Por: Jorge Altamira
Para desarrollar un balance de la última década el argumento de las estadísticas debe ser colocado en un contexto. Incluso el punto de partida es defectuoso, pues no debería ser otro que la bancarrota de 2001/2, que se llevó puesta el edificio social montado por el menemismo.
La tarea en que se empeñaron Duhalde-Remes Lenicov-Lavagna, primero, y Kirchner-Lavagna, después, fue rescatar el sistema de la deuda externa y el financiero, y las privatizaciones montadas en la década precedente -la “neoliberal”. Duhalde y Kirchner operaron como los síndicos de una quiebra, que organizan el salvataje de la situación heredada. Fue una operación de naturaleza esencialmente conservadora, como cabía esperar de dos protagonistas destacados del período que se clausuraba. Todo lo contrario de la interpretación convencional. No se pueden caracterizar los resultados sin un entendimiento previo de las premisas.
En 2001/2, las finanzas públicas se habían derrumbado y Argentina había entrado en cesación de pagos. El sistema bancario y el conjunto de las empresas privatizadas de servicios estaban en quiebra; lo mismo ocurría con el régimen previsional; y el sistema monetario había sido reemplazado en gran medida por cuasi monedas. La estructura capitalista de Argentina se había desmoronado. En lugar de producir una modificación de raíz de la estructura social que se había mostrado inviable, los pilotos de esta etapa establecieron un régimen político e institucional de emergencia con el objetivo de restaurarla. Néstor Kirchner encubrió este empeño con el slogan clasista de la “reconstrucción de la burguesía nacional”. La mentada “intervención del Estado” opera al servicio de los pulpos capitalistas. No debería sorprender, entonces, que diez años más tarde nos encontremos en las vísperas de nuevas quiebras, sin haber resuelto las recibidas. Es el caso de las empresas de servicios y el vaciamiento energético y las elevadas importaciones y subsidios que esto genera; y la emergencia de una nueva crisis de deuda externa a pesar de la depredación financiera de la Anses y del Banco Central. De nuevo emerge la crisis monetaria.
La deuda externa se encuentra en un nivel similar a la media de la década precedente, apenas se computen en ella los ‘cupones de PBI’, la del Club de París y los fondos buitres y parte de la nueva deuda de provincias, la deuda externa privada es de cien mil millones de dólares. La deuda pública, en su conjunto, supera los doscientos mil millones de dólares –la mayor parte en poder de la Anses y el BCRA. Por este motivo, el patrimonio del Central es negativo y sus reservas netas no superan los diez mil millones de dólares. Los capitanes de “la burguesía nacional” (Cristóbal López, Eurnekian, etc, y hasta Lázaro Báez) montan ‘holdings’ en el exterior para financiar sus inversiones en el país. El capital extranjero controla, más que antes, la industria nacional. Los indicadores sociales, en un período ascendente de los precios internacionales de las materias primas, son deplorables: 30% de pobreza; 35% de trabajo en negro; un 80% de jubilados cobrando el cuarto de la canasta familiar; el 70 de los trabajadores cobrando un promedio salarial de 3500 pesos. El trabajo precarizado ha sido uno de los factores fundamentales del operativo rescate del capitalismo de la década transcurrida.
Queda al final el balance político. El oficialismo nunca desarrolló un movimiento popular y hoy se bate contra la disgregación. Las improvisaciones que lo caracterizan, prueban que no es un régimen representativo, o sea que gobierna según un mandato, sino bonapartista, que oscila bajo la presión de la crisis y de los intereses en pugna. Argentina no retorna al punto de partida sino en un plano superior. La experiencia acumulada debería servir a los trabajadores para dar a la crisis actual una salida histórica diferente.