El populismo siempre termina mal

Iván Carrino

Recientemente se dieron a conocer los resultados de una encuesta que determinó que “siete de cada diez personas responsabilizan al Gobierno anterior por los problemas actuales”. Según el sondeo, el 68,3% de los encuestados atribuyó al Gobierno de Cristina Fernández los padecimientos económicos de hoy, mientras que el 19,5% asignó responsabilidad a la administración de Mauricio Macri y otro 10,1% consideró que la responsabilidad era compartida.

Entre los problemas actuales, podemos señalar la aceleración de la inflación, la suba del precio del dólar oficial, la caída del salario real y un muy posible escenario de recesión en el primer semestre con un incremento del nivel de pobreza. Evidentemente, la situación no es nada confortable. Sin embargo, los resultados de la encuesta deberían alegrarnos. Lo que indican es que el relato k va perdiendo combustible a medida que pasan los días. Esto significa que la realidad comienza a ser comprendida por un número cada vez mayor de personas.

¿De qué se trata esa realidad? Como hemos dicho en otras oportunidades, si una persona llega a la casa que alquiló para las vacaciones y a la semana se encuentra con que la bomba de agua se rompió, los tapones saltaron tres veces y la humedad está comiéndose las paredes, difícilmente pueda pensarse que el culpable de todos estos padecimientos sea el nuevo inquilino.

Lo mismo sucede con la economía de un país. Y eso es lo que los argentinos estamos entendiendo. En definitiva, la encuesta revela que estamos dándonos cuenta de cómo opera y cómo termina el llamado populismo macroeconómico.

Hace más de 25 años, en 1989, los economistas Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards presentaron su tesis acerca del populismo macroeconómico en América Latina. Para estos autores, el populismo económico es un enfoque que, mediante el uso de “políticas fiscales y crediticias expansivas […] destaca el crecimiento y la redistribución del ingreso”, al tiempo que “menosprecia los riesgos de la inflación y el financiamiento deficitario, las restricciones externas y la reacción de los agentes económicos ante las políticas agresivas ajenas al mercado”.

En este marco, el econopopulismo tiene carácter autodestructivo, ya que esos problemas que se subestiman terminan generando grandes reducciones del PBI per cápita y los salarios reales, lo que perjudica principalmente a quienes se quiso beneficiar en un principio.

Tal vez lo más interesante del análisis de Dornbusch y Edwards sea su clasificación del econopopulismo en cuatro etapas. Una primera etapa en donde las políticas fiscales y monetarias expansivas dan lugar al crecimiento de la producción, el empleo y los salarios reales. Una etapa segunda, en donde comienzan a aparecer cuellos de botella: la inflación aumenta de manera significativa, el déficit fiscal empeora debido a los subsidios a bienes de consumo básico, y la devaluación o el control de cambios se vuelven inevitables.

Las etapas tres y cuatro muestran cómo terminan todos los experimentos populistas: con escasez, más inflación, falta de dólares y fuga de capitales. Finalmente, con menos capital invertido per cápita, los salarios reales inevitablemente caen y el crecimiento se frena. Lo que sigue es la implementación de un plan ortodoxo de estabilización, que buscará sincerar la economía para que la inversión retorne y la producción vuelva a crecer.

2016.03.09_Populismo

Como queda claro, lo mejor que puede pasar con la implementación de políticas populistas, sean estas de derecha o de izquierda, es que haya un auge económico de corto plazo. Sin embargo, dado que dicho auge está estimulado por el combustible de las políticas monetarias y fiscales, está condenado a terminar en una nueva crisis.

Así, si en el primer semestre de 2016 la actividad económica se resiente, la inflación recrudece y los tarifazos deterioran el poder de compra de su salario, no apuntemos nuestro dedo inquisidor hacia el ajuste ortodoxo, sino hacia el desajuste populista. Es ese el verdadero culpable de la situación actual y ya son siete de cada diez personas las que están leyendo bien lo que sucede con la economía del país.