Por: Iván Carrino
En su última obra, La fatal arrogancia, el premio nobel de economía Friedrich Hayek desarrolla en extenso su idea del “orden espontáneo”. El orden espontáneo es la armonía que resulta, sin que nadie lo planifique de manera previa, de las miles y millones de interacciones individuales. Cada individuo busca su propio bienestar, pero en un largo proceso evolutivo de prueba y error, esa búsqueda del bienestar individual termina con resultados sociales positivos, no solo en términos de aumento de la producción de bienes y servicios que la sociedad necesita, sino también en valores como “el trabajo disciplinado, la responsabilidad, la asunción de riesgos, el ahorro, la honestidad y el cumplimiento de las promesas”.
Los economistas e intelectuales que siguen la obra de Hayek ven en la economía un orden espontáneo, un lugar en el que esos decisores individuales se encuentran, satisfacen sus necesidades y, en el proceso, mejoran nuestra civilización. Desde la otra vereda, los intervencionistas no ven en la economía o en el mercado un orden espontáneo que está en constante evolución y creación, sino más bien un caos social. Una desorganización y una guerra de todos contra todos en donde se necesita que “alguien” ordene y “ubique” a los agentes. Para los intervencionistas, “en el espacio de la economía se expresa una relación de poder entre diferentes sujetos sociales”.
Frente a este escenario, el rol del Estado no es otro que el de poner a cada uno en su lugar, para que nadie sojuzgue a sus semejantes con ese supuesto poder. En consecuencia, es lógico que cuando las intervenciones salen mal (por ejemplo, cuando emitir dinero crea inflación y hace que suba el dólar), el intervencionista sugiera que se necesita más intervención.
Hace pocas horas, la presidenta se refirió a la delicada situación económica actual y explicó que todo respondía a un intento de desestabilización por parte de algunos que la quieren ver “volar por los aires”. Así, la alocución de la presidenta se transforma en un nuevo ejemplo del relato intervencionista. A cada fracaso que muestra la gestión, una nueva intervención, más severa y contundente, se vuelve necesaria. Si suben los precios, el estado ordenador del caos social se sentará a la mesa a “acordar” algún congelamiento. Si vuelven a subir, al estado ordenador no le quedará otra que sancionar a los poderosos especuladores. Para los que creen en el relato intervencionista, la narración siempre es coherente. Y también lo será cuando aparezca su inevitable derrotero: el control de todas las actividades económicas. Es nuestro desafío que la gente vuelva a creer en el otro relato, el del orden espontáneo y los beneficios de la libertad.