Por: Eduardo Amadeo
Es difícil separar las vivencias personales de las experiencias políticas, sobre todo cuando, como en mi caso, mi vocación pública se inició al lado de Antonio Cafiero. Ocurrió allá por 1968 y desde ese momento tuve la enorme suerte de recibir su apoyo, sus consejos y su afecto. Formé parte de un gran grupo de jóvenes a quienes, a pesar de la diferencia de edad, él consideraba sus pares en el diálogo y la escucha.
Cuando en 1975 asumió como ministro de Economía en medio de la crisis, y dado que me había especializado en Economía de la Innovación, me nombró Presidente del INTI, que en ese entonces tenía 2500 empleados de alto nivel técnico. Yo tenía entonces 28 años, pero Antonio confiaba en las ganas de la juventud. ¡El promedio de edad de su gabinete no superaba los 40 años! Toda su vida política desde entonces tuvo como obsesión la construcción de equipos técnicos como semilleros para la gobernabilidad.
Con ese mismo espíritu joven se lanzó a una de las mayores épicas de la historia política argentina: la Renovación, que consistía ni mas ni menos que –en una suerte de David contra Goliat- enfrentar al omnipotente aparato burocrático del peronismo, sostenido además por el sindicalismo. En una anécdota poco conocida, decidió lanzar la campaña desde Rojas, ciudad de la que era oriundo su querido amigo Darío Alessandro. Fuimos hasta Rojas, y en la plaza de esa ciudad, Antonio se subió a un cajoncito de frutas y dio el primer discurso de lo que sería un enorme triunfo, ante pocos paseantes sorprendidos y 5-6 amigos felices que soñábamos en construir un nuevo tiempo.
En un año de recorrer la Provincia y hablar con la gente con esa misma alegría, acabó con una etapa oscura de la vida política argentina. Una y otra vez defendió la democracia, con peligro por su vida en las rebeliones militares de Campo de Mayo y Monte Caseros. El valor de la democracia era para Antonio mas importante que la ventaja chica que pudiese sacar contra el adversario circunstancial. Ese sentimiento de respeto quedó reflejado en el histórico discurso con el que despidió a Raúl Alfonsín, verdadera pieza liminar de la buena política.
Boquense y tanguero esencial, disfrutaba de cada oportunidad para compartir con sus amigos las buenas cosas de la vida.
Por estas horas, los medios estarán llenos de anécdotas y comentarios sobre esta vida ejemplar, de un hombre que siempre hizo aquello en lo que creía; que puso los valores por encima de la búsqueda y mantenimiento del poder. Como seguramente le hubiera gustado, Antonio esta recibiendo tantos recuerdos de sus compañeros como de viejos adversarios y ciudadanos . Ese es el mejor premio para una vida plena de amor por su país, y por la política como una herramienta para la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación
En fin , una vida que es un mensaje para imitar.