En los organismos internacionales es práctica que los cargos sean rotativos. Todos los países miembros tienen el derecho de ejercerlos cuando el turno llega. En general, aquellos afectados por serios problemas, guerras o carencias sensibles en materia de derechos humanos y libertades fundamentales, buscan discretamente eludir esas responsabilidades para evitar que dichos problemas emerjan y consecuentemente generen renovadas críticas que evidencien sus limitaciones institucionales.
Sin embargo, en la próxima reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que nuclea a los países de América Latina y el Caribe, el candidato a ser elegido presidente es el gobierno cubano, la última dictadura que queda en el continente.
No se trata de negar los limitados progresos en cuestión de libertades que han tenido recientemente lugar en Cuba, se trata simplemente de señalar que la Celac, en la figura de su futura máxima autoridad, no va a estar representada a la altura de los progresos institucionales, sociales y económicos de los países que la integran.
Argentina ha sido, desde la recuperación de la democracia a la fecha, un amigo “crítico” del gobierno cubano aunque nunca dejó languidecer diálogos y contactos útiles en momentos de recíprocas dificultades. Cuba siempre respaldó con genuino interés la causa Malvinas y Argentina soslayó el “aventurerismo” cubano en África en los años setenta y ochenta y más recientemente, las restricciones a los derechos humanos y la suerte de los “disidentes”, salvo el exitoso caso de la doctora Hilda Molina. Hay, entre ambos países, entendimientos tácitos de larga data.
Pero este panorama debería sugerir un análisis cuidadoso por parte de nuestra diplomacia. Por un lado no parece solidario distanciarse respecto de la elección de Cuba al más alto cargo de Celac, pero por otro, Argentina no debe olvidar que ha sido y es el motor de América Latina en materia de derechos humanos y ello desde hace mucho tiempo. Pionera en la institución del asilo, ofreció también incondicional refugio a los perseguidos del nazismo entre las dos guerras mundiales, respaldó la convenciones de las Naciones Unidas y de la OEA relacionadas con los derechos humanos e integró sus órganos específicos. De allí en adelante Argentina se destacó claramente por la defensa y aplicación práctica de los derechos humanos, actitud que se mantuvo durante todas los gobiernos constitucionales hasta nuestros días. Argentina fue también protagonista en la consolidación de la unidad hemisférica, en particular cuando Miguel Ángel Zavala Ortiz propuso el ingreso de Canadá y de los nuevos países independientes del Caribe a la OEA, dando así sentido a las ideas y proyectos de Frondizi, Kubischek y Kennedy.
Estos valiosos hechos históricos plantean a la Argentina un dilema de coherencia relacionado con las libertades fundamentales y con la unidad hemisférica. Dichos dilemas no atormentan necesariamente a nuestros vecinos y aliados estratégicos. Visitan Cuba en términos de socios, agasajan a Ahmadinejad y proponen la división del continente excluyendo a EEUU y Canadá (Celac) o toda América Central, México, el Caribe, EEUU y Canadá (Unasur). En el ámbito regional consienten jugar a una suerte de “no alineamiento” tardío que desmienten con sus actitudes concretas porque, unilateralmente, suscriben acuerdos estratégicos y económicos muy profundos con EEUU y los principales países europeos y asiáticos. Es el caso de Brasil, México, Chile, Colombia, Perú y Uruguay. Saben que no es posible progresar genuinamente al margen de una buena relación con EEUU y las demás potencias del mundo.
La agenda de la Celac se orienta a la integración y el desarrollo. No es original pero plantea un renovado desafío que también transitan la OEA, el Mercosur y la nueva Alianza de países del Pacífico. Argentina seguramente hará una contribución importante a las discusiones en Chile a nivel presidencial. Pero se destacará, sin duda alguna, si no olvida exteriorizar su tradición sobre la defensa de las libertades fundamentales y, sobre todo, sobre la unidad hemisférica. La ubicación geográfica de la Argentina, en el extremo austral, sugiere mantener las verticales y diagonales hacía el mundo desarrollado lo más expeditas posible. Excluir incondicionalmente a América del Norte de nuestras problemáticas no nos conviene.