Por: Juan Gasalla
Las discusiones paritarias no se tomaron vacaciones y arrancaron horas después del brindis de año nuevo. Mientras los sindicatos piden incrementos salariales entre 24 y 30 por ciento, algunas negociaciones, como las de bancarios, se encaminan a acuerdos trimestrales, con la previsión de que el aumento de los precios minoristas no permitirá sellar cifras definitivas para todo el año.
Los salarios en la Argentina mostraron una importante evolución nominal en los últimos cuatro años, por encima de los indicadores oficiales de inflación y en muchos casos similares e incluso superiores a los de la inflación real. Por este motivo, la sensación de los trabajadores fue la de un incremento de su capacidad de compra, que en los hechos y salvo excepciones fue sólo una recomposición salarial, en lo que se define como “ilusión monetaria”. Más pesos para comprar la misma cantidad de bienes.
La instrumentación de las restricciones por parte del Banco Central y la AFIPpara la compra de dólares gatilló la suba de la divisa en el mercado marginal, terminó por derribar esa convicción de mejora en el poder adquisitivo y enfrentó a empresas y gremios a la realidad de una dura pulseada salarial, cuando las circunstancias se complicaron por el estancamiento económico y la inercia inflacionaria.
En ese contexto hay que leer la poco afortunada frase del titular de la UIA, José Ignacio de Mendiguren, quien advirtió sobre una situación similar a la ocurrida en 1975 con el denominado “Rodrigazo, cuando se produjo una frenética carrera entre precios y salarios que terminó en una brutal devaluación del peso del 62% o, lo que es lo mismo, un salto del 160% en el valor del dólar comercial.
La actualidad política y económica está lejos de un escenario tan dramático. Pero sí es cierto que en el mediano plazo los precios confluyen con un dólar más alto, no el más bajo. Al mismo tiempo, la credibilidad del INDEC se pulverizó y el organismo abandonó ese rol de referencia y “ancla” frente a las expectativas de inflación, para ser desplazado por el imprevisible “blue”.
Esta semana, el secretario de Comercio Guillermo Moreno afirmó a Página 12 que un dólar oficial a fin de año “en torno de los seis pesos, equivalente a una devaluación de entre 18 y 20 por ciento, no sería descabellado”. Aun retrasado, este tipo de cambio reconoce un porcentaje más cercano al de la inflación real, entre <a title=”La inflación del 2012 fue 25,6%, según consultoras prohibidas por el Gobierno” Las discusiones paritarias no se tomaron vacaciones y arrancaron horas después del brindis de año nuevo. Mientras los sindicatos piden incrementos salariales entre 24 y 30 por ciento, algunas negociaciones, como las de bancarios, se encaminan a acuerdos trimestrales, con la previsión de que el aumento de los precios minoristas no permitirá sellar cifras definitivas para todo el año.
En los hechos, un dólar oficial a seis pesos implica un incremento anual del 21,5%, cercano al ritmo de devaluación del 20,6% que el Banco Central convalidó en diciembre en el mercado mayorista, al anualizar el 1,717% que ganó la divisa interbancaria, desde los $4,834 del 30 de noviembre a los $4,917 de la última jornada cambiaria de 2012. Si el dólar libre replicara este incremento del dólar oficial, debería llegar a diciembre a 8,30 pesos. Pero si el precio informal mantuviera la brecha actual, en torno al 50% con el mercado regulado, un dólar a nueve pesos, como dice Moreno, “no sería descabellado”.