En los últimos años los argentinos hemos tomado la costumbre de darnos la espalda. Cuando cierta opinión no satisface, un grupo no es el nuestro o una persona nos disgusta, simplemente le damos la espalda. No se busca el dialogo ni el acercamiento con quienes ven las cosas con otros matices que aquellos con que las vemos nosotros. Aun así, la sociedad argentina siguió funcionando por su sano tejido social, porque en todos los sectores hubo quienes se sobrepusieron a tan estéril modalidad y porque la gran mayoría prefirió mirar hacia adelante.
Pero cuando la modalidad de “dar la espalda” se traslada al plano internacional, a corto plazo la situación se complica. Lo ocurrido con la Fragata Libertad en Ghana es una sonora evidencia de ello. Si los argentinos nos dimos ahora cuenta que, en cierto modo, hemos vivido de espaldas al mundo, es por el valor simbólico y afectivo de la fragata, injustamente detenida en un país africano que, paradójicamente, es un amigo histórico de la Argentina.
Pero en este ingrato episodio se juegan varias cosas. Tal vez la más sensible tiene que ver con el prestigio. El orgullo nacional afectado por tantos días de primeras planas en los diarios del mundo, sin haber atinado a buscar una solución transaccional rápida que nos permitiese salir del escenario, recuperar lo nuestro y pensar cómo encarar el problema de fondo, pero con todo los bienes propios seguros y en casa.
De inmediato deberíamos analizar las razones de lo ocurrido y sin asignar responsabilidades, plantearnos, de una vez por todas, la solución de la crisis de cara al mundo y no de espaldas a él. A esto apunta la carta de apoyo al Gobierno argentino suscripta -no obstante las razonables diferencias- por ex cancilleres desde Dante Caputo a Jorge Taiana.
Lo que realmente sorprende es que, a pesar de los esfuerzos de una diplomacia heredera de Luis María Drago, Honorio Pueyrredón, Carlos Saavedra Lamas, Carlos Calvo, Lucio Moreno Quintana, Atilio Bramuglia, Miguel Ángel Cárcano, José María Ruda y Miguel Ángel Zavala Ortiz, entre tantos otros, no se haya querido o podido interesar a favor de nuestra causa a los grandes actores del sistema internacional que, seguramente, son los socios, acreedores, amigos y clientes de Ghana. Esto, no para torcer a sus jueces, sino para ofrecer simpatía hacia un símbolo de paz y fraternidad como la fragata, prisionero de una confusa trifulca por deudas que hasta hoy se han pagado y que probablemente se pagarán en el futuro. Sólo el Departamento de Estado de los EEUU tuvo un gesto, como así también nuestros vecinos. Tampoco sabemos que se haya recurrido al consejo de Kofi Annan, ex secretario general de Naciones Unidas, ex mediador en Siria y conocido de muchos diplomáticos argentinos.
Derivamos finalmente hacia el Tribunal del Derecho del Mar, ámbito donde hemos tenido reconocido predicamento. Pero dejamos de lado la diplomacia para entregar una causa de soberanía nacional a la decisión de otros, los jueces del Tribunal o eventualmente los árbitros por él designados. Ahora bien, cuando se trata de un caso político, fundado en conceptos emocionales, éticos y planteos de “defendernos de los buitres” buscando apoyos de naturaleza “conflicto norte-sur”, ingresar ante un tribunal de derecho implica, por un lado, descartar esos argumentos ya que la actitud de este será de acuerdo a derecho exclusivamente y por otro, asumir que los plazos del conflicto ya no dependen de nosotros.
Esperemos lo mejor y que el derecho prevalezca. La Argentina lo merece. Pero cualquiera sea el desenlace sepamos que éste es sólo un acto de un drama mucho mayor. Ese drama, el de la deuda, es el que debemos resolver y no transferirlo a nuestros hijos. Debemos resolverlo de cara al mundo y no de espaldas a él. Buscar los espacios que las opiniones del juez Griesa seguramente han ofrecido y aprovecharlos. Encontrar el espíritu del consenso y de las reglas que, nos guste o no nos guste, son las que siguen nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros adversarios y son las que regulan el sistema internacional globalizado. Jugar en contra de ellas, en aislamiento y de espaldas al mundo, implicaría pagar un muy alto e innecesario costo político y humano.