He dicho y escrito que Brasil ya construyó el armazón de la democracia, pero falta darle contenido. La arquitectura es vistosa: independencia entre los poderes, elecciones regulares, alternancia en el poder, libertad de prensa y así sucesivamente. No obstante, falta lo esencial: el alma democrática.
La piedra fundamental de la cultura democrática, que es la creencia y el hecho de que todos seamos iguales ante la ley, está todavía por alcanzarse. Nos falta el sentimiento igualitario que le da fundamento moral a la democracia. Esta no transforma de inmediato a los más pobres en menos pobres. Pero debe garantizar las oportunidades básicas (educación, salud, empleo) para que puedan gozar de mejores condiciones de vida. Nada nuevo bajo el sol, pero conviene reafirmarlo.
Dicho de otra manera, entre nosotros hay un déficit de ciudadanía: ni las personas exigen sus derechos y cumplen con sus obligaciones, ni las instituciones tienen fuerza para transformar en actos lo que son principios abstractos. Todavía recientemente, un ex presidente dijo de otro ex presidente, en una frase infeliz, que considerando las aportaciones que había hecho al país, no debería de estar sujeto a las reglas que se aplican a los ciudadanos comunes. Lo que es peor es que ésta es la noción de la mayoría del pueblo, y no podría ser diferente pues es la práctica habitual.
Pues bien, parece que las cosas empiezan a cambiar. Los debates entablados en el Supremo Tribunal Federal y las decisiones tomadas hasta ahora (no prejuzgo resultados ni es necesario hacerlo para argumentar) indican un bandazo en esta cuestión esencial. El veredicto valdrá por sí mismo pero valdrá mucho más por la fuerza de su ejemplaridad.
Se condene o no a los reos, la forma en que se está llevando a cabo la argumentación es lo más importante de todo. El rechazo a los desvíos del cumplimiento de la gestión democrática, expresado con vehemencia por el ministro Celso de Mello, del Supremo Tribunal Federal, y con suavidad, pero con igual vigor, por el vicepresidente de ese órgano, Ayres Britto, y la magistrada Cármen Lúcia, son páginas brillantes sobre el alcance del juicio de lo que se ha llamado ”mensalão’’, ”las mensualidades’’, (un sistema de compra de votos en el Parlamento).
Contiene un juicio no político-partidista sino de los valores que mantienen viva la trama democrática. La condena clara e indignada del mal uso de la maquinaria pública refuerza la creencia en la democracia, así como la independencia de opinión de los jueces muestra el vigor de una institución en pleno funcionamiento.
Es éste, por otro lado, el significado más importante del proceso de las mensualidades. El Congreso presentó el asunto ante las Comisiones Parlamentarias de Investigación, la Policía Federal investigó, el Ministerio Público controló las averiguaciones y formuló las acusaciones y el Tribunal Supremo, después de años de arduo trabajo, está juzgando. La sociedad estaba tan desacostumbrada y descreída de tales procedimientos cuando éstos afectan a gente poderosa que su juicio – cosa común en las democracias avanzadas – se transformó en atractivo de la televisión y los noticieros, casi paralizando al país en pleno periodo electoral. Señal de vida. ¡Albricias!
No es la única novedad. También en las elecciones municipales el electorado está enviando mensajes a los dirigentes políticos. Antes de la campaña se creía que el ”factor Lula’’ (refiriéndose al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva) le brindaría al Partido de los Trabajadores (PT) una oportunidad única para liquidar a los adversarios. Se confundía la evaluación positiva del ex presidente y de la actual mandataria con la sumisión del elector ante todo lo que dijera ”su amo’’.
Es pronto para decir que no fue así, pues las urnas se abrirán la noche del 7 de octubre. Pero todo indica que el mensaje fue enviado: Fue preciso que los líderes, a los que se les atribuía la capacidad milagrosa de hacer que un poste fuera elegido, sudaran la gota gorda para tratar de colocar a su candidato en la segunda vuelta de Sao Paulo. Hasta ahora, el candidato del PT no rebasó en las anteriores un exiguo 20 por ciento.
En el Noreste, donde el lulismo (la política de Lula) con las subvenciones familiares parecía inexpugnable, la oposición va adelante en varias capitales estatales. Son pocos los candidatos petistas (del Partido de los Trabajadores) competitivos. Los que llevan ventaja, ya sea los del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), los Demócratas, o los del Partido Popular Socialista, o bien leyendas que forman parte de la ”base’’ pero que en estas elecciones se enfrentan con el PT, son los opositores electorales de éste.
En el mismo sentido, en Belo Horizonte, bajo la bandera del Partido Socialista Brasileño (PSB), un partido que crece, y en Curitiba son los gobernadores y líderes del PSDB, Aécio Neves y Beto Richa, los que están detrás de los candidatos punteros. En un caso podrían vencer en la primera vuelta; en el otro, en la segunda.
No digo esto para cantar victoria anticipada ni para defender los colores de un partido en particular, sino para llamar la atención sobre el hecho de que hay algo nuevo en embrión. Si los partidos no percibieran los cambios de sentimiento de los ciudadanos y no fueran capaces de expresarlos, esa posible ola rompería en la playa. El conformismo vigente hasta ahora, que aceptaba los desmanes y la corrupción a cambio del bienestar, parece haber encontrado sus límites.
Recuerdo cuando Ulysses Guimarães (que como presidente de la Asamblea Nacional Constituyente en 1987-1988 fue el principal contribuyente en la elaboración de la nueva constitución brasileña, promulgada en 1988) y el diputado federal João Pacheco Chaves me buscaron en 1974, en la institución de investigación donde entonces yo trabajaba, el Centro Brasileño de Análisis y Planeación, para pedir ayuda para la elaboración de un programa de campaña para el partido que se oponía al autoritarismo.
En esos tiempos, con un crecimiento económico de 8 por ciento anual, con el gobierno pregonando proyectos de impacto y con la censura de los medios, parecía inoportuno soñar con la victoria. Pues bien, de los 22 asientos en disputa en el Senado, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño ganó 17. Los líderes democráticos de la época se sintonizaron con un sentimiento todavía difuso, pero ya presente, de rechazo a las arbitrariedades.
Ahora, con la vista en 2014, hace falta que los partidos que podrían beneficiarse del sentimiento hostil al oportunismo corruptor prevaleciente, especialmente el PSDB y el PSB, se dispongan cada uno a su modo, o aliándose, a sacudir el polvo que hasta ahora ha empañado la visión de segmentos importantes de la población brasileña. Hay una enorme masa que apenas recientemente alcanzó los niveles iniciales de la sociedad de consumo y que puede ser atraída por valores nuevos. Por ahora actúa como ”radicales libres’’, fluctuando entre el apoyo a los candidatos desligados de los partidos tradicionales y a los candidatos de estos partidos.
Quien desee acelerar la renovación tendrá que demostrar que la decencia, la democracia y el bienestar social pueden marchar juntos nuevamente. Para eso, más importantes que las palabras son los actos y los gestos. Hay un grito detenido en el aire. Es hora de darle consecuencia.