El kirchnerismo como evento discursivo

Damián Fernández Pedemonte

La década es un lapso de extensión suficiente como para verificar si en el discurso público circulan nuevas representaciones sociales. Ideas que antes no estaban en la conversación pública y ahora, en cambio, comparecen sistemáticamente. Desde este punto de vista se puede aseverar que el kirchnerismo es un evento discursivo, un régimen de prioridades, énfasis, relaciones con los actores políticos y sociales realmente distinto al de las dos décadas democráticas anteriores.

Todo nuevo presidente de la República tiene la oportunidad de fundar su régimen discursivo con las primeras intervenciones públicas. Néstor Kirchner hizo uso de las prerrogativas que el poder otorga sobre el discurso público. Instaló una nueva agenda, la de la intervención del Estado para procurar la distribución de los recursos y la de los derechos humanos, concretada en el impulso a los juicios. Construyó sus enemigos: los noventa, la Corte Suprema menemista, las corporaciones. Encuadró un debate en el que quedaban marginados los republicanos y recuperaban capital simbólico los militantes de los setenta y la intelectualidad peronista de izquierda. En lo esencial, Cristina Kirchner prosiguió a partir de esta matriz discursiva, con una diferencia fundamental, creo yo, respecto de la estrategia de enunciación.

El kirchnerismo no sólo renovó la agenda y al enemigo, si no que disputó con los medios de comunicación la gestión de las representaciones sociales. Néstor Kirchner se dirigió a los periodistas y a los directivos de medios con la confrontación directa, pero fue en 2008 al resultar políticamente derrotado en el conflicto con las entidades del campo que el gobierno concentró sus energías en reducir el poder de enunciar de los grandes medios. Además de la cancelación de los canales institucionalizados de comunicación con los periodistas, y de la intervención en el mercado de las opiniones, el gobierno de Cristina Kirchner promulgó la ley de medios y acentuó una política de comunicación muy activa y coherente desde el Estado que incluye estrategias profesionales de diseño del discurso y de construcción de marcas como SUBE, Nuevo DNI, Tecnópolis.

Toda una teoría de los medios y del poder del relato sustenta estas decisiones. Algo diferencia, sin embargo, la etapa de Néstor con la de Cristina. Algo importante: Néstor complementaba su discurso áspero con una red de alianzas, no siempre coherente. Estaba obsesivamente encima de los indicadores de la economía real y le tenía enorme respeto al humor social. Cristina, en cambio, confía demasiado en el discurso del modelo, aunque a veces contradiga la evidencia de las estadísticas sociales. Dicho más claro, en esta etapa el kirchnerismo es más discurso que gestión, más comunicación que política que en la etapa anterior, con el agravante de que ese discurso se distancia del reclamo social.

En la teoría del discurso político del kirchnerismo no hay lugar cómodo para el público autónomo, independiente, crítico. La figura más próxima que recupera la épica del poder es la del militante. ¿Qué hacer, entonces, con los que se movilizan para protestar por la tragedia de Once, por el acuerdo con Irán, por algunos casos de inseguridad, por las inundaciones? ¿Qué hacer con los cacerolazos? Estos destinatarios, así como los indicadores sociales, están afuera del relato, constituyen su límite fáctico.