Por: Claudia Rucci
Curiosidades argentinas. En momentos que, junto a mi hermano, nos encontramos preparando una presentación ante el Juez Ariel Lijo solicitando su indagatoria como responsable principal del asesinato de mi padre, Firmenich sorprende a los argentinos desde un nuevo rol de político democrático, equilibrado, amante de la unión nacional y de la paz entre los argentinos.
Propone “las autocríticas de todos”; sostiene que “el sectarismo genera revanchismo. El revanchismo genera odio. Y el odio genera desintegración”; promueve la “unidad nacional” y plantea la necesidad de “una Argentina en paz”.
Estoy de acuerdo con cada una de esas reflexiones y propuestas. Bienvenida la aceptación de la democracia como forma de vida. Bienvenida la crítica al sectarismo y al odio. Bienvenida la apelación a la paz y el rechazo implícito a los “fusiles como paridores de poder”.
Pero estoy convencida que la impunidad no contribuye a ninguna de esas propuestas. El ocultamiento o la deformación de la verdad tampoco. Y tengo la sensación que el respeto a la voluntad popular y la aceptación de la idea de que quienes ganaron las elecciones tienen derecho a gobernar llevando adelante las políticas que consideran correctas tiene, en estos momentos, una importancia enorme.
Y Firmenich fue, en otra etapa de nuestra historia, un modelo de lo contrario. De no aceptar que quien habia ganado las elecciones legitimamente (del modo mas contundente que jamás se haya conocido) tenía el derecho -y ¿por qué no? el deber- de gobernar con un proyecto propio, “distinto al de Montoneros” como afirmó enojado en alguna oportunidad un ex subordinado de Firmenich.
Y esa reivindicación del derecho de la secta por sobre el de la mayoría de los argentinos los llevó al crimen. Para “forzar ante el pueblo nuestras diferencias con Perón”, sostuvo también el “ex subordinado”.
Para forzar esas diferencias entonces, Firmenich asumió la conducción de los “enojados” y dio la orden. Y sus subordinados detectaron la escuela donde mi hermano y yo estudiábamos, nos esperaron, nos siguieron, detectaron nuestro domicilio y organizaron el asesinato del Secretario General de la CGT. Sabiendo que con esa decisión golpeaban duramente al presidente recientemente electo Perón, a los trabajadores, a la democracia argentina y a quienes solo 48 horas antes habían emitido su voto después de años de dictadura y proscripción.
Pasó mucho tiempo desde entonces. La causa judicial sigue abierta y en nuestra condición de querellantes, junto a mi hermano, sostenemos que Mario Eduardo Firmenich es quien ordenó el asesinato de José Ignacio Rucci, como así también de cientos de argentinos.
Hay una necesidad creciente en la sociedad de dejar atrás la soberbia, la incapacidad de reconocer errores, la hipocresía del relato que no coincide con los ejemplos. Además de justicia, se requiere autocrítica, humildad, pedir perdón a los argentinos por tanto sufrimiento.
En mi opinión, son condiciones mínimas, indispensables, para hablar con autoridad de paz y de unión entre los argentinos.