Una diplomacia eficaz debe interpretar los mensajes que el sistema internacional le transmite y adaptarlos a sus posibilidades para poder impulsar sus intereses de manera sustentable. Encerrarse y especular políticamente con posiciones “principistas” debilita los propios argumentos y, al distanciarse de la realidad, lleva al fracaso las causas más justas.
Los documentos recientemente desclasificados del Foreign Office sobre el conflicto sobre las Islas Malvinas brindan el trágico ejemplo de una diplomacia alejada de la realidad que, representando a un gobierno de facto, arrogante y ciego, llevó a dos países históricamente amigos a la guerra, destruyendo lo alcanzado en años de laboriosas negociaciones para resolver la disputa de soberanía. Esas negociaciones auguraban una solución satisfactoria para ambas partes que, reflejando la realidad internacional del momento, mostraban al Reino Unido más contemporizador y a EEUU dispuesto a ayudar diplomáticamente, cosa que hizo incluso durante el desarrollo de la guerra. Ese apoyo de EEUU a la Argentina se mantuvo constante desde el fin del conflicto armado hasta el presente.
Salvando las abismales distancias de fondo y forma que nos separan de aquellas trágicas experiencias, hoy también el sistema internacional nos ofrece indicios cuya correcta lectura nos permitirá reaccionar con justeza, sin sobreactuar y, sobre todo, sin reincidir en la trampa de la impaciencia que es la peor enemiga de la eficacia. En efecto, periódicamente el Reino Unido destaca en las Naciones Unidas que los territorios bajo su administración –lo que incluye a las Islas Malvinas– ya gozan de un grado de autogobierno que hace innecesaria la participación de la Organización. Si bien estas manifestaciones son rebatibles y aisladamente no deberían preocupar, unidas al referéndum en las Islas, a las declaraciones de Ban Ki-moon en sentido de que “las personas en ciertas condiciones deben poder tener alguna capacidad para decidir sobre su futuro”, a la visita de Hillary Clinton a Kosovo y su mensaje a Serbia y al reciente enfriamiento del respaldo de EEUU a la Argentina , constituyen cuatro señales que en modo alguno deberíamos soslayar.
De todos esos factores, el referéndum es el que más impacta. Sin embargo los isleños han estado manifestándose hacia una gradual autonomía desde el fin de la guerra hasta nuestros días. Expresaron sus puntos de vista periódicamente. Cuando el Reino Unido propuso el “retro arriendo” a la Argentina en 1977, por ejemplo, y en cada uno de los acuerdos provisorios suscriptos desde el restablecimiento de las relaciones diplomáticas en 1989, hasta la renuncia del presidente De la Rúa. No parece haber mucho de nuevo. Por otra parte, los términos de la consulta son amplios y dejan opciones abiertas. Volver a un clima de asociación con Argentina no está descartado. No es entonces la “formalidad” de la consulta lo que podría preocupar sino que hagamos una vez más mal las cosas y otorguemos al referéndum y a su eventual resultado una entidad que a nadie conviene. Este, en sí mismo, no afecta a las resoluciones de Naciones Unidas ahora vigentes aunque, debemos recordar, no todo el derecho internacional está contenido en la Carta y en las resoluciones adoptadas en su contexto. Lo que haría falta por nuestro lado son acciones imaginativas y, tal vez, transgresoras, como retomar activamente la presencia argentina en el área disputada y no eludir contactos oficiosos con los isleños ya que, lo que ellos respondan puede afectar seriamente la estabilidad en el cono sur y postergar posibilidades de cooperación, necesarias para todos, e insoslayables a mediano plazo. Negarse a que los isleños estén presentes en la delegación británica es un contraproducente paso atrás que, además, implica cercenar la soberanía de nuestra contraparte.
Lo que debería inquietar realmente es la distancia puesta ahora por Estados Unidos. El rol de la principal potencia mundial fue de gran ayuda para el restablecimiento de relaciones con el Reino Unido en 1989, preservando intactos los términos de la disputa de soberanía y, ulteriormente, apoyando el involucramiento argentino en la seguridad, las comunicaciones y la economía de las Islas, así como para el establecimiento de la Secretaría del Tratado Antártico en Buenos Aires, fortaleciendo nuestro rol como actor central en el Atlántico Sur y en las zonas australes.
Suponer que el principal aliado del Reino Unido en el hemisferio no está interesado en la disputa sería un serio error en la lectura de la realidad. Lo que parece urgente y necesario es asegurar que ese interés no ha variado y que sigue apoyando las negociaciones bilaterales entre las partes, aunque el conflicto, por su naturaleza, reconozca la existencia de otros “actores”, cual sería el caso de los isleños. Esta debería ser nuestra prioridad con la Casa Blanca.
Claramente, el sistema internacional nos envía mensajes y oportunidades. Pero para aprovechar las oportunidades tendríamos que “refrescar” nuestros argumentos y adaptarlos a un mundo globalizado, de responsabilidades compartidas y de soluciones imaginativas. Los criterios de los años sesenta hoy podrían ser leídos con espíritu distinto. La mayoría de quienes deberán solucionar la disputa de soberanía habrán nacido con posterioridad a la adopción de la resolución 2065 (1965) de la Asamblea de la ONU. No conocieron la guerra fría, el conflicto este-oeste o el colonialismo. Tildar al Reino Unido de “colonialista” nos aleja de la negociación y no refleja la actitud de nuestros vecinos y socios que mantienen con ese país lazos estratégicos y económicos muy profundos.
Naciones Unidas ha sostenido con razón que la cuestión Malvinas es un caso “especial y particular” y, por ello, nada tiene que ver con las miserias humanas y económicas del “colonialismo” que, con extrema ligereza, atribuimos al Reino Unido. Además, quienes conocen el fenómeno colonial saben que ninguna situación, ninguna disputa, por violenta y compleja que haya sido, se resolvió sin antes asegurar garantías, consentir privilegios y diseñar proyectos conjuntos a futuro entre los distintos actores. De allí que, con realismo, deberíamos crear urgentemente las condiciones para retomar las conversaciones con el Reino Unido tal como ha propuesto la señora Presidenta en Naciones Unidas y durante su último periplo asiático. Retomar las conversaciones implica no ignorar que la otra parte puede tener también algo de razón y que la solución debe recoger esa circunstancia. Implica también reactivar, con visión de país grande, la actitud asociativa con las Islas sin estancarnos en la búsqueda de “simetrías” que harían más difícil ese acercamiento.
En síntesis, se trata de respaldar con posiciones claras y coherentes el mensaje conciliador de la señora Presidenta que, con singular franqueza, ha pedido sentarse a dialogar sin precondiciones. Esa actitud refleja una lectura correcta de los mensajes que nos presenta el sistema internacional. No asumirla en estos momentos de cambios y de oportunidades y buscar frenéticamente la confrontación sería malograr una vez más la posibilidad de encaminar el conflicto territorial más importante que tiene nuestro hemisferio.