Por: Eleonora Bruzual
No es nuevo para los venezolanos que esta montonera colorada devenida en Revolución nos inserte de cuando en vez una teatral religiosidad que se pasea por credos y ritos pero que simplemente no es más que otro templete, otra farsa de quienes han sacado gran provecho de la mentira y la burla.
A Chávez lo hemos visto decir -crucifijo en mano- que él como Cristo llegó para redimir a los pobres del mundo, a los que sufren “hambre y sed de justicia” porque Jesús de Nazareth era marxista y aunque a él (Chávez) El capital y otros libracos de Carlitos le resultan muy pesados y por tanto no leyó nunca, eso no le convierte en menos marxista, ni impide que Cristo, Fidel y él sean una especie de Santísima Trinidad comunista. Un dogma que se acata, que no se discute y que genera un nuevo santoral, una liturgia adaptada a los tiempos de “Robolución” y a la mentira como axioma.
Siempre me ha resultado curioso que muchos teman hablar de la maldad cuando el malo muere… La muerte pareciera un baño de santidad que cubre de olvido la perversión de muchos. Esto están tratando de hacer con Chávez el golpista, el que irrumpió el 4 de febrero de 1992 regando de cadáveres las calles de una Venezuela que amanecía viéndole el rostro al que cómplices y también ingenuos apoyarían en el atentado contra un gobierno democrático y alfombrarían de ambiciones y malos cálculos el camino a Miraflores de ese que llegó con violencia y muerte y la ha ejercido por casi tres lustros de poder. Ahora, que no se sabe -ni siquiera sus compinches- si Chávez vive o es un fiambre, es pecado mortal recordar sus crímenes, sus canalladas, sus traiciones, sus saqueos y más pecaminoso, por supuesto, mostrar el derecho que cada venezolano tiene de saber si está muerto y si con él muere esta pesadilla que nos hermanó a tragedias como la cubana y a monstruosas ideologías como las de los santones iraníes y su terrorismo trajeado de nacionalismo, religiosidad y justicia de una deidad que tiene al odio como guía.
Tratan de hacer de Chávez el “Cid nuevo”, el que muerto siga ganando batallas… Batallas que no son más que atentados espantosos contra la libertad, contra la soberanía de una nación, contra la democracia en un continente que a cuenta de renombrarlo como la “Casa grande” pretenden adueñárselo para que sea por fin el Imperio con el que se obsesionó siempre el truhan cubano, el que poco le importaba desencadenar una guerra mundial si con ella dejaba de ser sólo un malandrín suertudo que trastocó sus rabias de hijo bastardo por una tiranía sangrienta y hambreadora que cobró caras las negaciones que por bastantes años el gallego Ángel María Castro Argiz le hizo a él y a los otros hijos de Lina Ruz González, la sirvientica canaria que despertó la lujuria del que procreó en ella a los verdugos de Cuba.
Religiosidad imperiosa, más cuando desesperados necesitan construir un mito y con él revestir a unas rémoras engordadas en la barriga de Tiburón 1. Rémoras que no saben de qué otra manera pueden ellos quedarse en el poder y por supuesto seguir sirviendo de arca de chulos, tesoro de tiranos expertos en la siembra de terror, en doblar el espíritu y también en cómo hacer de un pollito, un rollo de papel higiénico o un kilo de harina algo más importante y perentorio que la libertad.
Religiosidad que no es otra cosa que un capítulo más de esta tragicomedia donde la nación con la más grande tradición libertadora terminó convertida en una colonia de una islita ruinosa cuyos verdugos -insaciables chulos- ahora son los que ordenan, mandan, disfrutan mientras un pueblo cada vez más pobre tiembla de miedo al creer que si desaparece el gran farsante, con él se acaban las limosnas, el pellejo que comen aun cuando por primera vez en la historia de Venezuela hubo tanto y tanto dinero que pudo terminarse con la pobreza extrema y convertirnos en un país desarrollado y vacunado contra tiranillos cuartomundistas.
Religiosidad colorada, castrochavista. Mazacote de ritos, de fetiches, de farsas… La última de estas cómicas sin dudas fue la “remodelación” de la capilla del hospital militar de Caracas, donde se asegura está el “Invisible”, el que nadie ve pero que debemos aceptar como inmortal. Capilla de la esperanza la llaman y con ella emerge una de las infantas -María Gabriela Chávez- ya no como mera hija del Supremo, sino en franca competencia histórica con Baccio Pontelli, el arquitecto de la Capilla Sixtina. En la obra magna de esta heredera del talento y la audacia del padre, se realizó una misa donde el catolicismo a la manera castrochavista se adueña de ateos, de budistas, de evangélicos, de musulmanes. Donde la banda en pleno ruega por la única vida que importa para ellos en este pobre país donde la muerte violenta se hizo cotidiana y la impunidad el abono para que prolifere.
Lloran los vándalos colorados, esos que hace 14 años eran unos pobres de solemnidad y ahora muestran el milagro de ser mil millonarios sólo con el sueldo de empleados públicos. Llora Nicolás Maduro, no sabemos si por el miedo a no tener a tiempo construido el mito Chávez o porque cada vez que habla nos demuestra que sigue siendo el chofer de autobús siempre gozando de permisos laborales, el reposero eterno, que por flojo ni siquiera concluyó el bachillerato pero la Revolución lo elevó a Estadista. Maduro, llorando por el que lo nombró heredero.
Maduro y los cabecillas de la banda en una misa negra, misa donde se adora al demonio, a sus pompas y a sus obras y se ofende la fe de millones que practican la religión del amor y el perdón y no olvidarán jamás que este perverso segundón no ha sentido piedad nunca. Ni siquiera ante las lágrimas de una niña llamada Ivana Simonovis, la hija de Iván Simonovis, una víctima más del odio y el ensañamiento de una víbora que jamás sintió temor de Dios.
Religiosidad de unos delincuentes, de unos farsantes, de unos forajidos. De los que desconocen el respeto al otro, la piedad, la contrición de corazón. Ridículos discípulos del Maestro Ciruela, que no sabe leer y pone escuela…
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