Por: Eduardo Amadeo
Los resultados de las elecciones nos muestran un panorama de varios escenarios que van a convivir en un potencial marco global de inestabilidad.
La primera evidencia es la de un mensaje de la sociedad hacia el Gobierno en el que se pide un cambio en temas que pronto mostrarán las encuestas, pero que seguramente se refieren a las principales propuestas de los candidatos: seguridad, inflación, empleo, estilo de hacer política. O sea que un 70% de la población pide cambios, y el kirchnerismo dijo el domingo a la noche no haberlo escuchado.
Pero la capacidad de la oposición para convertir esa demanda en hechos está limitada por dos variables: la composición del Congreso y la vocación presidencial de asumir la realidad. Del Congreso poco puede esperarse. Estaremos frente a un Congreso “a la Italiana”, con varias minorías relativas, conducida cada una de ellas por líderes con vocación presidencial. Si ponemos este dato en una computadora, la respuesta será que las probabilidades de lograr acuerdos sustanciales dentro de la oposición son muy bajos (para ser optimista). Tal vez, esta sea una oportunidad para quien pueda mostrarse como el líder con mayor vocación de buscar acuerdos, lo haga público y deje que los remisos carguen con el costo de su negativa.
En todo caso, podemos ver un Congreso de conversaciones antes que de acciones; y es por eso que tanto Macri como Massa concentraron sus discursos de triunfo en el largo plazo.
Lo que suceda en el Congreso dependerá también de la vocación presidencial de dialogo y concordia. Aquí reside la mayor incógnita: las hipótesis sobre la reacción de la Presidenta abarcan todas las alternativas; desde una renuncia anticipada hasta una Cristina cambiada, pasando por una Presidenta que endurezca su discurso ad infinitum para quedarse con el núcleo duro que le asegure permanencia después del 2015. Todo es posible; aún combinaciones de lo anterior. El cambio en la política hacia nuestros acreedores es una señal muy fuerte de una Presidenta que entiende los limites que la realidad le esta poniendo al discurso ideológico; lo que puede acompañar otros cambios virtuosos aun con un endurecimiento en los conflictos ya tradicionales de su Gobierno con la Justicia, la prensa u otros actores sociales.
Si la Presidenta optase por la alternativa del diálogo y las reformas, el grado de conflictividad política disminuiría. Si no fuese así, si la economía acelerase sus rasgos de cansancio expresados en menos generación de empleo y más conflictos sociales alrededor de la inflación y sus consecuencias, si aumentase la intranquilidad por el tipo de cambio, entonces habrá que hacer un enorme ejercicio de inteligencia para no caer en el campo preferido del kirchnerismo: la confrontación permanente.