Es casi una constante empezar un año nuevo con un balance sobre lo que agoniza y con votos de esperanza para el futuro. En este enero, de no ser por la reiteración de la esperanza, habría dificultades en mantener el ánimo. Es mejor imaginar que ocurrirá algo positivo en el futuro, pues del año que terminó poco queda de bueno. En la vida personal es distinto. Cada quien hará el balance que más le agrade; yo en lo personal no tengo nada qué lamentar. Pero en los acontecimientos públicos, ¡cuánto desaliento! Aunque es bueno que la historia no se repita automáticamente. ¡Vade retro!
Comencemos con la economía y las finanzas internacionales. Cuando parecíamos estar saliendo de la recesión que arrastrábamos desde 2008, la recuperación mundial resultó más lenta y la crisis en Europa aún más profunda. Hay desolación por todos lados. Los estadounidenses, más pragmáticos, nadan de brazada en un mar de dólares convertidos en títulos de difícil solvencia, a costa del resto del mundo. Este no sabe qué hacer con la tasa de cambio para defenderse de la inundación de dólares, mientras Estados Unidos posterga el día del ajuste final. Su índice de desempleo se mantiene elevado, aunque ya no en aumento; no muestra una recuperación vigorosa de la economía, sin caer todavía en el abismo fiscal vaticinado por la prensa, el temido “fiscal cliff”. O mejor, está sumidos en él pero con escafandra; mantiene tranquilas las calles y va esquivando sin violencia a quienes protestan en las plazas, como es el caso del movimiento “Occupy Wall Street”. No logra, es verdad, escapar del abismo político de las posiciones radicalmente distintas entre republicanos y demócratas, abismo mucho más profundo que aquel en el que está hundida el Tesoro. Los dos partidos no se ponen de acuerdo para definir una política fiscal que alivie las aperturas de la Fed, pues los republicanos no aceptan impuestos que graven a los más ricos ni apoyan medidas que den alivio a las dificultades de los más pobres, sobre todo en la cuestión de la salud. La sociedad estadounidense parece bloqueada.
Los europeos pretenden hacer en serio lo que los estadounidenses dicen, no lo que hacen. Dirigen la economía con rienda corta, ortodoxos como nadie lo pudo ser antes. Y la economía, como el caballo del inglés que murió cuando estaba aprendiendo a no comer, va de austeridad en austeridad, deshaciendo el modelo social europeo, tan difícilmente construido, rompiendo, o mejor dicho, sofocando el estado benefactor y destruyendo las bases de un pacto de convivencia aceptable. El gobierno cae por todos lados y el desempleo hace que las familias giman sin ilusiones. Y nada de crecimiento del producto interno bruto ni de mejoría en las cuentas nacionales. De la crisis de liquidez del sector bancario los europeos pasaron a la quiebra de las tesorerías nacionales, mientras el euro continúa intrépido, como si fuera la bandera de la Alemania triunfante. Ésta, a su vez, empieza a cojear por falta de quien le compre sus mercancías, que su productividad vuelve baratas en comparación con las producidas fuera de sus fronteras.
Incluso China, cuyo aparato productivo basado en las exportaciones fue creado en alianza con las multinacionales, tuvo que ajustarse a las circunstancias, pues hoy le falta el vigor del mercado externo de antaño. El país reconstituyó penosamente sus objetivos; por el momento, esa transición no se ha llevado a cabo y el modelo viejo ya no rinde los mismos resultados exuberantes. Trata de aumentar el consumo interno y crear una red de protección social, indispensable para infundir ánimo en la gente y hacer que consuma, en lugar de ahorrar para la vejez e invalidez. Al mismo tiempo, con la demanda interna insuficiente, China redujo sus compras de mercancías y trata de exportar más los numerosos productos manufacturados que fabrica. Brasil padece a causa de eso. Si aquí la crisis no produjo un tsunami, sus marejadas se convirtieron en marasmo, que obliga a navegar a vela en tiempos de calma.
Si por lo menos la situación política mundial diera indicios de mejoría, podríamos tener consuelo. A fines de 2011, mis votos fueron por la construcción de una mejor gobernación mundial, proceso que entonces se vislumbraba. No fueron escuchados y dimos marcha atrás. Las esperanzas suscitadas por el Grupo de los 20 se hicieron polvo y, por lo menos hasta ahora, la regulación del mercado financiero quedó en rumores. En el plano de las relaciones de poder, no hubo avances significativos, a pesar de los logros ya alcanzados: las relaciones razonables entre China y Estados Unidos, el desplazamiento del eje mundial a Asia, la aceptación gradual de Rusia como parte del juego de poder mundial y el reconocimiento del peso político específico de algunos de los países de economía emergente, como es Brasil. Lo que parecía un resurgimiento que permitiría el reconocimiento del mundo árabe-musulmán como actor global -la llamada “Primavera Árabe”- todavía es una incógnita. Como si no bastaran la desprolija intervención europea en Libia, que derivó en faccionalismo y violencia, la revuelta fomentada en Siria con un enorme costo humano, el fracaso de la intervención en Afganistán y el congelamiento de la precaria situación política en Irak, está también el estancamiento de las relaciones palestino-israelíes. Esto podría solucionarse gracias a la aceptación en la Organización de Naciones Unidas del estado palestino en condición de observador, junto con la enigmática revolución egipcia. No se sabe con qué medios, pero ojalá no sean los nucleares, pretextando la nuclearización de Irán.
Hay, sin embargo, buenas razones para sospechar que 2013 nos prepare días mejores. Nos queda el consuelo de que, entre los brasileños, a despecho de lo ya dicho y del decepcionante productito interno bruto, que parece trazar apenas una pequeña mejoría para el año en curso, el Poder Judicial desempeñó su papel. Sin regocijarme por lo que no me anima -la desolación de la cárcel para quienquiera que sea- es forzoso reconocer que sí funcionaron las instituciones republicanas. Hay llanto y chirriar de dientes entre algunos poderosos. Hay tentativas desesperadas de negar las evidencias y acusar de farsa lo que es correcto. Pero prevaleció la serenidad de los que acreditan, como dice la bandera de los mineros sobre la libertad, que la justicia puede tardar pero no falla. Esos son mis votos.