Música de fiesta y músicos de ley

Santiago Chotsourian

La libertad ante todo

Me pareció extraordinario lo que hizo Fito Páez el domingo 9 de diciembre pasado durante los festejos de la víspera del 29° aniversario de la democracia argentina. Mucho mejor aún que lo que le habíamos visto hacer en ocasión de los festejos por el Bicentenario. Aquella vez el tono apoteótico paradógicamente le quitó fuerza, a mi entender. Ahora, en cambio, se plantó solo al piano con su alma en el descampado de un escenario inmenso, sin red, sin grupo, sin coro de amigos y referentes alrededor, con su bien ganada y dorada libertad de espíritu ciertamente contagiosa ofrecida sin filtro en aras de expresar el más profundo permiso interno para decir y contradecir a los cuatro vientos y a viva voz lo que en ese instante el corazón le dictara a la boca y las terminaciones nerviosas a la punta de cada uno de sus dedos.

 

Inmenso bien

Me resultó francamente conmovedor ver y oir a un artista de mi generación haciendo eso en la Plaza de Mayo, tocando el piano con una soltura pocas veces vista, arriesgando ahí mismo dibujos de escalas, inflecciones vocales, armonías y arpegios, matices y tonalidades que daban la impresión de estársele ocurriendo ahí mismo por efecto de la misma libertad que a los ojos y oídos de todos nosotros tuvo a bien constituir como espectáculo, más allá de la música. El espectáculo no era otro que ese, un creador argentino haciendo uso de su libertad de expresión y mostrándonos a todos los demás cómo lo hacía. Y no necesitó ni quiso decir demasiada cosa más que eso. Podría decirse que cantó como ciudadano, a título personal. Hizo literalmente lo que se le cantó. Y constituyó esto a mi entender el más acabado modo de representarnos el inmenso bien que tenemos, que no siempre lo tuvimos, de hacer ejercicio de esta democracia sostenida ya durante casi tres décadas ininterrumpidas y tramitar nuestras diferencias y proyectar nuestro futuro en ese marco.

 

Presencia de la poesía

Habrá quien señale otros aspectos de la fiesta vivida, por supuesto; a mí me llamó la atención éste que antes comentaba así como también el que se haya leído poesía esa noche. Que la palabra, lo literario, y más precisamente lo poético, haya tenido un lugar en un festejo como éste. Hace poco más de un par de miles de años la poesía era el lenguaje de los filósofos, la historia de las naciones se escribía en verso. Lo que ahora llamamos “el relatose pronunciaba en verso, y de ese modo se conservaba en la memoria gracias a la rima y era posible transmitirlo más allá de la escritura de generación en generación. Algo de eso resonó también en la voz de Hugo Arana, por ejemplo, la otra noche. Interesante preguntarnos quiénes son o quiénes serán los poetas de estos tiempos que ahora vivimos. La historia lo dirá.

 

Que suenen las trompetas

Si fuéramos críticos musicales, que no lo somos ni queremos serlo, diríamos que las tres trompetas que participaron de esa curiosa versión remixada del himno nacional argentino desafinaron llamativamente mucho desmereciendo la idea. Hay algo irreconciliable desde el punto de vista musical entre una banda militar y un círculo de tambores, por más buena voluntad que se le ponga al intento. Es curioso por otra parte que no haya participado la Orquesta Sinfónica Nacional ni el Coro Polifónico Nacional, o el Coro Nacional de Jóvenes o el de Niños, organismos todos que son con frecuencia olvidados a la hora de organizarse una celebración popular. No digo que esto esté bien o mal. Es evidente que el pueblo no se siente representado por sus organismos estables de música cuya forma se corresponde con el modelo de orquesta y coro acuñados durante el siglo XIX en Europa. Orquestas y coros estables apenas si representan lo oficial de un país, pero no a su pueblo. Ofician principalmente como museo de unos repertorios a los que se accede por su intermedio. Podría decirse que sirven a un interés académico, esto es cierto, pero hay que decir también que lo hacen de modo bastante sesgado en cuanto al repertorio que transitan, quedando por lo general al margen de sus temporadas la creación musical académica contemporánea. Lo que está claro es que la vida musical de la Argentina no puede reducirse a sus organismos musicales estables. Con esto no decimos que no sean organismos valiosos y excelentes. Pero sí puede ser oportuno preguntarnos respecto del sentido de su existencia en todo caso para revalorizarla o definirla con mayor provecho de toda la sociedad. Es innegablemente sintomático que los organismos estables hayan estado ausentes de los festejos de la democracia argentina, sobre todo en un momento donde parecen haberse logrado encaminar administrativamente los múltiples reclamos que durante años los tuvieron a mal traer. Sería esta entonces una buena oportunidad para aprovecharlos mejor.

El que podría sin duda aportar alguna buena idea al respecto es el maestro Daniel Barenboim, quien fue, con toda justicia, uno de los merecedores de los premios Azucena Villaflor, que esa misma noche se entregaron; como también lo hubiera sido nuestro representante en la Unesco, el también pianista Miguel Ángel Estrella, creador de Música Esperanza que ha pensado de un modo singularísimo el vínculo de la música académica con el ciudadano común, y con el humilde y el marginado en particular.

 

Hecha la ley

Es interesante que todo esto coincida con la sanción de una muy mentada Ley Nacional de la Música que promete equiparar la actividad con el modelo de subsidio y apoyo que desde hace años merece nuestro cine a través del Incaa. Hago respecto de esto un sincero llamado de camaradería a mis colegas los músicos para que no sea desaprovechada esta herramienta ni mal utilizada, que no se haga de esto un laberinto burocrático del que se beneficien unos pocos. Y que sea oportunamente democrática su aplicación, lo que dependerá de nosotros mismos, los músicos, ya que se ha planteado inteligentemente un modelo autárquico. Esto implica comprometerse y participar en su instrumentación para que no sea esta una ley “del menor esfuerzo”. Y no quedemos sentados esperando para después criticar, como siempre sucede.

 

Resonancia y consonancia

Es cierto que suena un poco extraño que haya una ley para la música que a decir de Mallarmé no es sino “esa nada dulce llena de confusiones falsas”: ¿las leyes de la música no eran el contrapunto y la armonía? Pero por más indescifrables que le sean al común de los mortales estas leyes (a Dios gracias) y más inapresable que sea la más bella melodía hay que reconocer y valorar a aquellos que las inventan y escriben, las tocan y las cantan, las editan y las difunden; ya que en esto se pone de manifiesto entre otras cosas lo que decíamos al comienzo: la posibilidad de expresarnos unas cosas que solamente alcanzamos a entender cuando resuenan.