En Brasil, ya se le pasó la hora al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) de besar la cruz. A fin de cuentas, mucho de lo que renegó en el pasado y criticó en el gobierno del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) pasó a ser el pan nuestro de cada día de la actual administración, empezando por las licitaciones para las concesiones de los aeropuertos y la remodelación de algunas cuantas carreteras.
En un principio, con su maniqueísmo habitual, procuraba mostrar las diferencias entre “nosotros” y “ellos”. “Nuestras licitaciones”, decían, “buscan obtener las menores tarifas para las carreteras”. O también afirmaban que “nuestras licitaciones mantienen a Infraero (la Empresa Brasileña de Infraestructura Aeroportuaria) en la administración de los aeropuertos”. De esas “innovaciones” resultó que las empresas vencedoras no siempre fueron las mejores o no hicieron las obras prometidas.
Poco a poco, el PT está siendo obligado a volver a la racionalidad, como tendrá que hacer en el caso de las licitaciones para la construcción de ferrovías, cuya propuesta inicial asustó a mucha gente, principalmente a los contribuyentes. En ellas se cambia la ventaja de la privatización, de exonerar a la Tesorería, por la obsesión “generosa” de atraer inversiones privadas con el pago anticipado por el gobierno de la carga que será transportada en el futuro.
Aunque todavía está obstinado en revisar las acusaciones hechas en el pasado (algunos insisten en repetirlas), la morosidad en el avance de las obras de infraestructura acabará por hacer que el gobierno del PT deje de tratar de descubrir la pólvora. Ya perdimos años y años por miopía ideológica. El PT no pudo ver que los gobiernos del PSDB simplemente ajustaron la maquinaria pública y las políticas económicas a la realidad contemporánea, que es de la economía globalizada.
Se ilusionaron con las apariencias y atacaron la modernización que realizamos como si hubiera sido motivada por ideologías neoliberales y no por la necesidad de comprometer a Brasil en el mundo de Internet y de las redes, de las cadenas productivas globales y de una relación renovada entre los recursos estatales y el capital privado.
Sin valor para hacer autocrítica, la política del PT poco a poco fue asumiendo el programa del PSDB y ahora, los críticos del más variado espectro extraen de este el supuesto hecho que no hay propuestas para Brasil. Entre tanto, la versión modernizadora del PT está “avergonzada”. Harían fea cara, como si no les gustara, a lo que hace el PSDB, y le harían buena cara si estuviera al mando.
Ahora le llegó el turno a los puertos. El periodista brasileño Alberto Tamer –a quien rindo homenaje, tras haber fallecido el 19 de mayo dejando un legado de lucidez en sus columnas semanales– escribió en la última crónica que hizo en el periódico O Estado de Sao Paulo: “Fue Fernando Enrique Cardoso el que abrió los puertos”. Recordaba el esfuerzo –todavía en el gobierno de Itamar Franco, cuando el ingeniero civil y político brasileño Alberto Goldman, afiliado al PSDB, era ministro de transportes– para dinamizar la administración portuaria, abriendo la cooperación con el sector privado mediante la ley 8.630 de 1993. Caro costó hacer viable aquella primera apertura, cuando yo asumí la presidencia. Fue gracias al esfuerzo del contralmirante José Ribamar Miranda Dias, con el Programa Integrado de Modernización Portuaria, como se consiguió avanzar.
Llegó la hora de dar más pasos hacia delante, incluso porque el decreto 6.620 del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva aumentó la confusión en la materia, determinando que las terminales privadas sólo embarcaran “carga propia”.
Modernizar es lo que está tratando de hacer con atraso el gobierno de Dilma Rousseff –pero a saltos y sobresaltos, sin negociar directamente con las partes interesadas, los trabajadores e inversionistas, sin establecer buenas reglas de control público ni asumir claramente que se está privatizando para aumentar la eficiencia y disminuir las barreras burocráticas. Se corre el riesgo de repetir lo que ya está ocurriendo en los aeropuertos y carreteras: atrasos, obras mal hechas y más caras, etcétera.
En el futuro incluso dirán que fue culpa de “la privatización”. Eso sin hablar del triste episodio de las votaciones confusas, manchadas de sospechas y de un resultado final incierto en el caso de la última ley de los puertos.
La demora en percibir que Brasil estaba y está obligado a dar saltos para acompañar el ritmo de las transformaciones globales ha sido un obstáculo monumental para los gobiernos del PT.
En el caso del petróleo, fueron cinco años de paralización de las licitaciones. En cuanto a la energía en general, la súbita sacralización del manto presalino (y correspondientemente, la transformación de Petrobrás en ejecutora general de los proyectos) llevó a descuidar el apoyo a las energías renovables, la biomasa (como el etanol de la caña de azúcar) y la eólica. Pero aun así, no hubo preocupación alguna por los programas de ahorro de energía. En fin, parece haber asumido que, ya que tenemos un mar de petróleo en el manto presalino, ¿para qué buscar alternativas?
Ocurre, no obstante, que la economía de Estados Unidos parece estar saliendo de la crisis iniciada en 2007-2008 con una revolución tecnológica (de discutibles efectos ambientales, es verdad) que reducirá el costo de la extracción de hidrocarburos y planteará nuevos desafíos a Brasil. La incapacidad de visión estratégica –derivada de la misma nube ideológica a la que me referí, acrecentada con una jactancia mal colocada– dificulta redefinir los rumbos y atacar con precisión los cuellos de botella que atan nuestras potencialidades económicas al pasado.
No es diferente de lo que ocurre con la industria manufacturera, cuando en vez de percibir que la cuestión es reenganchar nuestra producción en la cadena productiva global, y realizar las reformas que lo permitan, se hace una política de beneficios esporádicos, ya disminuyendo impuestos para algunos sectores, ya dando subsidios ocultos a otros, cuando no culpando la desalineación de la tasa de cambio o los intereses altos (los que tuvieron su dosis de culpa) a la falta de competitividad de nuestros productos.
Las dificultades crecientes del gobierno para ver más lejos y administrar correctamente lo cotidiano para ajustar la economía a la nueva fase de desarrollo capitalista global (como hizo el PSDB en los años ’90) indican que es tarde ya para besar la cruz. Incluso porque el PT no parece estar arrepentido.
Será mejor cambiar de oficiantes en las elecciones de 2014.