronismo- que administraron  la Argentina desde el retorno de la democracia, el kirchnerismo aventaje al menemismo: el mismo sondeo da cuenta que el 42 por ciento de los encuestados manifiesta que su situación económica es positiva, el mismo porcentaje que es regular y el 15 por ciento que es mala.

Mas allá de los aspectos largamente negativos que pueda desarrollarse acerca de la década de los 90, esa aceptación que aún tenía la administración menemista en 1998 se reflejó años después cuando, pese a todo, Menem ganó las elecciones presidenciales del 2003 por 24,45 por ciento frente al 22,24 de Kirchner. Aunque al riojano no le alcanzó para volver a la Casa Rosada, habida cuenta de que en el balotaje iba a ser arrasado por el santacruceño.

¿Podría pasar lo mismo con Cristina Fernández si el próximo presidente realiza una pésima gestión, volver en el 2019? Es muy aventurero. Lo único cierto es que, según Poliarquía, el 45 por ciento de los argentinos pretende que el próximo gobierno cambie algunas cosas y continúe otras; el 24 quiere que se prosiga con todas las políticas. Ambos sectores, podrían encerrar un 69 por ciento. Sólo el 30 manifiesta la necesidad de un cambio radical de las políticas.

De ser así, ¿El votante está pidiendo cambios de fondo o solamente está reclamando un cambio de estilo, menos confrontativo y verticalista y con una mayor búsqueda de consenso?

Para seguir liderando, Cristina necesita perder en octubre

Cristina Fernández y el Peronismo ortodoxo iniciaron una disputa sin retorno, que pone en vilo las chances del candidato del Frente para la Victoria en las elecciones presidenciales de este año.

Tal como ocurrió cuando los Kirchner llegaron al poder y se consolidaron en el liderazgo del PJ allá por el 2005, sacándose de encima a su padrino, Eduardo Duhalde, el Gobierno pretende ahora imponer las listas de candidatos a legisladores provinciales, senadores y diputados nacionales,  así como gobernador y fórmula presidencial.

Suena coherente con la etapa kirchnerista pero lo que cambió es que se trata de una presidenta que tiene los días contados, que se va del poder. Esto significa, leído en clave peronista, que su palabra y su decisión ya no tiene el mismo peso, sobre todo para decidir sobre cuestiones que hacen al futuro de intendentes y gobernadores.

“El peronismo es como un depredador, cuando olfatea sangre, va por la presa”, razona un histórico dirigente justicialista que sirvió al menemismo, al duhaldismo y al kirchnerismo. El hombre no aclara, porque es intrínseco a la lógica pejotista, que la presa puede ser un “compañero” o “compañera” cuyo liderazgo se acaba y es necesario reemplazarlo. Como Hizo Néstor Kirchner con Duhalde. Duhalde lo puso en la Presidencia y después Kirchner lo desalojó del sillón de líder justicialista.

Echar al histórico operador peronista, cercano a Daniel Scioli, Juan Carlos “Chueco” Mazzón, es un mensaje de la Presidenta al Peronismo: acá las listas las decido yo e irán en su mayoría los dirigentes de La Cámpora.

La jugada que Cristina quiere ejecutar para que el kirchnerismo no se diluya en un “ismo” más y termine, como paso con el menemismo y el duhaldismo, absorbido por el PJ, es dejar después de diciembre de 2015 un núcleo duro K en el Congreso Nacional y en las Legislaturas provinciales. Como una bomba de tiempo, programada para que estalle el 11 de diciembre de 2015.

En el terreno de los interrogantes flota la hipótesis de si la Presidenta pretende convertirse en la Jefa de la oposición, lo cual sería a prima facie sospechoso porque para serlo necesita que el Peronismo, el candidato del Frente para la Victoria, pierda en las elecciones de octubre. De lo contrario, el peronismo tendrá como nuevo líder a Scioli, porque el Presidente, quien ostenta la lapicera y ejecuta el presupuesto nacional, manda.

Es entendible que Cristina no designe a su “heredero”, porque como ya lo ha escrito el mexicano Carlos Fuentes en el libro “La silla del Aguila”, el poder se le escurriría en segundos, como arena entre las manos. Pero también es entendible que la incertidumbre que genera la posibilidad que elija a un candidato que no sea el que mejor mide –Daniel Scioli- moleste a la dirigencia peronista que pretende, lógico, seguir conservando intendencias y provincias. Por eso, no puede estirar mucho tiempo mas la definición.

La ventaja que ostenta el cristinismo es que Scioli no es un líder político nato, que se presente como tal y que capitalice su imagen, presione, se rebele, para obtener lo único que ansía: ser el candidato del peronismo y luego Presidente. Con su laissez affaire, el gobernador bonaerense permite que, a nueves meses de dejar el poder, los tiempos los maneje Cristina. Pero cuidado, cualquier decisión de la Casa Rosada que vaya en contra de su obsesión presidencial, podría llevarlo a romper lanzas.

Si la Presidenta decide sus predilecciones político-electorales a último momento, será una prueba fiel de que pretende una derrota oficialista, que gane Mauricio Macri, para luego volver ella o permitir que un verdadero kirchnerista aterrice la Casa Rosada.

Parece alocado, no extraño a la estrategia K sobre la política. Néstor Kirchner planificaba a largo plazo y cuando allá por el 2003, apenas arribado al poder, se hablaba de la alternancia presidencial Néstor-Cristina-Néstor, parecía una locura. Y terminó ocurriendo así, aunque el periodo 2011-2015 era el turno del santacruceño, que truncó su muerte, entonces Ella debió tomar la posta.

Una oportunidad perdida

Cristina Fernández dejó pasar la oportunidad de mostrarse como una estadista que deja el poder luego de 12 años de gobierno kirchnerista y que, conocedora de la Realpolitik argentina, se ubica por sobre los problemas y conflictos banales, pensando en la historia grande del país.

La Presidenta hizo perder casi cuatro horas de tiempo a 40 millones de argentinos que hubieran preferido admitir, al menos gran parte de ellos, que su último discurso ante la Asamblea Legislativa fue convocante, con la mirada hacia el futuro, y llamando a la unidad, aunque tardía, de todos los argentinos.

Muy por el contrario, la mandataria ensayó un discurso que, salvo por la extensión, no se diferenció en nada de las habituales cadenas nacionales donde ensaya un autoelogio de su gestión, critica a la oposición y a todo el que piense distinto y luego envía un proyecto de ley para que la mayoría automática que ostenta en el Parlamento lo apruebe, creyendo que con eso logra acallar los reclamos de un sector mayoritario de la sociedad.

El discurso presidencial en el Congreso careció de iniciativas que busquen disminuir, al menos en apariencia, la “grieta” que el kirchnerismo trazó en la última década o las carencias que no pudo resolver la actual gestión. Sólo se limitó a proponer la estatización de los ferrocarriles, como si el buen o mal funcionamiento de los trenes, que en el 2012 provocaron la tragedia de Once con 51 muertes, dependiera del manejo estatal o privado. Como si el único tema pendiente de la era K fuera el funcionamiento de los trenes.

¿No habrá considerado siquiera, como deuda pendiente la Presidenta, la inseguridad, la inflación, la lucha contra el narcotráfico o la corrupción? ¿Es posible que Cristina Fernández no haya mencionado ninguna de esas palabras en tres horas 40 minutos de exposición?

El mensaje de despedida de la Presidenta, del Congreso Nacional, fue la impronta que deja el gobierno kirchnerista en su paso por el poder: la confrontación.

Comenzó su exposición criticando a los opositores por lo que consideró un apoyo interno a los fondos buitre; le enrostró el desendeudamiento y lo “poco” que va a tener que pagar el próximo Gobierno en materia de deuda pública sin mencionar los subsidios y el atraso tarifario que deja como herencia. Ironizó con el “partido judicial”, cuando fue el kirchnerismo quien designó a más de la mitad de los jueces nacionales. Y cuando se había animado a “interactuar”, eso sí con chicanas, nunca con una expresión de respeto, con los opositores del PRO, por el respaldo de Mauricio Macri a las “banderas” del Justicialismo, la Presidenta estalló.

Los carteles en la banca de tres diputados de la oposición –Claudio Lozano, Brenda Arenas y Omar Barchetta- que encolerizaron a Cristina Fernández no decían “El gobierno mató a Nisman”, ni “Cristina encubridora” o “Kirchnerismo=impunidad”. Los carteles solo decían “AMIA: apertura de los archivos” y “AMIA: Comisión investigadora”. Por eso, es incomprensible el enojo con el Poder Judicial que, hasta hace poco tiempo, era un aliado del gobierno nacional, que exculpó al kirchnerismo de varias causas por corrupción e enriquecimiento ilícito.

Mas aún. Si no hubiera sido por esos carteles, la Presidenta no se habría referido a la muerte del ex fiscal Alberto Nisman ni a la denuncia en su contra por el caso AMIA. Ni siquiera tuvo el buen tino, como sí lo hizo el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, de proponer un minuto de silencio por la muerte del fiscal en el juicio a las Juntas Militares Julio César Strassera.

Muy por el contrario, quizás en un fallido que muestra la imagen que ve frente a su espejo, Cristina Fernández se comparó con Evita al señalar que ni siquiera “la abanderada de los humildes” logró, casi 70 años atrás, otorgarles los derechos que ella sí había conseguido a las personas que realizan tareas de limpieza en los hogares.

El discurso de la Presidenta careció de la visión de un estadista y derramó un lenguaje mediocre, de barricada, que poco tiene que ver con las obligaciones institucionales, republicanas, de un Jefe de Estado, mas allá de las ambiciones de la oposición.

“No somos idiotas, señores”, les dijo a los presentes, cuando afirmó que el Gobierno no tomaría ninguna medida que atente contra el empleo; “¡Hay que ser estúpidos”, exclamó, cuando rechazó las críticas al acuerdo de cooperación e inversión firmado con China; “Solo faltó que dijeran que nos iban a violar a todos”, bramó, al rechazar los vaticinios que auguraban un mal fin de año en el 2014. ¿Este es el lenguaje de una Presidenta que deja el poder e intenta seducir a todos los argentinos?¿Son estas las expresiones de un jefe de Estado que busca dar una imagen componedora y de consenso?¿Es un discurso propio de un líder político que quiere atraer a los votantes para que en octubre se pronuncien por el candidato de su espacio y le permita a su partido continuar en el poder? Nada de eso.

Cristina Kirchner se dirigió al Congreso Nacional y a los argentinos que siguieron su discurso como si se tratara de una charla que no le interesaba dar, cómo si a nadie quisiera convencer, ni atraer, ni seducir.  Poco favor le hizo a quienes aspiran a sucederla por el Frente para la Victoria, Daniel Scioli, Florencio Randazzo o Aníbal Fernández, que siguieron las alternativas de la tertulia que ofreció la Presidenta.

Ni anuncios, ni políticas de Estado, ni gestos, ni mas diálogo, ni consenso, ni convocatoria. El último discurso de Cristina Fernández de Kirchner resultó ser para el olvido, que tal vez pase a la historia no por lo que sentenció, sino por lo que no dijo.

El error de redoblar la apuesta

“Cristina va a redoblar la apuesta siempre, es una cuestión ideológica del kirchnerismo”, admitió, rendido, un dirigente peronista, cerrando la puerta a cualquier gesto componedor de la Presidenta en relación al caso Nisman y a la “Marcha del silencio” que se realizará el próximo miércoles.

El gobierno K se ha caracterizado, eso sí de manera coherente, en ir siempre adelante, al choque, lo que ha generado como muy pocas veces en la historia argentina la división de los argentinos. Pero no se trata de una simple diferenciación. Hay sectores kirchneristas y antikirchneristas que, literalmente, infunden el odio hacia el otro.

¿Quiénes no adscriben al fundamentalismo pro o anti, serán la mayoría? Sería saludable para el futuro inmediato.

Con su errática estrategia comunicacional y política, el Gobierno nacional ha logrado dos cosas claves para que la muerte del fiscal Alberto Nisman se haya convertido en el golpe mas duro que haya recibido la Casa Rosada desde el 2003 a la actualidad, solo equiparable al atentado de la AMIA o el crimen de José Luis Cabezas del menemismo o a la muerte de Kostecky y Santillán del duhaldismo: a) que la sociedad en su conjunto no crea en la teoría del suicidio, y b) que un amplio segmento de la ciudadanía tenga pensado marchar el 18F en distintos puntos del país.

Si Cristina Fernández y su gabinete se hubieran puesto a la cabeza del esclarecimiento de la muerte de Nisman, yendo “hasta las últimas consecuencias”, no hubiera tenido lugar el escándalo.

Cuando el 1 de abril Juan Carlos Blumberg –padre del joven secuestrado y luego asesinado, Axel- reunió a unas 150 mil personas en el Congreso, clamando por seguridad, rápido de reflejos, el entonces presidente Néstor Kirchner encargo a su ministro de Justicia y Seguridad, Gustavo Béliz, un Plan contra el delito. Los diputados y senadores del Frente para la Victoria recibieron las propuestas de Blumberg en el Congreso con los brazos abiertos y el Gobierno hasta ayudó a financiar la fundación del padre de Axel.

Pronto todo quedó en la nada. Con la ayuda del oficialismo, los reclamos de Blumberg se fueron desdibujando y el ministro Beliz fue echado, por confrontar con un tal Antonio Stiusso, de la SIDE.

Sin embargo, la administración de Cristina Fernández optó por seguir otro camino. Especuló con el suicidio y el asesinato después, buscando chivos expiatorios en Diego Lagormarsino o en el propio agente Stiuso, y pronto quedó al descubierto su estrategia de poco vuelo.

Sumado a las discusiones y desmentidas con la fiscal a cargo de la investigación, así como las dilatadas y poco efectivas pericias que pusieron a la luz el precario nivel de los equipos de investigación con los que cuenta la Argentina, provocaron el descreimiento generalizado.

En ese traspié permanente de “redoblar la apuesta”, buscando un “enemigo”, el Gobierno empezó con el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, rompiendo un diario Clarín en plena conferencia de prensa, y terminó acusando a través del secretario General de la Presidencia, Aníbal Fernández, de “narcos” a algunos organizadores de la marcha del silencio. ¿Se pueden cometer tantos errores? ¿O en realidad la Presidente, que fogonea todas esas reacciones, está interesada que la movilización del miércoles sea masiva?

De lo contrario, es poco entendible que hable como lo hizo el miércoles pasado, de “nosotros” y “ellos”, alimentando la denominada “grieta”. “Nosotros”, el amor a la patria; “ellos”, el odio. Inconcebible para alguien que se hace anunciar como “la Presidenta de los 40 millones de argentinos”.

El peronismo, que provocó una revolución en la Argentina con la irrupción de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, mas allá de la aprobación o reprobación de sus políticas dirigidas al sector mas vulnerable de la sociedad, fue víctima precisamente de esa discriminación por parte de las clases conservadoras dominantes.

“La chusma”, los “cabecitas negras” era “ellos” en 1945. Hoy, en 2015, “ellos” son los que odian, no están conformes y marchan.

Paradójicamente, un gobierno que se tilda como “el más peronista” y que incluso llegó a establecer una inverosímil competencia de la figura de Néstor Kirchner con la de Perón, utiliza hoy los mismos recursos discriminatorios que la oligarquía argentina de los 40, que luego fue etiquetada como “gorilas”.

La pésima estrategia gubernamental ha empezado a inquietar al Peronismo –no al kirchnerismo- de cara a la inminente campaña electoral. El discurso confrontativo de la Presidente aleja a los candidatos peronistas del electorado. Por eso no fue casual que días atrás, un gobernador tan oficialista como el tucumano Jorge Alperovich saliera a reconocer el derecho de la gente de movilizarse por el esclarecimiento del caso Nisman.

“Este fue el último gesto de amor”, lanzó un gobernador peronista el 22 de enero pasado, cuando el PJ Nacional se reunió ara denunciar un complot contra la Presidente con la muerte de Nisman. No sería extraño que, tal como ocurrió en la historia reciente del peronismo, algunos dirigentes comiencen a tomar distancia de un Gobierno con tiempo de descuento y cuyo poder comienza a escurrirse como un puñado de arena en las manos.

El dedo de CFK

El adelanto de la campaña electoral, prevista formalmente para mediados de 2015 pero que durante todo el 2014 fue presentando a los principales candidatos, se convirtió en un dolor de cabeza para la presidente Cristina Fernández.

Si bien luego de la derrota en las elecciones legislativas del 2013, que enterraron cualquier posibilidad de re-reelección de Cristina Fernández, muchos sectores de la oposición pensaron que el oficialismo o el peronismo oficialista estaba terminado, la realidad viene demostrando que no es así.

Si bien este año comenzó con un Daniel Scioli como el principal competidor oficialista en tercer o cuarto lugar en la mayoría de las encuestas, sobre el fin del año el gobernador bonaerense culmina peleando cabeza a cabeza con Mauricio Macri o, en el peor de los casos, con Macri y con Sergio Massa.

¿Cómo puede hacer Cristina Fernández para no respaldar la candidatura de Scioli?

Si la Presidente optara, como aspiran muchos precandidatos del Frente para la victoria como Florencio Randazzo, Sergio Urribarri, Julián Domínguez o Agustín Rossi, por elegir un candidato “mas kirchnerista”, que no sea el bonaerense, estaría dejando de lado al candidato que mas mide en cualquier encuesta. ¿Cristina puede darse el lujo de apostar a perdedor? A esta altura, no.

Pero además, un gesto de Cristina contra el mandatario bonaerense, a quien sus pares de otras provincias aceptan como el principal aspirante del oficialismo a la Casa Rosada, hoy sería boicotear la principal carta que tiene el peronismo para continuar siendo gobierno mas allá del 2015. Difícilmente los gobernadores peronistas que planean retener sus provincias, así como los intendentes de todo el país, aceptarían una jugada, por más que venga de la jefa de Estado, que haga correr riesgo su permanencia en el poder.

Tal vez la decisión mas acertada que debería tomar la primera mandataria sea la de levantarle la mano al vencedor de las internas del Frente para la Victoria, sin tallar a favor de uno u otro postulante.

¿Es posible para la Presidente y para el kirchnerismo encorsetar a Scioli?

La fantasía política sostiene que Cristina podría designarle a Scioli su compañero de fórmula, alguien de paladar negro, así como nombrarle la totalidad de la lista de legisladores nacionales. No obstante, es sabido, el rol del vicepresidente en la Argentina es meramente decorativo y protocolar. En lo que hace al ejercicio del poder, un vicepresidente puede estar o no, da lo mismo. Si no, habría que preguntarle a Amado Boudou, sin quien la Presidente puede gobernar el país, tranquilamente.

Ya hubo un intento de Cristina Fernández de nombrarle a Scioli un comisario político en la provincia, tal como ocurrió con Gabriel Mariotto, a quien designó candidato a vicegobernador de prepo, sin consultar a Scioli. ¿Qué pasó? Mariotto hoy es uno de las principales espadas sciolistas en la provincia.

La misma fantasía habla de hacer ingresar al Congreso Nacional a dirigentes que respondan a Cristina Fernández cuando haya dejado el poder, de manera tal de mantener latente al kirchnerismo.  ¿Es necesario explicar que los diputados responden al partido y ese partido en la mayoría de las veces responde al Presidente?¿Acaso no ha pasado ya, en la reciente historia argentina, que la lapicera del Presidente es mas fuerte que cualquier liderazgo ideológico?

La suerte de Scioli podría estar en manos del radicalismo. El frente UNEN está prácticamente destinado al fracaso como tal si participa con la integración de fuerzas que hoy presenta. Su principal candidato, que según la encuesta varía entre Julio Cobos y Hermes Binner, no supera el 7 u 8 por ciento de los votos.

Tal como lo plantean algunos dirigentes, la única manera que UNEN pueda aspirar a la Presidencia sería estableciendo alguna alianza con otros referentes opositores como Macri y/o Massa. Si la UCR decidiera, unilateralmente, establecer un frente con el PRO o el Frente Renovador, automáticamente ese espacio pasaría a pelear el primer lugar con el gobernador bonaerense.

¿Está el radicalismo en condiciones de romper con UNEN? En marzo próximo, inevitablemente la UCR se reunirá para analizar el escenario electoral. Las opciones, proyectadas en el tiempo, serían permanecer en UNEN pero sin ninguna posibilidad de llegar a la Casa Rosada mas que ganar algunas provincias o bien establecer algún frente con otras fuerzas.

Obviamente, la segunda decisión haría volar por los aires al frente de centro-izquierda, ya que tanto los socialistas de Binner, como Proyecto Sur de Pino Solanas dejarían el espacio. Aunque Elisa Carrió podría mantener sus pies adentro, si la sociedad se establecer con el PRO de Macri.

Lo único claro a esta altura es que tres candidatos por la oposición –Macri, Massa y Cobos o Binner- es demasiada ventaja para el Frente para la Victoria, Peronismo oficialista o como se llame, que viene ratificando en cada encuesta que se hace, que contiene alrededor de un 30 por ciento de adhesiones y que, de ninguna manera, eso se traduce en que el principal referente opositor recaudaría automáticamente el 70 por ciento restante. Sencillamente porque Scioli, para mucha gente, no es considerado un kirchnerista, sino como él mismo se definió recientemente: peronista, cuyo partido es el núcleo del Frente para la Victoria.

La revancha del PJ

Kirchneristas de Cristina vs peronistas de Scioli

“Soy el candidato del Peronismo, núcleo del Frente para la Victoria”, aseveró Daniel Scioli, ante la pregunta de Mirtha Legrand del sábado por la noche acerca de su postulación, por qué partido era.

Ergo, el gobernador bonaerense es circunstancialmente kirchnerista pero, ante todo, peronista. Es decir, los “ismos” pasan, pero el PJ siempre queda. 

Esa línea imaginaria precisamente es la que divide al oficialismo hoy: kirchneristas vs peronistas. Continuar leyendo

Gobierno vs jueces: ya pasó en los 90

La Argentina parece continuar siendo uno de los principales ejemplos de países en el mundo que sufren por la reiteración de ciclos, que afectan a la economía o disparan el nivel de corrupción, sin que nadie tome nota de lo que ya pasó, para que no se vuelva a repetir.

La opinión pública vuelve hoy a ser testigo de una historia que ya pasó en la década de los 90: el enfrentamiento entre los jueces federales y el Gobierno nacional. ¿Cómo puede ocurrir dos veces, en tan poco tiempo, lo mismo? ¿Por qué no puede evitarse que los ciudadanos vuelvan a ser víctimas de engaños, peleas de poder, corrupción, con un margen de 15 años entre un caso y otro? La Argentina y sus ciclos. Los argentinos y el padecimiento de los ciclos.

En el primer tramo de la década menemista, el gobierno de aquel entonces se vio beneficiado por su cercanía con los jueces federales, debido a que muchos de ellos los había designado directamente Carlos Menem. Continuar leyendo

La política personalista y farandulera

Foto 1. Tras una larga semana de internación, la presidenta Cristina Fernández fue dada de alta, aunque debe hacer reposo en la residencia de Olivos. En estos siete días, como nunca, quedó reflejado que la Argentina sigue siendo gobernada por el personalismo.

Con el vicepresidente Amado Boudou doblemente procesado y sumando complicaciones en la Justicia, el ministro de Economía Axel Kicillof se convirtió en el virtual Presidente apareciendo en actos junto a ministros o encabezando la delegación la semana próximo a Australia, para participar del G-20.

No hay un equipo de Gobierno; hay una persona en la que recaen todas las responsabilidades y si no está, el poder queda en manos de uno de los referentes de La Cámpora.

Foto 2. EL diputado nacional por el Frente para la Victoria Martín Insaurralde fue noticia la semana que pasó por su casamiento con Jessica Cirio.

En medio de las gravísimas consecuencias que aún siguen provocando las inundaciones en la provincia de Buenos Aires, en municipios como el de Lomas de Zamora donde Insaurralde sigue siendo intendente, aunque en licencia, ¿era necesario tal exposición? ¿No hubiese sido mejor transformar su casamiento civil y la fiesta en algo más privado y no exponerlo en estos momentos?

Acertadamente, ni Daniel Scioli ni Sergio Massa asistieron a la fiesta. Ni el gobernador bonaerense, ni el diputado que quiere ser presidente ni el intendente de Lomas de Zamora en uso de licencia, deben ostentar en momentos en que miles de bonaerenses la están pasando muy mal.

El personalismo y el farandulero

“Néstor era como medio gabinete en una sola persona”, reflexiona un ex funcionario de Néstor Kirchner, dándole un valor agregado al santacruceño hiperkinético que manejó los hilos del kirchnerismo cuando era presidente y también cuando le tocó serlo a su esposa, Cristina Fernández. No obstante aquél protagonismo reflejó también lo imprescindible que era ese hombre para “el modelo”.

Un cuadro político de esas características, ¿por qué dirigentes de peso decidió reemplazarlo Cristina? Por nadie. En lugar de suplantar a Kirchner por dos o tres funcionarios de peso, que aporten un debate interno y enriquezcan la gestión de gobierno, se optó por ascender a los chicos de La Cámpora, para que se transformen en el sostén de Cristina Fernández. Increíble.

El kirchnerismo en la actualidad es el culto a la persona. En política, el personalismo es la adhesión de un movimiento político a una persona, a sus ideas y su voluntad. Es lo que ocurre en el oficialismo y con el Partido Justicialista, se subordina el interés partidario a las aspiraciones personales de la Presidenta. Si Ella está, todo fluye y nadie objeta las decisiones, salvo la oposición. Ahora, cuando Ella no está o, como ocurrió en estos días, se encuentra internada, el silencio se apodera del gobierno y la no gestión se hace latente, pese a los esfuerzos de los subordinados. No es un equipo de gobierno, es una persona el gobierno.

Basta con comparar el elenco ministerial de Cristina Fernández, con el que acompañó a Néstor Kirchner, y mas atrás los que manejaron el país junto a Raúl Alfonsin o Carlos Menem, para encontrar la diferencia de experiencia y trayectoria de los ministros actuales y los anteriores.

Está claro que ministros capacitados no hacen a un buen gobierno. Pero cuando hay problemas como una inflación que según la lente se ubica en 30 o 40 por ciento anual, y que genera una merma en el poder adquisitivo con la baja de índices de producción, consumo e inversiones, es mas fácil hallar una solución distinta si se tienen cuadros capacitados que adopten medidas mas eficaces que la del cepo cambiario, hacer desaparecer índices como el de la pobreza o directamente prohibir la sola mención del término “inflación”.

En el otro extremo del péndulo, está el farandulero. Insaurralde se convirtió en uno de los fenómenos políticos cuyo crecimiento se basa en sus apariciones en el programa de Marcelo Tinelli y en su vida mediática de la mano de su ahora esposa, Jessica Cirio.

A pocos minutos de haberse casado por civil, Insaurralde se enojo con un periodista que había criticado su falta de ideas, de definiciones. ¿Es justificado el enojo de un dirigente político que duda entre quedarse en el kirchnerismo o pasarse al massismo? ¿Es lo mismo para Insaurralde Daniel Scioli que Sergio Massa?

Insaurralde votó como diputado nacional a favor de la Ley de Abastecimiento y la Ley de Hidrocarburos, dos proyectos totalmente rechazados por el Frente Renovador de Massa. Y aún así, duda en quedarse en el Frente para la Victoria para irse al massismo. Evidentemente Insaurralde tiene un problema de identidad o no es nada mas que un especulador nato que irá con quien mida mejor, con tal de llegar a la gobernación bonaerense.

Salvando las distancias, su casamiento, por momentos, hizo recordar a muchos al de Carlos Menem con Cecilia Bolocco, que buscó generar un impacto tal en la opinión pública, que lo ayudara a ganar las elecciones presidenciales del 2003. Algo que ocurrió, aunque el “Turco” se bajó del ballottage con Kirchner.

Entre el personalista y el farandulero, están los dirigentes que trabajan y proyectan cómo mejorar la situación actual de la Argentina, sumida en la incertidumbre de la inflación y de la inseguridad. El camino del medio, ese que eligieron millones de argentinos cuando se los obligó a definirse por uno u otro extremo, tal vez tenga chances en el 2015.

Unidos o dominados

“Unidos o dominados” ha sido uno de los preceptos del peronismo de Perón, que alertó sobre las consecuencias negativas que tendría el Movimiento Nacional Justicialista, con su columna vertebral en el sindicalismo, si se producía una división de esa fuerza política.

Esa lógica permitió, a lo largo de su historia, que el peronismo siempre promoviera la necesidad de contar con un líder, una cabeza. Internas, disputas, discusiones, hasta que el ganador fuera entronizado y, una vez ocurrido, todos a encolumnarse detrás de él. Ese, y no otro, ha sido uno de los factores principales de la supervivencia del PJ en el poder, a diferencia del Radicalismo, que siempre necesito un líder natural.

Por estas horas el sindicalismo atraviesa un proceso de movilización interna. El sindicalismo de izquierda, la CTA pro oficialista de Hugo Yasky y la CTA Autónoma y opositora de Pablo Micheli miden fuerzas con el gobierno. En cambio el sindicalismo peronista, fraccionado en la CGT Azopardo de Hugo Moyano, la CGT oficial de Antonio Caló y la CGT Azul y Blanca de Luis Barrionuevo, está mirando mas allá y quiere evitar que el próximo gobierno, que suceda al de Cristina Fernández, los encuentre divididos.

La idea de la unificación debería ser antes del proceso electoral. Nos preocupa que lleguemos divididos cuando asuma el nuevo gobierno”, admitió un histórico dirigente sindical.

No se trata sólo de la preocupación por el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, al aumento de las suspensiones y la baja inicial del empleo, la informalidad laboral o la inflación. Todos reclamos que, mas allá del perfil oficialista u opositor de los dirigentes gremiales, el gobierno nacional ha evitado dar respuestas o se ha negado a cambiar sus decisiones. De lo que se trata es de “poder”, y el sindicalismo hoy sabe que cualquier gobierno prefiere varias CGT débiles y no una sola, unificada.

En ese proceso, la clave es el paso al costado que está dispuesto a dar Hugo Moyano y Antonio Caló. Sobre todo el camionero, que tiene los lazos cortados y sin retorno con dirigentes de peso como el mercantil Armando Cavalieri. Los separa la época en que Moyano le quitaba afiliados a los mercantiles y se los llevaba para su gremio. En el lenguaje de los gremialistas, una ruptura de códigos.

Los caciques sindicales ya han comenzado a sondear a quien será el próximo presidente, por eso se han repartido en adhesiones y contactos con Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa. Por las dudas, tienes huevos en todas las canastas. Pero llenarán la que sea elegida por la ciudadanía en las elecciones generales del 2015.

La falta de un referente gremial, abre las puertas a un triunvirato. Los nombres que se barajan para un esquema tripartito son varios, como Andrés Rodríguez, Omar Maturano, Juan Carlos Schmid, José Luis Lingeri, Héctor Daer. Ninguno de ellos con peso propio suficiente para convertirse en el “nuevo Moyano”.

Sin embargo, como en el peronismo el poder no se comparte, una conducción tripartita podría llegar a ser una solución pasajera, hasta que emerja “el dirigente”.

El gobierno de Cristina Fernández creyó ganada la batalla cuando la Presidente primereó a los sindicalistas opositores y los acusó, por adelantado, ante cualquier “matiné” o casos de saqueos o rebeldías generalizadas que se produjeran en el país para el fin de año. Esa advertencia obligó por cierto a Moyano y Barrionuevo a desandar la idea de un nuevo paro con movilización. Pero, por el contrario, alimentó la idea de la “unidad” tan remanida.

Ante ese panorama, antes de fin de año volverán a reunirse los principales referentes de Moyano, Caló y probablemente de Barrionuevo. Todos saben, hacia adentro, que en la medida en que la situación económica puede complicarse más, los tiempos de la reunificación se acelerarán. Así, nadie descarta “novedades” importantes de aquí a diciembre. Aunque la mayoría considera que será en marzo o abril donde comenzarán a escucharse las definiciones.

Por el momento, lo que está previsto es un plenario de dirigentes de las distintas centrales obreras y un documento que defina el lineamiento que deberá tener la “unidad” y la futura CGT.

Lo que es necesario recordar es que siempre que un gobierno nuevo asumió en la Casa Rosada, a la mesa se sentó una CGT única. Luego, como una defensa ajedrecística, esa CGT terminó dividiéndose en oficialista y opositora, para volver a unirse en el próximo gobierno. En eso están.