Por: Iván Carrino
Los resultados de las elecciones del pasado domingo fueron sorprendentes. En la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, politóloga de la Universidad Católica Argentina y vicejefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, derrotó al experimentado jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, en la contienda para ver quién se quedaba con la Gobernación. Luego de 28 años, la administración de la provincia más importante del país no estará en manos del Partido Justicialista.
En el plano nacional, si bien se esperaba una amplia victoria del oficialismo e incluso el cierre del proceso electoral en la primera vuelta, Daniel Scioli sólo pudo imponerse por 2,5 puntos porcentuales por encima de Mauricio Macri, por lo que dejó abierta la posibilidad de que el 22 de noviembre el candidato de Cambiemos se convierta en presidente de Argentina.
Este nuevo escenario no fue indiferente para los mercados. Hasta el jueves pasado, la Bolsa porteña había subido un asombroso 7,7%, con aumentos de algunas acciones que superaron el 30 por ciento. Por otro lado, el dólar blue cayó 24 centavos el día después de la elección y se mantuvo en esos niveles durante toda la semana.
El riesgo país, un indicador del riesgo que implica prestarle dinero al Gobierno argentino, también cayó con fuerza (más de cincuenta puntos) y quedó por primera vez desde principios de 2011 por debajo de los quinientos puntos.
¿A qué se debe semejante euforia? El economista Javier Milei dio una pista en Twitter, cuando afirmó que lo que se estaba viendo era el “rugido de los mercados cuando se aleja el fantasma de la destrucción del capital”.
Es que si hay algo que empieza a quedar claro a partir del domingo es que el kirchnerismo que gobernó durante los últimos 12 años y que “profundizó el modelo” durante los últimos 4 concluye sus días de poder en Argentina.
El modelo económico del kirchnerismo se caracterizó por un creciente desequilibrio fiscal. Esta diferencia en aumento entre ingresos y gastos hizo que, dado el aislamiento internacional del país, se tuviera que recurrir a la emisión monetaria para su financiamiento. El resultado lo vemos reflejado hoy en una de las inflaciones más altas del mundo.
No contentos con esto, en el Gobierno no tuvieron mejor idea que comenzar a regular los precios como remedio al problema que ellos mismos estaban generando. Así, no sólo se congelaron las tarifas de servicios públicos, sino que también se reguló el precio de la carne, el trigo, las naftas y demás bienes de la economía. Por último, el control de precios también se aplicó al dólar, lo que dio lugar a un cepo cambiario que ya lleva 4 años.
Todas estas medidas, sumadas a las sucesivas estatizaciones, más legislación antiliberal y el nuevo default de la deuda producto del incumplimiento del fallo judicial en el caso de los holdouts, contribuyeron a generar la parálisis económica y la huida de las inversiones. Y sin ahorro e inversión no hay posibilidad de progreso a futuro.
Entre la decadencia y la resurrección
Más allá de lo que suceda el domingo 22 de noviembre, cuando tenga lugar la segunda vuelta electoral, lo cierto es que la esperanza de que el intervencionismo que asfixió a la economía se termine está generando un muy favorable cambio de expectativas.
Sin embargo, hay que advertir que, por sí sólo, esto no será suficiente para encauzar al país en una senda de crecimiento sostenible. Los desajustes que deja el Gobierno actual son muy grandes y se requerirá de mucha convicción y pericia para realizar los cambios necesarios que confirmen las expectativas positivas de los inversores.
Si esto efectivamente sucede, Argentina podría quebrar un proceso de decadencia que ya lleva 85 años. Caso contrario, nos enfrentaremos nuevamente a la frustración de vivir otra oportunidad perdida.