Por: Carlos De Angelis
Un raro tamiz cubrió el último tramo de la larga campaña electoral que comenzara ya hace más de cuatro meses. Las noticias principales se centraron de dos tipos de operaciones: la sufrida por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y por la catarata de trascendidos que auguran diversos tipos de males para Argentina en los próximos dos años.
Es habitual que cualquier persona tenga a lo largo de su vida diversos malestares y problemas físicos, pero cuando se trata de quien ostenta la primera magistratura se vuelve, como ocurre en todas partes, automáticamente en cuestión de Estado. Sin embargo, el caso argentino resulta especialmente problemático por tres factores.
Primero por el controversial rol de los vicepresidentes que, más allá de sus características particulares, se vuelven en forma instantánea sospechosos de conspiración. Hay que repasar el listado de vicepresidentes de la democracia del ’83 para acá para verificar esto. Víctor Martínez vice de Alfonsín, Eduardo Duhalde primer vice de Menem, “Chacho” Alvarez vice de De la Rúa, y Julio Cobos vice del primer mandato de Cristina Kirchner, fueron a su turno sospechados por diferentes motivos que valdría la pena analizar el detalle en otro espacio. Tampoco se salvó de las generales de la ley el propio Daniel Scioli, quien siendo vicepresidente de Néstor Kirchner sufriría su propia Siberia de los vicepresidentes expulsados del núcleo íntimo de las decisiones presidenciales.
El problema de los vicepresidentes es que existe una gran asimetría entre la situación de ser parte de un binomio ganador de la elecciones presidenciales y sus funciones ejecutivas sancionadas por la Constitución, cuya principal atribución es reemplazar al presidente ante su ausencia temporaria o permanente. En la situación de Amado Boudou la desconfianza sobre su persona se multiplica por sus características personales, lejos de la circunspección esperable de un jefe de Estado, y por los escándalos acontecidos al principio del segundo mandato de Cristina Kirchner y que llevaron a la renuncia del procurador Esteban Righi.
El segundo motivo por el cual se vuelve problemático el alejamiento temporario de la presidenta fruto de su estado de salud, es la enorme vacancia que deja en su rol de factótum del gobierno nacional. Su presencia a diario en actos, presentaciones e inauguraciones de diverso tipo conformó un estilo de gran exposición, multiplicado por las últimas entrevistas en exclusiva conferidas en los días previos a su intervención quirúrgica. Esto crea una gran ausencia que no puede ser suplida por el entorno presidencial, ministros y vicepresidente incluido. También es claro que gran parte de las decisiones pasan por sus manos, situación que agudiza la incertidumbre.
El tercer motivo por el cual resulta especialmente problemática su ausencia temporal remite a su momento específico. Frente a la derrota electoral sufrida por el oficialismo en las elecciones primarias del 11 de agosto pasado, la campaña queda sin el liderazgo natural de la presidenta y coloca a Daniel Scioli frente una extraña paradoja: ponerse al hombro la difusión de una lista a diputados nacionales sobre la cual no tuvo ninguna injerencia y bajo el riesgo (bastante probable) de ser el mariscal de la derrota del 27 de octubre, con impacto en sus propias aspiraciones, que buscará minimizar de todas las formas posibles.
Finalmente, a nadie se le escapa que restan dos años de alta complejidad en un país donde las sucesiones presidenciales siempre han sido conflictivas. El modelo económico basado en dotar de capacidad de consumo a amplios sectores de la población da muestras de un alto nivel de agotamiento, y desde las usinas del establishment bregan por un ajuste que vaya desde la eliminación de los subsidios hasta directamente la rebaja de salarios, pasando por una megadevaluación que recomponga la tasa de ganancia del sector agropecuario argentino.
El gobierno nacional, con cierta coherencia, resiste a ser el ejecutor de estas políticas; sin embargo ha perdido la iniciativa fundamental para buscar alternativas políticas y económicas viables para dar un salto de calidad en el modelo económico y productivo.