Colapso y renovación

En la ópera como en los clubes

Se expresó esta semana con innegable claridad el colapso administrativo del Teatro Argentino de La Plata. Desconcierta y desanima, como un payaso que llora, el espectáculo de los artistas reclamando pagos atrasados. Desanima también la recurrencia de estas crisis de los grandes teatros que no son demasiado distintas a las crisis de los clubes de fútbol, si lo pensamos bien. Se pone en evidencia en estos casos nuestra incapacidad de sostener procesos constantes, no impulsivos. Fíjense qué interesante, que justamente en organizaciones cuyo contenido está claramente determinado por lo pasional (la ópera, lo futbolero) las administraciones no logran sustraerse del factor impulsivo que esto implica, del exabrupto emotivo, de la grandilocuencia y del capricho. Y es así que se tropieza una y otra vez.

 

Pequeña brecha

Se presupuestaron veinte millones y se ejecutaron tres o cuatro. Y nos damos cuenta a fin de año de esta pequeña brecha porque ya nos acostumbramos (los artistas) a la bicicleta administrativa en los pagos del Estado y los funcionarios artísticos se creen obligados a sostener a ultranza sus programaciones confiando en que el dinero de algún lado finalmente aparecerá. Cosa que realmente sí, sucede, crisis de por medio claro.

 

Se van los más capaces

El desentendimiento entre los planificadores financieros de la administración cultural del Estado y los programadores artísticos correspondientes a cada espacio artístico es la clave de este problema. No hay, o no funcionan, los mecanismos formales presupuestarios; funcionan las venias políticas, y sin ellas los presupuestos no se ejecutan por más que los haya votado un parlamento o María santísima. De este modo sobreviven aquellos que son capaces de navegar estas aguas, o que se someten a gestionar de este modo, y los que no, se van. Suele suceder que esos que se van son los más capaces en lo que se refiere a la materia específica de la función requerida. Tal el caso del director musical del Teatro Argentino de La Plata saliente en estos días, Alejo Pérez que habida cuenta de su capacidad no tardará en conseguir otro sitio donde se lo valore y respete, en la Argentina o en el exterior.

 

Lucidez y lucimiento

Pero además de esta debilidad sistémica crónica está el cortocircuito entre lo que se hace en los teatros y lo que la política espera a cambio cuando invierte un presupuesto. Y decimos aquí “la política” en el mejor sentido de la palabra. Los ciudadanos, a través de sus representantes políticos, deciden invertir veinte millones de pesos en un año para los gastos de una temporada de actividades en la sala más importante de la Provincia de Buenos Aires que funciona en La Plata. En esto es necesario despejar ante todo la necesidad creciente que se tiene desde la política de que la inversión luzca mediáticamente. Esto lleva claramente a error. Y es causa de profundas distorsiones de foco. Se termina orientando la inversión e incluso componiendo el mismo producto artístico en función de las tapas de diarios, y lo marketinero invade la escena artística, lo cual no quiere decir que las obras de arte no tengan que ser distribuidas y mediatizadas, pero cada cosa en su lugar. En esta misma línea no dejan de meter la cuchara los cada vez más requeridos fundraisers que aportan su dosis de confusión proponiendo genialidades recaudacionistas que intervienen o se entremezclan y enchastran la obra de arte misma, en ocasiones, de maneras obscenas y risueñas, con flacos beneficios para las marcas que ‘’acompañan’’ estas iniciativas.

 

Demasiado pocos

Pero también es cierto que, despejado lo recién dicho, no se logra salvar la distancia que cada vez más ancha se abre entre las temporadas artísticas de los teatros oficiales y el ciudadano real. Algo tendría que poder decir sobre la temporada de su teatro provincial un habitante de Otamendi o Sierra de la Ventana. Al inquilino de un conventillo de la Boca debería podérsele ocurrir un día llevar a su señora al teatro Colón. Son demasiado pocos los usuarios de estos servicios culturales con relación a la base de sustentación que los financia. Y nadie se atreve a romper con esto. Romper con esto sería un gesto simbólicamente equivalente, por ejemplo, al que se dio estos días con la expropiación del predio de la Sociedad Rural.Y no estamos hablando de que los teatros oficiales sean invadidos por hordas de bailanteros y tropicalistas, con todo respeto por estos nobles géneros populares.

 

Cuestión de actitud

No es tanto una cuestión de contenido, sino más bien de actitud. Y también de forma, claro. En tanto se organicen temporadas de abono y no se deje resquicio para un repertorio general de funciones abiertas al público general este problema seguirá agudizándose y finalmente, tarde o temprano, la crisis acabará en divorcio.

 

La vida de una propuesta

Lo cierto es que las instituciones no convocan, las comunidades sí. Las artes escénicas son en esencia una fiesta, no un deber. El Mozarteum Argentino es una comunidad, por eso se sostiene incólume su propuesta a sala llena. Por el contrario El Abono Bicentenario, que el mismo teatro Colón ideó institucionalmente, no anduvo, y es una pena habida cuenta de lo interesante que fue, porque no hubo ese espíritu comunitario que hace a la vida de una propuesta, o ese alguien que es la vida de esa comunidad que convoca y da sentido a un calendario de reuniones, como lo fue Leonor Luro en el caso de Festivales Musicales, o lo son ahora David Martin y Mario Videla, o Ana Danna, o Gisela Timmerman; o tantos otros verdaderos artesanos de esto que decimos. Kive Staiff fue otro de estos personajes fundamentales, Patalano lo es a su modo, o Juan Alberto Badia, ¿por que no? Las radios constituyen por naturaleza verdaderas comunidades musicales, es así que cuando una radio se extingue se produce una inmensa congoja entre sus seguidores y hacedores.

 

Renovación y cambio

Casualmente días pasados se realizó la renovación de los abonos del Teatro Colón. Una familia amiga que se encuentra de viaje me encomendó hacer en su nombre el trámite, lo que me permitió una experiencia de primera mano de esta situación. En la sala de espera del teatro éramos no más de veintiocho personas todos (excepto yo que tengo 46) mayores de sesenta años, y a mucha honra, por supuesto. No son todos ricos ni oligarcas, más bien diría que al contrario, son en general referentes atrincherados de una clase media educada que la Argentina supo tener. Personas cuya dignidad consiste en su educación, no en tener la 4×4 sino en saberse sensibles a una obra de Verdi o Bach. La mitad de los varones viste jeans y zapatillas, las señoras muy austeras y serias, todas ellas. Diría que no hay entre los que aquí nos encontramos haciendo la cola ninguno que no le interese la ópera realmente, como sí los hay que no les interesa un pito lo que toque la flauta o el clarinete entre los abonados de algunas de las asociaciones privadas de concierto.

 

Ópera, ballet, conciertos
El banner promocional de la temporada reza ‘’ópera, ballet, conciertos’’ en tamaños tipográficos decrecientes. Sobre estos tres pilares se asienta hoy la programación del teatro desde el punto de vista nominal, aunque es claro que la ópera se lleva el grueso del presupuesto y de las expectativas generales en detrimento de la danza que históricamente (¿será porque no habla?) termina por acomodarse en los resquicios que la lírica le deja.

 

El oro y el moro

Todas las lamparitas de las arañas funcionan perfectamente en el foyer y relucen espléndidos los dorados justos de las diferentes molduras. Se siente muy frío lo marmóreo de las columnas color asalmonado, intimida un poco y sin duda que pesa y condiciona mucho esta herencia aristocrática en la arquitectura del Teatro Colón. Se me antoja pensar ahora en alguna arquitectura que sea acogedora de lo popular con relación a una experiencia estética y no se me ocurre otra que la Guadalupe, de México, o la Catedral de “San Sebastián”, en Río de Janeiro. El teatro Argentino de La Plata que es un edificio moderno de amplísima y muy generosa espacialidad no tiene ese problema en cuanto edificio pero sí lo reproduce en la práctica, en el modo y en la actitud, en la forma de ofrecerse o no a la sociedad que lo sostiene.

 

Renuevo y abono

Ya casi nos toca el turno para tramitar la renovación de los abonos, rompe la cola un cardumen de turistas curiosísimos que son llevados de aquí para allá entre fascinados y expectantes por la visita guiada; avanza la cola unos pasos más, lo que nos da oportunidad de observar los muy preciosos mosaicos bizantinos del suelo y estas puertas altísimas tan estilizadas en una misma tonalidad verde o jade apenas plomiza que serena y sociega.

Antes de terminar el trámite pienso que “renovar” y “abono” son dos palabras muy interesantes, asociadas a la vida; dan ganas de hacerlo para que sea fértil el año que viene; fértil en expresiones genuinas de lo artístico en nuestra ciudad.

Una estética de las fiestas

¿Espíritu de las fiestas?

A ver si a ustedes les resuena algo parecido a esto que vengo observando los últimos años de modo creciente. Hablo del aturdimiento que nos vemos forzados a atravesar estos días como si se tratara de un “puente chino” de esos que formabamos de chicos para mantear a un compañero en castigo por el día de su compleaños. De hecho la palabra “aturdimiento” viene de los pájaros, de los tordos. Y es así, tal cual, como nos vemos de pronto inmersos en el revoloteo de una bandada de tordos; enredados, envueltos, empaquetados y endemoniados en el ¿espíritu? de las fiestas.

 

Aturdimiento emocional 

El aturdimiento comienza el día del acto de entrega de diplomas del colegio, aturdimiento de las emociones (orgullo, envidia) que allí se viven intercaladas con los flashes, el tironeo de los hermanitos menores que preguntan ¿cuándo nos vamos?, el auto que “bajen ustedes, yo voy a ver dónde lo logro estacionar”, el discurso monocorde de la señorita de sexto, las apariencias, el himno, el murmullo, los acoples.

 

Aturdimiento comercial

Aturdimiento comercial, sin lugar a dudas, que distorsiona por completo el sentido de lo que es un regalo. Fïjense qué hermoso sinónimo tenemos para la palabra regalo cuando decimos presenteHacernos presentes es ya un regalo, el ser mismo de todas las cosas, la vida misma es un regalo, ¿no les paraece? Sin embargo aquí estamos sufriendo de ansiedad y calculando los intereses y los descuentos y las cuotas para pagar esto que ahora se nos impone como oferta.

 

Oferta y ofrenda 

Oferta que no es lo mismo que ofrenda. A propósito de esto último permítanme sugerirles un buen regalo de música que no puede fallar como podría serlo la “Ofrenda musical” deJ.S. Bach, más que recomendable y precioso obsequio tanto para la dama como para el caballero. Pero no, no hay modo de sustraerse del aturdimiento de estos días. Llegamos a casa justo a la hora que más gritan en la televisión, porque saben que la gente cena a esa hora y no mira; entonces hablan el doble de fuerte a ver si nos convencen de enviar un SMS para que ganela Mole Molly “El cantando” y “El bailando”  y el imagiando la forma de ponerse de acuerdo tu familia y la mía para ver dónde la pasamos haciendo memoria del año pasado que te acordás que se terminaron peleando a los gritos tu hermano y la tía.

Nos encerramos en el baño, abrimos el diario y parece que nos grita en la cara esa doble página de promociones especiales del supermercado, con los cortes de carne viva a la vista, la sidra, el pan dulce y los turrones.

 

Las artes de la vida 

Pero a pesar de todo esto, bien lo sabemos, no todo es objeto de comercio en Navidad, y ciertamente no es en vano el esfuerzo de reunirnos estos días. Por otra parte no es casual, es propio de toda reunión el organizarse al rededor de unos signos y señales, de una estética que no necesariamente se refiere a las bellas artes, o por lo menos no a las artes del espectáculo sino a unas artes de la vida.

Las artes de la vida serían, por ejemplo, el ikebana, que es “el arte de conservar lo vivo en el interior de una casa”. Los adornos en el árbol de Navidad, que serían como el artificio que se agrega a una naturaleza para adornarla con unos frutos irreales que se esperan obtener realmente hacia el próximo año. Ir a la peluquería sería también ejemplo de estas artes de la vida que decimos. Maquillarse o vestirse de un determinado color. Las canciones navideñas cada vez más tristemente ahogadas  por los hits del verano impuestos por las extensas propagandas de cerveza que se esperan como el gran anuncio de apertura de la panacea vacacional (y bacanal). El compilado siempre enternecedor de los Pimpinela que le cantan a la familia que no puede faltar para estas fechas donde no resulta fácil encontrar una expresión válida para todas las edades de la vida que se ven obligados a dialogar, la abuela y los pibes sentados a una misma mesa, representados en una misma estética, unos mismos adornos, unos relatos, unos colores, unas luces, unos bailes, unos sabores. Convivencia costosa, fastidiosa a la hora de decidir cómo hacerla, pero convivencia al fin, necesaria más que toda otra necesidad. Son estos los días de darnos cuenta y de agradecer (o lamentarnos) por estar (o no), bien (o mal), acompañados.

 

Bombas de estruendo

No son muchos los días del año que todo el mundo coincide en comunión. La mayoría de las veces son las catástrofes las que nos unen. Esa primera vez que granizaron pelotas de tennis en Buenos Aires, por ejemplo, fue un día de profunda comunión (en la desgracia, por supuesto). Pero comunión al fin. A todos nos pasó lo mismo.

Es curioso, en este mismo sentido, este tema de las bombas de estruendo, y los fuegos artificiales, que no es lo mismo. ¿Espectáculo de qué es esto? Podríamos decir quees un modo de mirar el cielo, que es lo más común que tenemos todos los particulares. Todos estamos bajo un mismo cielo que es como un arco o arca (al revés) que nos contiene, en cierto sentido. También el granizo es producto de ese mismo cielo desde donde procede (según los Evangelios cristianos) la luz que viene a indicar el lugar de nacimiento de la esperanza futura, el Pesebre.

Pero ¿y las bombas? ¿A qué vienen? ¿Por qué aturdirnos de ese modo? Por momentos se siente esto como en esos documentales que muestran las grandes manadas de elefantes marinos rugiendo cada uno más alto para marcar su territorio. Se trataría entonces de una competencia barrial para saber quién la tiene más estruendosa. La bomba podría ser un sustituto de la voz, en todo caso expresión de una dificultad de hablar realmente (¿de dialogar?) de otro modo que no sea a los gritos, a tal punto que no nos sea posible escucharnos. Sería entonces el estruendo un cierto modo de obnubilación mediante el sonido. O en todo caso un modo de llamar la atención respecto de un malestar indeterminado. Hacer explotar la realidad podría indicar asimismo la fantasía del “borrón y cuenta nueva” que sedujo a los argentinos durante años. Todo mesianismo acarrea algo de esto.

 

Estallido de imbecilidad 

Me suena por ese lado el tema de las bombas. Cuesta verle el costado positivo a semejante estallido de imbecilidad, sin entrar a considerar el daño que le hacemos a nuestros mejores amigos, los perros, y los accidentes auditivos en ocasiones irreparables que nos inflingimos inútilmente. Es interesante considerar la idea de que los petardos fueron ideados para que no se queden dormidos los niños antes de las doce y asegurar así una perfecta coincidencia de toda la humanidad, el sueño delirante de la unanimidad más perfecta, la fantasía de encontrarnos todos y mirarnos a la cara alguna vez para proponernos algo en lo que podamos sentirnos de acuerdo.

 

El gran espectáculo de las intimidades

En vano se esforzarán los productores de espectáculos más talentosos que aspiren a concentrar las miradas de todos por estos días. No hay expresión artística ni evento mediático que supere a este que producimos los hombres y mujeres comunes y corrientes cada fin de año en nuestro fuero íntimo, en familia, en nuestras casas y en las calles del infierno grande que resulta ser nuestro pueblo chico; este planeta ínfimo y precario donde con dificultad nos encontramos y fácilmente nos perdemos, donde llegado el momento no tendremos más remedio que aprender a respetarnos, a tolerarnos y a querernos todos y cada uno de los seres aquí reunidos.

Música de fiesta y músicos de ley

La libertad ante todo

Me pareció extraordinario lo que hizo Fito Páez el domingo 9 de diciembre pasado durante los festejos de la víspera del 29° aniversario de la democracia argentina. Mucho mejor aún que lo que le habíamos visto hacer en ocasión de los festejos por el Bicentenario. Aquella vez el tono apoteótico paradógicamente le quitó fuerza, a mi entender. Ahora, en cambio, se plantó solo al piano con su alma en el descampado de un escenario inmenso, sin red, sin grupo, sin coro de amigos y referentes alrededor, con su bien ganada y dorada libertad de espíritu ciertamente contagiosa ofrecida sin filtro en aras de expresar el más profundo permiso interno para decir y contradecir a los cuatro vientos y a viva voz lo que en ese instante el corazón le dictara a la boca y las terminaciones nerviosas a la punta de cada uno de sus dedos.

 

Inmenso bien

Me resultó francamente conmovedor ver y oir a un artista de mi generación haciendo eso en la Plaza de Mayo, tocando el piano con una soltura pocas veces vista, arriesgando ahí mismo dibujos de escalas, inflecciones vocales, armonías y arpegios, matices y tonalidades que daban la impresión de estársele ocurriendo ahí mismo por efecto de la misma libertad que a los ojos y oídos de todos nosotros tuvo a bien constituir como espectáculo, más allá de la música. El espectáculo no era otro que ese, un creador argentino haciendo uso de su libertad de expresión y mostrándonos a todos los demás cómo lo hacía. Y no necesitó ni quiso decir demasiada cosa más que eso. Podría decirse que cantó como ciudadano, a título personal. Hizo literalmente lo que se le cantó. Y constituyó esto a mi entender el más acabado modo de representarnos el inmenso bien que tenemos, que no siempre lo tuvimos, de hacer ejercicio de esta democracia sostenida ya durante casi tres décadas ininterrumpidas y tramitar nuestras diferencias y proyectar nuestro futuro en ese marco.

 

Presencia de la poesía

Habrá quien señale otros aspectos de la fiesta vivida, por supuesto; a mí me llamó la atención éste que antes comentaba así como también el que se haya leído poesía esa noche. Que la palabra, lo literario, y más precisamente lo poético, haya tenido un lugar en un festejo como éste. Hace poco más de un par de miles de años la poesía era el lenguaje de los filósofos, la historia de las naciones se escribía en verso. Lo que ahora llamamos “el relatose pronunciaba en verso, y de ese modo se conservaba en la memoria gracias a la rima y era posible transmitirlo más allá de la escritura de generación en generación. Algo de eso resonó también en la voz de Hugo Arana, por ejemplo, la otra noche. Interesante preguntarnos quiénes son o quiénes serán los poetas de estos tiempos que ahora vivimos. La historia lo dirá.

 

Que suenen las trompetas

Si fuéramos críticos musicales, que no lo somos ni queremos serlo, diríamos que las tres trompetas que participaron de esa curiosa versión remixada del himno nacional argentino desafinaron llamativamente mucho desmereciendo la idea. Hay algo irreconciliable desde el punto de vista musical entre una banda militar y un círculo de tambores, por más buena voluntad que se le ponga al intento. Es curioso por otra parte que no haya participado la Orquesta Sinfónica Nacional ni el Coro Polifónico Nacional, o el Coro Nacional de Jóvenes o el de Niños, organismos todos que son con frecuencia olvidados a la hora de organizarse una celebración popular. No digo que esto esté bien o mal. Es evidente que el pueblo no se siente representado por sus organismos estables de música cuya forma se corresponde con el modelo de orquesta y coro acuñados durante el siglo XIX en Europa. Orquestas y coros estables apenas si representan lo oficial de un país, pero no a su pueblo. Ofician principalmente como museo de unos repertorios a los que se accede por su intermedio. Podría decirse que sirven a un interés académico, esto es cierto, pero hay que decir también que lo hacen de modo bastante sesgado en cuanto al repertorio que transitan, quedando por lo general al margen de sus temporadas la creación musical académica contemporánea. Lo que está claro es que la vida musical de la Argentina no puede reducirse a sus organismos musicales estables. Con esto no decimos que no sean organismos valiosos y excelentes. Pero sí puede ser oportuno preguntarnos respecto del sentido de su existencia en todo caso para revalorizarla o definirla con mayor provecho de toda la sociedad. Es innegablemente sintomático que los organismos estables hayan estado ausentes de los festejos de la democracia argentina, sobre todo en un momento donde parecen haberse logrado encaminar administrativamente los múltiples reclamos que durante años los tuvieron a mal traer. Sería esta entonces una buena oportunidad para aprovecharlos mejor.

El que podría sin duda aportar alguna buena idea al respecto es el maestro Daniel Barenboim, quien fue, con toda justicia, uno de los merecedores de los premios Azucena Villaflor, que esa misma noche se entregaron; como también lo hubiera sido nuestro representante en la Unesco, el también pianista Miguel Ángel Estrella, creador de Música Esperanza que ha pensado de un modo singularísimo el vínculo de la música académica con el ciudadano común, y con el humilde y el marginado en particular.

 

Hecha la ley

Es interesante que todo esto coincida con la sanción de una muy mentada Ley Nacional de la Música que promete equiparar la actividad con el modelo de subsidio y apoyo que desde hace años merece nuestro cine a través del Incaa. Hago respecto de esto un sincero llamado de camaradería a mis colegas los músicos para que no sea desaprovechada esta herramienta ni mal utilizada, que no se haga de esto un laberinto burocrático del que se beneficien unos pocos. Y que sea oportunamente democrática su aplicación, lo que dependerá de nosotros mismos, los músicos, ya que se ha planteado inteligentemente un modelo autárquico. Esto implica comprometerse y participar en su instrumentación para que no sea esta una ley “del menor esfuerzo”. Y no quedemos sentados esperando para después criticar, como siempre sucede.

 

Resonancia y consonancia

Es cierto que suena un poco extraño que haya una ley para la música que a decir de Mallarmé no es sino “esa nada dulce llena de confusiones falsas”: ¿las leyes de la música no eran el contrapunto y la armonía? Pero por más indescifrables que le sean al común de los mortales estas leyes (a Dios gracias) y más inapresable que sea la más bella melodía hay que reconocer y valorar a aquellos que las inventan y escriben, las tocan y las cantan, las editan y las difunden; ya que en esto se pone de manifiesto entre otras cosas lo que decíamos al comienzo: la posibilidad de expresarnos unas cosas que solamente alcanzamos a entender cuando resuenan.

El espectáculo de adentro

Felizmente, ya estamos sentados. Dispuestas las luces… esta vez, se abre el telón de celofán. Qué estridencia hace al abollarlo y enseguida se oye el aleteo del rayo laser atravesando en falso los primeros zurcos plateados del sonoro metal. El espectáculo esta noche es adentro. Nos ofrecemos libre y gratuitos un espectáculo interior titulado: escuchar música.

 

Cuestión de piel

Vamos a decir por empezar que escuchar música es algo que sucede siempre adentro. Esto es una certeza desde el punto de vista neurológico, físico y acústico. Lo que llamamos sonido no existe como tal en el bandoneón que toca Piazzolla, por ejemplo; ni siquiera en los parlantes está el sonido. La sensación de la música se organiza en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo todo (en la piel) a partir de las variaciones de presión del aire que el oído contabiliza y rinde a nuestra conciencia emocionada.

 

Piazzolla sesentista

Llegó a nuestras manos el volumen II de la serie histórica con material inédito y sonido restaurado dedicada, justamente, a nuestro Astor Piazzolla que comprende el período 1965-1967 editada por Universal con curaduría del siempre agudo Diego Fischerman. Para todos los que nacimos en esos mismísimos años significa esto nada menos que la posibilidad evocar mediante el oído el paisaje sonoro de aquellos años sesenta tan mentados, recuperando en cierto modo el aroma de su más sabroso caldo de cultivo.

 

Diabólico cruce

Se producía hacia 1965 un Concierto de tango en el Philharmonic Hall de New York tocando Piazzolla con su Quinteto Nuevo Tango. Dicho sea de paso, hace pocos días, curiosamente, presentó en Buenos Aires Rodolfo Mederos (sucesor indiscutible de Astor) un repertorio “sinfónico” de exquisita factura.

Track 1: “Tango diablo”, track 2 : “Romance del diablo”, track 3 : “Vayamos al diablo”… Un macabro juego de asociaciones libres genera la fantasmagórica alucinación de que el Juez Griesa en sus años mozos haya estado allí sentado en el Philharmonic Hall de NY escuchando este mismo concierto mientras se grababa, y que su jadeante respiración y el hitchcockiano  aleteo de una bandada de buitres negros se confunde con el soplido de fondo y el ruido ambiente del registro, a Dios gracias, reducido a su mínima expresión por los restauradores sonoros de esta cinta, Roberto Serfiati y Diego Vila.

Hiela la sangre lo que viene a hacer Piazzolla en esta oportunidad, ante ese público, la audacia de sus planteos y la vitalidad de su impronta. No en vano dedica expresamente este registro a sus maestros: Alberto Ginastera, Nadia Boulanger; y a la Ciudad de Buenos Aires.

Difícil imaginar un espectáculo sonoro más significativo y extremo que éste, para decirlo en términos viales, un “cruce peligroso” de lo más radicalizado de la vanguardia académica internacional de los ‘60 con lo más genuino de las callecitas de Buenos Aires.

 

¿Me cuidás el asiento?

Hacemos un intervalo para ir al baño pero rápidamente nos aprontamos para una segunda parte de este espectáculo de salón que decidimos autoproducirnos hoy, puertas adentro, para el más egoísta de los disfrutes, y enseguida comienza a sentirse el calor de un “Verano porteño” especialísimo cuya marca térmica sería difícil precisar a medio siglo de distancia. Y en este clima transcurre y despeina la música de Melenita de Oro.

 

Revolución y después

A los postres nos teníamos reservado nada menos que un “Revolucionario”, con Antonio Agri cadenciando casi tan magistralmente como podría hacerlo hoy o mañana su hijo Pablo en cualquier escenario de la ciudad. Suerte que tenemos que estos grandes maestros por más singular que haya sido su existencia nos hayan prodigado herederos que no se limitan a la mera reproducción sino que se aventuran a recrear y reinventar con ingenio y audacia como lo hizo el mismo Piazzola respecto del tango de su época. Es discutible, de todos modos, esta relación entre Piazzolla y el “piazzollismo”.  A veces entra en un territorio confuso el lenguaje de Piazzolla y es como que se pierde lo suyo en medio de tantas versiones y revisiones. En esto hay que agradecer y celebrar el que alguien se haya tomado el trabajo de recuperar los originales que despejan de modo tajante y no sin cierta violencia, la paja del trigo.

 

La casa, multiespacio cultural

Preparo un café y antes de irnos (a la cama) escuchamos el track 15, que es un “Retrato de Alfredo Gobbi” de perfecto acento y exquisito ornato violinístico que bien podríamos dejarlo acá colgado en la pared del living de nuestra casa, convertida hoy en un verdadero multiespacio cultural. Que descansen.

 

Astor Piazzolla, Completo en Philips y Polydor. Volumen II 1965-1967, Universal.

El 8D

El 8 de diciembre vence el plazo para ver la muestra de Luis Felipe Noé en la galería Rubbers que representa un acto de libertad de expresión seguramente más profundo y sensible que este otro del que tanto se habla y se espera para el día anterior.

 

Libertad de expresión

Con esto quiero decir que, a mi modesto entender, la libertad de expresión no es un problema en la Argentina hoy, tanto como lo es la incapacidad de visión, audición o lectura de lo que se expresa. Tenemos puestos los ojos y los oídos en las vidrieras de las casas de electrodomésticos y en las páginas de las publicaciones bobas o los programas de chimenterío ; y por más y mejor que se exprese lo que se exprese ya casi no hay quien lo escuche realmente, porque tenemos anestesiada nuestra sensibilidad y el mismo cuerpo individual o social ya casi no reacciona a las reales expresiones, a la belleza o a la verdad propiamente dichas.

Historia de una familia tradicional  (18 x 175 cm – mixta sobre tela – 2012)

La demanda visual

Me imagino otros tiempos, seguramente más desfavorables en lo político o económico, en los cuales se esperaba y ocurría, reverberaba y se discutía, y tenía alguna consecuencia en el mundo de las ideas una muestra de Noé como la que ahora cuelga sin el menor estruendo social.

Y no es un problema de la muestra, ni de la obra, ni mucho menos del artista; es –como antes decía– un problema de oído, curioso síntoma fonoaudiológico en una sociedad joven como la nuestra, que no se resolverá con el consabido audífono ciertamente. Discúlpeme el lector que sea insistente sobre esto, pero es preocupante y pertinente plantearlo en este momento cuando la libertad de expresión se pone de manifiesto en el debate público. Y en este contexto es justo destacar el que todavía existan artistas que siguen produciendo y exponiéndose como Luis Felipe Noé, artistas que no se hayan desalentado de esto que decimos, artistas que no se hayan adaptado a los modos algodonados de la demanda visual que como dicen los chicos “no quiere saber de historias”, y se recrea comparando precios en los pasillos de las ferias, y se convence del buen estado de salud del mercado del arte por la multitudinariedad de las gallery nights en el amparo de los más altos y burbujeantes patrocinios.

Vida (120 x 150 cm – mixta sobre papel – 2012)

En consecuencia

La muestra titulada “en consecuencia” presenta una veintena de obras que representan más de una búsqueda o, mejor diremos, inquietud, del artista ; bendecido todo esto por la explícita y amorosa presencia de su esposa recientemente fallecida. Sería esta una muestra homenaje a más de cincuenta años de matrimonio, ofrecida “en consecuencia” de esa pérdida, y lo que se ofrece no es algo directamente referido a ella, sino lo que el artista puede ofrecer de mejor de sí, que es lo que siempre ha sabido hacer, y no otra cosa, a saber, el producto de su más irrestricta libertad de espíritu. Libertad que se manifiesta en más de una dimensión de la vida, sino en todas ellas. Hay una dimensión política, ciertamente, que se pronuncia en definiciones de muy concentrada síntesis así como también se coraliza o se manifiesta en una presencia de rostro denunciante que emerge como recortado de esa especie de marea volcánica de la materia misma de lo visual que finalmente es la razón y la causa de las deformaciones que el artista impone a la figuración. El gesto de Noé es un gesto que parte de la materia y actúa sobre la figura haciéndola decir. Hay un elemento vocal en casi todos los cuadros que aquí se presentan, hay una voz sin duda, en el sentido de una materia que habla, una materia que se rompe para decir. Hay por otra parte una teatralidad exquisita y terrible, una escritura en cierto modo electrizante, y una idea de pueblo que mejor que explicarla es ir y verla, o exponerse a ser mirado por ella.

Cuadro alcohólico

Desborde

El elemento centrífugo es a tal extremo puesto en revolución en casi todas las obras y la abundancia en el vocabulario es tal, que llega a resultar molesto el que los cuadros sean eso, cuadros; que tengan marco, que se inscriban en rectángulos. De hecho varias de las obras (El teatro de la vida, por ejemplo) son un recorte en sí mismo, o sobresalen del marco (Cuadro alcohólico), o se recortan sobre fondos oscuros vacíos (El observador analítico, El sentido consentido); lo que da cuenta de un problema que el artista tiene y comparte como tal (por eso decimos problema y no defecto) que es una pregunta sobre los límites que se corresponde con una postura respecto del conocimiento que prefiere las preguntas a las respuestas.

Lo de Noé es el despliegue mismo de la pregunta y la búsqueda mediante la escritura plástica de nuevas dimensiones de un preguntar profundo que encuentra alivio en un decir figurado y sonoro.

El observador analítico

Dos botones de muestra

 

Hombre con megáfono

Se ve un hombre sentado en una placa de bronce sobre fondo amarillo, y una suerte de megáfono le sale de la boca. La escena está rodeada de materia informe negra y terrosa. Canta esta especie de rey de las tinieblas a la vez que resiste en medio del acrílico, la tinta, la madera y el metal de unos Retazos compuestos en colaboración con Jorge Pablo Pallarols.

 

El Adiós (mixta sobre tela – 70 x 100 cm – 2012)

Y en el otro extremo un ser humano frágil apenas encorvado dice Adiós y sale negro hacia el azul por bambalinas quedando su alma en medio de la escena representada como una mancha blanca difusa en torno de los amarillos sobre un suelo todavía verde.

 

La muestra En consecuencia de Luis Felipe Noé puede visitarse hasta el 8 de diciembre, de lunes a aiernes de 11:00 a 20:00  y los sábados de 11:00 a 13:00 en Av. Alvear 1595, esq. Montevideo.

Ausente con aviso

Ciudad metafísica

Hay un cierto trasfondo (bajo fondo) metafísico en el tango. Será por eso que le interesó a Borges ‘’esa ráfaga, esa diablura hecha de polvo y tiempo’’ que es el punto de partida de los ‘’TANGOS ausentes’’ que ofrecen la pianista Haydée Schvartz y la bailarina Maricel De Mitri dirigidos por Carlos Trunsky.

La misma palabra ‘’ausente’’ remite a lo metafísico, a fugar del ‘’presente’’ hacia alguna parte que todavía no se sabe, aunque se intuye. Pero aquí no se trata de filosofía sino de coreografía y de ¿musicología?. En cierto sentido sí, está bien hablar de musicología en este caso ya que los tangos elegidos por esta incansable exploradora de los repertorios que es Haydée Schvartz son un claro ejemplo de cómo un instrumentista hoy está llamado a incorporar las herramientas de la investigación musicológica a los efectos de componer una propuesta interesante, como lo es ésta sin duda por donde se la mire.

Se escuchan quince tangos verdaderamente ausentes de la consideración habitual de todos nosotros, tangos traídos de lugares lejanos, de España por ejemplo, uno compuesto por Isaac Albeniz, otro de Kurt Weill, un piccolo tango de Puccini, otro de Cage; tangos en cierto modo rescatados del olvido (de la ausencia) y reubicados en un escenario real donde se baila ya veremos qué y cómo.

- Pero escucháme una cosa … (dirá el lector) … entonces ¿había tangos afuera de la Argentina?

- Y, sí. Se ve que los argentinos no somos ni el centro ni el origen del universo (le contesto).

 

Paredón y después

De hecho, el espectáculo todo es ofrecido en las afueras de la ciudad, en los apartados de la luz que, como lo enseñan los antropólogos y los urbanistas, constituyen desde siempre una ciudad. Hay en esto también un ausentarse de la centralidad y un irse lejos a procurarse un espacio donde poner de manifiesto un pensamiento artístico. ¡Y se fueron Hasta Trilce!, que así se llama el espacio elegido por Trunsky, De Mitri y Schvartzs en el barrio de Almagro, en una callecita (Maza al 177) que hay que buscarla antes de salir en google map para encontrarla, espacio precioso, alejado de lo pretencioso, donde se hace posible una valoración de la obra que no pasa por los ‘’¡más de ciento setenta y siete artistas en escena!’’, ni por el anuncio rimbombante, ni por la instalación en el centro de ninguna centralidad. Buenos Aires está llena de estas pequeñas valiosísimas propuestas que se ofrecen a la vera del gran río (tan contaminado, por cierto). Podríamos decir que Buenos Aires está llena de pesebres donde cotidianamente se hace y nace la experiencia artística más vital que algunos acuden a ver. Pero estos pocos constituyen una verdadera elite privilegiada de esta ciudad, aunque no estoy tan seguro de que sean tan pocos. Lo interesante es que cualquiera de nosotros podemos ser parte de esto si nos damos por enterados y estamos dispuestos a salir, a ausentarnos de esa ciudad de las luces que nos hace creer que nada es cierto si la dejamos y nos impone la frontera tajante de su ‘’paredón y después’’.

 

La obra

Respecto de lo que hemos visto sobre el escenario y sus alrededores es muy de valorar en la actitud de Trunsky el dejar hablar a la bailarina y a la pianista, hemos visto una composición coreográfica y escénico musical fluida, y a su director haciéndola fluir ‘’con’’ sus intérpretes y no en su contra o a través de ellos. Es difícil de explicar, pero el tratamiento de los contenidos en esta obra es el tratamiento de unas personas y resulta como una primera evidencia el buen trato que hace el director de esas personas, no hace uso de ellas, compone con ellas.

Y no habrá sido tarea fácil habida cuenta de las diferencias abismales que hay entre ellas. Desde el punto de vista corporal, por ejemplo, una pianista y una bailarina son dos mundos dificilísimos de integrar. Y en esto también se advierte que no se ha forzado esta integración, se ha admitido la singularidad de cada quien y de cada lenguaje, y su modo de ser y manifestarse, y se ha compuesto a partir de eso una situación escénica de doble naturaleza. Cada cosa es lo que es, y esto hace posible el diálogo que sucede. Así como hay estas dos cosas, hay también un afuera de la escena y un adentro. Marisel al comienzo no está, luego se deja ver a través de un ventanal, y luego entra. En un determinado momento se retira hacia el público por izquierda, y más tarde regresa por derecha. El que haya un afuera de la escena posibilita el ausentarse y en consecuencia valoriza el presentarse y representarse.

Es llamativo a lo largo de toda la obra el valor que se le da al vestirse y desvestirse, al calzarse y descalzarse; lo llamativo es el modo como se muestra esto, es un modo que excede el recurso de hacerlo a la vista y que sea este un modo de articular las escenas, una puntuación del relato. Creo que es algo más que eso, pero no termino de poder decir lo que sea. Tal vez no sea más que eso, una pregunta sin respuesta. Como sea, también en esto se escuchó un preciosismo, un cuidado y una valorización del elemento, del objeto, de la tela, y del tiempo; el tiempo que se toma Marisel en ponerse cada una de sus zapatillas de punta antes de bailar el siguiente tango. Pienso que se trató de eso, de valorar el tiempo de cada cosa. Y es interesante además que no haya sido esta vez el elemento erótico el eje, como lo es en casi todas las propuestas escénicas vinculadas al tango.

 

El relato

Finalmente hay que decir que más allá de la organización de esta composición y sus elementos hay un relato muy íntimo y profundo a través de estos ‘’tangos ausentes’’, una especie de alma que pesa o gravita y deviene a lo largo de toda esta propuesta. Y este relato lo dice Marisel De Mitri. Quisiera poder decir más o menos exactamente de qué creo haber escuchado que habla este relato, que tiene muchísimos matices, rasgos, expresiones anímicas, goce y alguna melancolía. Diría que es el relato de la vida de una bailarina con toda la soledad que esto implica, y la ausencia que esto supone, aquello de lo cual una bailarina se priva o se ausenta a causa de la vocación que abraza. Es también el relato de la riqueza de la variedad de experiencias, sonoridades y formas, que le es dado vivir a un bailarín, se escucha la felicidad de esto y una gratitud a causa de esto. Hay también un gesto de gratitud y amor de la bailarina hacia la música misma que se expresa en el modo como Marisel se dirige a Haydeé y se sienta junto a ella, y en cómo la escucha, la valora y la entiende. Hay probablemente algo de todo esto y seguramente muchas otros decires en estos ‘’tangos ausentes’’ que hemos visto y oído un día domingo en las afueras del tiempo y del espacio cotidiano. Hasta el domingo 9 de diciembre, siempre a las 20 hs. puede el lector asistir a ver esto mismo y completar o desdecir el comentario que me atrevo a compartirles y aquí termino.

 

Flamma Flamma

Hibridación de las culturas

La “calle” Corrientes es un espectáculo en sí mismo, el espectáculo de la hibridación de las culturas populares y “académicas”, los personajes de la vida diaria, oficinistas, abogados, linyeras, vedettes, gente normal, gente “rara”, locos y locas, flaco y gordo, libros nuevos y usados, la biblia y el calefón.

Me siento a tomar un café en la Giralda antes de entrar al teatro San Martín donde se ofrecerá una nueva obra de Mauricio Wainrot con el Ballet Contemporáneo y me traen para leer el diario de la mañana (que a esa altura sirve de poco y nada) y no puedo más que reírme al ver el aviso a página completa de los “Adagios” que Marcelo Tinelli anuncia para esa misma noche con Hernán Piquín. Pero no me río por desprecio, de ninguna manera, me río de la desopilancia de mixtura de expresiones artísticas y mediáticas en medio de las cuales transcurre (y se representa) nuestra vida hoy.

Leo en el mismo diario un recuadro que podría significar una cierta diagonal entre los mundos de “la belleza” y las (así llamadas) clases populares. El teatro Colón anuncia la instalación de una pantalla gigante de leds en el exterior de su edificio para “popularizar” su propuesta. Será que todo suena un poco a tango en la calle Corrientes, pero lo único que me sugiere esta idea es este verso triste, “la ñata contra el vidrio”, que hace referencia a unas cosas ricas que hay ahí adentro a las que no tenemos acceso. Y no puedo dejar de pensar tampoco en lo que significan hoy las pantallas para todos nosotros, los seres humanos; sin ir más lejos, ahora que ustedes mismos leen esto que yo escribo contra la pantalla de la computadora.

Producción y creación

Como sea, asistimos finalmente a esta nueva presentación de una obra integral de Mauricio Wainrot con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Producción íntegramente realizada (excepto la música, de Nicholas Lens) en la Argentina, en la Ciudad de Buenos Aires (que no es lo mismo), para ser más precisos. Bailarines argentinos, coreógrafo, vestuarista, iluminadores, técnicos; ideas nuestras de alcance universal, procesos de producción excelentes que nada tienen que envidiar respecto de los parámetros internacionales. El Teatro San Martín y los ciudadanos de Buenos Aires tenemos una compañía de danza contemporánea de jerarquía internacional, y esta compañía la dirige Mauricio Wainrot.

Pero más significativo que esto es el hecho de que esta compañía sea el instrumento para la expresión de una creación nuestra, ya que lo que venimos a ver es creación de un coreógrafo argentino. Y esto me lleva a una pregunta que nos podemos hacer los argentinos y que es aplicable a todos los ámbitos de actividad, no sólo a lo artístico. La pregunta es ¿cuáles y cuántos son los espacios de creación en la Argentina? ¿Cuánto permiso nos damos para crear, para expresarnos realmente, los argentinos? ¿Cuál es el alcance genuino de la libertad de expresión en tanto que no nos demos la posibilidad de crear libremente? ¿Cuánto invertimos en conservar respecto de lo que invertimos en crear?

Por lo pronto dedicaremos ahora un cierto espacio a comentar lo que hemos visto haciéndonos eco de este espacio de creación coreográfica que hizo posible la manifestación de unas ideas que Mauricio Wainrot, con profundo arraigo (a nuestro entender), quiso y no quiso expresar en su obra Flamma Flamma.

El marco

Diremos ante todo que estuvimos ante una expresión neoclásica, en lo que se refiere a su organización en el espacio y su modo. Que sea neoclásica la expresión no quiere decir que no sea ‘’contemporáneo’’ el ballet. También era contemporáneo Stravinski cuando hizo su Pulcinella, como lo era Haydn cuando compuso sus 104 sinfonías, o Brahms cuando compuso sus Variaciones sobre un tema de Haydn, precisamente. Siempre hubo y siempre habrá neoclasicismos.

La obra 

Lo curioso en Flamma Flamma es que parece quedar aquí irresuelta una tensión. Hay algo de incomprensible en esta propuesta personalísima de Wainrot, y es algo delicado de tratar ya que, a mi modesto entender, podría tener que ver nada menos con la pérdida de un ser querido y la dificultad de explicarse su partida. El mismo Mauricio refiere en el programa de mano que la música de Lens le fue acercada por su compañero de vida, el escenógrafo y vestuarista Carlos Gallardo, que falleciera en 2008. Esta música es una cierta especie de requiem, no lo es en sentido estricto pero sí resuena como tal, se canta en latín, y predomina un estilo vocal lamentoso y gutural, en tanto que la coreografía se desarrolla en entre tono claramente amoroso e intrincadamente explicativo.  Es esta la tensión ‘’irresuelta’’ a la que hacía referencia más arriba. Una coreografía que va a contramano de una música, pero no por defecto, sino por una íntima imposibilidad. En cierto modo considero que Mauricio no quiere o no puede todavía escuchar ese requiem que ya está sonando, pero entre tanto esto sucede él nos habla de amor (coreográficamente) y busca explicaciones, y el vocabulario coreográfico resuena explicativo, es abstracto, como son siempre abstractas las razones, lo lógico.

Ahí están ya encendidas las llamas (Flamma Flamma) que habrían de consumir una presencia valorada y ahí está sonando un Requiem que encarna esa presencia. Pero la coreografía no quiere saber nada de eso todavía.

Asistimos entonces a una desesperante acumulación de explicaciones de lo inexplicable. Ni más ni menos que la honesta expresión de lo que se puede y de lo que no se puede hacer ante la pérdida de un ser querido.

El espectador de esta propuesta no puede sino sentirse tocado por la profunda intimidad y la delicadeza de lo que aquí se está diciendo, que a nuestro entender no es ni esa música ni esa coreografía, sino la tensión irremediable que las contrapone.

“Ring raje”

Voy a hacer algunas consideraciones acerca de la visita relámpago de la bisnieta de Wagner a la Argentina en el marco de los preparativos de un Anillo de los Nibelungos ‘’ exprés’’ que, financiado por todas y todos los porteños, se ofrecerá los días 27 y 30 de noviembre a los abonados del teatro Colón.

No es la primera vez que el teatro Colón se propone como cabecera de una producción destinada a recorrer el mundo. Y no será la primera vez que se autoriza un gasto de tamaña envergadura en función de una expectativa de recupero que luego nadie se toma el trabajo de corroborar.

Por lo pronto, en lo que respecta a la boletería, debían ser por lo menos cinco funciones, pero serán solo dos. Esto se debe al escaso interés de la propuesta y al exorbitante costo de las entradas.

Pero también está el recupero que el teatro (¿los ciudadanos?) podría hacer colocando esta producción en el exterior. En este sentido es oportuno advertirnos, no sea cosa que los ciudadanos todavía terminemos pagando una gira al exterior de esta producción cuyos derechos los termine cobrando un tercero, algún gestor de giras, o la bisnieta de Wagner, o quien sea que figure finalmente en Argentores como titular de esta (a)puesta rara, difícil de sostener, caída en desgracia por su propio peso, que bien podría no haber tenido parte, en una temporada muy valiosa (nobleza obliga) que el teatro Colón de todos los porteños desarrolló este año.

El huracán Katharina

Katharina, es la bisnieta de Richard Wagner (y la tataranieta de Franz Liszt). Fue la elegida de su padre para sostener la línea de sangre en el reinado del festival de Bayreuth junto a su hermanastra Eva Wagner-Pasquier, después de una publicitada disputa familiar.

Contratada por una millonaria suma de dinero por todos nosotros (a través de nuestros representantes) Katharina llegó a Buenos Aires con el propósito de dirigir una versión compactada a ocho horas de duración, del ciclo de óperas (anillado en cuatro volúmenes) concebido por Wagner para ser celebrado en cuatro jornadas.

Sería ésta una versión descremada, según se explicó, ya que se quitarían los aspectos ‘’filosóficos’’ de la obra (la crema) y quedaría en firme ‘’la acción misma’’ (¿con todos sus componentes de hierro y calcio?). Pero al que no le gusta el yogurt no le gusta el yogurt. El fanático wagneriano no quiere un Wagner descremado, y quien no tolera a Wagner no lo tolera ni cinco minutos. Será por eso que no despertó el apetito este combo de ocho horas con intervalo buffet.

Dos consideraciones sobre nosotros, los argentinos

Llegada Katharina al teatro observó que no estaba lista en tiempo y forma la escenografía prevista, lo cual merece por lo menos dos consideraciones acerca de nosotros, los argentinos.

Lo peor que le podés hacer a un alemán es llegar tarde a una cita. No es que se ofendan, es que no pueden siquiera comprender cómo, si quedamos a determinada hora, lo estás llamando diez minutos más tarde para avisarle que estás llegando ‘’en cinco’’ y que después de eso todavía demores quince o veinte minutos más. En esto nos tenemos que hacer cargo (literalmente), y en esta oportunidad Katharina nos la hizo pagar retirándose de inmediato del país y abandonando (‘’de raje’’) la producción.

El otro aspecto que refleja este incidente es el referido a las prácticas laborales en el Estado en general y en este teatro oficial en particular, donde cada una de las secciones técnicas o artísticas se autoplanifica sus propias tareas al tiempo (o al destiempo) que las administraciones licitan las compras de los elementos necesarios para producir (por ejemplo, una escenografía) desconociendo los tiempos reales de confección que las secciones técnicas reclaman. Tiempos que por otra parte ellas mismos ocultan, para poder seguir autoplanificando y distribuyendo sus horarios sin control. Luego se acusan entre ellos mutuamente, y acá estamos.

Decimos todo esto no con intención de señalar a nadie, sino para que pensemos un poco todos. La temporada del Colón de este año fue muy buena. Que los argentinos tengamos un teatro Colón es muy bueno. Su director actual es muy talentoso y sabe del tema. Sus elencos y sus técnicos son también todos muy buenos, y los administrativos son en general bien preparados. Lo que quizá esté faltando es mejorar un poco de comunicación entre todos ellos.

Da la impresión que este malogrado Colón-Ring fue más el capricho de algunos que el producto de todos, más allá de lo cual será por supuesto algo interesante de ver, ya que se hizo.