De la sociedad salarial a … ¿qué?

Mi nota anterior en esta sección tuvo varias respuestas y comentarios muy positivos y reflexivos, y que por cierto se agradecen. La mayoría de ellos coincidían en una cuestión central: los ámbitos policlasistas descritos en la nota (la escuela, el hospital, el centro de la ciudad) en realidad dependían de una condición aún más estructural y previa: una vida social casi universalmente articulada en el mundo del trabajo formal y predecible.

Desde por lo menos 1945 y hasta finales de los setenta (inclusive, según algunos, hasta mediados de los ochenta) la Argentina, como la mayoría de los países de ingresos intermedios en la región, fue un país en donde la mayoría de la población estaba integrada al mercado de trabajo con un empleo formal y (relativamente) seguro. Como explica, entre muchos otros, Pablo Dalle, por un largo tiempo la estructura laboral de Argentina estuvo caracterizada por la escasez de fuerza de trabajo. Fue esta escasez crónica de fuerza laboral la que permitió que los salarios fueran relativamente altos en el país entre 1880 y 1930, lo que a su vez actuó como un imán para la inmigración. A partir de la década del cuarenta, la expansión de la industrialización por sustitución de importaciones y el impulso por parte del primer gobierno peronista de una legislación laboral fuertemente pro-trabajo, más el relativo fortalecimiento de las estructuras y servicios estatales, generaron una estructura social fuertemente referenciada en la inserción en el mundo del trabajo asalariado formal y con un bajo nivel de desempleo. A lo largo de varias décadas, la inserción en el mundo del trabajo operó no sólo como actividad económica primaria, sino como un piso simbólico común que establecía ciertos horizontes de referencia, si no compartidos, al menos unánimente reconocidos. Ya fuera que una persona fuera obrera, profesional, ejecutiva: esto era lo que ella era, no sólo lo que hacía. Esto generaba ciertos grados de identidad y solidaridad, ciertos repertorios aspiracionales, ciertos recorridos reconocibles para el ascenso social.

De ninguna manera esto fue una característica única de este país. Al contrario, Robert Castels en su ya clásico libro La metamorfosis de la cuestión social describió el carácter global de esta sociedad estructurada por el mundo del trabajo y le puso un nombre: “sociedad salarial”.

Es importante, por supuesto, no caer en una improductiva nostalgia acrítica de lo que fue en otro momento. Por un lado, la sociedad salarial era una sociedad capitalista, y por lo tanto, basada en el acceso desigual a la propiedad y la riqueza. La sociedad salarial era también una sociedad normativamente estratificada, basada en la idea de que las clases se relacionaban entre sí en términos de arriba de y abajo de. La integración social que ofrecía la sociedad salarial era la integración en un determinado estrato dentro de una jerarquía más o menos inalterable. Además, en el caso argentino, los años de la sociedad salarial no resultaron una época de tranquilidad y paz social, sino que fueron cruzados por grados cada vez mayores de violencia política.

No se trata, entonces, de reconstruir la sociedad salarial en el país de acuerdo a un modelo que ya mostró sus límites en el pasado. (Además, la sociedad salarial, como avisa Castels mismo, está en vías de desaparición en prácticamente todo el mundo. La coexistencia de bajo desempleo alto empleo informal, más el fenómeno de los “working poor”, o pobres asalariados, muestra que estamos en otro paradigma laboral.) Pero queda claro que tampoco es deseable a largo plazo una estructura social como la actual, en donde tales identidades, solidaridades y recorridos comúnmente reconocibles están fragmentados a tal grado. (O, peor aún, en donde al único horizonte común de éxito social reconocible es la posibilidad de sustraerse de lo común, sintetizado en “mientras mejor me va, más puedo no consumir nada que sea público.”)

No hay respuestas fáciles. Los viejos recorridos teóricos (tanto la socialdemocracia como el marxismo y aun el neoliberalismo) deben ser repensados y aún reemplazados a la luz de los profundos cambios sociales de las últimas tres décadas. ¿Qué haremos para garantizar ciudadanía y derechos si el “buen trabajo” se vuelve un bien escaso? ¿Es posible pensar en construir relatos sobre la sociedad en común que no dependan del mundo del trabajo? ¿Puede pensarse un relato del ascenso social que no esté basado sólo en la capacidad creciente de consumir? ¿Existe la posibilidad de imaginar mecanismos de representación sindical para los trabajadores informales? ¿Puede el Estado ofrecer servicios que sean demandados por pobres y clases medias por igual? ¿Es posible pensar a la ciudad como algo más que un lugar donde trabajar y dormir? ¿Cómo puede pensarse una idea de comunidad que no sea reducible a “sistema de estratos sociales que todos conocemos”?

No lo sabemos. Es el momento de innovar. En la respuesta a estas preguntas (que, por otra parte, no están escritas en ningún lado, esperando), se juega mucho del futuro.

¿Quién y cómo podrá reunirnos?

Bastante y muy bueno se ha escrito en estos días sobre los acuartelamientos policiales en Córdoba y en otras provincias; por ejemplo, el antropólogo Pablo Semán en su blog, este post de un bloguero cordobés o esta entrevista a Tomás Méndez, el periodista cordobés que develó los vínculos entre la política provincial y el narcotráfico.

Cada uno de los casos provinciales tienen características únicas, aunque varios factores se repiten: la falta de sindicalización de las policías, el hecho de que en algunos casos el detonante fue provisto por investigaciones que revelaron profundas colusiones entre las cúpulas policiales y el narcotráfico, la violencia (para muchos sorprendente) tanto de los saqueos como de los mecanismos de protección que utilizaron los vecinos.

No agregaré a la discusión de estos factores. Me gustaría dirigir la mirada en otra dirección, a un tema estructural que subyace a estos tristes eventos.

Los hechos gravísimos de los cuáles hemos sido testigos en estos últimos días no refieren sólo a una crisis de la institución policial o la penetración del narcotráfico. Tampoco son solamente emergentes de situaciones de pobreza; después de todo, un patrón que se advierte es que el par sublevación policial/saqueo ocurrió primero en ciudades relativamente “ricas” como Córdoba Capital, Rosario, San Juan o Catamarca.

Estos eventos nos hablan también de hasta qué punto habitamos ahora ciudades y provincias en las cuales no existen más ámbitos para la presencia compartida de distintos grupos y clases sociales. Vivimos, tristemente, en un país en donde los iguales se encuentran sólo con los iguales, y en donde el otro es una figura puramente imaginaria, alguien que sólo puede dar miedo.

En otro momento, la Argentina supo tener cuatro fundamentales instituciones policlasistas: la escuela pública, el hospital público, la conscripción obligatoria y el centro de la ciudad. En la escuela pública y el hospital era posible que convivieran al menos por un momento los hijos del gobernador con los del policía; en la colimba los muchachos del Norte podían conocer Las Lajas en Neuquén o viceversa, y en el centro de la ciudad coincidían el domingo a la tarde la alta sociedad que salía de Misa en la Catedral con las familias que iban a tomar un helado con lo que habían ahorrado en la semana. Si a esto le sumamos el efecto integrador de algunos consumos compartidos entre las clases sociales, sobre todo el fútbol, vemos que existían al menos algunas instancias en donde podían coincidir, al menos por un momento, personas que nunca se encontrarían de otra manera. Que estos encuentros se dieran en instituciones y espacios públicos era central: se trataba de lugares que no pertenecían a nadie, y en donde (al menos idealmente) todos tenían derecho a estar.

Por supuesto, no hay que abusar de la nostalgia. El multiclasismo argentino nunca fue total, ni mucho menos. Es bien sabido que la madres hacían cola toda la noche para que sus hijos fueran a las escuelas “del centro” donde iba la elite, y que los hijos de clase media tenían a su disposición todo tipo de certificados médicos para evitar hacer la conscripción; la colimba, además, se vació progresivamente de todo sentido democrático hasta transformarse en una institución puramente represiva. Sin embargo, esas instituciones, con todas sus fallas, cumplían un rol: definían una serie de espacios que, al menos ideal o fugazmente, invitaban al encuentro con lo distinto y obligaban a quienes estaban dentro de ellos a aprender un difícil arte democrático: el respeto, aun la comprensión, de la alteridad.

Ninguna de esos espacios en donde se daba una cierta experiencia de la alteridad existe más. La conscripción fue eliminada (por excelentes razones, aclaro) por el gobierno de Carlos Menem. La escuela pública primaria y secundaria ha sido repudiada (también, con entendibles causas) por todas aquellas familias que puedan pagar una escuela privada, aun las más humildes, y el hospital público lo mismo. La multiplicación de countries y barrios cerrados en las capitales del interior genera un nuevo tipo de ciudad, “sin centro”, en donde la vida transcurre, por un lado, en espacios delimitados (el country, la escuela privada, el shopping) y, por el otro, en barrios segregados, ubicados cada vez más lejos del centro.

Sin embargo, ninguna comunidad política puede existir sin espacios comunes; ninguna comunidad puede ser sólo la agregación de grupos diversos que viven sin encontrarse. La nueva ciudad, la nueva escuela, la nueva salud: instituciones cuya existencia se predica en el valor social de la identidad con uno mismo: lo igual a mí me tranquiliza; lo distinto a mí me causa pánico. El peligro es que, de ser así, el otro pasa a ser sólo un imagen fantasmática, sin existencia real, alguien que es siempre y sólo amenazante. O, peor, aún, el único encuentro entre las clases se da en ocasión de la violencia: o el delito,o la represión. Así, se fortalecen los fantasmas: todos los pobres vienen a robarnos, el Estado sólo existe para reprimirnos.

La escuela pública, el hospital, el centro: estas tres instituciones no existen más. Tal vez no puedan recuperarse; de ser así, es urgente inventar nuevas. Tal vez la pregunta más central de la época es ¿quién podrá reunirnos? ¿Dónde nos encontraremos para refundar las cosas que no son de nadie porque son de todos? ¿Quién inventará los nuevos mitos de la época, para explicarnos, una vez más, que somos todos hermanos?

Opositores: bajar la velocidad

¿Por qué operan los políticos opositores bajo un régimen de velocidad propio, que parece funcionar a una velocidad más acelerada de lo normal? ¿Por qué parece existir en ellos una presión tan grande para definir candidaturas, posiciones y espacios sólo un mes después de las últimas elecciones y cuando faltan casi dos años y un Mundial de fútbol (o sea, una eternidad) para las próximas presidenciales? ¿Por qué, mientras que en el resto del mundo los políticos, para ser competitivos, parecen esforzarse en ser lo más vagos posibles sobre sus definiciones ideológicas, reemplazando programas concreto con frases “feel good” como Tony Blair con su “Third Way” o Barack Obama con “Hope and Change”, los políticos opositores argentinos son tan dados a ofrecer posiciones tajantes?

La “velocidad diferencial” bajo la que operan los políticos opositores ya se vio en el caso de Julio Cobos, que, apenas un par de semanas luego de su voto contra la Resolución 125 salió en todos los diarios explicando sus planes presidenciales. Sin embargo, los tres años que faltaban desde 2008 al 2011 transcurrieron a su propio paso, inevitablemente, y cuando las condiciones políticas cambiaron resultó que Cobos no estaba en condiciones de articular políticamente bajo la velocidad más lenta que requiere la construcción territorial y legislativa.

Lo vimos también esta semana con la gira europea de Sergio Massa, que salió a instalar su imagen presidencial dando una serie de discursos públicos y teniendo entrevistas con funcionarios y referentes políticos europeos, apenas un par de semanas después de ganar la elección a diputados en la provincia de Buenos Aires. En esta gira expresó Masssa una serie de posturas ideológicas tajantes y se tomó una serie de fotografías públicas con figuras como Nicolás Sarkozy y funcionarios del gobierno de Mariano Rajoy en España, que resultaron sorprendentes ya que se trata de figuras muy asociadas con el ascenso de las políticas neoliberales en Europa en la década anterior.

En cierto sentido, uno esperaría que una figura como Massa hiciera todo lo contrario. ¿No deberían sus asesores aconsejarle que, con su imagen favorecida por su reciente victoria y sin haber aún ni siquiera jurado como diputado de la nación, trate de pasar los meses siguientes haciendo salidas fotográficas que lo muestren relajado y en familia, evitando al mismo tiempo entrar desgastarse en conflictos públicos? Dado que faltan aún dos años para la elección del 2015 y que la Cámara de Diputados no ha sido hasta ahora un lugar desde donde se haya podido construir una candidatura presidencial, ¿no debería concentrarse en desarrollar una estructura territorial que le responda y en presentar tres o cuatro proyectos legislativos de relevancia, que le permitan no desaparecer entre las varias decenas de diputados opositores? ¿No permitiría una estrategia más “Paso a paso” resguardarlo de movimientos en falso como demandar la exigencia de un pago a Repsol por la expropiación de YPF, solo para ver que Repsol estaba de hecho negociando con el Estado nacional en esos mismos días? ¿Por qué el apuro, más llamativo aún cuando contradice lo que Massa venía indicando en meses previos acerca de construir sin conflictos, “por la ancha avenida del medio”?

Sólo el círculo del candidato puede, por supuesto, dar la respuesta a esta pregunta. Sin embargo, existen dos hipótesis. La primera es que los opositores argentinos son sorprendemente sinceros en sus creencias y sus juicios, ofreciendo sus pensamientos e ideas, como decimos en Argentina, “sin filtro”. La segunda es que (como ya se dijo en alguna otra oportunidad) que los opositores argentinos sufren la presión de los actores económicos que los apoyan para que construyan una opción que les dé la seguridad de derrotar al kirchnerismo ya mismo, y para que además den seguridades públicas de que los programas que aplicarán serán aceptables en términos ideológicos.

Tal vez, sin embargo, lo mejor para estos propios actores sería aceptar que los tiempos de la política no pueden forzarse y que el apuro para construir un candidato puede ser contraproducente.

La doctrina Monroe ha muerto, ¿viva la doctrina Monroe?

Hace algunos días el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, fue noticia al decir en un discurso público en la Organización de los Estados Americanos que “la Doctrina Monroe debe ser dejada atrás” y que los Estados Unidos ya no decidiría “cuándo y dónde intervenir en los asuntos de otros estados de América”.

¿Cuán relevantes son estas declaraciones, y qué consecuencias pueden esperarse en el corto y mediano plazo? Las respuestas más probables son: no demasiado, y no demasiadas.

La doctrina Monroe fue anunciada por el presidente del mismo apellido en 1823. En ella, los EEUU avisaban que no admitirían la intervención de Inglaterra y Francia (o ninguna otra potencia europea) en todo el continente americano, y que cualquier intento de ocupar o invadir esos países sería considerado un acto de guerra. Por supuesto, el corolario de esta doctrina es que EEUU pasó a considerar abiertamente a todo el continente americano su “zona de influencia” o, más coloquialmente, su “patio trasero”, y a desarrollar sus propias intervenciones (directas o indirectas) en la región.

El primer punto a señalar es que las declaraciones de John Kerry, si bien fueron analizadas con detalle en los países latinoamericanos, no causaron prácticamente ningún impacto en la  prensa norteamericana, que no dedicó mucho espacio al tema. En este momento, la atención de Estados Unidos está puesta sobre todo en temas domésticos, como el nuevo sistema de seguro de salud y los enfrentamientos entre republicanos y demócratas en el Senado; los (pocos) temas internacionales considerados relevantes tienen que ver con Siria y el Medio Oriente.

El segundo punto es que el Departamento de Estado ha visto sus funciones muy disminuidas en las últimas décadas; el avance de la doctrina de la guerra permanente contra el terror de Bush (“the War on Terror”) y el crecimiento del aparato de la seguridad interior y exterior norteamericana han hecho que los verdaderos decisores de política exterior en los EEUU sean el asesor especial del presidente para seguridad (“National Security Advisor”) y el Departamento de Defensa. Si por alguna razón estos organismos decidieran que algún país de Latinoamérica resulta una amenaza, no es posible creer que no intentarían intervenir, más allá de lo que diga el Departamento de Estado.

Sin embargo, y al menos por el momento los Estados Unidos no ven a Latinoamérica como una región problemática. Su atención está puesta en el Oriente Medio y, a largo plazo, en desarrollar una estrategia que permita contener el avance de China en el Pacífico. Más allá de algunos escarceos con Venezuela, y de la “cuestión cubana”, Latinoamérica no es vista ni como un desafío ni como un factor de intestabilidad global. (Además, existe mucha confianza de que en Cuba la transición ya empezó, más aún cuando Raúl Castro anunció que no será el próximo presidente.)

Entonces, las consecuencias de estas declaraciones no serán demasiadas. Más bien -y esto sí es interesante- este discurso de Kerry, más que mapear una nueva política nacida del estado norteamericano, indica que los Estados Unidos están en camino de aceptar que la región tiene una nueva realidad, que se produjo hasta cierto punto sin la intervención de los EEUU.

Los inéditos treinta años de estabilidad democrática en la región, el crecimiento económico, el nuevo rol subcontinental de Brasil, la aparición de otros jugadores geopolíticos como China y Rusia y el relativo desinterés de Estados Unidos, han permitido a Latinoamérica tomar un grado de autonomía mayor que en el pasado, y hacerlo de hecho. Esta autonomía se ha mostrado, por ejemplo, en la reacción de Brasil al escándalo de los espionajes de la NSA, en la fundación de instituciones supraestatales regionales en las que no participa Estados Unidos y en el virtual vaciamiento político de la OEA.

En definitiva: es probable que poco cambie, y es probable que esto sea una buena noticia.

Quiénes fueron los ganadores del domingo

Dije en este espacio hace sólo cinco meses que lo más probable es que en octubre “todos hayan ganado algo.” ¿Sigue siendo eso cierto a la luz de las PASO? ¿Todos ganaron? ¿Quien ganó más? Lo que sigue es una revisión de esa tesis, teniendo en cuenta los resultados de ayer. Se enumeran de mayor a menor los “más ganadores” de las PASO:

1. Sergio Massa

Da vértigo pensar que hace sólo cinco meses pareciera probable, o por lo menos posible, un arreglo entre el Frente para la Victoria y el massismo para compartir lugares en las listas o, al menos, competir conjuntamente en las PASO. Por supuesto, sabemos ahora que tal cosa nunca sucedió y que Sergio Massa decidió intentar convertirse en el principal líder opositor. Es, también, el principal ganador de la noche del domingo; su arriesgada jugada de presentar una lista propia de diputados pagó con creces, y derrotó por seis puntos al kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires. Su victoria incluyó no sólo los barrios de Tigre y los partidos adyacentes, sino partidos dentro del corazón de la zona supuestamente fortificada por el kirchnerismo, como Avellaneda o Lanús. (En un llamativo doblez histórico, Massa tuvo resultados no tan estelares en zonas del interior bonaerense que fueron el epicentro de la derrota del kirchnerismo en 2009.)  La imagen que logra proyectar (joven, desideologizado, antikirchnerista sin culpa pero también sin odio) parece haber conectado con una demanda social del momento. Los empresarios y otros actores colectivos con poder demostraron que están dispuestos a encolumnarse detrás suyo. Hay que ver cómo estructura Sergio Massa su trayecto hasta octubre y, sobre todo, hasta 2015, pero es innegable que resultó el gran ganador de las PASO.

2. La UCR, el FAP y Elisa Carrió

La UCR y el FAP son dos de los ganadores de la fecha pasada, junto a Elisa Carrió. La decisión del FAP, la UCR y la dupla Carrió-Solanas de organizar una primaria verdaderamente competitiva se reveló como muy acertada. La posibilidad de participar en una interna pareció entusiasmar a un número importante de personas, y el espacio UNEN resultó ganador en la Ciudad de Buenos Aires. Con una lista a diputados encabezada por Elisa Carrió (quien sin dudas resulta convocante en la Ciudad en elecciones legislativas) no sería impensable que UNEN gane en octubre y quede bien posicionada para ser el challenger del PRO en 2015. Igualmente, en Provincia de Buenos Aires volvió a demostrarse que la UCR como identidad política sigue viva y que Margarita Stolbizar, haciendo campaña al viejo estilo y casi sin acompañamiento de su partido, logra siempre resultados que superan a lo que dicen las encuestas. Si le sumamos a esto la victoria de Julio Cobos en Mendoza, una impensada victoria en La Rioja y el hecho de que la UCR seguirá siendo el segundo bloque en el Senado, el viejo partido parece en camino, no de ganar inmediatamente, pero sí de recomponerse.

Por su parte, el FAP salió también salió airoso. Venció holgadamente en Santa Fe y su líder, Hermes Binner, puede intentar proponerle a la UCR un trato atractivo: la UCR tiene más implantación territorial, pero no tiene ningún dirigente propio con el conocimiento de Binner. Hay en el FAP inclusive quienes piensan que en el 2015 una fórmula de Hermes Binner con un/a radical (¿Ernesto Sanz? ¿Julio Cobos? ¿Margarita Stolbizer?) podría ganar en las elecciones presidenciales si el peronismo fuera dividido en dos fórmulas, una kirchnerista y una anti-K.

3. El Frente de Izquierda

Dije en este espacio hace un tiempo que el FIT haría una buena elección, y esto se cumplió. Logró alrededor de cuatro puntos en la ciudad de Buenos Aires y la misma cifra también en provincia, ocupando así el lugar de cuarta o quinta fuerza en disputa en ambos distritos. No sólo eso, sino que logró hizo elecciones aún mejores en Salta (11%) y Neuquén (6%). No son resultados competitivos todavía, pero son mucho mayores de los márgenes históricos de la izquierda.

4. El PRO

El PRO tiene cosas para festejar, pero no demasiadas. En su territorio, quedó segundo detrás de UNEN y perdió una gran cantidad de votos desde la elección de Mauricio Macri a jefe de gobierno. Su lista de diputados sacó varios puntos menos que su lista de senadores, mostrando que la figura del rabino Sergio Bergman no resulta tan atractiva como la de Gabriela Michetti. Y si bien el PRO tuvo buenos resultados en Córdoba y Santa Fe, en donde Miguel Del Sel quedó segundo, fue sin embargo derrotado en Entre Ríos, en donde llevaba como candidato a la figura emblemática de De Angeli. Si sumamos a esto que el PRO no presentó lista propia en provincia de Buenos Aires, se verá que su destino de fuerza nacional de centroderecha está aún en construcción.

5. El Frente Para la Victoria

Se hace más difícil defender la idea de “todos ganaron algo” con respecto al FpV. Es cierto, el FpV resultó la fuerza partidaria más votada a nivel nacional y, si se mantuvieran estos resultados, no perdería casi diputados y senadores con respecto a los que renueva. Pero la victoria es autodemostrativa: si una persona debe justificar por qué ganó, uno puede estar seguro de que no lo hizo. El FpV perdió casi 30 puntos con respecto al 54% del 2011, sufrió una dolorosa y amplia derrota en Provincia de Buenos Aires, y fue también derrotado en un número de provincias, incluyendo Santa Cruz, La Rioja y San Juan. Además, resulta incorrecto especular hoy con el mantenimiento del número de bancas, ya que esto significa suponer que el FPV podrá mantener intactos sus números de ayer en octubre. Podría, sin embargo, inclusive perder votos de aquí a octubre si los gobernadores e intendentes se apresuran a intentar saltar al carro de ganador de Massa -un riesgo presente dado el diseño institucional de las PASO que funcionan casi como un primera ronda. El FpV sufre el desgaste electoral esperable en una fuerza que gobierna hace diez años, y sufre también las consecuencias de una combinación de errores propios (sobre todo la inflación y problemas relacionados con el hábitat) con una peor coyuntura económica internacional. Sin embargo los reportes del fin del kirchnerismo, ya se sabe, son aventurados, y esta fuerza ha demostrado una sorprendente resiliencia. Habrá qué ver si logran relanzar la campaña de aquí a octubre.

6. Francisco De Narváez

De Narváez vio el capital político que había conseguido en el 2009 evaporarse a la luz de dos datos: primero, su incapacidad legal de lanzarse decididamente entonces a la presidencia, y luego el ascenso de Sergio Massa que licuó su perfil decididamente. Inclusive, en los últimos días se han leído pedidos para que De Narváez baje su candidatura. Tal vez éstos no se repitan dada la ventaja amplia que sacó Massa, pero resulta difícil imaginar un lugar para el denarvaísmo que no sea como aliado o satélite del massismo.

El regreso del hijo pródigo

Una vez definido el lanzamiento de Sergio Massa y la candidatura de Martín Insaurralde, la noticia más relevante de los días pasados fue el regreso del gobernador de Buenos Aires al kirchnerismo.

Así, recientemente se vio a Daniel Scioli participar en varios actos de campaña con Martín Insaurralde, filmar con él un spot publicitario en el que se enfatizaba la relación cálida entre ambos, reunirse con setenta intendentes de la provincia de Buenos Aires que firmaron una carta de apoyo a la fórmula del FpV, y finalmente dar un discurso en un encuentro de gobernadores del PJ en Ezeiza en el que afirmó emotivamente, mirando un retrato de Néstor Kirchner, “Flaco, conmigo no te equivocaste”, para el aplauso enfático de todos los presentes.

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Que florezcan mil spots

Si una cosa tenemos que agradecer las personas que nos gusta la política y las campañas a la nueva ley de primarias abiertas simultáneas y obligatorias (también llamadas PASO) es la distribución obligatoria de  espacios en televisión abierta a todas las fuerzas políticas. Esto llevó a una multiplicación de la creatividad publicitaria electoral, encarnada en decenas de spots para las distintas fuerzas, que comienzan a circular en estos días.

(Antes de analizar los spots en sí, va una nota al pie. Los spots publicitarios políticos hoy se consumen de muchas maneras, no sólo en la espectación televisiva o radial. Muchos de estos spots comenzaron a circular en internet y en las redes sociales antes o simultáneamente a su salida por TV, y se sospecha que varios de ellos han sido concebidos más para ser generadores de “memes” de Twitter o Facebook que como un spot tradicional. Ver si no este Tumblr, una recopilación online de videos de campaña.)

La primera diferencia que salta a la vista viendo las publicidades de campaña es la existencia de dos ejes sobre los cuales podemos ubicar las publicidades: el eje publicidad negativa/positiva y el eje naturalismo/artificio. El primer eje refiere a si los candidatos enfatizan la presentación de valores positivos encarnados en su propia campaña, o si prefieren presentar una crítica al proyecto encarnado por el/la candidato/a opositora. El segundo eje refiere a si el spot se mantiene dentro de un registro “naturalista” (candidato mirando a cámara, algunas imágenes de actos de campaña, música no intrusiva) o si se apela a algún “artificio”: humor, una narración, alguna metáfora visual, etc. Por supuesto, ambos géneros de publicidad política son “artificiosos” y ninguno es natural en sí mismo, pero en el primero se trata de una pieza no se aleja de las convenciones del género; hablamos de naturalismo no en relación a la realidad, sino a lo esperado naturalmente en un video de publicidad política.

El Frente para la Victoria presentó un spot que se asemeja mucho estilísticamente a la campaña presidencial al 2011, con estilo naturalista y positivo. Paleta de colores azul y blanco, enumeración de logros de gobierno, y el slogan “En la vida hay que elegir”. (Es decir, hay un intento de marcar diferencias con Sergio Massa, que quiere presentarse como “cambio con continuidad.”) Resulta llamativa, sin embargo, la ausencia en él de imágenes de Martín Insaurralde, frente a la multiplicidad de imágenes de la presidenta. Esto, en sí, no es sorpredente, ya que queda claro que la intención es nacionalizar la campaña. Es esperable que el próximo spot esté más centrado en la lista de candidatos a diputados, ya que el desafío es justamente aumentar el conocimiento de los candidatos.

Llamativamente, Sergio Massa, quien es hoy el principal opositor, optó sin embargo por un estilo de campaña no demasiado diferente al del FpV. Su spot tiene tonos emotivos positivos, una música pegadiza y popular, está completamente centrado en la figura de Sergio Massa y enfatiza la conexión directa del candidato con la gente. O sea, un mensaje de no confrontación, emotividad, y unidad.

A diferencia de estas dos fuerzas y del PRO, que pueden darse el lujo de ser positivas y naturalistas porque ocupan el centro de la escena y porque, además, representan ejecutivos que gobiernan, las demás casi unánimemente optaron por un estilo más negativo y centrado en construcciones más artificiosas.

Así, Franscisco de Narváez optó por un spot en donde diversos ciudadanos, sentados en un decorado idéntico al atril desde el cual da sus discursos Cristinas Fernández de Kirchner, dicen “estar hartos”, y Elisa Carrió eligió un repaso en tono apocalíptico de la historia política de la última década y media. Estos dos videos son llamativos por la ausencia de los candidatos y un discurso fuertemente confrontativo con el gobierno y los demás partidos de la oposición. En el caso de Elisa Carrió, el discurso negativo forma parte de su identidad política y es esperable; en el caso de De Narváez, es probable que se vea forzado a adoptarlo como manera de intentar romper la dualidad gobierno-Massa.

Párrafo aparte merece el spot de Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín, centrado en una elaborada (y laboriosa) metáfora acerca del la existencia de dos países, “Argen” y “Tina”. Resulta difícil de comprender por qué Alfonsín y Stolbizer no apuntan en este estadio a consolidar su base, o sea, el voto más estrictamente radical, con apelaciones a una historia y una identidad común, en vez de optar por un artificio.

Una mención final para el FIT y Marea Popular, por su parte, han demostrado saber hacer un buen uso de las herramientas que las PASO ponen a su disposición, apuntando además a un público joven, con el uso del humor y la ironía.

Dos desafíos para Sergio Massa

Sergio Massa ha culminado de manera exitosa el lanzamiento de su candidatura a diputado nacional. Manejó los tiempos y creó suspenso; armó una lista amplia con varias incorporaciones sorpresa; logró el apoyo de varios medios opositores e inclusive del PRO. Según dicen las encuestas, la lista de Massa pica en punta para la elección, con una intención de voto que supera por algunos o varios puntos (según sea la encuestadora) a la lista del FPV encabezada por Martín Insaurralde.

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Ganadores y perdedores del cierre de lista

Las listas están cerradas, los Rubicones cruzados y aunque falta todavía para octubre, ya hay ganadores y perdedores. Veámoslos.

Ganadores:

Sergio Massa: Venía en ascenso rápido. En poco tiempo pasó de joven militante con pertenencia en la UCEDE a director de la Anses y luego a jefe de Gabinete de Ministros de Cristina Kirchner. Sin embargo, su alejamiento del cargo y luego la revelación de sus declaraciones críticas a Néstor Kirchner en reuniones con miembros de la embajada de Estados Unidos parecieron haber ralentado, si no detenido, su subida. Hoy sin embargo Sergio Massa es sin duda el mayor ganador de este momento. Su candidatura despierta expectativa, se ha consolidado como el principal dirigente de la oposición para estas elecciones, y se transformó en el mimado de medios y columnistas. Es joven, es dinámico, tiene imagen de buen gestor: su futuro augura grandes cosas. Su discurso, hasta ahora, busca diferenciarse de la línea antikirhnerista más furiosa, con una línea de continuación con diferencias y no de eliminación total de las políticas implementadas por este gobierno. Sin embargo, éste es también su mayor desafío, lograr llegar al 2015 caminando “por el centro” y resistir los reclamos de los antikirchneristas más furibundos, que sin duda querrán empujarlo a un discurso más apocalíptico.

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La nostalgia opositora

Sin duda, es necesario que de aquí a 2015 los opositores consigan articular ofertas partidarias atractivas, que den cauce y representación a las preferencias y visiones del mundo que hoy no se sienten representados. Hoy vivimos en una situación de excepción, en donde conviven y compiten varias figuras con atractivo electoral nacional casi equivalentes: Hermes Binner, Mauricio Macri, Francisco De Narváez, Daniel Scioli y Sergio Massa; todos ellos son opositores; son fuertes en un distrito territorial pero sólo uno; y ninguno ha logrado hasta ahora despegarse de los demás como el líder a vencer. Estos liderazgos más o menos incipientes tienen, entre otros seguramente, dos riesgos simétricos a evitar al nivel de los discursos.

El primero es la sobreactuación de su carácter opositor. El tema no es que los argumentos acerca de que vivimos bajo una dictadura, que somos gobernados por una fuerza política que es al mismo tiempo nazi y de izquierda armada o que el país está en una situación de pobreza y desocupación a punto de estallar sean falsos o verdaderos; el tema es que han sido probadamente rechazados por el electorado. Desde Elisa Carrió a Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saa, en los últimos años hemos visto que mientras más rimbombante es el discurso opositor, menos convocante es electoralmente su propuesta.

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