Por: Jorge Altamira
En menos de diez semanas el chavismo pasó de la victoria electoral en las elecciones municipales a una crisis política, cuyo desarrollo lleva inevitablemente un cambio de régimen político; ni el oficialismo puede seguir gobernando en los términos que lo venía haciendo, ni la oposición encuentra una metodología que la mantenga unificada. Ocurre que la desorganización económica ha alcanzado proporciones gigantescas, que borran en la práctica el alcance de aquellas elecciones, cuando la oposición fracasó en el propósito de convertirlas en un plebiscito que produjera una caída del gobierno. Se ha creado un impasse gigantesco en su conjunto. El gobierno triunfante es incapaz de detener la marcha implacable del derrumbe de la economía y la irrupción consiguiente de un estallido social, mientras a la oposición acicateada por este derrumbe social viene de una derrota político-electoral, que ha acentuado la división en sus filas. El desabastecimiento alcanza al 30% de la oferta de productos y la industria y las importaciones se paralizan como consecuencia de una situación cambiaria terminal, porque el gobierno no puede ofrecer divisas a los tipos de cambio legales, porque provocaría una hemorragia financiera por la vía del mercado paralelo.
El inmovilismo del gobierno ha sido explotado por el ala derecha de la oposición, que entiende que no hay margen para esperar a la convocatoria de un referendo revocatorio del presidente Nicolás Maduro, en 2016, cuando lo habilita la Constitución. Esta vieja fracción de derecha de la oposición gorila ha desechado la tesis del jefe de la oposición, Henrique Capriles, para quien no hay posibilidad de inclinar la balanza política en la calle, en tanto no se produzca una deserción de la masa de la población que sigue respaldando al chavismo. Las movilizaciones que comenzaron a principios de febrero, a partir del agravamiento de la inseguridad en los ‘campus’ universitarios donde prevalece el movimiento estudiantil opositor, le ha dado la razón a todo el mundo: el inmovilismo del gobierno ha creado una situación explosiva; el ritmo de la crisis no habilita una posición de espera; la oposición no ha ganado para su campo a la masa chavista; el gobierno responde con un aparato de represión legal y paralegal, que muestra el vaciamiento de su base popular.
Como ocurre en una posición de ‘zugzwang’, en el ajedrez, no se puede mover ninguna pieza. De ahí que se ofrezcan salidas bizarras, como la del teórico del ‘socialismo del siglo XXI’ Hanz Dietrich, que ha llamado a formar un gobierno de coalición con Capriles, o la propiciar una mediación internacional. La posibilidad de un golpe gorila está fuera del radar, por más que la invoquen D’Elia o el ex vicerrector de Schuberoff, Atilio Borón, porque las armas las tienen las fuerzas armadas controladas por el chavismo y porque Obama tampoco lo impulsa. Al gobierno norteamericano le interesa, en primer lugar, que el presidente colombiano Juan Manuel Santos sea reelecto y que prosiga la negociación de paz con las FARC. El triángulo del golpismo gorila está formado por el ahora detenido Leopoldo López, por el paramilitar colombiano Álvaro Uribe y por los fascistas norteamericanos del Tea Party. Se trata de un menú indigesto incluso para la burguesía mundial y los principales gobiernos imperialistas. Quienes están obligados a impedir que la situación venezolana degenere son, especialmente, Cuba, Brasil, Argentina y, en última instancia, Colombia. Raúl Castro y Dilma Roussef no solamente tienen un punto de encuentro en las crecientes inversiones brasileñas (constructoras, petroleras) en Cuba sino en los gobiernos de El Salvador y Nicaragua, que deben bastante a la maquinaria electoral que Brasil viene usando con éxito en diversos países.
Las alternativas que podría negociar el tándem lulo-castrista son, sin embargo, limitadas. Venezuela enfrenta una crisis económica y social fuera de lo corriente. El ‘ajuste’ que plantea su desequilibrio financiero es enorme; Venezuela necesitaría un gran financiamiento internacional, que estaría condicionado a que su gobierno ponga un freno brutal al sistema de planes sociales. El ‘ajuste’ se convertiría en un ‘harakiri’ para el chavismo; sería incompatible con el gobierno y el régimen político vigentes. Una posibilidad de golpismo oficial retomaría una alternativa ya mentada en la prensa internacional en el pasado reciente, o sea la de un gobierno transicional de militares chavistas, encargado de una normalización política. Sería una especie de golpe de Jaruzelski, el militar polaco ‘comunista’ y ‘prosoviético’ que presidió, precisamente por eso, la transición de Polonia al capitalismo y a la OTAN. La oposición gorila lo recibiría con un gran repudio, por supuesto, pero por sobre todo con una aún mayor expectativa, porque un golpe de esa característica habría minado en forma irreversible la autoridad histórica del movimiento bolivariano. D’Elia y Borón saludarían con regocijo, en un caso así, lo que, en su ignorancia, sería el sepulcro del chavismo.
La perorata ‘cristinista’ de que “los extremos se juntan” podría encontrar en Venezuela una confirmación inédita, pues las marchas opositoras, con un definido propósito golpista, solamente podrían materializarse en el caso de que el propio chavismo oficialice un estado de excepción, o sea de arbitrariedad estatal. Las reivindicaciones estudiantiles opositoras son justas; es lamentable que no las hayan levantado, en Venezuela, las juventudes ‘socialistas’, como en Argentina sí las levanta la FUBA –y priva, de paso, a la derecha de un arma de demagogia popular. Nos referimos a las movilizaciones contra las violaciones, intentos de secuestros y secuestros efectivos de universitarias, atropellos criminales que cuentan, en Argentina, con complicidad policial. Lo mismo vale para la lucha contra el desabastecimiento y contra la carestía o contra el enriquecimiento descomunal de los capitalistas amigos y los sobreprecios de obras públicas. Pero, al revés de lo que ocurre en Argentina, en Venezuela, este movimiento tiene una dirección política de derecha y definidamente golpista. Esto es lo que importa a la hora de su caracterización. Al mismo tiempo, la represión criminal por parte de grupos chavista paralelos, que son designados como “colectivos”, con la complicidad del poder político, pone al desnudo una tendencia reaccionaria y fascistizante del oficialismo, cuya implicancia política es apuntalar la tendencia a la instauración de una dictadura. Las conspiraciones que impulsa la derecha, valiéndose de una demagogia democrática y popular, deben ser combatidas en primer lugar con la movilización de masas y, por sobre todo, con el pasaje del poder político y la estructura social a los trabajadores, a la clase obrera. Venezuela está gobernada por una camarilla política y económica y por la llamada ‘boliburguesía’.
Fruto de la crisis se están desarrollando movilizaciones obreras, por ejemplo en la industria automotriz, en este caso encabezadas por la UNT, dirigida por el chavismo. Los trabajadores exigen la nacionalización de la industria para asegurar los puestos de trabajo. Se trata, sin embargo, de una reivindicación insuficiente, esto a partir del fracaso impresionante de las nacionalizaciones chavistas, que han colaborado con el derrumbe industrial. Lo que importa es el control y la gestión obrera colectiva de la economía nacionalizada, lo cual implica un gobierno de trabajadores. Aun con estas limitaciones, ante las protestas patronales, tanto el poder judicial como la guardia nacional intervinieron contra los trabajadores. La burocracia sindical movilizó el domingo pasado a los trabajadores petroleros y automotrices para apoyar al gobierno. Un sector minoritario encabezado por dirigentes petroleros clasistas rechazó esta cooptación y convocó a un Encuentro Nacional Sindical y Popular de Sectores en Lucha para discutir un Plan Económico y Social de Emergencia y un plan de movilización nacional en defensa de los derechos de los trabajadores y el pueblo. El problema de la independencia política del movimiento obrero sigue siendo el problema fundamental de la situación política venezolana.