Por: Diego Rojas
Si se compilaran los nombres de los sitios en los que se realizaron actos emblemáticos de la política argentina, además de la Plaza de Mayo, seguramente el estadio Luna Park se encontraría entre esos lugares por los que pasó la Historia. El sábado 8 de noviembre se produjo otro de esos acontecimientos relevantes en tal escenario: se hizo allí el Congreso del Movimiento Obrero y la Izquierda. Las instalaciones del “Palacio del Deporte”, ubicado en la calle Corrientes y el bajo, se poblaron de banderas rojas y de consignas socialistas. Se trató de un hecho emblemático y también inédito. En esta mitad de la segunda década del siglo XXI miles de voces gritaron: “Luchar, vencer, obreros al poder”. Muchos de los protagonistas de una actualidad sindical en la que la izquierda resulta insoslayable habían decidido plantear un salto de su actividad gremial hacia objetivos estratégicos, transformadores.
¿Por qué una reunión de estas características -incluso marginal si se la compara con alguna convocatoria del peronismo en el estadio de River Plate, por ejemplo- es decisiva para la coyuntura histórica de los argentinos? La convocatoria, realizada por el Partido Obrero, reunió a los representantes de las luchas que atraviesan el país y que, en particular, marcan un giro a la izquierda en vastos sectores del sindicalismo, para discutir un programa y una acción política común. Es decir: para transformar la realidad de la acción en un objetivo consciente y estratégico. Para que confluya el clasismo gremial con la izquierda política, con el Frente de Izquierda. Un objetivo de proyecciones elevadas. Y estratégicas.
Alrededor de las seis de la tarde había más de 8.000 personas reunidas en el estadio, según las propias autoridades del Luna Park, cuando todavía quedaba gente por entrar. Desde la mañana varios miles habían participado de comisiones obreras, de situación política, de la mujer, juveniles, de la tierra y vivienda y de derechos humanos en diferentes lugares del Luna. Se condensaban así muchas asambleas preparatorias de este encuentro que se habían realizado en distintos espacios a lo ancho y largo del país antes del encuentro. Había petroleros del norte de Santa Cruz, metalúrgicos del Cordón Industrial de San Lorenzo, tabacaleros de Salta, obreros de Lear en la Panamericana, dirigentes del sindicato del neumático, obreros de la construcción de distintos lugares del mapa, campesinos de Santiago del Estero, luchadores contra la impunidad estatal de Tucumán, dirigentes docentes, estatales, estudiantiles de gran parte de las provincias. Debatieron durante la mañana y la tarde los documentos elaborados en las asambleas regionales, los ampliaron y los aprobaron por la tarde, en un plenario, antes del acto que cerraría Jorge Altamira, del Partido Obrero. Para ese momento el estadio estaba lleno, había una muchedumbre afuera del Luna sin poder entrar o resguardándose del calor de las instalaciones carecientes de aire acondicionado, y toda la multitud, las banderas y los cánticos indicaban una expresión inédita hasta la fecha de las posibilidades de reunión del trotskismo. La izquierda revolucionaria argentina hacía su acto de inauguración, como se dijo en la jornada, “de una faz que marcaría el resto de la década”. Y cantaban, otra vez: “Luchar, vencer, obreros al poder”.
Si bien el Partido Obrero había sido el principal impulsor de la deliberación y el acto, se hicieron presentes delegaciones de las fuerzas que integran el Frente de Izquierda para saludar la reunión y plantear que Jorge Altamira debe ser el candidato a presidente para las elecciones de 2015. Izquierda Socialista con Rubén “Pollo” Sobrero -el dirigente sindical más reconocido de la izquierda argentina- y el PSTU señalaban las virtudes de una candidatura unitaria como la de Altamira, que mide en las encuestas incluso más que Hermes Binner. En la semana, el PTS -que también integra el FIT- había proclamado la candidatura de Nicolás del Caño, el joven diputado mendocino que cobró notoriedad al ser reprimido por la Gendarmería junto a los manifestantes que reclamaban por Lear en la Panamericana hace pocas semanas. Sin embargo, para sus objetores, una precandidatura proclamada de manera autónoma por el PTS y que indicara su intención de que el Frente de Izquierda resuelva sus internas en las PASO plantearía un debilitamiento de su potencial. “Debemos disputar contra los candidatos capitalistas, no entre nosotros”, señaló Altamira en su discurso de cierre. Fue notorio el apoyo de periodistas que orbitan en el campo kirchnerista, filo kirchnerista y kicillofista a la candidatura del PTS -incluso la agencia estatal Télam y el medio hiperkirchnerista Diario Registrado se mostraron entusiastas ante tal precandidatura- y hasta de miembros del oficialismo, como Pablo Ferreyra, a la posibilidad de internas en el FIT. Es claro que una parte del kirchnerismo querría debilitar una alternativa que le restaría votos, y una candidatura que evadiera la de Altamira -que es la figura más reconocida de la izquierda en el país- actuaría para tal fin. Ante el desasosiego de rupturas en el UNEN y el giro derechista del Frente para la Victoria, el Frente de Izquierda recepcionaría muchos de esos votos.
“Tenemos que dejar de ser la columna vertebral de un movimiento con un cerebro capitalista”, dijo Altamira, en la clásica referencia a la imagen con que se compara al movimiento obrero peronista. Ese fue el espíritu que recorrió el Luna Park el último sábado: el pasaje político de los trabajadores peronistas al campo del clasismo y del socialismo. Y se puso fecha: “antes de que termine la década”. ¿El pronóstico de viraje de la clase obrera desde el peronismo hacia la izquierda revolucionaria será comprobable en los años que quedan para tal pronóstico? En todo caso, queda hecha la apuesta.