En la ópera como en los clubes
Se expresó esta semana con innegable claridad el colapso administrativo del Teatro Argentino de La Plata. Desconcierta y desanima, como un payaso que llora, el espectáculo de los artistas reclamando pagos atrasados. Desanima también la recurrencia de estas crisis de los grandes teatros que no son demasiado distintas a las crisis de los clubes de fútbol, si lo pensamos bien. Se pone en evidencia en estos casos nuestra incapacidad de sostener procesos constantes, no impulsivos. Fíjense qué interesante, que justamente en organizaciones cuyo contenido está claramente determinado por lo pasional (la ópera, lo futbolero) las administraciones no logran sustraerse del factor impulsivo que esto implica, del exabrupto emotivo, de la grandilocuencia y del capricho. Y es así que se tropieza una y otra vez.
Pequeña brecha
Se presupuestaron veinte millones y se ejecutaron tres o cuatro. Y nos damos cuenta a fin de año de esta pequeña brecha porque ya nos acostumbramos (los artistas) a la bicicleta administrativa en los pagos del Estado y los funcionarios artísticos se creen obligados a sostener a ultranza sus programaciones confiando en que el dinero de algún lado finalmente aparecerá. Cosa que realmente sí, sucede, crisis de por medio claro.
Se van los más capaces
El desentendimiento entre los planificadores financieros de la administración cultural del Estado y los programadores artísticos correspondientes a cada espacio artístico es la clave de este problema. No hay, o no funcionan, los mecanismos formales presupuestarios; funcionan las venias políticas, y sin ellas los presupuestos no se ejecutan por más que los haya votado un parlamento o María santísima. De este modo sobreviven aquellos que son capaces de navegar estas aguas, o que se someten a gestionar de este modo, y los que no, se van. Suele suceder que esos que se van son los más capaces en lo que se refiere a la materia específica de la función requerida. Tal el caso del director musical del Teatro Argentino de La Plata saliente en estos días, Alejo Pérez que habida cuenta de su capacidad no tardará en conseguir otro sitio donde se lo valore y respete, en la Argentina o en el exterior.
Lucidez y lucimiento
Pero además de esta debilidad sistémica crónica está el cortocircuito entre lo que se hace en los teatros y lo que la política espera a cambio cuando invierte un presupuesto. Y decimos aquí “la política” en el mejor sentido de la palabra. Los ciudadanos, a través de sus representantes políticos, deciden invertir veinte millones de pesos en un año para los gastos de una temporada de actividades en la sala más importante de la Provincia de Buenos Aires que funciona en La Plata. En esto es necesario despejar ante todo la necesidad creciente que se tiene desde la política de que la inversión luzca mediáticamente. Esto lleva claramente a error. Y es causa de profundas distorsiones de foco. Se termina orientando la inversión e incluso componiendo el mismo producto artístico en función de las tapas de diarios, y lo marketinero invade la escena artística, lo cual no quiere decir que las obras de arte no tengan que ser distribuidas y mediatizadas, pero cada cosa en su lugar. En esta misma línea no dejan de meter la cuchara los cada vez más requeridos fundraisers que aportan su dosis de confusión proponiendo genialidades recaudacionistas que intervienen o se entremezclan y enchastran la obra de arte misma, en ocasiones, de maneras obscenas y risueñas, con flacos beneficios para las marcas que ‘’acompañan’’ estas iniciativas.
Demasiado pocos
Pero también es cierto que, despejado lo recién dicho, no se logra salvar la distancia que cada vez más ancha se abre entre las temporadas artísticas de los teatros oficiales y el ciudadano real. Algo tendría que poder decir sobre la temporada de su teatro provincial un habitante de Otamendi o Sierra de la Ventana. Al inquilino de un conventillo de la Boca debería podérsele ocurrir un día llevar a su señora al teatro Colón. Son demasiado pocos los usuarios de estos servicios culturales con relación a la base de sustentación que los financia. Y nadie se atreve a romper con esto. Romper con esto sería un gesto simbólicamente equivalente, por ejemplo, al que se dio estos días con la expropiación del predio de la Sociedad Rural.Y no estamos hablando de que los teatros oficiales sean invadidos por hordas de bailanteros y tropicalistas, con todo respeto por estos nobles géneros populares.
Cuestión de actitud
No es tanto una cuestión de contenido, sino más bien de actitud. Y también de forma, claro. En tanto se organicen temporadas de abono y no se deje resquicio para un repertorio general de funciones abiertas al público general este problema seguirá agudizándose y finalmente, tarde o temprano, la crisis acabará en divorcio.
La vida de una propuesta
Lo cierto es que las instituciones no convocan, las comunidades sí. Las artes escénicas son en esencia una fiesta, no un deber. El Mozarteum Argentino es una comunidad, por eso se sostiene incólume su propuesta a sala llena. Por el contrario El Abono Bicentenario, que el mismo teatro Colón ideó institucionalmente, no anduvo, y es una pena habida cuenta de lo interesante que fue, porque no hubo ese espíritu comunitario que hace a la vida de una propuesta, o ese alguien que es la vida de esa comunidad que convoca y da sentido a un calendario de reuniones, como lo fue Leonor Luro en el caso de Festivales Musicales, o lo son ahora David Martin y Mario Videla, o Ana Danna, o Gisela Timmerman; o tantos otros verdaderos artesanos de esto que decimos. Kive Staiff fue otro de estos personajes fundamentales, Patalano lo es a su modo, o Juan Alberto Badia, ¿por que no? Las radios constituyen por naturaleza verdaderas comunidades musicales, es así que cuando una radio se extingue se produce una inmensa congoja entre sus seguidores y hacedores.
Renovación y cambio
Casualmente días pasados se realizó la renovación de los abonos del Teatro Colón. Una familia amiga que se encuentra de viaje me encomendó hacer en su nombre el trámite, lo que me permitió una experiencia de primera mano de esta situación. En la sala de espera del teatro éramos no más de veintiocho personas todos (excepto yo que tengo 46) mayores de sesenta años, y a mucha honra, por supuesto. No son todos ricos ni oligarcas, más bien diría que al contrario, son en general referentes atrincherados de una clase media educada que la Argentina supo tener. Personas cuya dignidad consiste en su educación, no en tener la 4×4 sino en saberse sensibles a una obra de Verdi o Bach. La mitad de los varones viste jeans y zapatillas, las señoras muy austeras y serias, todas ellas. Diría que no hay entre los que aquí nos encontramos haciendo la cola ninguno que no le interese la ópera realmente, como sí los hay que no les interesa un pito lo que toque la flauta o el clarinete entre los abonados de algunas de las asociaciones privadas de concierto.
El oro y el moro
Todas las lamparitas de las arañas funcionan perfectamente en el foyer y relucen espléndidos los dorados justos de las diferentes molduras. Se siente muy frío lo marmóreo de las columnas color asalmonado, intimida un poco y sin duda que pesa y condiciona mucho esta herencia aristocrática en la arquitectura del Teatro Colón. Se me antoja pensar ahora en alguna arquitectura que sea acogedora de lo popular con relación a una experiencia estética y no se me ocurre otra que la Guadalupe, de México, o la Catedral de “San Sebastián”, en Río de Janeiro. El teatro Argentino de La Plata que es un edificio moderno de amplísima y muy generosa espacialidad no tiene ese problema en cuanto edificio pero sí lo reproduce en la práctica, en el modo y en la actitud, en la forma de ofrecerse o no a la sociedad que lo sostiene.
Renuevo y abono
Ya casi nos toca el turno para tramitar la renovación de los abonos, rompe la cola un cardumen de turistas curiosísimos que son llevados de aquí para allá entre fascinados y expectantes por la visita guiada; avanza la cola unos pasos más, lo que nos da oportunidad de observar los muy preciosos mosaicos bizantinos del suelo y estas puertas altísimas tan estilizadas en una misma tonalidad verde o jade apenas plomiza que serena y sociega.
Antes de terminar el trámite pienso que “renovar” y “abono” son dos palabras muy interesantes, asociadas a la vida; dan ganas de hacerlo para que sea fértil el año que viene; fértil en expresiones genuinas de lo artístico en nuestra ciudad.