Por: Eduardo Amadeo
El acuerdo con Irán por el caso AMIA merece dos comentarios principales. El primero se refiere a lo que los expertos llaman “cesión de soberanía”. Un país soberano no puede ceder la administración de justicia a un tercero, y menos aún cuando ese tercer país es- sin duda- el responsable del atentado terrorista mas grave de su historia. Interrogar a quienes han sido declarados autores del atentado por nuestra Justicia en territorio iraní, y sin ninguna garantía de que las autoridades de aquel país entreguen a estos siniestros personajes, es una concesión inaceptable e innecesaria que no ayudará a castigar a los culpables.
Pero detrás de esta insólita decisión hay mucho más que lo que aparece en la superficie: hay una política exterior que desde mediados de los 2000 viene acompañando dócilmente los dictados de la diplomacia venezolana. Venezuela (y Ecuador) apoyó primero a Khadafi y luego al dictador de Siria, ambos autores de violaciones brutales de los derechos humanos en sus países. Argentina los acompañó con su silencio encubridor. Venezuela está liderando una embestida contra la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a la que tanto debe nuestro país. El kirchnerismo apuntala ese escándalo humanitario.
Venezuela es uno de los muy pocos países del mundo que apoya sin tapujos todas las acciones iraníes, desde la construcción de una bomba atómica, hasta la negación del Holocausto, pasando por el apoyo y financiamiento de cuanta banda terrorista habita el planeta. La diplomacia argentina escolta tales acciones con su mutismo o con votos positivos en los foros internacionales.
Este acercamiento a Irán es otro escalón de la misma estrategia: intentar lavar la imagen de un régimen que ha mantenido por décadas idéntico discurso y decisiones, al punto que al día siguiente de la firma de este acuerdo “histórico”, el presidente iraní volvió a abogar por la destrucción de Israel, sin que el canciller Timerman diga una palabra al respecto.
Hace un tiempo, se podía afirmar que el kirchnerismo había perdido el rumbo en su política internacional. Ahora queda claro que el rumbo lo fija Caracas y que por ese camino profundizaremos el aislamiento económico y político que este Gobierno considera un eje de su progresismo.