Un modelo de irresponsabilidad energética

Boris Gómez Úzqueda

Cuando leí que la impresionante cifra de 700 mil millones de dólares (vuélvala a leer: ¡setecientos mil millones de dólares!) que han ingresado a Venezuela producto de exportación de petróleo, y al mismo tiempo recuerdo los cinturones de pobreza y marginalidad de los barrios de Caracas, los cortes de luz “programados” y la ausencia de productos básicos en supermercados de las principales ciudades venezolanas, no puedo creer qué es lo que funcionó mal en esa “máquina petrolera” latinoamericana.

No puedo entender cómo es posible que hayan estados (gobernaciones) a los que se les corte su presupuesto o por lo menos se les reduzca sabiendo que hay tal cantidad de ingresos. Todos los reportes, las cifras de los analistas y los amigos de Caracas coinciden en que -mínimamente- Venezuela en 14 años de régimen recaudó, por barriles exportados en total, la fortuna de 700 mil millones de dólares.

Varios especialistas han analizado -con los pocos datos que tienen al alcance por los celos del régimen- que hasta un 60% de esa cifra se habría dirigido a importaciones, se habría “fugado” más o menos un 26%, habrí un 12% en distintos ”fondos” nacionales e internacionales y un 2% a las reservas internacionales.

Más de un analista explicó en varios eventos internacionales que Venezuela es la de peor desempeño de administración de sus fondos generados por el petróleo del cártel petrolero internacional OPEP. Y este hecho se puede evidenciar claramente haciendo una comparación del crecimiento del PIB en los últimos 10 años de todos los miembros de la OPEP con Venezuela. Seguramente los resultados serán para llorar. Y debemos llorar todos los latinoamericanos porque el despilfarro de recursos naturales de América Latina incide, directamente, en todos los países del Cono Sur. Aquí un alto: habrá que ver cómo va también el manejo de fondos producto de venta de gas natural de otro país bendecido por Dios en hidrocarburos: Bolivia.

La pobreza, la ausencia de educación, de salud, la deuda externa, la inflación, los niveles de inseguridad jurídica, inseguridad ciudadana, crimen organizado, drogas, y otras lacras bien pudieron haber sido contenidos, reducidos y por qué no erradicados de la sociedad venezolana y también de Bolivia de haberse ejecutado un claro y coherente manejo de fondos producto de venta de petróleo y gas, respectivamente.

Es importante que América Latina tenga en mente y muy en claro cómo se manejan los recursos petroleros y gasíferos venezolanos y bolivianos. Esta preocupación latinoamericanista es perfectamente válida, más aún si ambos Estados no han incrementado sus inversiones en el sector petrolero y gasífero, respectivamente, no han construido mayor infraestructura energética que los reposicione como jugadores clave en la nueva economía de la energía y peor aún: si sobre esos Estados pesan serias denuncias de ausencia de prácticas democráticas, abusos a derechos humanos y con visos de que ya han cruzado el umbral de lo que debe ser un Estado de derecho moderno, humanitario y global.

Los datos señalan que con un precio del barril de petróleo, siguiendo con el ejemplo venezolano, de 105 dólares el barril, y con una notoria contracción de la economía y con una galopante inflación (que ya debe estar sobre el 35%), obviamente la gente se pregunta ¿qué hicieron con el manejo de la economía de la energía? ¿Qué aconteció en Venezuela? Tanto la infraestructura energética, como las carreteras, la atención de salud y la educación notoriamente no han mejorado. En todo caso se incrementaron índices de violencia y crimen propios de Estados-fallidos o Estados-forajidos que ya anunciaba con tanta anticipación y con augusto criterio académico el filósofo norteamericano John Rawls (1921-1992), que en su libro Una teoría de la justicia explicaba claramente que los denominados estados-forajidos son regidos por conceptos antidemocráticos y grupos e individuos que dejan el Derecho de lado y empiezan a gobernar con actitudes de verdaderos bandidos.

Volviendo al tema energético: está por demás claro que las economías venezolana y boliviana se mueven gracias a la venta de petróleo y gas, respectivamente, y sin embargo su mala utilización regida por “modelos” antimercados, por “modelos” antihumanos han logrado poner a Venezuela -y quizá a Bolivia, también, a la cola del desarrollo. Latinoamérica está preocupada y debiera estar tomando acciones para evitar que se siga con el despilfarro de fondos de recursos naturales.

La próxima vamos a ver cuánto va ya “disponiendo” (¿gastando?) la dirigencia estatal boliviana.