¿Debate de la década?

Claudia Rucci

Viví recientemente -durante un encuentro con amigos- una situación que en los últimos años se convirtió en una constante de los hogares argentinos: un encarnizado diálogo de sordos (no corresponde llamarlo debate y mucho menos “debate político”) respecto a las ventajas o desventajas del “modelo” tras una década de estadía en el poder. Estuvo ausente en este caso la catarata de adjetivos “descalificativos” que todo lo resuelve (era gente respetuosa y funcionó el antídoto “beatrizsarliano” del “conmigo no”), no hubo más remedio que analizar la década desde una perspectiva lo más objetiva posible. Tampoco (lo acordamos) le dejamos lugar al “comparado con el 2001”… Una década es demasiado para eso. Coincidimos que sería tan absurdo como que Raúl Alfonsín, tras cinco años de gestión, hubiera insistido con “por lo menos ahora hay democracia”. O que Menem en 1998 defendiera su gestión reivindicando que “por lo menos ahora no hay saqueos”. No alcanza. Estar mejor que antes, avanzar, progresar, es una condición básica. Y mucho más cuando hay condiciones favorables para ello.

Sin el recurso simplista de “golpista”, “facha”, “empleada de Magnetto” o de “un país en llamas” ni “50% de pobreza” la conversación se hizo más interesante. La diferencia principal pasó a ser desde dónde se analiza la década, qué cosas son las que se deben considerar, que es lo importante en la vida de un país y de su gente como para evaluar si el balance es positivo o no. Si está bien o mal gobernado…

Para no predisponer negativamente, empecé reconociendo logros de esta etapa: el desendeudamiento externo (aunque marqué la “compensación” a través del “endeudamiento hacia adentro” que elevó la deuda pública a cifras mayores que en 2003); la Asignación Universal por Hijo (aunque dije que la entendía como una manera de perpetuar la pobreza al no complementarse con una política para que los pobres dejen de ser pobres ya que pobreza e indigencia representan hoy una cifra cercana al 30%); la recuperación de los niveles de empleo de los primeros años (aunque desde el año pasado se comienza a percibir pérdida de empleo en varios sectores); la mantención de los niveles del salario hasta el 2011 (aunque es evidente la caída del salario que comenzó en el 2012 víctima de la inflación, el “techo” a las paritarias y el “impuesto al trabajo”), la extensión del beneficio de la jubilación para muchos argentinos mayores (aunque no comparto su financiamiento, el veto al 82% móvil y la negativa de Anses de cumplir con lo ordenado por la Corte Suprema con relación a índices y juicios), el avance de la causas por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura (aunque veo críticamente la demora en su definición, que me provoca la duda de que el gobierno pretenda “hacer durar” el tema para seguir sosteniéndose asimismo como “único abanderado” de la causa).

Expresé también la crítica a muchos aspectos de la gestión, a diez años de su inicio. Indudablemente, a diferencia del oficialismo, no la considero una década ganada. Tras años de crecimiento de la economía y del ingreso de una cantidad de recursos que supera largamente a cualquier otra etapa de la Argentina, los resultados son muy magros en términos de desarrollo. No hay otras variables para esperar “buenos tiempos para la Argentina” como no sean buenas porciones de sol y de lluvia para que la soja crezca (y que además sus productores la liquiden en coincidencia con las urgencias del gobierno) y el crecimiento de Brasil. Muy poco para tanto “crecimiento”, en un gobierno que no ha volcado esas enormes masas de dinero obtenido en energía, transporte, seguridad, industria, vivienda, educación y salud, por ejemplo. En eso están mis críticas principales, dije.

La respuesta fue inmediata: “¿Y Futbol para Todos”? ¿Y el matrimonio igualitario? ¿Y los jóvenes incorporados a la vida política? ¿Y el alineamiento con Venezuela? ¿Y la lucha heroica contra las corporaciones despiadadas?…

Insistí con lo que a mi juicio son temas centrales para los argentinos: la inseguridad, la inflación, la corrupción estructural, la falta de inversiones, la caída del empleo y el salario... No parecen formar parte de la agenda del gobierno, pero afectan la vida de todos. Dije que me parece incorrecta la desfinanciación de las provincias en beneficio de un gobierno nacional que concentra recursos como nunca en la historia; la pretendida “democratización de la palabra” que ha provocado una concentración de medios oficialistas y paraoficialistas sin antecedentes; las presiones a la Justicia que con el argumento de su “democratización” parece estar más dirigida a su “oyarbidización”; la constante búsqueda de enfrentamientos que cada vez la asigna más volumen al “campo de los antinacionales y antipopulares”…

Se había hecho muy tarde. Nos despedimos con tanto afecto como diferencias.