Hace algunos días el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, fue noticia al decir en un discurso público en la Organización de los Estados Americanos que “la Doctrina Monroe debe ser dejada atrás” y que los Estados Unidos ya no decidiría “cuándo y dónde intervenir en los asuntos de otros estados de América”.
¿Cuán relevantes son estas declaraciones, y qué consecuencias pueden esperarse en el corto y mediano plazo? Las respuestas más probables son: no demasiado, y no demasiadas.
La doctrina Monroe fue anunciada por el presidente del mismo apellido en 1823. En ella, los EEUU avisaban que no admitirían la intervención de Inglaterra y Francia (o ninguna otra potencia europea) en todo el continente americano, y que cualquier intento de ocupar o invadir esos países sería considerado un acto de guerra. Por supuesto, el corolario de esta doctrina es que EEUU pasó a considerar abiertamente a todo el continente americano su “zona de influencia” o, más coloquialmente, su “patio trasero”, y a desarrollar sus propias intervenciones (directas o indirectas) en la región.
El primer punto a señalar es que las declaraciones de John Kerry, si bien fueron analizadas con detalle en los países latinoamericanos, no causaron prácticamente ningún impacto en la prensa norteamericana, que no dedicó mucho espacio al tema. En este momento, la atención de Estados Unidos está puesta sobre todo en temas domésticos, como el nuevo sistema de seguro de salud y los enfrentamientos entre republicanos y demócratas en el Senado; los (pocos) temas internacionales considerados relevantes tienen que ver con Siria y el Medio Oriente.
El segundo punto es que el Departamento de Estado ha visto sus funciones muy disminuidas en las últimas décadas; el avance de la doctrina de la guerra permanente contra el terror de Bush (“the War on Terror”) y el crecimiento del aparato de la seguridad interior y exterior norteamericana han hecho que los verdaderos decisores de política exterior en los EEUU sean el asesor especial del presidente para seguridad (“National Security Advisor”) y el Departamento de Defensa. Si por alguna razón estos organismos decidieran que algún país de Latinoamérica resulta una amenaza, no es posible creer que no intentarían intervenir, más allá de lo que diga el Departamento de Estado.
Sin embargo, y al menos por el momento los Estados Unidos no ven a Latinoamérica como una región problemática. Su atención está puesta en el Oriente Medio y, a largo plazo, en desarrollar una estrategia que permita contener el avance de China en el Pacífico. Más allá de algunos escarceos con Venezuela, y de la “cuestión cubana”, Latinoamérica no es vista ni como un desafío ni como un factor de intestabilidad global. (Además, existe mucha confianza de que en Cuba la transición ya empezó, más aún cuando Raúl Castro anunció que no será el próximo presidente.)
Entonces, las consecuencias de estas declaraciones no serán demasiadas. Más bien -y esto sí es interesante- este discurso de Kerry, más que mapear una nueva política nacida del estado norteamericano, indica que los Estados Unidos están en camino de aceptar que la región tiene una nueva realidad, que se produjo hasta cierto punto sin la intervención de los EEUU.
Los inéditos treinta años de estabilidad democrática en la región, el crecimiento económico, el nuevo rol subcontinental de Brasil, la aparición de otros jugadores geopolíticos como China y Rusia y el relativo desinterés de Estados Unidos, han permitido a Latinoamérica tomar un grado de autonomía mayor que en el pasado, y hacerlo de hecho. Esta autonomía se ha mostrado, por ejemplo, en la reacción de Brasil al escándalo de los espionajes de la NSA, en la fundación de instituciones supraestatales regionales en las que no participa Estados Unidos y en el virtual vaciamiento político de la OEA.
En definitiva: es probable que poco cambie, y es probable que esto sea una buena noticia.