Ayer no fue un día más en la historia de Israel. A la mañana en las calles, en las oficinas, en los bares, no se hablaba de Irán, de la visita del Papa, del conflicto con los palestinos, del costo de los departamentos o del costo de la vida. Se hablaba de corrupción.
Quien esperaba escuchar sentencia era nada más y nada menos que el ex primer ministro Ehud Olmert, acompañado de sus legales. Un cabizbajo Olmert escuchaba como todos los implicados en el tema Hollyland iban recibiendo su merecido castigo.
El pasado 31 de marzo, Ehud Olmert, de 68 años, fue condenado por haber recibido coimas cuando era alcalde de Jerusalén entre los años 1993 y 2003. Según el juez, Olmert cobró 500,000 shekels -unos 145 mil dólares aproximadamente- de los constructores de un complejo de departamentos de lujo llamado Hollyland, y otros 60,000 shekels (17 mil dólares) por un proyecto inmobiliario.
Ehud Olmert fue primer ministro entre los años 2006 al 2009 sucediendo a Ariel Sharon, quien tuvo que dejar su cargo por un derrame cerebral. Olmert renunció a su cargo por presuntos cargos en su contra por corrupción.
El juez David Rozen, de la corte del distrito de Tel Aviv, fue claro y explícito antes de pronunciar las sentencias cuando dijo lo siguiente: “Un funcionario público que recibe una coima es un traidor. Traiciona la confianza que el pueblo puso en ėl, confianza que sin la cual ningún servicio público podría existir. La corrupción contamina el servicio civil, destruye gobiernos y es uno de los peores crímenes en el código penal”.
El magistrado también explicó que es mucho más grave aquel que recibe la coima que aquel que la da siendo el primero un funcionario público.
A medida que fue pronunciando la sentencia, primero para aquellos que se encontraron culpables de haber ofrecido coimas, era evidente que el castigo para el ex primer ministro Olmert iba a ser ejemplar.
Poco después de las 9:30 de la mañana hora local, finalmente llegó la sentencia: seis años de prisión y una multa de más de 1 millón de shekels, unos 290,000 dólares.
El abogado del ex primer ministro dijo que iba a apela,r para lo cual tiene 45 días, y de ser necesario llegarían hasta la Corte Suprema.
Junto a Olmert fueron condenadas otras seis personas, varios funcionarios y hombres de negocios. Las penas fueron desde los tres años a los seis años, y se estipuló como fecha de entrada a la cárcel el primero de septiembre. Seguramente ahora comenzará un tiempo de apelaciones y diferentes movidas que intentarán hacer los abogados de los acusados y condenados, pero lo importante para remarcar y destacar es la condena ejemplar que se le ha puesto a la corrupción política y sobre todo el concepto que la ley es igual para todos.
Quizás lo más destacable de todo este proceso y condena fue que Olmert no recibió ningún tipo de tratamiento especial por su condición de ex primer ministro.
Muchos personajes destacados de la política israelí, como el presidente Shimon Peres, expresaron su pesar por lo sucedido pero destacaron la imparcialidad de la justicia israelí. Peres dijo que fue un proceso legal de un Estado democrático que demuestra que nadie está por encima de la ley, y agregó que personalmente era un día triste para él por su cercanía al ex primer ministro.
No hay dudas que el hecho de que el juez Rozen se haya referido al ex primer ministro simplemente con el término defendido número ocho, y haya utilizado términos muy drásticos como traidor, es un mensaje claro para la Corte Suprema y para el marco político en general. La corrupción existe, pero aquí se la persigue, se la combate, se la investiga, se le enjuicia, se la condena y se la encarcela.
Seguramente el de ayer haya sido un día triste para Israel, pero qué gran día para la democracia y la justicia.