¿Por qué operan los políticos opositores bajo un régimen de velocidad propio, que parece funcionar a una velocidad más acelerada de lo normal? ¿Por qué parece existir en ellos una presión tan grande para definir candidaturas, posiciones y espacios sólo un mes después de las últimas elecciones y cuando faltan casi dos años y un Mundial de fútbol (o sea, una eternidad) para las próximas presidenciales? ¿Por qué, mientras que en el resto del mundo los políticos, para ser competitivos, parecen esforzarse en ser lo más vagos posibles sobre sus definiciones ideológicas, reemplazando programas concreto con frases “feel good” como Tony Blair con su “Third Way” o Barack Obama con “Hope and Change”, los políticos opositores argentinos son tan dados a ofrecer posiciones tajantes?
La “velocidad diferencial” bajo la que operan los políticos opositores ya se vio en el caso de Julio Cobos, que, apenas un par de semanas luego de su voto contra la Resolución 125 salió en todos los diarios explicando sus planes presidenciales. Sin embargo, los tres años que faltaban desde 2008 al 2011 transcurrieron a su propio paso, inevitablemente, y cuando las condiciones políticas cambiaron resultó que Cobos no estaba en condiciones de articular políticamente bajo la velocidad más lenta que requiere la construcción territorial y legislativa.
Lo vimos también esta semana con la gira europea de Sergio Massa, que salió a instalar su imagen presidencial dando una serie de discursos públicos y teniendo entrevistas con funcionarios y referentes políticos europeos, apenas un par de semanas después de ganar la elección a diputados en la provincia de Buenos Aires. En esta gira expresó Masssa una serie de posturas ideológicas tajantes y se tomó una serie de fotografías públicas con figuras como Nicolás Sarkozy y funcionarios del gobierno de Mariano Rajoy en España, que resultaron sorprendentes ya que se trata de figuras muy asociadas con el ascenso de las políticas neoliberales en Europa en la década anterior.
En cierto sentido, uno esperaría que una figura como Massa hiciera todo lo contrario. ¿No deberían sus asesores aconsejarle que, con su imagen favorecida por su reciente victoria y sin haber aún ni siquiera jurado como diputado de la nación, trate de pasar los meses siguientes haciendo salidas fotográficas que lo muestren relajado y en familia, evitando al mismo tiempo entrar desgastarse en conflictos públicos? Dado que faltan aún dos años para la elección del 2015 y que la Cámara de Diputados no ha sido hasta ahora un lugar desde donde se haya podido construir una candidatura presidencial, ¿no debería concentrarse en desarrollar una estructura territorial que le responda y en presentar tres o cuatro proyectos legislativos de relevancia, que le permitan no desaparecer entre las varias decenas de diputados opositores? ¿No permitiría una estrategia más “Paso a paso” resguardarlo de movimientos en falso como demandar la exigencia de un pago a Repsol por la expropiación de YPF, solo para ver que Repsol estaba de hecho negociando con el Estado nacional en esos mismos días? ¿Por qué el apuro, más llamativo aún cuando contradice lo que Massa venía indicando en meses previos acerca de construir sin conflictos, “por la ancha avenida del medio”?
Sólo el círculo del candidato puede, por supuesto, dar la respuesta a esta pregunta. Sin embargo, existen dos hipótesis. La primera es que los opositores argentinos son sorprendemente sinceros en sus creencias y sus juicios, ofreciendo sus pensamientos e ideas, como decimos en Argentina, “sin filtro”. La segunda es que (como ya se dijo en alguna otra oportunidad) que los opositores argentinos sufren la presión de los actores económicos que los apoyan para que construyan una opción que les dé la seguridad de derrotar al kirchnerismo ya mismo, y para que además den seguridades públicas de que los programas que aplicarán serán aceptables en términos ideológicos.
Tal vez, sin embargo, lo mejor para estos propios actores sería aceptar que los tiempos de la política no pueden forzarse y que el apuro para construir un candidato puede ser contraproducente.